lunes, abril 25, 2011


DOMINGOS ALEGRES
Domingos alegres. Así se llamaba una de las revistas mexicanas que leía en mi niñez. Con expectativa similar a la lectura de una historieta nueva, cuando era gurisito, me levanté el domingo. Repetí los rituales de ablución, compra del Clarín y desayuno, todo antes de salir a jugar al fútbol. Cuando termino de comprar el gran diario argentino un amigo se detiene en la calle, se apea del auto y me saluda. “¿Cómo, no sabés que hoy no hay fútbol? Tienen que resembrar la cancha.” No sé cuántas veces la van a resembrar, pienso, solamente falta que planten unas petunias. Me quedé sin fútbol. Achalay. Bueno, no importa, lo reemplazaré con una salida a correr por ese camino tan bello de mi barrio que me mostrará las últimas manifestaciones florales conviviendo con las primeras hojas amarillas. Y veré a los caballitos que pastan plácidamente en el campo de Los Talas. Aún puede ser un domingo alegre, claro que sí. Que no decaiga. Pero se cruza por la senda, en sentido contrario a mi corretaje, una persona que hace años me perjudicó severamente. Vive por acá, no es inusual que lo vea y cada vez que lo veo lo insulto. Siempre es un insulto breve que jamás responde: basura, estafador, porquería, sinvergüenza, sorete. Pero ahora, que corro con una deuda de oxígeno que no me da como para andar haciendo locuras, no me puedo dar el lujo de hablar porque ni siquiera me saldrían las palabras. Y se me saldrían los ojos. Acudo a un recurso de algunas películas gauchescas, o bien de malevos, y que sirve como manifestación de desdén o juramento de venganza: escupo al suelo. Algo es algo. Pero ya me amargó esa parte tan valiosa de la mañana y me confirmó de que vivo con una interesante carga de rencor. Domingos no tan alegres. Al mediodía la familia se reúne para celebrar la Pascua, mi cuñada preparará una cazuela de mariscos que ni en El Buli. Mi cuñado habilita una garrafa en el fondo que insuflará gas, al través de un caño de goma, a un brasero de campaña. Allí se colocará la cazuela donde en contados minutos se arrojarán, como clavadistas mexicanos, a los tiernos berberechos, los enconchados mejillones, los rosados langostinos, las sugerentes cholgas, y las emilios vieyras. Empero, por una infortunada maniobra, el caño de goma fue acercado demasiado al fuego, se quemó y se echó a perder, con grave riesgo de fuga de gas y ulterior explosión en el vecindario. Entretanto mi suegro había encargado para las doce una picada en un lugar donde las preparan con maestría para beneficio del colesterol malo. Pero a las doce y veinte no había novedades. Tampoco a las y media. Todos sabemos lo mal que le puede caer a una persona de más ochenta años, con trayectoria inobjetablemente límpida, donde la palabra suponía por sí misma un crédito a sola firma, una informalidad de esa clase. Doce treinta y ocho, y nada. Mi suegro nervioso, mi cuñado culpaba a mi cuñada por la torpeza de haber acercado el conducto de goma a la llama. Si esto es alegre prefiero ser Alejandra Pizarnik un domingo a la tarde. Voy a buscar la picada al negocio de manera de neutralizar la dilación que a mi suegro emputecía.
-Mi suegro había encargado una picada. –le digo a quien me atiende, con sequedad-.
-Ah, sí. Acá está.
-Pero… ¿No habían quedado en llevarla a su casa?
-Es que mi marido viajó a Córdoba.
-¿Y por qué no le avisó?
-Es que viajó a Córdoba…
-Ah, un viaje de último momento.
-Nooo, viajó el jueves.

Domingo no tan alegre. Me quitaron el fútbol y me encontré con el execrable demonio que me perjudicó. Pero la picada se comió, la cazuela se cocinó en la cocina de adentro y santas pascuas. Empate 2 a 2. Pero un empate cuando estás en zona de promoción no sirve de mucho.

