lunes, mayo 28, 2007

PROCOL, DANTE, TUCHO, LA SEÑOR DE IBARROLA Y YO


Fue casi un secuestro. Dante Rey me fue a buscar a mi casa, me tomó del brazo y me llevó hasta la suya, distante de la mía unas cinco cuadras, en el barrio La Providencia. En el camino me preguntó por qué no le había respondido el mail donde fijaba el día de hoy para el comienzo de los ensayos de su banda “tributo” a Procol Harum. Oportunamente me había enviado por el mismo medio la letra y los tonos para la guitarra de la canción Un perro salado del conjunto musical inglés, disuelto hace tiempo. Le comenté que había estado postrado y que apenas había podido practicar, sin mencionar que una de las dificultades que yo encontraba era que la canción, en el disco, se ejecutaba con una orquesta de cuerdas.
-Bueno, para una orquesta de cuerdas no me da el cuero –me dijo el gordo-. Bah, una orquesta ni siquiera entraría en el bulín. Pero por diez mangos ya lo resolví.
La casa, me dijo, había sido de sus padres y ahora vivía él con su esposa e hijos. Llegamos al portón del frente, lo abrimos, atravesamos la entrada y pasamos directamente al traspatio a través de un pasillo en el costado del terreno. En el fondo del lote había un cuarto con techo de chapa de zinc modelo canaleta que había sido, cuando era pibe, su habitación.
-Este bulo lo uso ahora para ensayar las canciones que me piden en las cantinas donde me contratan –me informó-. Los comensales siempre te salen con cosas distintas, cuando no es un bolero es un tango, cuando no es punk es rumba, y uno tiene que estar preparado para todo. Ayer, sin ir más lejos me pidieron algo de Sex…
-Sex Pistols.
-No, Sexteto Tango.
-Ah.
Entramos en el cuarto cuyas paredes estaban forradas de envases de cartón para estibar huevos. Las cuatro paredes se encontraban aisladas con este sistema casero, tan casero como los huevos, pero siempre efectivo. En el medio de la pieza, había una señora de aproximadamente sesenta y seis años, montada a un violonchelo de madera bruñida, con ese modo poco femenino de calzarse el instrumento. Por esa postura lasciva algunas grandes orquestas se abstienen de contar entre sus filas a violonchelistas mujeres. Digo que tendría sesenta y seis años porque yo le daba sesenta y cinco o algún que otro año más. La señora, de cabello furiosamente colorado, peinado de peluquería Silvana, casa matriz en Providencia, con interesante profusión de spray, parecía malhumorada. A su lado, un chico de no más de veinte años, ajustaba con una llave mariposa la tensión del parche del redoblante que formaba parte de su batería. Para comprobar la sonoridad justa de la tripa el muchacho le pegaba golpes secos con su palillo y eso, además de producir un ruido ensordecedor, predisponía mal a la dama que esperaba frente a un atril donde reposaba una partitura escrita a mano en una hoja de cuaderno con espirales de alambre, pero con dos orificios en su costado derecho para que, de esa forma, se las pudiera arrancar del cuaderno padre y agregar a una carpeta nodriza con anillos metálicos.
-Gordo, me estoy recuperando de una hernia -le dije como para poder salir de aquella situación en la que me encontraba, que no necesariamente era insatisfactoria, pero a la que me habían llevado sin preparación previa-.
-La viola no pesa mucho –contestó-.
Me alcanzó una guitarra eléctrica que descansaba en un apoyaguitarras eléctricas. Eso sirvió para convencerme. Verla fue volver a los diecisiete… Volver a los diecisiete, después de vivir un siglo, es como descifrar signos, sin ser sabio competente. Volver a ser de repente, tan frágil como un segundo, volver a sentir profundo como un niño frente a Dios. Eso es lo que siento yo en este instante fecundo.
-Ah, Violeta…
-¿Rivas?
-No, Parra.
-Ah.
Miré hacia arriba y el techo estaba revestido de fotos muy viejas de diversos artistas, la mayoría en blanco y negro, o en sepia, como solía trabajar la revista Radiolandia, hoy extinta, adjetivo nunca tan preciso para una publicación fenecida: ex-tinta. Las escasas imágenes en colores estaban descoloridas, lo que sugiere que estaban allí desde hacía décadas. Lo que ya no lo sugiere sino que lo afirma es la antigüedad de los protagonistas, que se corresponde con la infancia y la adolescencia del gordo Pancaldi. En un ángulo sobre la ubicación de la batería había profusión de fotografías de mujeres en traje de baño o en uniforme de vedette, con esos corpiños con armazón que realzaban el busto pero que no resistían ningún detector de metales. Seguro que debajo de esa porción del techo había sido el lugar de la cama del imberbe Dante. Pero la mayoría de los retratos eran de músicos, lo que revela la vocación temprana de mi ex compañero de bachillerato. Por ejemplo, estaba Rita…
-Rita Lee.
-No, Rita Pavone.
-Ah.
Estaba hablando de que eran fotos de muchos años atrás, Rita Pavone, Edoardo Viannello, Juan Corazón Ramón, la nueva ola, todo eso, Rita Lee es posterior. Dante me presentó a la violonchelista, señora Elida Santángelo de Ibarrola y al baterista, Tucho. Una me extendió la mano, el otro me estampó un beso. Me calcé la viola. Pancaldi dijo Un perro salado. Estacioné las yemas de los dedos correspondientes de mi mano izquierda en los trastes de la guitarra para que en ella sonara la nota re bemol quinta y esperé mi turno. La parte de piano estaba a cargo de Dante, que esperaba que termináramos de acomodarnos, parado frente a un teclado de esos que te pueden emular tanto un piano como un órgano, un clavicordio y hasta un xilofón. Pero todo mal. Y comenzó a sonar Un perro salado (A salty dog), bastante aceptable por ser la primer vez. Hasta que llegó la parte en que entra la orquesta de cuerdas, que no teníamos, pero la señora Santángelo de Ibarrola, con el concurso exclusivo de su desmesurado instrumento suplantó a cualquier filarmónica de una manera tan sublime que en un segundo me hallé impedido de seguir, la voz se me quebró igual que a Richard Dreyfuss cuando le cantaba a su hijo Beautiful boy de John Lennon en la bonita película Profesor Holland (Mr Holland’s Opus) Pero Richard pudo continuar. A mí me fue imposible porque la señora Santángelo de Ibarrola, con su insuperable interpretación de la dramática sección de cuerdas del tema de Procol Harum, doblegó mis defensas emocionales. Siempre me ocurre cuando asisto a una manifestación de arte mayor. Si hasta allí Elida me había parecido una vieja amargada y antipática, que estaba allí por cinco pesos la hora, cuando su violonchello ejecutó esa seguidilla de notas en escala ascendente, empecé a ver a una belleza joven y tolerante de piernas abiertas. Llegó la parte en que yo debía cantar could match our captain's eye… con mi inglés de profesora particular, pero la performance de la Ibarrola alcanzó alturas tan culminantes que me salía una voz de pito francamente lastimosa, producto de la emoción que no sólo me había embargado sino que ya estaba en trance de remate. Fue una experiencia que me cuesta describir, ahora mismo los dedos que teclean esta pobre crónica me tiemblan y un líquido salado y transparente expelen mis lagrimales. No puedo seguir


