martes, marzo 29, 2011


UN BREVE PASEO POR LAS RAMAS DEL ARBOL.

Varios de mis consanguíneos hasta el segundo grado tienen un nombre igual al mío. Obsérvese que dije que tienen un nombre igual al mío y no que tuviesen mi mismo nombre. De darse este último extremo se producirían innúmeras complicaciones. En efecto, compartir nombre o tener el mismo nombre que otra persona, a diferencia de tener igual nombre, plantea situaciones de notable complejidad. Un posible remedio a tales intríngulis pudiese ser usarlo un día cada uno, pero eso también daría lugar a coyunturas harto enojosas que quedarán más claras si lo ejemplifico con un diálogo con mi tío, si éste tuviera mi mismo nombre, y no un nombre igual al mío, como en efecto sucede:
-Hola tío, te quería pedir, por ser mi cumpleaños, aun cuando sé que no me corresponde, porque hoy te toca a vos, que me dejes usar el nombre como excepción.
-¿Motivos?
-Porque me hacen la fiesta y, llegado el momento del soplido de velas de la torta, lo necesito sí o sí.
-Pensalo un poco y te darás cuenta que, técnicamente, no lo necesitarías, querido sobrino tocayo. Fijate bien: (cantando) “…Que los cumplas, Julito, que los cumplas feliz” Siempre te cantamos el cumpleaños feliz usando tu diminutivo. Pero no te hagas problemas, podés usar nuestro nombre sin problemas. En la oficina me llaman por el apellido, mis pibes me dicen papá, mi esposa me pone variados apodos y mi vieja y hermanos me llaman Negro. Así que usalo sin ningún inconveniente.
-¡Gracias tío!
En mi familia tienen un nombre igual al mío mi madre (aunque trocada la “o” final por una “a”), dos primos, mi abuelo, mi tío -como ya ha quedado dicho-, mi primita (también cambiando “o” final por “a”, y colocado en segundo lugar) y mi hermano. Así es, mi hermano tiene un nombre igual al mío, lo cual nos ha granjeado una módica admiración en los salones en los que nos hemos venido desempeñando. Pero es importante aclarar: en su caso está incluído a continuación del primero -tal como mi primita-. Nombre igual de dos hermanos, y ambos en primer lugar, hubiese planteado un sinfín de contratiempos, el primero de los cuales surgiría, más temprano que tarde, ante una eventual respuesta al llamado materno. Quiero decir que, sabiendo sobradamente que, en su mayoría, los llamados maternos son exclusivamente para encargues o regaños, qué buena escapatoria sería abstenerse de acudir alegando, como justificativo de la defección, que creía que la convocatoria era para mi hermano. Claro que, alterado el orden de los nombres iguales, quedaría prácticamente neutralizada esa posibilidad chicanera y rastrera. Acaso un alegato agónico para hacer valer ante la superioridad pudiera ser: pensaba que llamabas a mi hermano usando su segundo nombre. Parece un despropósito subestimativo, si no una estupidez inadmisible, pero no es tan así. Muchas veces yo mismo llamo a mi esposa por su segundo nombre (Adriana) aunque con fines diferentes que para una hipotética abstención ante la citación materna. Mis primos hermanos, en cambio, tienen sí esos nombres iguales colocados, ambos, en el primer lugar. Allí sí hubiese parecido del todo pertinente, ante el emplazamiento de la autoridad familiar, alegar la creencia de que llamaban al otro. Pero este razonamiento también quedará obliterado tan pronto comunique a mis queridos lectores que, desde que nacieron, ambos hermanitos fueron llamados por el segundo nombre, que es diferente en cada uno. Por último, como para dar un atractivo finiquito a este sobrio breviario, deseo apuntar que tanto los dos nombres de mi hermano como los dos míos son iguales.

