Foto: familia del barrio de Providencia escucha la audición La Hora del Coronel
LA HORA DEL CORONEL
LA HORA DEL CORONEL
Mi padre es un militar en retiro efectivo de ochenta años. Ha sido conchabado en una radio de frecuencia modulada del barrio Providencia, llamada FM Providencia. Al coronel le han otorgado un espacio a la mañana temprano que lleva el nombre de La Hora del Coronel. Esta mañana me dispuse a escucharlo quizás con alguna reserva por temor a que sus opiniones resultasen polémicas o políticamente incorrectas, esto es, por fuera de lo que señala el canal trece, y ello le trajese y me trajese problemas. Más a mí que a él, puesto que, como viejo, que está de vuelta de todo, posee la soberbia clásica de creerse impune. Escuchemos que empieza (Las palabras del coronel deben ir en verde militar. Advertencia: esta bitácora no necesariamente comparte las opiniones del anciano milico):
“Recorro a diario las calles de Providencia y a mi paso encuentro basura y desolación en forma de botellas de cerveza vacías…
-Está bien –me digo- va a ir por el lado de la suciedad en el barrio, algo que nadie puede discutir, es un tema que a los providenciales preocupa por igual y sobremanera…
“Esas botellas son silenciosos testigos del descontrol y el abandono en el que están sumidos nuestros muchachos. No cabe duda que hoy día nuestros hijos han perdido el rumbo…
-Y, razón no le falta al viejo. Va bien con la labia, no se traba. No debería haberme preocupado…
“Y a todo ello contribuye el desinterés de los padres así como la inacción, que también es desinterés, del propio Estado, ese Estado que tiene la obligación de hacerse presente, personificado en el policía, en el servidor público a quien recuerdo en tiempos bastante lejanos recorriendo las calles e imponiendo el orden. Si ese policía veía a un chico en la calle, le pedía documentos. Y si no los tenía, se lo llevaba a la comisaría y lo tenía que ir a buscar el padre. Cuánto más necesarios serían hoy estos funcionarios cuando nuestros muchachos, agarrados de sus botellas de cerveza, dejan pasar la vida lastimosamente. A esos chicos habría que detenerlos y que los vengan a buscar sus padres para que puedan ver in situ en qué estado fueron recogidos de las plazas y las veredas. Y que ellos, sus padres, sean los que le apliquen el condigno castigo. Pero eso no existe más. Hoy vemos por las sucias calles de Providencia, muy de vez en cuando, a un móvil desvencijado que, cuando encuentra a uno de esos tarambanas tirado en una plaza bebiendo cerveza, mira para otro lado.
-Algo me dice que entramos en zona de riesgo…
“El presidente de la Nación ha dicho un día: no vamos a reprimir. Y lo dijo cuando hacía falta la presencia del poder público para restituir el imperio de la Constitución, esa que dicen tanto respetar, y permitir que la gente transite libremente por el territorio, territorio que constantemente es obstruído por los piqueteros de acá, o los de allá, ellos por supuestas razones ecológicas, éstos quién sabe por qué. La garantía de transitar libremente el territorio es tan esencial, pero tan esencial como respirar. El presidente cuando dice no vamos a reprimir no sólo confiesa su propia torpeza sino que comete redondamente el delito de incumplimiento de los deberes de funcionario público porque, sepan amables radioescuchas, que el Estado está obligado en forma irrenunciable a asegurar el mantenimiento de la ley. Lo contrario sería convertir el sistema democrático, que es el que dicen sostener, en una anarquía… Y la anarquía conlleva…
No quise seguir el discurso de mi papá. Me fui al baño a practicar mis abluciones matutinas. Todos dormían, hasta mi perro Estanislao, que apenas aguantó la primera parte de la alocución. Cuando terminé la tarea cotidiana de convertirme en un ser presentable regresé a la cocina para apagar la Noblex 7 Mares. La Hora del Coronel seguía:
“Cómo duele ver a los nietos, queridos amigos del éter, a esos otrora deliciosos purretes que hacían las delicias de los habitantes de Providencia, cayendo en las garras del alcoholismo, del delito, de la pornografía, el amor libre, de la droga y de darse besos a la luz del día. Es el caso del joven nieto del señor Prudencio Díaz, gran convecino y ciudadano ejemplar, a quien encontré ayer, tocando la guitarra y tomando cerveza en la plaza Decano R. Varela. Me refiero al nieto de don Prudencio. No es casual que el padre de ese muchacho, el hijo de don Prudencio, se haya perdido y hoy esté atrapado en las garras de su propio vicio, me refiero en este caso al vicio del juego, al casino malsano, a la timba pecadora y al bingo Providencia, que le han hecho perder todo, cada uno en su debida proporción. Carlos Díaz: si todavía te queda un poco de dignidad, rescata a tu hijo, todavía estás a tiempo de convertirlo en un hombre de bien. Pero primero, rescátate tú, rescátate tú, rescátate tú…
Por encima del último pedido, que reiterado a manera de letanía remedaba involuntariamente a un pastor evangélico de tevé, sin mencionar lo cacofónico de la frase (qué feo puede resultar en ocasiones el idioma español: digan dos veces rescátate tú y lo notarán también vosotros, no hay suavidad y menos musicalidad. En fin, asqueroso), por encima de todo ello, me pareció que a mi viejo se le había ido un poquitín la mano. Pero qué importa. Quién va a escuchar una efe eme barrial a las seis de la mañana.