Desde Volver hasta fecundo corresponde a la primera parte de la letra de la canción-sirilla de Violeta Parra Volver a los diecisiete. La sirilla es una forma poético musical danzable chilena, también conocida como seguidilla.

jueves, mayo 24, 2007

BAILANDO EL TAP



Regresé al trabajo recuperado a medias de mi hernia de disco. Opté por ir andando hasta mi oficina puesto que aún estaba imposibilitado de oprimir el embrague, operación básica de la conducción automovilística en los países emergentes. Caminar hoy para mí es una tarea tan compleja como escuchar una conferencia de nino dolche. Mi tobillo se encontraba debilitado y debía cuidarme bien de no tropezar con el canto rodado, la gravilla o el macadán. Pero lo hice, cumpliendo a rajatabla con la ley del candidato olvidado, ese radical que intentó aplicar salvajes recortes a la educación durante su breve gestión. Momentos de no deliberado tap, ejecutados en brutal acelerando, interrumpieron la actividad de los viandantes, que a esa hora de la mañana discurrían atribulados por las callejuelas de La Providencia, lo que no les inhibió de agruparse en entusiastas corros para disfrutar del fatal desenlace (fatal como inevitable, no como muerte). A duras penas, durante los primeros segundos, logré vencer la resistencia del viento a fuerza de brazadas desesperantes y ayudándome con rapidísimos pasos, que en los dibujitos animados se grafican con un círculo polvoriento que impide ver las extremidades y que ni el propio Fred Astaire hubiese logrado. Acabé en el suelo todo embarrado y debí volver a casa para mudar mi ropa.