jueves, marzo 24, 2011


HOMENAJE AL SOLDADO CHAMAMÉ
Artista indefinible, no era actor, no sabía contar cuentos, apenas sabía hablar. Lo innegable es su condición de folklórico, de hecho era invitado habitual al festival de Cosquín, en la provincia de Córdoba. Creo que contaba chistes. De campo, claro. Esos chistes gauchescos que dejan tan mal parado al campesino. Era el Soldado Chamamé un personaje querido, popular, inofensivo, simpático, todo por el lado de dar lástima. Cuando se casó con una linda chica su padrino de casamiento fue el teniente general Alejandro Agustín Lanusse, por entonces presidente de facto del país. Es decir, presidente con el único respaldo de las armas. El hombre de la dictadura le mandó de regalo al Soldado Chamamé un memorable juego de copas de cristal con su respectiva bandeja de plata. El casamiento se transmitió por televisión y fue maestro de ceremonias el fallecido, resucitado y por fin definitivamente fallecido Victor Sueyro que quiso mostrar la fina bandeja con las importantes copas y la bruñida bandeja. Para lo cual dejó por un momento el micrófono sobre la mesa de los regalos y tomó la bella patena pletórica de superiores cálices. Las agarraderas de la bandeja eran unas cadenas, también de plata, pero que, mal asidas por el popular locutor de anteojos, esto es, sostenidas de costado y no desde su punto central para asegurar el equilibrio, trajeron como consecuencia aquello que no se puede responsabilizar a la desgracia cuanto a la pelotudez. La bandeja se volcó, cayeron al piso las copas, que eran 24, y se hicieron trizas unánimemente. No quedó ni una sana. Viérase la cara del pobre soldado Chamamé, tan correcto y disciplinado como todo soldado. Apenas se le desprendieron algunas lágrimas de sus ojillos bizcos pero nunca dejó que se le borrara la sonrisa de la jeta. Sueyro, por su parte, ordenó una urgente tanda, pero no solicitó a su Dios que lo tragara la tierra porque a él, futuro protagonista de inconmensurables milagros, seguro que le cumplía.

