viernes, diciembre 14, 2012

DIARIO DEL GRAN VIAJE (DIARY OF THE BIG TOUR) SEPTIMA PARTE SEPTIMA PARTE LOS ROSARIOS DEL VATICANO La señora Antonella, digna guía italiana de nuestro tour por Roma (capital de Italia) hace mención ahora a los rosarios del Vaticano, que los hay de madera, de plástico, etc. Se cae de obvio el discurso y eso amengua el interés. De casi cualquier objeto los hay de plástico, de madera, de feldespato. Los hay de plata, de piedras y de cristales. Si, y de oro también debe haber. Dime algo que no sepa. Pero entre tantos rosarios –continúa- hay dos en particular que son famosísimos y preciosísimos porque son realizados con una técnica particular, prensando la madera de dos flores, mezclando sus pétalos. El más famoso es el de pétalo de rosas. El rosario en realidad se llama Corona. ¿E perqué? Porque San Francisco solía rezar con una corona con pelotitas hechas en pétalos de rosas. Yo no puedo evitar imaginar –y discúlpeseme la herejía si el pensamiento lo fuera- en San Francisco rezando mientras se bebe una botellita de cerveza fresquecita marca Corona. Perdón una vez más. Y de la rosa, culmina Antonella, nació el Rosario. Rosa-rosario. Aparte del rosario de pétalo de rosas está el de jazmines, que también es precioso y que tiene, precisamente, esa fragancia. La escuela de arte garantiza el perfume de los dos rosarios hasta quince años pero pueden oler un tiempito más. Claro que hablando de los originales. No de los que se consiguen en cualquier parte, que son los chinos. Esos son de una madera cualquiera y le echan una esencia para que se impregne el rosario. Ese perfume dura lo que un pez de hielo en un whisky on the rock. Nada dura. Informa la italiana que hay unas medallas y cruces para recordar el pontificado del que ella considera el Papa más querido del siglo pasado, don Juan Pablo Secundus, el papa viajero. Esa cruz y esa medalla se llaman “De la paz” porque durante su pontificado, 26 años y unos meses, en cualquier ceremonia el Papa nunca se olvidaba de hablar de la paz, que hoy día, desdichadamente, falta en muchas partes en el mundo. Creo que en cualquier discurso papal figura la tan meneada palabra porque cuadra perfectamente con la actividad propia del pontificado, de qué va a hablar, ¿de fútbol? Si Antonella lo va a elogiar que lo haga por méritos reales y asequibles como cuando mandó al cardenal Samoré para que mediara entre la Argentina y Chile en tiempos en que estos dos pueblos, sometidos por sendas dictaduras, estuvieron a punto de ir a la guerra, y no porque quisieran sino porque eran rehenes de los militares. Ahí sí hay un mérito valedero de Juan Paulo Secundus. Bien ahí. Y precisamente vamos en dirección al Vaticano que está al fondo de la vía de la Conciliazione. Y en este momento, al llegar a la Piazza San Pietro nos apeamos. ROMA PERO CAMINANDO Al llegar a Piazza San Pedro la coordinadora-guía, señora Maricarmen, con quien tuvimos el altercado tan nefando temprano a la mañana, lo recordarán todos los que siguen la atenta lectura de este diario, a todos aquellos que no queríamos seguir el tour con las visitas a los museos, nos bajó del micro y quedamos en la plaza redonda por donde se entra a la Basílica de San Pietro (Pedro). Eran las diez y media de la mañana del sábado sin nubes. Había una cola muy importante esperando para entrar en la basílica y no me veía haciendo una fila tan larga. Bastante habíamos visto ya de iglesias y basílicas. Bastantes filas hicimos para cumplir los trámites de Migraciones. Yo antes que un museo prefiero ver las calles y las gentes en ellas. Con ese día sublime no quería estar bajo techo. E., cuando bajamos del bus, sintió alguna inquietud al quedar afuera de la nave nodriza. Quedábamos los dos sin bus, sin guía, sin compañeros amorosos, a nuestra ventura y nuestro aire. Yo me sentía libre como el ave que escapó de la prisión y quería caminar, caminar. Caminare, andare. Gozar del caminare y del andare. Gozar del andare fachile. Como si tuviera propiamente suelas Vibram. Conseguimos un mapa de Roma y un informador del turismo nos marcó con marcador verde el trayecto que había que hacer para ir de la Piazza San Pietro, donde estábamos hasta el Coliseo (Colosseo), no