Los movimientos previos a una caída remedan involuntariamente los pasos del tap dance.









martes, mayo 22, 2007

COMO EL GRAN SANJUANINO






Después de varios días acostado de costado y acurrucado como un bicho bolita, con la única capacidad de observar, a través de la puerta ventana que da al jardín, mi jardín y también mi impresionante colección de enanos de jardín, mi mujer se cansó de escuchar de mi boca las palabras ya-se-me-va-a-pasar y me intimó a que le permitiera llamar al médico. Ante mi negativa, lo llamó por su propia iniciativa. Debo admitir que, cuando me decido a hacer una consulta, al doctor apenas le queda margen para formular la frase la ciencia ya hizo lo suyo, sólo nos queda dejar todo en manos de Dios, nuestro Señor.

El doctor Batagelj se hizo presente en mi domicilio y realizó dos pruebas básicas, levantar mi pierna izquierda hasta donde pudiera dar y comprobar la fuerza del dedo gordo del pie correspondiente a la misma pierna. La pierna, nada más desprenderse unos centímetros de la cama, me produjo una punzada en la nalga y la cintura que casi me hace patear al propio traumatólogo con la otra pierna, o bien, hacerle una tijera a la altura de su cuello, como hacía el caballero rojo. El caballero, rojo del esfuerzo que supone levantar mi pesado miembro inferior, lo volvió a depositar sobre la cama, tomó luego mi dedo gordo y me pidió que hiciera fuerza. El pulgar no hizo el menor esfuerzo, estaba dormido, tonto, pelotudo.
-Para mí que lo suyo es una hernia de las grandes, un hernión yo diría.
Ordenó una resonancia magnética y mi esposa me llevó sin perder el tiempo, con la ayuda de mi amigo Ricardo Ditro, al centro de Resonancias Magnéticas Resomag, sito en el centro de Providencia. Me pusieron adentro de un tubo parecido a un caño cloacal y me bombardearon con violentos sonidos durante media hora. El diagnóstico fue confirmado: hernión. Y perdóneseme el calabrismo pero no sería yo si lo callara: era una hernia de disco tan grande que bien podría ser llamada hernia de disco long-play. Comienza Calabromas, sha, la, la, la, comienza Calabromas, sha, la la, la.
Me aplicaron inyecciones para que se me calmase el fuerte dolor (Calmadol Forte), pero el indigno no retrocedió ni un palmo. El doctor Batagelj, asimismo, me mandó a hacer diez sesiones de kinesología. Me llevaron a un centro de kinesiología en Providencia llamado Kineprov. Allí un kinesiólogo muy parecido al doctor Jack de la serie Lost, observó la resonancia y confirmó el diagnóstico, hernión (ojo, no Hermione Granger, la compañera de Harry Potter, no tiene nada que ver). El kinesiólogo Jack me conectó a una especie de aparato de radio de los años sesentas y me aplicó “magnetoterapia” durante media hora, luego hundió su pulgar en una zona cercana a mi ingle y por fin me despachó con una palmadita en la nuca. Mi amigo Ditro juntó mis pedazos y los regresó a su casa (la de los pedazos, o sea, la mía). Ahora me sentía un poco mejor, podía estar sentado y no en la cama en posición de artrópodo balón. Me depositaron en un sillón de madera con apoya brazos, mullido en forma artificial por varios almohadones, y mi señora me cubrió con frazadas para que no tomase frío. Acto seguido me prendió la televisión y cada quien se fue a hacer lo suyo. Me dejaron así sentadito como Domingo Faustino Sarmiento en la foto que le tomaron cuando pasó a mejor vida en el año 1888 (ver foto)