lunes, marzo 21, 2011


QUIERO MORIR EN MI TERRUÑO
Fue celebrado en nuestra ciudad el primer asado del año del grupo de futbolistas veteranos que juegan los domingos a la mañana en la asociación de fomento, empezando el partido entre las diez y cuarto y diez y media de la mañana porque varios se quedan boludeando en el vestuario. Por ser la primera velada del 2011 propuse, en ocasión del brindis número uno, que todos aquellos que mantuvieran vigentes pleitos, peleas, inquinas, litigios u odios pendientes, los depusieran y comenzaran de cero, como si fueran computadoras reseteadas después de que se les quemó el disco rígido. Gracias a mi elogiable propuesta se pudo ver el espectáculo de parejas de hombres abrazándose y besándose, a más de prometiéndose eterna amistad y simpatía sempiterna. Luego se comenzó a hablar de la temporada de viajes para el corriente año, que incluye partidos en Necochea, Rosario, Colón (provincia de Entre Ríos) y, por último, el viaje tradicional e histórico a la República Oriental del Uruguay, para enfrentar a nuestro similar uruguayo, entendiéndose la palabra similar como una mera expresión de deseos porque de similares no tenemos nada (los uruguayos son buenos y nosotros malos). Empero, a poco que ensayé un recuento de nuestras fuerzas futbolísticas concluí en que pocas y diezmadas posibilidades nos auguran ab-initio un futuro de derrota:
Diego, uno de nuestros valores más jóvenes ha sido operado de la rodilla (osteocondritis). Lo vemos en la foto ayudado por una muleta y con una bolsita que guarda el plato y los cubiertos. El médico, tan macanudo como cualquier facultativo que en su vida pisó una cancha de fútbol, le dijo que tenía para un año hasta que pudiese volver a jugar.
H, en un partido jugado en una mañana tórrida como pocas, sintió una lipotimia acompañada por dolor de pecho y brazo, circunstancia que lo atemorizó en extremo al punto que fue a visitar al médico sin necesidad de que su mujer lo obligara. Luego de una batería de estudios que incluyeron la colocación de un holster, se descartó cualquier patología de orden cardiovascular. Pero el muchacho quedó algo desmotivado, como descorazonado.
L., en Diciembre del año pasado se rompió el tendón de Aquiles, fue operado y, en medio de la recuperación, volvió a romperse en el mismo lugar. Una nueva intervención vino a poner un signo de interrogación en su futuro futbolístico. Mientras tanto se candidatea para dirigir técnicamente al equipo, ya fuese en compañía del actual entrenador o en soledad, una vez que se pueda desplazar a patadas al histórico. El recuerdo del último 1-10 contra los orientales coadyuva a imaginar una violenta eyección para nuestro querido deté de toda la vida.
R. terminó de jugar un partido hace cosa de un mes y un dolor insoportable en un pie lo obligó a la consulta con un médico, primero, y más tarde con un especialista en pie. Este último lo desahució al comunicarle que nunca más en la vida podría jugar al futbol ya que tenía seriamente resentidos los ligamentos, los tendones y los huesos, además de un quiste y un espolón. Pero R. no se resignó y consultó a otro facultativo que supo ser arquero de la selección nacional y campeón con Rosario Central. Este último le comunicó que tenía seriamente resentidos los ligamentos, los tendones y los huesos, además de un quiste y un espolón, pero que podía seguir jugando sin ningún problema.
No falta quien, también por una grave defección de su rodilla, estima que deberá olvidarse de lo que es correr y está comenzando una carrera de golero. Yo le cedí mis rodilleras y mis guantes en una ceremonia privada que no estuvo exenta de emoción.
Qué decir de quien fuera nuestro mejor defensor, que tuvo que pasarse a un puesto sin tanta responsabilidad (suplente), también por la fragilidad de las rodillas !Ay las rodillas!
Ninguno de ellos piensa, sin embargo, en renunciar a su pasión, no quieren, no consideran tal posibilidad, minimizan sus lamentos delante de sus esposas y lloran de dolor sentados en sus retretes. ¿Por qué esta lucha desigual con final cantado contra el tiempo que ya no sabe cómo decirnos que busquemos un pasatiempo más tranquilo porque el físico ya está vencido como un yogur? Muy sencillo, porque los logros deportivos no se igualan con casi ningún otro éxito, ya sea material o de cualquier otra índole. Es cierto que esos sucesos se disfrutan en la intimidad del ser individual. Los hombres bien sabemos la reacción de nuestras mujeres cuando les contamos: ¡no sabés el golazo que me mandé! En el mejor de los casos, las más amorosas nos dirán: ¡Bien, te felicito! pero su actuación nos resultará tan floja como la de cualquier actriz argentina, por ejemplo Carla Piterson.
¿Por qué insistimos aun sabiendo que no podemos más? Una vez le pregunté a un gran amigo llamado Memo, que se había dedicado a los deportes ecuestres, la razón por la cual había elegido actividad tan extraña al ser nacional y popular, o cuanto menos tan alejada de lo que es común como el fútbol, rugby o el tenis. Muy sencillo -me contestó-, porque por fin encontré un deporte que hago bien. Y nada brinda tanta satisfacción como hacer algo bien. Ahora bien, también se puede pintar correctamente la reja perimetral de tu casa. Y aunque sé que no es imposible lograr el nirvana pintando una reja, a ese cubrimiento con esmalte sintético le falta el contenido épico, el sabor a proeza. Y ahí tenemos el segundo elemento que nos ayudará a justificar la locura quijotesca del viejo que no renuncia. La primera, habíamos dicho, es que seguimos jugando porque es una de las pocas cosas que sabemos hacer. Ayudados por la endorfina benefactora que viaja por nuestra sangre y provee de euforia y buen humor a cada una de nuestras células cuando realizamos un ejercicio físico, ese logro deportivo insignificante para el mundo, esposa e hijos, se convierte, para nosotros, en una gesta que nos hace héroes. Pero la endorfina, por sobre todo, al embriagarnos de placer, nos hace creer que jugamos bien. Y es así que, cuando convierto un gol -o lo evito sobre la línea- en el instante en que la pelota ingresa en el arco -o se va al córner- me siento como flotando en una nube de Claudio Ubeda. Al poco tiempo, claro, se te pasa. El efecto dura lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks. Ah, cuesta explicarlo pero es una sensación inigualable. Por eso los pobres viejos seguimos y seguimos, y no vemos con antipatía un día por venir en el que sucumbamos adentro de una cancha, comiendo un poco de tierra después de la caída torpe y antes del último estertor. Qué mejor manera de partir, de irse al descenso (a los infiernos): menos hospital, menos enfermeras antipáticas, menos doctores sin compromiso, menos remedios recetados al voleo. No faltará el que diga: este guacho se murió cuando iba ganando, hay que ser ventajero.

