lunes, agosto 29, 2011

PROVERBIO CHINO
Paso a recoger a mi amigo Cristóforo para ir a jugar al fútbol a la asociación de fomento. Nada más subir a mi moderna unidad me espeta: No dijiste nada de mi golazo del domingo pasado, puto. Me lo espetó en la nuca puesto que estaba sentado en el asiento de atrás del vehículo ya que como copiloto iba mi hermano Alvaro. Mi hermano, jugador superior, celebra los goles colocando los brazos como si estuviera levantando pesas, pero no grita. Cuando Cristo, que así llamamos a Cristóforo, me espetó en la nuca semejante barbaridad yo le repliqué con voz serena:
-Hay un proverbio chino que reza: “Cuando te jactes del gol que convertiste verifica primero a quién se lo hiciste:”
Como yo atisbara a través del espejo retrovisor la cara de pavo, esa que solemos poner ante la frase incomprendida o abstrusa, le aclaré:
-¿A quién le hiciste el gol el domingo pasado?
-Al viejo Eduardo.
-Te voy a contar una pequeña historia, Cristo querido. Una vez yo lo tenía de compañero al viejo Eduardo. También le tocó jugar de arquero. En un momento le hicieron un gol muy boludo y le dije de todo menos hijo de puta y la concha de tu hermana. El me respondió muy humildemente, y en un hilillo de voz, que el problema que tenía es que casi no veía.
-¿Cómo que no ves? ¿Cuándo no ves?
-Casi nunca…
El hombre era casi ciego e iba al arco… Así que, Cristo, cuando hacés un gol, fijate primero a quién se lo hiciste.
Esta sencilla pero deliciosa anécdota fue el disparador para pensamientos filosóficos de superior profundidad. Cuántas veces, queridos amigos, nos hemos infatuado por triunfos que no son más que regalos de la fortuna que, como todo lo que hace la fortuna, son a la marchanta. Cuántas veces nos hemos impuesto sobre otras personas sin reparar en que había una superioridad manifiesta y evidente pero que nacía de que el competidor perdidoso había perdido o carecía de una de sus armas sustanciales (el sentido de la vista en el ejemplo del viejo Eduardo), lo que convertía a ese supuesto éxito en un triste remedo como la ropa de la salada. ¿Es plausible que un hincha de River celebre el último triunfo en el campeonato (de la B) ante un equipo como el de Desamparados de San Juan integrado por jugadores semiaficionados? ¿Es lógico que la presidente se pavonee de su triunfo electoral cuando le ganó a precandidatos de la estofa de Duhalde, Ricardito Alfonsín o Hermes Winner? Me perdonarán pero yo creo que no. En la vida vamos ganando y avanzando casilleros a costa de casualidades, borratina de competidores, estar ahí en el momento justo, ser tuerto en tierra de ciegos, tener cartas en la manga, hacer goles con la mano, colarnos en la fila, número bajo en la colimba, alfileres en el culo de los delanteros contrarios, etcétera. Por ello le repito a Cristo y a todos los que celebran goles en vallas vacías:
Cuando te jactes del gol que convertiste verifica primero a quién se lo hiciste.
-0-
En el partido de ayer, quiso el destino, ese juguetón, que, nada más comenzar la brega, yo robara una pelota en el medio campo, enfrentara al defensor y lo eludiera con un movimiento de cintura para convertir el gol con tiro rasante al palo más lejano del golero. Pero el gol se lo hice a El Viejo Eduardo. Es obvio que no lo celebré. Me faltó hacer el patético gesto de los que piden perdón cuando hacen un gol. Pero estaba obligado a ser fiel a aquel proverbio chino, que en verdad inventé yo y puse que era chino para nimbarlo de un poquitín de prestigio.

Foto: Retrato de Cristo en un exposición de goleadores de arcos desguarnecidos.

viernes, agosto 26, 2011

¿JUAN MOREIRA ERA GAY?