Foto: para una correcta composición de la imagen cuyo símil ha sido propuesto por el autor en el último párrafo de esta notable entrada, sería recomendable reemplazar en nuestra imaginación al abanico por un control remoto.

viernes, mayo 18, 2007

LA METAMORFOSIS DE JULIO
Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Así comienza La Metamorfosis del gran Franz Kafka. Yo sé bien lo que es eso, porque, si bien no me he convertido en una cucaracha, o lo que quiera que sea en lo que se convirtió Gregorio, puedo afirmar que mi metamorfosis fue de hombre a bicho bolita. Esto exige una explicación: para atemperar un poco mis espantosos dolores estuve procurando una posición más o menos llevadera en la cama, hasta que por fin pude estabilizarme en la popularmente conocida como fetal. Para mí es la posición de bicho bolita. Me retraigo en mi mismo formando un bollito, de costado, en el borde del lecho que me corresponde y mi cuerpo adquiere una redondez muy similar a la del simpático batracio cuando no camina.
Al igual que el señor Samsa mi primigenia aflicción, cuando vi las manecillas del reloj informándome que eran las diez, fue no poder concurrir al trabajo y desazonar a mi patrón don Roberto Arizmendis. Hay que estar muy jodido para compararse con un personaje de Kafka. Mi mujer trae una visita al dormitorio. Es Zuloaga. Lo lleva del brazo igual que las secretarias televisivas a los tímidos participantes de concursos de preguntas y respuestas. Mi compañero se sienta en una silla que Mariana dispuso junto al lateral donde me acurruco y el verbo acurrucar me trae inmediatamente a la memoria la canción Cucurrucucú paloma, que no viene al caso ni ahí.
-¿Qué te pasó? –pregunta Zuloaga, que lleva debajo del sobaco una gruesa carpeta-.
-Tengo un problema en el nervio ciático.
-¿Un problemas de nervios?
-Si, ciáticos. ¿Y vos?
-Yo qué.
-¿Vos cómo andás?
-Ah, bien. Bah, con el loco de Arizmendis no muy bien. Cuando consiga el socio para mi proyecto no sabés la patada en el culo que le voy a dar.
-Ah, lo del Alcominga.
-¿Qué pasa con el Alcominga?
-El invento tuyo para pasar los controles de alcoholemia.
-Ah, sí. No, pero ahora tengo otro que me va a dejar más guita. Che, parecés una pelota.
-Estoy hecho pelota. Estoy listo para tirarme en una pileta estilo bomba, solamente que me tienen que llevar y tirarme.
-¿Adónde?
-Nada, dejá.
-Mirá, Julio. Tenés que ver esto. Inventé un aparato para pasar los controles antidoping sin problemas aunque te hayas tomado un licuado de cocaína con asteroides.
-Ester
-¿Qué pasa con Esther?
-Esteroides.
-¿De qué?
-De nada, seguí.
-Se lo voy a vender a futbolistas, tenistas, atletas, no sabés el mercado que hay para eso. Allí es donde está la tarasca fuerte. Todavía me falta hablar con una compañía que fabrica pitos con piel de verdad para que se una a mi proyecto.
-Me da impresión.
Mariana trajo dos cafés. Mi taza la apoyó en la mesa de luz y le colocó una pajita flexible, un tubo de drenaje, vamos, para que pudiera sorber desde mi posición, sin usar las manos, que las tenía en posición de rezo prensadas entre las dos rodillas. Así más o menos la iba llevando, con dolores mínimamente tolerables. Diez minutos más tarde Zuloaga se iba con su carpeta un poco desilusionado porque yo no lo había tomado demasiado en serio. Con mis penurias a cuestas, hasta un mínimo gesto facial me hacía nana. El invento da como para ser tomado para la chacota, pero en mi estado achacoso la chacota estaba completamente contraindicada. Se trata de una especie de pene adicional que se encastra al propio y que lleva dentro una carga de orina pura y limpia. Cuando un deportista profesional drogón es sorteado para el control antidoping, se coloca el apéndice peneano, que por dentro tiene un pequeño pomo lleno de pichín bueno que le prestó algún voluntario limpio, y lo expele dentro del frasquito de la federación, asociación o la institución rectora que fuere. Zuloaga también me contó que iba a contactarse con unos que fabrican una especie de prótesis y cuyo aviso aparece todos los días en el gran diario argentino. Yo estaba fatigado como para formular mis objeciones, sin contar aspectos legales o morales. Una de ellas podría ser que el pedazo de miembro artificial le otorgaba un largo desmesurado al original, lo cual, bien visto nunca puede ser desdoroso, todo lo contrario (doroso). Para graficar su invento, esta vez Zuloaga no dibujó un gráfico con lapicitos de colores, como con el Alcominga, algo que le critiqué en su momento por elemental y berreta, pero hizo algo no menos bizarro, usó la fotografía de un hombre desnudo, tomada de perfil, que arrancó de una revista gay, y, a continuación del miembro original del agradable modelo, le dibujó el pito-pomo o pomo-pito, invento que llamó provisoriamente Dopaminga. La foto me la mostró durante sólo unos segundos y la devolvió rápidamente a la carpeta por temor a que, pillado por mi esposa, ella entrase a sospechar que nos gustaba ver fotitos verdes.