jueves, abril 21, 2011


CHISTES (I)
Un hombre está en el cine viendo el noticiero previo a la película. Ahora se observa en la pantalla un acto político donde hay varios diputados y senadores. El hombre dice para sí: “Estos políticos son unos asaltantes” Otro tipo, sentado al lado del primero, le objeta enojado: “¡No le permito!” El primer hombre se disculpa: “perdón, no sabía que el señor es político” y el ofendido le contesta: “No. Soy asaltante”.
Un comediante judío le dice a un sacerdote: “necesito hablarle sobre un amigo mío. El era católico pero se convirtió al judaísmo y creo que lo hizo para poder contar chistes de judíos. El sacerdote deduce: “Claro, eso lo ofende como judío”. El comediante judío contesta: “No, me ofende como comediante”.
Entre un chiste y otro pasaron cincuenta años. El primero es una situación que transcurre en la película de 1940 El haragán de la familia del gran actor Pepe Arias. El segundo es una escena de la serie norteamericana de los noventas Seinfeld. El mecanismo es similar. El humor es como una rueda, funciona tanto en un Ford T como en el último modelo de Ferrari. Algunos chistes necesitan de un poco de información (también llamada cultura) previa del oyente. El que sigue es de la película argentina de 1950 Piantadino, protagonizada por otro grande: Pepe Iglesias “El Zorro”. El hombre va a visitar a un amigo que está hospitalizado. En la cama de al lado del enfermo hay un inglés. Ambos pacientes iban en un avión que se vino abajo. El inglés está todo vendado, desde los pies hasta la cabeza. El visitante le consulta al accidentado argentino cómo está, y éste le contesta que está destrozado de los músculos.
-¿Y el inglés? –pregunta el visitante-.
-El inglés, de los huesos.
Algunos chistes se desactualizan por el paso del tiempo, como los automóviles -pero no como las ruedas-. Si alguien se acuerda de la sastrería Braudo, esta maldición, tambien de la película Piantadino que El Zorro le echa a otro funciona muy bien:
-Ojalá que te compres un traje con dos pantalones y se te rompa el saco.

jueves, abril 14, 2011


TE AMO
Los hombres de mi generación no acostumbrábamos a decirles te amo a las mujeres. En casos extremos y cuando era imprescindible les lanzábamos un más presentable te quiero. Pero te amo no se escuchaba ni siquiera en las novelas de la tarde. Es una terminología que podríamos llamar posmoderna y gay. Ni que hablar cuando nos referimos a alguien como “el amor de mi vida”. En los programas de tevé, ya sean reálitis o debates sobre la “problemática” de la pareja, suele escucharse la frase “sos el amor de mi vida” (generalmente cuando el hombre necesita revertir una macana grande que se mandó) ¡Gay! ¡Mil veces gay! En este último caso con el agregado de grasa, lo que lo disfavorece aun más. Pero mejor quitemos el adjetivo gay porque este trabajo podría ser tachado de homofóbico (o podría ser tachado) y somos todos contestes en que la homosexualidad es una elección sexual como cualquier otra.
Volviendo al tema, he afirmado que, cuando era necesario, el hombre de mi tiempo prefería decir te quiero. Aunque las acciones siempre tienen más valor que las declaraciones. Yo cuando me le declaré a mi novia no le dije te amo, ni siquiera te quiero, le di un beso en los labios que selló nuestro amor sin necesidad de palabras. ¡Gay! ¡Oración gay!
George Costanza, en un capítulo de la serie norteamericana Seinfeld, está enamorado de una chica y toma la decisión de decirle la frase suprema: I love you (te amo). Pero tiene la poca fortuna de que, en el momento en que la pronuncia, ella, que estaba pensando en otra cosa, le dice: Tengo hambre, busquemos algo para comer… La chica no ha escuchado a George y él ya no podrá decirlo más. Nadie más que él sabe el esfuerzo enorme que supuso expresar su sentimiento de una manera tan definitiva. Es cierto que George es un personaje algo especial: nunca ha dicho te amo.
“¿Nunca dijiste te amo?”, le pregunta Jerry sorprendido. Y George contesta “si. A mi perro. Se lamió y se fue del cuarto.” En fin, creo que me fui de tema.
El punto central de mi ponencia es que los hombres no nos sentimos cómodos cuando decimos te amo (y tampoco cuando regalamos flores). En nuestra patria siempre fue así hasta no hace mucho. En la época en que mi corazón nació al amor (¡frase gay!) se decía simplemente te quiero. En la hermosa canción de aquel tiempo “Hoy será una noche excepcional”, compuesta por Quique Villanueva e interpretada por Raúl Pavadoni, podemos escuchar: Hoy será una noche excepcional, Iremos juntos a bailar, Será una noche excepcional, Podré decirte que te quiero, Te quiero, ¡Te quiero! Obsérvese que el cantor canta te quiero, nada de te amo ni boñigas de buey. Y la poética de la composición no pierde un ápice de su lirismo. Ni la cantidad de enamorados por metro cuadrado disminuía por no decir te amo.
Con afecto. Julio.

