ESCANDALO BANCARIO
Yo estaba en el banco cumpliendo un trámite relacionado con mi tarjeta de crédito sin imaginar los sucesos que se desencadenarían a los pocos minutos con la fuerza de una deflagración. Mientras leía las cláusulas de cierta papeleta vi pasar con su habitual soltura a mi amigo E. (foto), caminando con la premura propia de un profesor de educación física. Yo continuaba en el tratamiento de mis asuntos cuando lo vi sentarse en la silla de uno de los boxes frente al escritorio donde se encontraba una funcionaria del banco. Mientras daba pronto despacho a las secuelas de mi tramitación observé que mi amigo E., a través del cristal o policarbonato que constituía la pared del cubículo, en donde el drama estaba pronto a materializarse, digamos a no más de siete metros, que mi amigo E., reitero, comenzaba a mover sus brazos como aspas de un artefacto volador. Allí había una tensión, un conflicto, una pugna de posiciones, circunstancia que confirmé cuando vi la cara de pánico de la chica. Son tiempos de mucho nerviosismo en los bancos. Los empleados de banco temen, en primer lugar, los robos, y en segundo las reacciones desmedidas de los clientes ante cualesquiera de las variadas, inadmisibles e indignantes atropellos de los que dichas instituciones nos hacen objeto. En la carita de pánico de la chica había también un vislumbre, creería yo, de cola de paja corporativa. Mientras yo continuaba completando casilleros en variados formularios vi cómo mi amigo se levantó de su silla, la izó hasta la altura de sus ojos y la arrojó contra el piso. La escena era tremendamente violenta pero no ruidosa puesto que el piso estaba alfombrado. Al pronto se aproximó el muchacho de la seguridad privada. Dejé en suspenso el llenado de los vacíos en los papeles que tenía ante mí y apuré mis pasos hacia el núcleo del disturbio. Ahora mi amigo E. gritaba:
-¡Quiero que me den mi plata! ¡Este billete falso me lo dio el banco! ¡Quiero mi billete auténtico o rompo todo!
-¡E.! –intervine-. Tranquilizate, E.(ito), que va a venir la policía.
-¡Me importa un carajo la policía! Yo quiero mi plata. El billete falso me lo dieron acá.
Parece que la chica le había dicho antes que se jorobara si no había revisado la plata cuando se la entregaron en la caja. Deduje esto por cuanto E. gritó:
-¡Me dieron piiip pesos! ¡Cómo quieren que me fije billete por billete!.
(Por discreción intercalé un pip cuando mi amigo E. comunicaba la cantidad total del dinero retirado. En cualquier caso se trataba de una suma suficiente como para que la indolencia lo inhibiera de contarla. Mi amigo E. estaba al borde de una crisis histérica, la voz le salía temblorosa, se babeaba, parecía que en cualquier momento rompería a llorar. Lo tomé de los brazos y le pedí que se calmara.
-¡No me calmo un carajo! ¡Quiero mi plata!
El joven de la seguridad privada quiso intervenir pero eso violentó más a mi amigo E.
-¡Voy a romper todo el banco! –bramaba-
Le dije, emulando a Daniel Tinayre en aquella ocasión en que su esposa Mirtha gritó ¡Carajo-mierda!:
-¡Te pegjudicás! E.(ito), como abogado te recomiendo que te tranquilices porque va a venir la policía y te va a meter preso…
-¡Me importa un carajo que me metan preso! ¡Que vengan que los cago a palos a todos!
-...y exigí con buenos modos que venga el gerente porque es su obligación.
Resumo: mi amigo E. volvió a su asiento y yo a la culminación del trámite que había dejado interrupto. Desde mi posición originaria ahora veía a mi amigo mover los brazos pero con menos ampulosidad y siempre enarbolando su billete falso de cien.