Dicen que por las noches/nomás se le iba en puro llorar/Dicen que no comía/nomás se le iba en puro tomar/Juran que el mismo cielo/ se estremecía al oir su llanto/cómo sufrió por ella/que hasta en su muerte la fue llamando/Ay, ay, ay, ay, ay,... cantaba/Ay, ay, ay, ay, ay,... gemía/Ay, ay, ay, ay, ay,... cantaba/De pasión mortal... moría./Que una paloma triste/muy de mañana le va a cantar/a la casita sola/con sus puertitas de par en par/juran que esa paloma/no es otra cosa más que su alma/Que todavía la espera/a que regrese la desdichada/Cucurrucucú... paloma/Cucurrucucú... no llores/Las piedras jamás, paloma/¡Que van a saber de amores!/Cucurrucucú... paloma, ya no llores. Cucurrucucú paloma. Tomás Méndez

Aviso del diario con marbete indicador colocado por Zuloaga




























jueves, mayo 17, 2007

EX JUEZ BLONDIE

GUARDA CAMA EL SEÑOR JULIO

Hace tres días que estoy postrado en el tálamo. Mis dolores no se han atenuado. Mariana, mi señora, me prendió la tele para que me informe y deje de pedirle cosas. El paro de subtes colapsa a Buenos Aires-un chiste-intentaron secuestrar al ex juez Blondi-una gracia-echan a dos funcionarios por el caso Skanska-una pulla entre los conductores de programa. Las chistes gracias y pullas no guardan ninguna relación con las noticias porque no sería correcto, lo cual los hace más ridículos porque no vienen a cuento de nada. Por lo general son bromas internas de los protagonistas de los “magazines”. Pongo TN. Por lo menos no se hacen los vivos. Mi mujer me dice que lo que pasa es que estoy de mal humor. Puede ser. No soporto la inactividad. Ya el sábado pasado yo me sentía mal y no le asigné importancia. Recuerdo que estaba viendo el partido de Rosario Central contra Racing. Tenía que ir al baño y le pedí a mi esposa que me viera el partido un ratito mientras hacía pis. La curvatura causada por mi problema en el ciático orientaba mi miembro hacia adentro de manera que debía sostenerlo con rectitud para no mojarme los pantalones. Cuando volví al partido mi mujer me informó que la única alternativa destacable del match, durante mi ausencia, había sido el cambio de Paladini por Paladini, que se dio cuenta porque tenían los apellidos marcados en sus espaldas. Me preguntó si eran hermanos. Le dije que no, que Paladini era la marca de salames que esponsoreaba al club. Suena el timbre. Es Zuloaga, mi compañero de la inmobiliaria.