“Recorro a diario las calles de Providencia y a mi paso encuentro basura y desolación en forma de botellas de cerveza vacías…
-Está bien –me digo- va a ir por el lado de la suciedad en el barrio, algo que nadie puede discutir, es un tema que a los providenciales preocupa por igual y sobremanera…
“Esas botellas son silenciosos testigos del descontrol y el abandono en el que están sumidos nuestros muchachos. No cabe duda que hoy día nuestros hijos han perdido el rumbo…
-Y, razón no le falta al viejo. Va bien con la labia, no se traba. No debería haberme preocupado…
“Y a todo ello contribuye el desinterés de los padres así como la inacción, que también es desinterés, del propio Estado, ese Estado que tiene la obligación de hacerse presente, personificado en el policía, en el servidor público a quien recuerdo en tiempos bastante lejanos recorriendo las calles e imponiendo el orden. Si ese policía veía a un chico en la calle, le pedía documentos. Y si no los tenía, se lo llevaba a la comisaría y lo tenía que ir a buscar el padre. Cuánto más necesarios serían hoy estos funcionarios cuando nuestros muchachos, agarrados de sus botellas de cerveza, dejan pasar la vida lastimosamente. A esos chicos habría que detenerlos y que los vengan a buscar sus padres para que puedan ver in situ en qué estado fueron recogidos de las plazas y las veredas. Y que ellos, sus padres, sean los que le apliquen el condigno castigo. Pero eso no existe más. Hoy vemos por las sucias calles de Providencia, muy de vez en cuando, a un móvil desvencijado que, cuando encuentra a uno de esos tarambanas tirado en una plaza bebiendo cerveza, mira para otro lado.
-Algo me dice que entramos en zona de riesgo…
“El presidente de la Nación ha dicho un día: no vamos a reprimir. Y lo dijo cuando hacía falta la presencia del poder público para restituir el imperio de la Constitución, esa que dicen tanto respetar, y permitir que la gente transite libremente por el territorio, territorio que constantemente es obstruído por los piqueteros de acá, o los de allá, ellos por supuestas razones ecológicas, éstos quién sabe por qué. La garantía de transitar libremente el territorio es tan esencial, pero tan esencial como respirar. El presidente cuando dice no vamos a reprimir no sólo confiesa su propia torpeza sino que comete redondamente el delito de incumplimiento de los deberes de funcionario público porque, sepan amables radioescuchas, que el Estado está obligado en forma irrenunciable a asegurar el mantenimiento de la ley. Lo contrario sería convertir el sistema democrático, que es el que dicen sostener, en una anarquía… Y la anarquía conlleva…
No quise seguir el discurso de mi papá. Me fui al baño a practicar mis abluciones matutinas. Todos dormían, hasta mi perro Estanislao, que apenas aguantó la primera parte de la alocución. Cuando terminé la tarea cotidiana de convertirme en un ser presentable regresé a la cocina para apagar la Noblex 7 Mares. La Hora del Coronel seguía:
“Cómo duele ver a los nietos, queridos amigos del éter, a esos otrora deliciosos purretes que hacían las delicias de los habitantes de Providencia, cayendo en las garras del alcoholismo, del delito, de la pornografía, el amor libre, de la droga y de darse besos a la luz del día. Es el caso del joven nieto del señor Prudencio Díaz, gran convecino y ciudadano ejemplar, a quien encontré ayer, tocando la guitarra y tomando cerveza en la plaza Decano R. Varela. Me refiero al nieto de don Prudencio. No es casual que el padre de ese muchacho, el hijo de don Prudencio, se haya perdido y hoy esté atrapado en las garras de su propio vicio, me refiero en este caso al vicio del juego, al casino malsano, a la timba pecadora y al bingo Providencia, que le han hecho perder todo, cada uno en su debida proporción. Carlos Díaz: si todavía te queda un poco de dignidad, rescata a tu hijo, todavía estás a tiempo de convertirlo en un hombre de bien. Pero primero, rescátate tú, rescátate tú, rescátate tú…
Por encima del último pedido, que reiterado a manera de letanía remedaba involuntariamente a un pastor evangélico de tevé, sin mencionar lo cacofónico de la frase (qué feo puede resultar en ocasiones el idioma español: digan dos veces rescátate tú y lo notarán también vosotros, no hay suavidad y menos musicalidad. En fin, asqueroso), por encima de todo ello, me pareció que a mi viejo se le había ido un poquitín la mano. Pero qué importa. Quién va a escuchar una efe eme barrial a las seis de la mañana.
2 Comments:
Enhorabuena. El caletre ha vuelto.
si, pero con el tres a uno viene poco y caro. Gracias. Julio.
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