porque necesariamente quisiéramos volver a ese estadio tan deteriorado sino porque enfrente estaba la estación de tren-subte que nos llevaba directamente a la estación Basílica de San Paolo, lugar donde debíamos apearnos del transporte y caminar tan solo tres cuadras hasta el hotel Oly donde estábamos alojados. Dieron las campanadas de las diez y media. E. consultó al chofer de una unitá mobile de reanimazione (ambulancia) que le dio explicaciones calmantes. Finalmente hicimos un paseo bello por Roma. Primero caminamos por la vía Della Conciliazione, pasamos por Castel San Angelo, o mausoleo de Adriano, ahí a pocos metros del Estado Vaticano. En ese castillo supo vivir el papa Borgia, un hombre bastante libertino. Llegamos al puente que atravesaba el río Tiber, a la altura del edificio Della Corte di Cassazione (Corte de Casación). El puente se llama Umberto I, es peatonal y su balaustrada es de mármol. Sale música árabe pop de algún parlante, manteros venden coberturas para blacberrys y otras fruslerías. Turistas de todas partes del mundo. ¿Cómo distinguir acá a un turista? Tienen cámaras fotográficas, camisas muy coloridas y son gordos/as. De allí caminamos hasta Piazza Navona donde me aboqué, antes de dedicarme a disfrutar sus bellezas, a buscar un baño porque teníamos ganas. No había baño público. Me metí en la iglesia Santa María Dell’anima en busca de un WC pensando que un buen servicio para los feligreses, además del propiamente espiritual, sería que dispusieran de un lugar para descargar sus riñones anche intestinos. Pero no. La imponencia de la iglesia se contradecía con la inexistencia de un miserable mingitorio. Salí a darle la mala noticia a mi actual mujer que esperaba sentada en la fuente de Bernini, que así se llama porque la diseñó el señor Bernini, cerca de donde una chica tocaba con su acordeón una canción argentina, quizás un tango. Pero necesitábamos un baño que al fin, y gracias a Bernini, encontramos debajo de la tierra, bajando unas escaleras como si fuésemos a un subte. Allí, previo pago de dos euros, usamos del baño de damas que, por rotura del de caballeros, se había convertido en baño unisex. A partir de allí todo se tornó más sencillo y continuamos nuestra caminata por unas callejuelas realmente bellas (belas), pletóricas de lugares para comer, trattorías, con gente que parecía tener completamente olvidada la crisis de la que tanto se habla en Europa, en aquella mañana soleada y calurosa. Llegamos a la fuente de Trevi (Fontana di Trevi) y nos sacamos la foto tirando las monedas y pidiendo para poder volver otra vez. La fuente fue el escenario de la celebérrima escena de la película La Dolce Vita de Federico Fellini, donde la actriz sueca Anita Ekberg se introduce y se baña vestida. Mastroianni, desde afuera, observa ligeramente excitado. Y ella, rubia exuberante de pechos trascendentes, le dice: ¡Marcello, come here, hurry up! Marcelo no puede más de la cachondez y dice algo así como ¡masí!, se quita el calzado y se mete en la Fontana di Trevi. El filme es de 1960, yo era un purrete así que no me dejaban ni ver el afiche que pegan en las puertas del cine. La zona estaba llena de gente apretujada intentando arrojar monedas y sacarse fotos, en lo posible cuando el vintén girara en el aire antes de hundirse en el espejo acuático. Enfrente a la fuente hay un negocio de vestimenta. Entramos y compramos una camiseta de fútbol del Barcelona con el nombre MESSI adherido a la espalda. Seguimos de ahí caminando por las bellísimas y angostas calles con sus antiguos edificios, sus adoquinados, sus iglesias, sus plazas. El color del travertino en sus fuentes. Los precios de los restaurantes parecían caros. No perdíamos de vista que nuestro destino final era el Coliseo (Colosseo) y en especial la estación Coliseo (Colosseo) Llegamos a la Vía del Corso, una arteria comercial de dos manos que nos invitó a entrar en algunas de sus tiendas. E. estaba abocada, ahora, a la búsqueda de la camiseta del Inter que tuviese en la espalda el apellido de Palacios, sin saber ninguno de los dos que el pibe que jugara alguna vez en Boca, era casi un desconocido en su propio club, el Internazionale di Milano y que apenas había jugado unos pocos