Foto: dos mujeres comentan aspectos de la audición mañanera del coronel (“La Hora del Coronel”), mientras que un hombre trabaja en la reparación de un voladizo, completamente ajeno al cotilleo de las damas.
LA HORA DEL CORONEL
parte II
Resumen de lo publicado: mi papá, soldado retirado del ejército argentino, conduce una audición de radio. Ayer debutó y dijo cosas asaz fuertes. Yo diría que se salió bastante del molde de la charla amable. No puso ningún disco, recurso habitual cuando al speaker no se le ocurre nada, porque aprovechó los sesenta minutos que dispone para fijar parte de su ideario (estuve a un tris de poner la expresión “bajar línea” pero no estoy seguro de cuál es su significado). El anciano alquiló un espacio en la radio de frcuencia modulada de Providencia, propiedad de la señora de Tellería, acopió avisos de comerciantes amigos del barrio, que mi padre los tiene y muchos, y finalmente le fue otorgado el horario de seis a siete de la mañana, de lunes a viernes. Es de toda lógica que a un militar le den un horario temprano, inútilmente temprano, pero temprano. Lo que resulta muy meritorio es que un jubilado de ochenta para ochenta y uno tenga un proyecto de vida y lo pueda materializar. Pero, como no habló de los pozos ni de la basura que la gente tira en las esquinas, sino de otras cuestiones más globales, la repercusión, no tardaría en llegar.
Una vez que terminé de escuchar su primer programa, serían las siete de la mañana, saqué a pasear a mi perro Estanislao, compré el diario y fui a un café del centro de Providencia para esperar la hora de entrada a la oficina donde trabajo. En el café estaba el dueño de la inmobiliaria, Roberto Arizmendis, que había escuchado a mi padre. Pero yo quería leer el diario, en particular la sección de fútbol para conocer novedades sobre la formación de Argentinos Juniors, club del cual soy simpatizante. Pero no pudo ser, Arizmendis me llamó antes de que yo pudiera escupir dedos índice y pulgar para pasar las páginas.
-Julio, ¿qué hacés acá tan temprano?. O te caíste de la cama o estuviste escuchando la radio.
-Buen día Roberto. Si, lo escuché.
-Hay que tener coraje para decir lo que dijo.
-Y..
La letra ye nos salva de muchos entuertos pero, hay que ser francos, sólo sirve para ganar tiempo, pero decir, no dice nada.
-Son sus convicciones –me decidí a defenderlo, que para eso soy su hijo, amalaya-.
-Mirá, Julio, a mi las convicciones de tu padre se me importan un ardite. Te diría más, en las convicciones del mundo entero yo defeco. Pero cuando Carlos Díaz se entere de que el dueño de La Hora del Capitán...
-Del Coronel.
-Cuando se entere de que es tu viejo, y que por la radio le dijo a todo el mundo que es un timbero de mierda, vamos a tener que rogar a Dios para que no nos saque la casa de la venta ¡Y yo no soy creyente!
-Bueno, mi padre es mi padre y yo soy yo –dije, poniendo en mi boca palabras de Perogrullo-. Además –agregué- no sé si se puede decir que todo el mundo lo escuchó. No es la oral deportiva, tampoco. Ni González Oro -no digo ideológicamente-. Es un miserable programa que sale por una radio trucha a las seis de la mañana.
Carlos Díaz es un amigo y compañero en el equipo de fútbol de veteranos que representa al club AFAP (Asociación Fútbol y Amistad en Providencia).
Hace algún tiempo, Carlos, o Carlitos como algunos le dicen, por mi intermedio, le dio el mandato a la inmobiliaria Arizmendis para que vendiera su chalet. Muchísimas deudas de juego, y otras por efectivo prestado para el juego, le obligaron a realizar todos sus bienes, incluída su magnificente residencia en el barrio privado Providence, que se encuentra dentro del barrio Providencia, si bien el barrio privado está cercado como si fuese un country y hombres de seguridad privada le impiden la entrada a los botelleros.
-Que no nos saque la casa de la venta Carlos Díaz, es lo único que te digo, Julio -me advirtió Arizmendis-. Sabés que hay un tipo que anda dando vueltas para comprarla. Esta semana nos dejaría la seña. Si perdemos la casa me corto las bolas y hago malabarismo hasta morir desangrado.
Eso sí que es un ultimátum.
Por lo menos cinco personas del vecindario, que saben que soy el hijo del coronel, me dijeron haber escuchado La Hora del Coronel, durante este día. Pero todos lo comentaban en un tono entre sorprendido y divertido:
-Así que Carlitos Díaz era timbero. Mirámelo tan correctito y bien peinado. Ya le veía pinta de chantún yo.
-Che, Julio ¿ese Carlos Díaz es el que tiene la mansión en Providence?
-Qué coraje tiene tu viejo para mandar en cana a Carlos Díaz.
-Yo una vez jugué al truco con él en el club y cuando perdió le pegó una piña a la mesa y agujereó la fórmica.
El sodero que me provee de agua con gas y sin él, persona juiciosa y plena de criterio, me dijo al mediodía:
-Escuché a su padre, en la radio, Julio. Ha dicho verdades que pocos se atreven a manifestar. Felicítelo de mi parte. Hoy día pocos se juegan por sus convicciones. Era hora de desenmascarar a ese Carlos Díaz. El desvergonzado me está debiendo tres meses de sifones. ¡Tres meses!