Adentrado en la lectura de la novela Juan Moreira, que originalmente se publicó como folletín en el diario La Patria Argentina, me encontré de sopetón con la presunta homosexualidad de este bravo gaucho perseguido. Grande fue mi sorpresa puesto que desconocía esta circunstancia en la vida del gran fugitivo de la gauchesca nacional. Nuestro Richard Kimble telúrico. Yo he leído poca literatura argentina de homosexuales. Recuerdo a vuelo de pájaro sobre mi memoria devastada una novela llamada La brasa en la mano del escritor fallecido Oscar Hermes Villordo. Típica novela de putos. Pero, ojo. Lo mío con Moreira no pasa del descubrimiento de un lector poco ilustrado. Y la sorpresa nace de la circunstancia de que el texto haya pasado el filtro de las diversas censuras que asolaron nuestra república. Ser gay no tiene nada de malo. Hago mía la frase de Seinfeld: no hay nada malo con eso. Y también concuerdo con la siguiente, que dice Jerry cada vez que se refiere a cierto gay puertorriqueño: Las preferencias sexuales de las personas son asuntos de su exclusiva incumbencia. Ambas son frases políticamente correctas –pero sarcásticas cuando salen de la boca de Jerry Seinfeld. Y resultan eficaces a la hora de evitar a las jaurías de la comunidad gay que esperan algún renuncio antiputo para volar de palo a palo hacia tu yugular por discriminador. Deberían estar más atentos (los sarasas) a sus propios congéneres de la televisión que son los que verdaderamente los dejan malparados. Pero ahora me encuentro con este relato de 1880, escrito por Eduardo Gutiérrez y al llegar a la página 146… Pero antes una brevísima síntesis de la historia: Juan Moreira es un gaucho que huye de la ley para no pagar por diversas muertes que lo tuvieron como autor material. Tiene un gran amigo llamado Julián, ejemplo de lealtad, a quien le encarece que vaya donde su mujer (Vicenta Andrea) y su hijo (Juancito) porque necesita tener noticias de ellos, saber cómo están. Luego de varios días el leal amigo Julián vuelve de la diligencia encomendada, se presenta ante Juan y… “Es imposible pintar con palabras la emoción de Julián y Moreira al hallarse frente a frente. Aquellos dos hombres valientes, con un corazón endurecido al azote de la suerte, se abrazaron estrechamente; una lágrima se vio titilar en sus entornados párpados, y se besaron en la boca como dos amantes, sellando con aquel beso apasionado la amistad leal y sincera que se habían profesado desde pequeños.” Insisto, no hay nada malo con eso. Las preferencias sexuales de las personas son asuntos de su exclusiva incumbencia. ¡Pero mirámelo al Juancito!



miércoles, agosto 24, 2011

DKW
Hoy encontré en la calle, transitando tan orondo y con el orgullo propio de un viejecito que no pierde su dignidad a despecho de los años, a un automóvil DKW-Auto Union. Automáticamente me acordé que ése fue el primer auto de mi familia. Un decavé, como lo llamábamos. Este que encontré hoy es del mismo color del que teníamos. Bordeaux. El segundo coche de la familia también fue un decavé. Anaranjado. Las ventanillas se subían y bajaban por medio de una especie de alfajor de plástico o rueda dentada blanca, a diferencia de la mayoría de los demás autos que tenían una manivela. Y tenía rueda libre, que era algo la mar de bueno pero no reuerdo bien para qué. Yo, cuando mi padre lavaba el decavé, estaba oficialmente encargado de las ruedas. Le sacaba las tazas, en forma de platos, y las lavaba con eficacia. Lo sé porque mi padre me felicitaba. No recuerdo si me recompensaba en metálico. Nunca fui materialista. El motor del decavé emitía un sonido muy especial. Parecido al de las motos. Con ese coche salíamos a pasear los cinco que éramos la familia. Era un auto muy querido. Los autos, junto con los muñecos de la infancia, son los únicos objetos inanimados que se llegan a amar a lo largo de una vida. Y eso es tolerado socialmente. Pero si amás a una silla o a un cojinete a bola, por citar sólo un par de ejemplos, estás loco. Recuerdo que un día de agosto, hace muchos años, la familia se fue de paseo con el decave anaranjado. Pero yo no fui. No recuerdo si por estar castigado o porque no quise. Prefiero no acordarme.

miércoles, agosto 17, 2011


A PROPÓSITO DE LAS ELECCIONES
Me dirijo a votar a la escuela donde cursé mis primeros estudios. Allí donde tuve a mi primera maestra, la señora Joli Aon de González, quien me enseñó las primeras letras, las primeras cuentas y la primera poesía que me obligaron a memorizar: tengo tengo, tengo, tú no tienes nada, tengo tres ovejas en una cabaña. Una me da leche, otra me da lana y otra mantequilla para la semana. Espero en su angosto pasillo, que alguna vez fue ancho, cuando yo fui un purrete. El presidente de mesa no sabe manejarse en democracia. Tarda mucho en encontrar los apellidos. Y miro los mosaicos graníticos de ese corredor donde tantas veces supe clavar mirada aterrada cuando las maestras me humillaban. No así la señorita Yoli que fue buena. En la foto puede observárseme con ese gesto vivaz del que ya barrunta su próxima aventura. Pero fundamentalmente con la alegría infantil del que tiene madre y padre. La escuela tiene nombre de militar. Ridículo. Tanto como si un regimiento llevase el nombre de un maestro. O no. Regimiento de Zapadores Pontoneros Srta. Yoli Aon de González. Quizás no estaría mal. Adelante de mí, en la fotografía, está la más linda, Beatriz. No puedo decir que técnicamente fuera mi novia porque no recuerdo que haya habido declaración previa. Pero cómo sufrí cuando se fue del grado y nos abandonó porque los padres se mudaron a la capital. Qué triste melancolía sentí cuando me dio el beso del adiós. Melancolía que sólo se quitó cuando mi compañero (Pablito) me desafió a un partido de puchero.