viernes, abril 08, 2011

ESCANDALO BANCARIO

Yo estaba en el banco cumpliendo un trámite relacionado con mi tarjeta de crédito sin imaginar los sucesos que se desencadenarían a los pocos minutos con la fuerza de una deflagración. Mientras leía las cláusulas de cierta papeleta vi pasar con su habitual soltura a mi amigo E. (foto), caminando con la premura propia de un profesor de educación física. Yo continuaba en el tratamiento de mis asuntos cuando lo vi sentarse en la silla de uno de los boxes frente al escritorio donde se encontraba una funcionaria del banco. Mientras daba pronto despacho a las secuelas de mi tramitación observé que mi amigo E., a través del cristal o policarbonato que constituía la pared del cubículo, en donde el drama estaba pronto a materializarse, digamos a no más de siete metros, que mi amigo E., reitero, comenzaba a mover sus brazos como aspas de un artefacto volador. Allí había una tensión, un conflicto, una pugna de posiciones, circunstancia que confirmé cuando vi la cara de pánico de la chica. Son tiempos de mucho nerviosismo en los bancos. Los empleados de banco temen, en primer lugar, los robos, y en segundo las reacciones desmedidas de los clientes ante cualesquiera de las variadas, inadmisibles e indignantes atropellos de los que dichas instituciones nos hacen objeto. En la carita de pánico de la chica había también un vislumbre, creería yo, de cola de paja corporativa. Mientras yo continuaba completando casilleros en variados formularios vi cómo mi amigo se levantó de su silla, la izó hasta la altura de sus ojos y la arrojó contra el piso. La escena era tremendamente violenta pero no ruidosa puesto que el piso estaba alfombrado. Al pronto se aproximó el muchacho de la seguridad privada. Dejé en suspenso el llenado de los vacíos en los papeles que tenía ante mí y apuré mis pasos hacia el núcleo del disturbio. Ahora mi amigo E. gritaba:
-¡Quiero que me den mi plata! ¡Este billete falso me lo dio el banco! ¡Quiero mi billete auténtico o rompo todo!
-¡E.! –intervine-. Tranquilizate, E.(ito), que va a venir la policía.
-¡Me importa un carajo la policía! Yo quiero mi plata. El billete falso me lo dieron acá.
Parece que la chica le había dicho antes que se jorobara si no había revisado la plata cuando se la entregaron en la caja. Deduje esto por cuanto E. gritó:
-¡Me dieron piiip pesos! ¡Cómo quieren que me fije billete por billete!.
(Por discreción intercalé un pip cuando mi amigo E. comunicaba la cantidad total del dinero retirado. En cualquier caso se trataba de una suma suficiente como para que la indolencia lo inhibiera de contarla. Mi amigo E. estaba al borde de una crisis histérica, la voz le salía temblorosa, se babeaba, parecía que en cualquier momento rompería a llorar. Lo tomé de los brazos y le pedí que se calmara.
-¡No me calmo un carajo! ¡Quiero mi plata!
El joven de la seguridad privada quiso intervenir pero eso violentó más a mi amigo E.
-¡Voy a romper todo el banco! –bramaba-
Le dije, emulando a Daniel Tinayre en aquella ocasión en que su esposa Mirtha gritó ¡Carajo-mierda!:
-¡Te pegjudicás! E.(ito), como abogado te recomiendo que te tranquilices porque va a venir la policía y te va a meter preso…
-¡Me importa un carajo que me metan preso! ¡Que vengan que los cago a palos a todos!
-...y exigí con buenos modos que venga el gerente porque es su obligación.

Resumo: mi amigo E. volvió a su asiento y yo a la culminación del trámite que había dejado interrupto. Desde mi posición originaria ahora veía a mi amigo mover los brazos pero con menos ampulosidad y siempre enarbolando su billete falso de cien.

martes, abril 05, 2011


CÓMO SUPERÉ UN DEPLORABLE DESORDEN DE LA PSIQUE.

