GENTE EN EL "BUS"
Después de equis kilómetros adentro de un bus que fatiga carreteras y pasajeros pasás a formar parte de esa sociedad precaria. De acuerdo a cómo sea tu temperamento, o los terminás tomando como si fueran tu familia, o no les das un tronco de bola. En mi caso, opción b. Esta comunidad viajera se formó antes de que nos uniéramos con ellos en Roma. Ya eran familia desde hacía varios países: Hungria, República Checa, Croacia y algún otro que no recuerdo. Si es martes, debe ser Bégica. Les unía una confianza y simpatía que se parecía mucho al amor para siempre. Menudeaban los chistes, las chanzas, las chirigotas. Se preguntaban cómo estaban, si se les quitó el dolor de aquello. Si querés otro calmante, avisame, esta crema te va a venir de perlas para tu verruga purulenta. Tenían sus propios códigos. Cuando alguno se atrasaba a la subida al micro, al terminar la visita o la parada para comer e ir al baño, los que ya estaban sentados le cantaban al demorón estúpidamente: ¡vino, vino, vino! Se conoce que alguien, quizás la guía, que tienen cientos de estas pavadas a mano, sugirió que todo el que se retrasara debía comprar una botella de vino. Entonces el último que subía al colectivo debía escuchar entre risas y aplausos ¡Vino! ¡Vino! ¡Vino! Nada que no pueda tolerarse pero yo no podía dejar de pensar para mis adentros ¡qué boludos! Había personas procedentes de varios países de América, todos eran más o menos educados o agradables. Había un argentino que vestía casi siempre con la camiseta de Boca. Buscaba todo el tiempo, y en forma melosa, parecer amoroso. Yo lo tenía como un falso hijo de puta que posiblemente le pegara a la esposa. No tengo pruebas, tal vez el hombre es un santo. También destacaban del resto dos chicas veinteañeras, creo que eran hermanas, una de ellas profesora de educación física, que jugaban todo el tiempo con su juventud y su belleza. Y se la pasaban abrazándose y besándose. Amorosas las mocosas. El grupo tenía una malformación de nacimiento surgida de la imposibilidad de que crezca algo bueno en un cubículo donde uno está encerrado horas y horas y no puede decidir siquiera cuándo y dónde hacer pis. Es lógico que lo que resulte sea una comunidad que disimula a duras penas su histeria y egoísmo, pero cordial y amorosa. Todo era hacer bromas, querer demostrar que se adoraban y se preocupaban el uno por el otro. Se pasaban mil veces los teléfonos y e-mails para la vida post viaje. Siempre hablando de lo que habían comprado y a cuánto y haciendo bromas de una estulticia pocas veces vista. ¿Me podés poner esta valija que compré en mi portaequipajes? Si, yo te la pongo. ¡Yo te la pongo! ¡Ja, ja, ja,! ¡Ponésela bien! ¡Ja, ja, ja! ¡Che, Tony le dijo a tu hija que se la iba a poner bien! ¡Jua, jua, jua!
Eso sí, ¡Ni se te ocurra ocupar su asiento! ¡Ni siquiera consideres esa posibilidad!. Y menos ocupar su parte del portaequipajes con tus mierdas. Eso sería una declaración de guerra. Ni lo intentes que es para quilombo. El derecho de propiedad es sagrado.
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