Yo estaba en el banco cumpliendo un trámite relacionado con mi tarjeta de crédito sin imaginar los sucesos que se desencadenarían a los pocos minutos con la fuerza de una deflagración. Mientras leía las cláusulas de cierta papeleta vi pasar con su habitual soltura a mi amigo E. (foto), caminando con la premura propia de un profesor de educación física. Yo continuaba en el tratamiento de mis asuntos cuando lo vi sentarse en la silla de uno de los boxes frente al escritorio donde se encontraba una funcionaria del banco. Mientras daba pronto despacho a las secuelas de mi tramitación observé que mi amigo E., a través del cristal o policarbonato que constituía la pared del cubículo, en donde el drama estaba pronto a materializarse, digamos a no más de siete metros, que mi amigo E., reitero, comenzaba a mover sus brazos como aspas de un artefacto volador. Allí había una tensión, un conflicto, una pugna de posiciones, circunstancia que confirmé cuando vi la cara de pánico de la chica. Son tiempos de mucho nerviosismo en los bancos. Los empleados de banco temen, en primer lugar, los robos, y en segundo las reacciones desmedidas de los clientes ante cualesquiera de las variadas, inadmisibles e indignantes atropellos de los que dichas instituciones nos hacen objeto. En la carita de pánico de la chica había también un vislumbre, creería yo, de cola de paja corporativa. Mientras yo continuaba completando casilleros en variados formularios vi cómo mi amigo se levantó de su silla, la izó hasta la altura de sus ojos y la arrojó contra el piso. La escena era tremendamente violenta pero no ruidosa puesto que el piso estaba alfombrado. Al pronto se aproximó el muchacho de la seguridad privada. Dejé en suspenso el llenado de los vacíos en los papeles que tenía ante mí y apuré mis pasos hacia el núcleo del disturbio. Ahora mi amigo E. gritaba:
-¡Quiero que me den mi plata! ¡Este billete falso me lo dio el banco! ¡Quiero mi billete auténtico o rompo todo!
-¡E.! –intervine-. Tranquilizate, E.(ito), que va a venir la policía.
-¡Me importa un carajo la policía! Yo quiero mi plata. El billete falso me lo dieron acá.
Parece que la chica le había dicho antes que se jorobara si no había revisado la plata cuando se la entregaron en la caja. Deduje esto por cuanto E. gritó:
-¡Me dieron piiip pesos! ¡Cómo quieren que me fije billete por billete!.
(Por discreción intercalé un pip cuando mi amigo E. comunicaba la cantidad total del dinero retirado. En cualquier caso se trataba de una suma suficiente como para que la indolencia lo inhibiera de contarla. Mi amigo E. estaba al borde de una crisis histérica, la voz le salía temblorosa, se babeaba, parecía que en cualquier momento rompería a llorar. Lo tomé de los brazos y le pedí que se calmara.
-¡No me calmo un carajo! ¡Quiero mi plata!
El joven de la seguridad privada quiso intervenir pero eso violentó más a mi amigo E.
-¡Voy a romper todo el banco! –bramaba-
Le dije, emulando a Daniel Tinayre en aquella ocasión en que su esposa Mirtha gritó ¡Carajo-mierda!:
-¡Te pegjudicás! E.(ito), como abogado te recomiendo que te tranquilices porque va a venir la policía y te va a meter preso…
-¡Me importa un carajo que me metan preso! ¡Que vengan que los cago a palos a todos!
-...y exigí con buenos modos que venga el gerente porque es su obligación.
Resumo: mi amigo E. volvió a su asiento y yo a la culminación del trámite que había dejado interrupto. Desde mi posición originaria ahora veía a mi amigo mover los brazos pero con menos ampulosidad y siempre enarbolando su billete falso de cien.
11 Comments:
el apellido empieza con o?
H
Qué momento !!!! pero esta historia debe tener un final , invitó a la empleada a salir ?, lo recibió el gerente?, vino la policía? la silla, se rompió y la pagó con los 100 truchos? o le reconocieron la trampa y el empleado infiel fue despedido ?. Cuente por favor!!!
Para mí EH tiene que volver a jugar al medio y olvidarse del arco.
Siempre pensé que empezaba con o.
y tambien que le faltan un par de players.
puede haber una segunda parte.
A veces juega con 9, sí.
Los bancos son el Mal.
En realidad, 50% del mismo.
El resto son las compañías de seguros.
Digalé a E. que mejor se dedique al fulbo, por lo menos los compañeros lo contienen... la empleada llama al seguranza, lo agarran de las pestañas y lo ponen de patitas en la caye.
Eso es lo que ocurrió y E. (ito) se fue con su billete falso haciéndolo un rollito para darle el único destino posible.
PAPILLON ?
y el banco de la misma nacionalidad. Eso es coherencia
Esto le pasa a nuestro E. por no confiar en nuestras financierqas autoctonas y proteger sus ahorros en manos extranjeras.
Le recomendaria una autoctona que con su solo nombre indica seriedad y confianza"TEGARCONLINE".
Y, de tener un evento como el relatado por ud. con la claridad que lo hace celebre,la solucion es inmediata aplicando la sentencia:
"Que parezca un accidente" cordiales saludos ,emeceache
Eso es lo quería E. cuando arrojó la silla
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