jueves, agosto 11, 2011


AMORES DE ESTUDIANTE
Yo tenía una compañera de facultad que estaba linda como una mañana de primavera en la casa de mi niñez, con mi padre cortando el pasto con la máquina manual y mi madre tomando el sol y preparando un spritz. Mi compañera de estudios era muy parecida a Brigitte Bardot, una actriz francesa que en su época era la mujer más hermosa del universo (ver foto). Esta compañera y yo coincidimos en una materia y enseguida nos tuvimos simpatía. Nos encontrábamos muchas veces en el bar de la facultad para desayunar o para almorzar. O simplemente para tomar café. Era tan bella mi compañera que, cuando entraba en la biblioteca silenciosa, ésta se convertía en la biblioteca rumorosa, merced a los bisbiseos extáticos del estudiantado masculino. Es justo mencionar que en la biblioteca silenciosa cualquier distracción era un buen pretexto para una pausa o descanso en la ingesta de conocimientos. Con una frecuencia de una vez por hora, aproximadamente, se hacía un jueguito tonto cada vez que alguien levantaba un poco la voz. Cuando ello ocurría alguien emitía un sonoro shhhh. Después se sumaba uno más fuerte y todos terminábamos haciendo shhhh con muchas haches hasta que uno gritaba con una voz que imitaba desesperación: ¡Cállense! La carcajada general era la señal para un breve recreo que autorizaba las charlas en voz normal. Todo el break duraba unos tres minutos. Luego regresaba el silencio al solemne ámbito y vuelta a los tratados y manuales. Un pasatiempo tan pavo como ver a Marcelo. Mi compañera, a quien en adelante llamaremos Brígida, pero sólo como traducción de Brigitte, no por alguna particularidad de su latencia sexual, mi compañera, digo, Brígida, era de izquierdas y militaba en una agrupación estudiantil con un nombre del tipo FAUDI TUPAC. O algo así. Era de las militantes de antes. Los militantes de antes militaban sin pedir nada a cambio. O sí, la Liberación. Que no la pedían, la exigían. No como los “militantes” de ahora que cobran pingües sueldos y no hacen nada más que aplaudir. Entiéndase el significado de la palabra pingüe como copioso y abundante. Si se desea otra acepción para pingüe también está bien. La divina Brígida militaba. Yo sabía que en algún momento ella habría de requerir mis antecedentes en cuanto a concientización, ideología y participación, efectiva o moral, en la lucha del estudiantado junto a los trabajadores de Sitrac Sitram. Cero al as en los tres. Borrame la doble. En ese momento no pude, no me animé a soltar aquella frase que para los estudiantes movilizados en pos de la liberación nacional suponía un insulto. Esa frase era: “yo a la facultad voy a estudiar” La pronuncio ahora y miro hacia los costados por si alguien la escuchó y me denuncia por asqueroso. No había nada más reaccionario que decir “yo voy a la facultad a estudiar” De modo que cuando Brígida me preguntó qué hacía yo a favor de la liberación, contra el imperialismo y las derechas reaccionarias le contesté en un hilillo de voz: “nada” Eso la alejó bastante de mí. Me restó puntos. No me daban ni para la promoción. Los días subsiguientes nos cruzábamos en los pasillos de la facultad, en el bar, en la biblioteca y me saludaba con una tibieza que me dolía. Sin beso. Hasta que un día en que el bar estaba lleno, hubo de sentarse a mi lado donde estaba la única silla libre. Yo estaba leyendo el diario Noticias. Que era el diario de los montoneros. Cuando Brígida, que estaba más linda que nunca con su minifalda de cuero, observó mi lectura, me dijo:
-¡Bien! Lees Noticias. Entonces no estás tan en babia como dijiste. Hacés un trabajo real para concientizarte. Bien, Julio. Bien.
Su beso en mi frente calentó todo lo que venía debajo de ella hasta llegar a las meras uñas pedestres. Los varones dentro del bar me envidiaron. Lo sé.
-Yo creía que estabas en la pavada, pero no. –agregó radiante de hermosura políticamente esclarecida-.
-Qué va a ser.
Nunca le dije que leía Noticias, el diario de los montoneros, por las extraordinarias fotos que traía la sección deportiva.