martes, marzo 15, 2011


YO NO ME VENDO
Sencillamente me coloco las medias, las championes y salto a la cancha no sin antes hacer la señal de la Santa Cruz y pisar con el pie derecho la primera grama que crece después de la línea de cal. Nada de vendarme como si fuese mismamente la momia ni aplicarme esos linimentos de uso veterinario que te impregnan de un olor muy penetrante pero que no deja de ser agradable. Un compañero de los tantos equipos que integré a lo largo de mi fructífera carrera, solía llevar un masajista particular, munido de una camilla portátil, para masajearlo antes de los partidos. Lo cual me da pie para manifestar que no me gustan los masajes cuando éstos son realizados por personas del sexo masculino. El masaje futbolístico es todo un incordio porque el masajista suele hurgar por zonas problemáticas, si uno aspira a una virilidad sustentable, como son las nalgas. Reconozco que los desgarros nalgares son un riesgo cierto en la trayectoria de un sportsman, aunque no con gran habitualidad. Pero se dan. Ese hurgar con manos peludas por zonas de tan íntimas reminiscencias no me termina de convencer. Bueno, como decía, este muchacho gozaba de una sólida posición económica y solía ir a jugar los partidos con un masajista personal. Pero era un jugador espantoso (el muchacho, no el masajista) y comía banco que daba calambre. Una vez este mediocre futbolista llegó a sugerirle al director técnico que si lo ponía como titular él compraría camisetas para todo el equipo. Como el entrenador se negara, el muchacho siguió comiendo banco hasta que un día explotó. Yo, ese día, casualmente, también estaba en el banco pero porque una lesión en el tobillo me impedía jugar en mi nivel habitual y quedé en situación de reserva por si mi presencia deviniese imprescindible. Pero el otro empezó a gritar y a quejarse porque siempre comía banco. Eran las instancias previas a la brega por lo que le dije que se callara la boca y que se quedara sentado porque no era momento para protestar sino para alentar al compañero ante la inminente competencia. Me dijo que no me metiera, le repliqué que yo me metía todo lo que se me cantaban las pelotas, él repuso que me iba a cagar a trompadas y yo le contesté que no te vas a animar, puto. Lo tuvieron que agarrar entre cuatro. Me hizo acordar a Tupac Amarú porque cada uno de los jugadores suplentes, que se aplicaron a la tarea de amarre, estaba encargado de una extremidad. El conflicto no pasó a mayores. Tal vez, de haber protegido adecuadamente el tobillo, no se hubiese lesionado y hubiese evitado compartir el banco con ese energúmeno que mascullaba insultos vestido con una casaca igual a la mía. Pero yo no me vendo.