partidos. Había, sí, muchas camisetas con el apellido Nagatomo en la espalda. Pero Palacios no. Seguimos caminando, siempre por la Vía del Corso, nombre que encuentra su origen en que allí se celebraban los carnavales por iniciativa de un papa bastante aficionado al jolgorio llamado Pablo II. Su Santidad sacó las carnavales que se hacían en Piazza Navona, por donde estuvimos antes e hicimos pipí, y los llevó a la vía del Corso. Caminando por dicha avenida llegamos a Piazza Venezia donde está el monumento a Vittorio Emanuele II (sicondo), primer rey de la Italia unificada como ha quedado dicho en un tramo anterior de este querido diario. Dicho monumento se encuentra, más precisamente entre la piazza Venecia y la colina capitolina. ¿Ha capito? Non. O.K. Allí decidimos hacer un alto para almorzar. El mediodía estaba glorioso y ya se veía al fondo el Coliseo (Colosseo) y la estación del metrebus, que era lo que realmente importaba. Antes de detenernos para comer E. se tropezó con la gravilla resbalosa y se cayó al suelo, lastimándose un pie y torciéndose un tobillo. El problema es que habíamos comprado, en uno de esos camioncitos parecidos a los que hay en Montevideo, donde te venden salchichas Cattivelli., habíamos comprado, decía, dos sándwiches (Panini), un agua y una cerveza marca Peroni para comerlos en la plaza. Para ser exactos era una plazoletita que vendría a estar enfrente de la Piazza y que quedaba, a su vez, enfrente de un edificio antiquísimo llamado Palazzo Venezia. Lo que ocurrió es que, cuando E. se resbaló con el ripio teníamos la comida y la bebida en las manos de modo que ni ella pudo hacer maniobras defensivas ni yo ayudarla a no caerse, a riesgo de tirar a la merda los emparedados y las bebidas, en especial la cerveza Peroni. Después del accidente comimos placenteramente aunque con la duda en E, de si, por la caída reciente se le haría dificultoso el desplazamiento posterior. Agradables momentos alimentándonos y mirando ese palazzo donde precisamente vivió el aludido papa Pablo II, picarón. De hecho el edificio fue construído para él. Allí solía ver desde los balcones los carnavales que se realizaban en la vía del Corso y las carreras de caballos, asnos y personas. Y mandaba a sus sirvientes a tirar monedas a los romanos que las recibían con beneplácito. A este papa le gustaba más vivir acá, y digo acá porque estamos a un tiro de piedra del palazzo revestido con, sí, travertino. Digo que le gustaba más vivir acá que en el Vaticano porque allí había mal olor debido a la cercanía con el río Tiber (Tevere). Qué lindo que estaba el sábado, el sol entibiaba, y después calentaba, así que me quité el sweater. Y llegamos por fin al Coliseo (Colosseo), caminando por lo que vendría a ser la continuación de Vía del Corso pero que ahora se llamaba Vía dei Fori Imperiali. Una vez en el stadium nos metimos en la estación de esa mezcla de tren y subte, que se llama Metrebus Roma. Por un euro con cincuenta cada boleto fuimos desde la estación Colosseo hasta Basílica de San Paolo que es donde debíamos apearnos porque a poquitos metros estaba nuestra casa italiana, el hotel OLY. Una voz por los altoparlantes del vagón, voz dulce y femenina, sumada a otra masculina, que hace una apoyatura, como si estuviesen cantando a dos voces, nos indican las estaciones. Eran unas pocas estaciones y nos entretuvimos viendo a una pareja cachonda que adelantaba el juego previo frente a nosotros. Nos quedó tan cómodo este medio de transporte que a la tarde fuimos solos a Roma pero esta vez no nos apeamos en Colosseo, sino en Termini, que es donde está la estación central de tren. Caminamos y compramos una valija porque E. sospechaba que con las que teníamos no habría capacidad suficiente para almacenar nuestras pertenencias, integradas por las viejas y las nuevas. Las nuevas eran las que hasta allí habíamos comprado en esta tierra de oportunidades. Cuando a la noche volvimos al hotel decidimos antes conseguir comida para comer en la habitación. Compramos pane grano duro, formaggio scamorza, salame milano, y tacchino arrosto, cuyo significado es pavo asado, dato que no extraje de mis meninges sino de Internet.
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