martes, agosto 02, 2011


YO SÓLO QUERÍA DORMIR
En Porto Alegre seis personas fuimos subidas a un micro que, por alguna razón que olvido, estaba vacío. Abordamos el transporte mi mujer, un matrimonio amigo, sus dos hijas y yo. Y una chica desconocida que enseguida se nos unió. Eramos pocos (aunque ninguna abuela dio a luz) de manera que podíamos elegir el lugar que quisiéramos para ubicar nuestros cuerpos. La ventanilla o el pasillo, el lado de la ruta o el de los campos de sojinha. Y el asiento de atrás de todo, ese chorizo largo que te permite dormir con el cuerpo estirado como si fuese propiamente una cama. Yo en los micros puedo dormir desde la salida hasta el arribo cualesquiera fuese la duración del trayecto. Sé que es un don del que gozan apenas un diez por ciento de los viajantes en todo el orbe. Ahora bien, qué pasa cuando el viaje se comparte con personas a quienes se les debe alguna devolución social y éstos no pueden dormir. Cuando eso ocurre casi nunca puedo disfrutar de ese don que me regaló Dios. Mi esposa, por ejemplo, no puede dormir en ningún viaje. Quien, como yo, nació con ese privilegio tiene la obligación solidaria de no restregárselo en la cara a los que están huérfanos del mismo. No sería justo que durmiese a mis anchas cuando estoy codo con codo con quien mantiene durante horas sus ojos como huevos duros. Entonces comparto la desgracia del prójimo y guardo mi superpoder hasta que me encuentre solo, o mi interlocutor lea un libro, o encuentre algún entretenimiento que me permita dormir. O sufra una muerte súbita, por qué no. La vigilia se puede compartir, pero el sueño no. Excepto los sueños compartidos de Hebe y Sergio. Así les fue. En aquel viaje desde Porto Alegre yo sabía que mi esposa conversaría con la esposa de mi amigo y eso me liberaría para poner en práctica mi don. Pero la liberación sólo se operaría una vez que mi amigo se fuese de mi lado. Y que, para aprovechar la vista panorámica, se sentara junto al conductor. Y que, de puro aburrido, entablara con él charlas de los más diversos temas. Así lo hicieron durante, digamos, cien kilómetros. Y yo dormía como un bendito. Pero al despuntar el km 101 mi amigo me vino a buscar para unirme a la plática con el chauffeur. Yo estaba aposentado sobre el algodonoso sueño, mecido por el traqueteo del transporte y arropado por el arrorró insuperable del motor. Nada podía estar mejor. Me sentí capacitado como para pasar hasta 200 kilómetros así, dormido como si mismamente estuviera en el cuenco de los brazos maternos. Pero no. Mi amigo me convocó al sector del conductor y me hizo cebar mate . Conversar y cebar mate. Conversar con un desconocido. Cebar mate y chupar la bombilla que brilla por la saliva de un desconocido. Aunque mi amigo llevaría la delantera de la reunión y mi papel se limitaría a cebar mate y tomar de esa bombilla con restos de yerba solidificada precisamente por dicha saliva como elemento aglutinante. Pero lo que nunca pensé es que tendría que escuchar tantas estupideces juntas. Un historia de ficción acerca de lo que mi amigo llamaba su maravillosa familia. ¿Qué sentido tiene contarle una mentira a un chofer desconocido, además, estando yo presente que sabía, por testigo presencial, que todo, pero todo, era una burda patragna? Es más cómico si les cuento que mi amigo, a esas alturas, ya no se hablaba con su esposa después de una terminal crisis en una playa del sur de Brasil. Por ser seis solamente los que integrábamos el pasaje, varios pares de butacas apenas separadas por sus apoyabrazos que, desplazados hacia arriba las convertía en comodísimas camas, se me reían en la cara. Y cebaba mate y socializaba con el conductor. Y ese extraño ser hablando maravillas de su familia, que a esas alturas estaba desmoronada. Yo me quería morir, por lo menos según la interpretación del escritor húngaro Erno Zsép quien en una de sus novelas ordenó decir a su personaje principal que “todo lo que me complace en la vida se asemeja a la muerte. El sueño profundo, la meditación, el descanso inmóvil…” Pues cuando me sacó de mi estado mi amigo pensé ¡me quiero morir! Pero si la impostura de mi amigo me enardecía, la frustración de mi siesta me ponía loco. Hubiera admitido todas sus mentiras por unos buenos 100 kilómetros de coma profundo.
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