viernes, marzo 11, 2011


DEJE DE SER UN PUSILÁNIME ¡ES UNA ORDEN!
He vivido el auge y la decadencia de las publicaciones de autoayuda, incluso yo mismo leí algunos de esos textos; más aun, en ocasiones he aplicado muchas de las naciones allí contenidas. Lo que puedo afirmar sin temor al ridículo es que todos los escritores que escribieron libros de autoayuda se volvieron magnates. Es como si el efecto benefactor de las nociones incluídas en sus mamotretos fuera tan automático que se impregna primero en los propios autores. Dando vuelta el argumento los seguidores de estas literaturas razonan: si funciona para sus autores por qué no lo haría con uno.
En nuestra república también han proliferado los oportunistas que, aun sin ser escritores, escribieron y publicaron libros de autoayuda como es el caso del locutor de broadcastings Ari Pachuli. Su libro se titula El combustible espiritual y puedo asegurar, porque me lo regaló un amigo y lo he leído, que es común y algo aguado. Después el speaker, entusiasmado por las buenas ventas del primero, sacó El combustible espiritual 2, que no es sino una adulteración del primero. Ari se ganó sus buenos pesos y ya está pensando en agregar lavado y engrase. He leído alguna vez que las lecturas new age nacieron en EEUU, como una forma de defender al capitalismo de los vientos revolucionarios surgidos en la década del sesenta. La new age, autoayuda o como quiera que se le llame fomenta la positividad, que es el grado máximo del conformismo, el no hacer nada ante las desgracias y esperar que los buenos momentos vengan solos. Imaginar todo aquello que es bueno porque seguro que se va a cumplir. Tener paciencia, pensar en positivo que el universo se acomoda solo y la fortuna te llega como por arte de birlibirloque. Ese no hacer nada y “pensar en positivo”, como diría Scioli, nos libera de buscar los cursos de acción que podrían revertir la situación de penuria desgraciada. En ese contexto el capitalismo, con sus leyes esclavizantes y el aplastamiento del más débil, con sus exacciones y estraperlos, puede moverse sin contras porque le ha lavado el cerebro al pueblo mediante instrucciones que alientan a aguantar la desdicha e imaginar escenarios de plenitud que se efectivizarán con el simple trámite de llevar imágenes agradables al cerebro. Insisto, lo leí en alguna parte, a mí no se me hubiera ocurrido, soy demasiado simplón. Los libros de autoayuda son creaciones que trabajan sobre un par de nociones y las repiten cambiando las palabras hasta llegar a una cantidad mínima de doscientas páginas. Yo mismo he escrito un libro de esa categoría bajo el seudónimo de Wayne Hay, primer nombre del autor de Tus zonas erróneas y apellido de la autora de Usted puede sanar su vida, respectivamente. Mi trabajo lleva por título: Deje de ser un pusilánime ¡Es una orden! y lo terminé hace cosa de veinte años, en la secreta esperanza de volverme multimillonario. Se trata de un sencillo manual para alcanzar la felicidad en esta vida y en la otra. Ambicioso quizás. Pero mi obra se distanciaba de los conceptos reinantes de aceptación incondicional de la malaria y se plantaba más desde una posición de resistencia. No llegó a interesar a los editores por lo panfletaria y petardista. Un tal Bernardo Stamateas -creo que es psicólogo o cultor de alguna otra seudo ciencia- también escribió un libro de autoayuda que lleva por título Gente tóxica, o algo así, pero me niego a recurrir a Google para confirmar un dato tan nimio. El libro de este vivillo también tuvo la fortuna de convertirse en un best seller –en la Argentina se llama así a aquel libro que vende suficientes ejemplares como para llenar la biblioteca del hall-. Sin embargo, no parece que las instrucciones para mejorar el rendimiento, que Stamateas daba en sus charlas motivadoras a los muchachos del plantel de futbolistas del club atlético Atlas, dieran mucho resultado puesto que el equipo no paraba de perder. Y eso que lo tenían al uruguayo Severino. Eso sí, no existía el riesgo de que los pataduras de Atlas, tratados por el ayudador Stamateas, descendieran puesto que la institución militaba en la última categoría del fútbol argentino –la primera “D”- y más abajo de ella no hay nada, apenas los potreros. No incluyo en esta sucinta reseña al famoso gordito Jorge Bucal porque él copia libros de otros y eso no vale. A una filósofa española le plagió sesenta páginas. No parece gran cosa si pensamos que el libro de Bucal (Shimriti se llama) tiene más de 200 páginas. Vendió más de 100.000 ejemplares. La autoayuda bien entendida empieza por casa.