Hace pocos años viajé a la Patagonia junto a mi primera esposa en uso y goce de un premio literario que me fuera otorgado tras obtener el primer puesto con un cuento magnífico. No recuerdo bien el año pero sí que una rotisería en Plaza Huincul, provincia del Neuquén, ofrecía pollo al horno entero a $ 17,90. El centro de Plaza Huincul es pequeño al punto que cuando le avisé a mi mujer mirá, Plaza Hincul, y ella , que estaba distraída en su lectura, me preguntó ¿qué?, yo le contesté: nada. El centro de Plaza Huincul se había quitado de nuestra visión en un periquete. También recuerdo que era el día de la primavera, con seis grados de temperatura. Y que en la pantalla plana del micro daban un filme de romanos. Pocas cosas peores que una película de romanos hecha por norteamericanos. Mi señora dormía. La segunda película era bastante superior, se llamaba El Ilusionista con Edward Norton. Nunca veo películas en micros, y menos en el estado en que me encontraba, con el ánimo aborrascado por un canguelo que venía de años. Como para andar viendo peliculitas estaba. Pero lo peor de este asunto de las películas fue cuando pasaron una muy mala de John Travolta. En un momento la gente veía hermosos paisajes en la pantalla como ser una imponente montaña nevada en Albuquerque, Nueva México, EEUU, ¡Y a derecha teníamos de cuerpo presente los imponentes Andes nevados, tan al alcance de la mano, y del espíritu, que casi podíamos escarbar con nuestro vaso plástico un poco de hielo de sus laderas para acompañar nuestros whiskys! ¡Y los paparulos mirando la película! En cualquier caso, un caliginoso mal me impedía quitar la mente de la tiniebla que nublaba mi razón y empalidecía mi dicha. Qué picardía, íbamos rumbo a regiones en donde la paz se encuentra en estado silvestre pero yo no podía, todavía, palpitar el disfrute promesado. La transportación se llevó a cabo en un moderno bus que tiene las comodidades como para que las casi veinte horas de viaje parezcan menos de un día. Por ejemplo, las butacas se vuelven cama y uno puede dormir casi como en su propia litera después de leer un poco de literatura. La empresa transportadora sirve cuatro comidas y también copetines, entremeses, tentempiés y piscolabis, todos los cuales hacen placentero el viaje y prometedores los días por venir. Las azafatas entregan las vituallas en bandejas de plástico extrusado con un agujero en el costado donde encastrar los vasos de bebida. Pero si involuntariamente se ejerce presión desde la parte inferior al envase de telgopor, éste se eleva, pierde su contención dentro del orificio y vuelca su propio contenido. Eso me ocurrió: la naranjada fría terminó arriba de mi pantalón, traspasó la tela y congeló mis bolas. El remojón no tardó en secarse gracias a la temperatura propia del paquete escrotal, siempre más alta que el resto del cuerpo. En cualquier caso, eran todos problemas mínimos ante la omnipresencia del Gran Problema que aniquilaba mis posibilidades. Afuera, vegetación rala, cerrillos no muy altos, presencia de macachines. La fábrica de Loma Negra. Llegamos a Zapala, salimos de Zapala. Mirá, mi amor, Zapala, no importa, ya pasó. Alguna vez alguien me deseó que hiciera la conscripción aquí. Ya se empezaban a columbrar las montañas nevadas.
Pero mi urgencia pasaba por curar sin medicinas un padecimiento para el cual el crucero a San Martín de los Andes, nuestro destino final, podría suponer un test para mi sanación. O una evidencia de la desmejora. Los micros de ahora carecen de aberturas, excepto la entrada y la salida de emergencia, son herméticos, no existe el concepto de ventanilla tal y como lo conocemos desde niños. Primera consecuencia: ya no se ven más escenas en las que el enamorado toma a su prenda de la mano, que se estira hasta la tupacamaruzación desde dentro del transporte, la retiene y la besa todo el tiempo que puede mientras el ómnibus comienza a egresar lentamente de la dársena: Adiós amor mío, no me llores por favor, volveré antes de que de los sauces caigan las hojas ¡Piensa en mí! ¡Volveré a por ti! Bueno, de eso ya no hay más. Conformémonos con boquear un te amo a través de ese vidrio de pecera. Toquen el cristal y hagan coincidir las palmas como en locutorio de penitenciaría. Poco más que eso.
La imposibilidad de abrir la ventanilla es lo que primero me provoca un aumento de la sudoración, aceleración de los latidos, hiperventilación, temblores y náusea, todos anunciadores de una nueva crisis. Esa sensación de ser un Houdini adentro de una cuba llena de agua, herméticamente cerrada. Y que no encuentra el llavín. La claustrofobia. La maldita claustrofobia. Me había jurado, nada más partir de la terminal, que ello no sería un impedimento para un viaje tan soñado y me propuse aguantar el aprisionamiento a como diera lugar. ¿Pero qué pasa cuando una urgencia de aquellas que no se solucionan llamando al 911 surge de lo profundo como consecuencia directa de tanto copetín, entremés, tentempié, y piscolabis? ¡Doble claustrofobia! ¡Claustrofobia al cuadrado! Además del encierro hermético, que era el encierro primigenio del microomnibus, ahora, como mamushka del infierno, necesitaba embutirme adentro de uno de esos habitáculos donde inodoro y lavatorio viven en intolerable ayuntamiento hasta casi confundirse. Mi mujer me acompañó hasta el WC y me tuvo la puerta para que no se cerrara. Eso atemperó en modesta medida los alcances de mi pavorosa perturbación. Para la siguiente excursión al diminuto excusado le dije a mi esposa: yo puedo, quedate, ¡yo puedo! Y pude, pude, Dios sabe que pude. Ese fue el comienzo de mi cura. Eso sí, cuando pisé el suelo de San Martín me hinqué para besarlo como si fuera propiamente un papa(natas).

Fotos: a) Cuando el micro hizo una parada en Cipolletti me bajé para dar una vuelta a la manzana. b)Mi mujer.
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