jueves, marzo 03, 2011


HACIA LAS ELECCIONES GENERALES DEL AÑO 2011. ALGUNAS CUESTIONES EN TORNO A LA PROBLEMÁTICA DE LAS DENOMINADAS LISTAS COLECTORAS.
Gracias a las facilidades que otorga el sistema de las “listas colectoras” hoy la presidente de la Nación está en condiciones de presentarse como candidata para las próximas elecciones, no sólo en la lista de su propio partido, el Frente para la Victoria, sino en cualquier otra sábana que la patrocine en tal carácter aunque no sea de su misma agrupación. Así es como el candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, señor Martin Sabatella ha acogido en su boleta a la presidente, doctora Cristina F. de Kirchner, lo que dio lugar a una variedad de situaciones humanas a las que me voy a referir con la autoridad que me otorga el hecho de pertenecer a la misma generación que los principales involucrados. Hablo casi como si hubiesen sido compañeros del secundario a los que le firmé el guardapolvos y la camisa el último día de clase. Yo sé bien cómo pensaron y piensan los pelados y teñidas de hoy que compartieron mi tiempo juvenil en la época en que había que levantarse para cambiar de canal. A mí no me la van a contar. Yo estuve allí. Yo fui testigo con Arturo Bonín.
El gobernador Scioli, que buscará su propia reelección, se encuentra hoy ante el intríngulis de que, con el sistema de “listas colectoras”, se le restarán votos para su propósito político de renovar el mandato por otro cuatrienio. Esos votos teóricamente se derivarían hacia Sabatella, para el supuesto de que hubiera ciudadanos que desean votar a la actual primera magistrada (que figurará en su lista como candidata a la presidencia) pero que no están de acuerdo con la gestión gubernativa del ex campeón mundial de motonáutica. Pero: ¿qué impacto produjo este tejemaneje electoralista en el fondo insondable del gobernador bonaerense?
Yo tenía un compañero de secundaria (Guillermo) que estaba de novio con otra compañera (del colegio, ahora estamos con la acepción no política del término “compañero”). Dicha compañera, cuyo nombre era Liliana (Lily), cierto viernes de primavera, le comunicó a su novio que el sábado no iría con él al asalto (asalto se llamaba a las fiestas juveniles en las que el chico llevaba la bebida -coca o Fanta- y la chica la comida -emparedados de pan lactal con paté-) Lo peor llegó enseguida del primigenio anuncio: le agregó a Guille que iría al baile con un muchacho del otro quinto. La sorpresa de mi compañero, vecina casa con casa al estupor, estuvo muy bien disimulada porque el muchacho tenía el atributo de la discreción, el anonadamiento, la timidez, o el cálculo. De modo que, si le hizo saber a su novia Lily que no estaba de acuerdo con su conducta, ella no se enteró o tomó nota y pasó a otro tema. El proceder de nuestra compañera dio origen a una polémica que solía llegar a su punto de efervescencia durante las horas muertas que eran las horas libres: algunos denostaban a la chica por la deslealtad que suponía abandonar al novio oficial para salir, aunque fuese por un único asalto, con otro. Y, para peor, del otro quinto. Aquellos que apoyaron a Liliana (muchos de ellos en cumplimiento de la debida lealtad por el beneficio que ella les dispensaba cuando sacaba su brazo de la hoja para que se pudieran copiar) sostenían que no era para tanto, que ella quería salir con el de la otra división porque se comentaba que bailaba maravillosamente el ritmo a go-go, mientras que su novio se había quedado en el twist, ya pasado de moda. La chica sólo quería ser parte de esa máquina de baile que es la pareja danzarina cuando funciona aceitadamente. En el momento en que ello ocurre se despierta la admiración entre los circunstantes y se alimenta la vanidad del veleidoso (o la veleidad del vanidoso). Fuese el acto de Lily legítimo o deleznable, yo he visto llorar a Guillermo en los rincones. Salvo una vez que lo vi llorar en el planetario (que carece de rincones). Cuando le preguntaba que qué le pasaba contestaba que nada. Yo no podía discernir si Guille tenía dignidad o si, por el contrario, era un imbécil de alta gama. Lo que no admite prueba en contrario es que mi compañera Liliana (Lily), con aquella audaz movida, ganó cierta popularidad en algunos muchachos de la otra división (quinto primera) entusiasmados por lo moderno de su comportamiento. Los muchachos de nuestro tiempo comenzaban a simpatizar con el modernismo que había nacido con el Mayo francés y Los Beatles. De la boca para afuera, al principio. Y al final también. A su vez, Liliana (Lily) perdió porciones de consideración en nuestro quinto, dentro del subgrupo de aquellos que juzgaron su perfidia como un serio traspié en el orden moral que hundió a Guille en considerable desasosiego. Mi compañero nunca hacía alusión al suceso. Cada vez que le preguntaba cambiaba de tema o me salía con una respuesta larguísima sobre cualquier otro asunto. Prefería centrarse en lo positivo, siempre mirando hacia adelante. Nunca dio el brazo a torcer.
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