martes, mayo 15, 2007







DOLOR

Sábado con sol pero sin superacción. No hay Zombies de Moratau, extraordinario film de 1957 que repetían sábado por medio en aquellas tardecitas en blanco y negro de mi juventud providencial. Me voy al club caminando con la dificultad propia del afectado por intensos dolores del ciático. Hay un partido de fútbol de los veinteañeros que no dejan de sorprenderme por cómo se muelen a patadas. Si no se pegan más es porque tienen esa misma torpeza que les hace pifiar la pelota cuando se acuerdan que el juego se trata de llevar un balón con el pie. Quiero decir que, para pegar patadas, también encuentran dificultades. El domingo, impedido de jugar por mis horribles y persistentes dolores, salgo a caminar por el sendero aerobista del barrio de Providencia, tanto como para no perder estado, si es que alguna vez lo tuve. Mis amigos del equipo estarán yendo a jugar a algún inhóspito paraje de la provincia que gobernaría Scioli en poco tiempo. ¿Irá Chuletas? ¿Distinguirán en el campo a alguna persona de las que se suele ver en el club AFAP como para maliciar que podría ser el famoso periodista que los critica hasta la burla? Me inclino a pensar que los programas de Panorama del fútbol en Providencia se preparan en base a los informes que le pasa un ¿infiel? integrante de nuestro grupo, esto es, que el veneno correría por nuestras propias venas. Y sumido en estas tontas cavilaciones, camino por el sendero tortuoso cuya tortuosidad es exclusivamente atribuíble a las espantosas puntadas que siento en la nalga, muslo y gemelo, que me obligan a caminar como el jorobado de Charles Laughton. En el camino me cruzo con damas conversadoras que me miran con lástima, señoras con sus perros que se preguntan, los perros digo, por qué fueron despertados para salir a realizar una actividad que no les interesa ni mucho ni poco, parejitas adolescentes que vuelven de la milonga y necesitan refrescarse un poco para volver a sus hogares con algo de compostura. Me aparto de la callejuela de los aerobistas y me adentro en un sotobosque de pasturas altas y humedecidas por las recientes lluvias lo cual supone un esfuerzo adicional para arrastrarme que debe ser suplido por una modalidad de caminata que consiste en elevar los pies hasta más arriba de las rodillas para esquivar los macachines. ¡Doloroso! Pero, al encontrarme lejos de la humanidad, las miradas condescendientes no hieren mi autoestima. El suelo es irregular y meto un pie en un pozo lleno de agua, cuyo espejo está disimulado por la hojarasca podrida que cubre la superficie, y caigo de bruces. Cómo me cuesta incorporarme. Los caballos que pastan distraídos apenas escuchan a la distancia una puteada del sufrido peregrino que ahora está paralizado por múltiples calambres. La indiferencia equina hiere un poco mi ego de ser superior. Un perro al menos me olisquearía y lambetearía. Me incorporo y quito el barro chirle de mi zapatilla. La curvatura que debo aplicar a mi cuerpo para poder desplazarme casi me permite besar el suelo un vez que logro recuperar la vertical, verticalidad atenuada, más adecuada a una tendencia estudiantil revolucionaria socialista que a un cuerpo sano y erecto. Cada vez me hundo más en el sotobosque pero me importa un soto. A despecho de las intolerables punzadas que laceran mi cuerpo, me acuesto, ahora deliberadamente, para descansar sobre el colchón de verdura y ramas mojadas. Las huellas de la civilización van quedando atrás, casi no se ven las omnipresentes bolsas de plástico. Los mosquitos, ésos que salen tanto en los diarios, intentan un asalto final sobre este Julio inerte, depositado sobre la madre tierra y el padre pasto, pero advierto que esos portadores de enfermedades en latín son flojos de reflejos, se te clavan y, acaso, por una sobrecarga de sangre que han chupado de más, quién te dice que por pura angurria, quedan inhibidos de huir con presteza. Entonces, con un ligero papirotazo mueren y caen. A lo lejos se escuchan los autos que pasan por la autopista; a lo cerca, la música de los pajarillos errantes, los loros y algunas especies canoras que no conozco. Miro al cielo obstruído parcialmente por las copas de los árboles y me quito el receptor que tenía conectado a mis oídos a través de un par de cables cuyas terminales están constituídas por sendos y pequeños auriculares que se encastran en dos de mis seis orificios, con el que venía escuchando el show de Pedrito Rico en FM Providencia. Tomo una respiración profunda. Me propongo meditar. Pero me duele hasta la respiración. Intento incorporarme. No puedo. Después de patalear un buen rato lo consigo. ¿Se puede renguear de ambas piernas? Camino como en cámara lenta azotado por indescriptibles sufrimientos y al cabo de diez minutos comienzo a encontrarme con los signos tranquilizadores de la civilización: un auto que ha sido oportunamente robado y ahora está casi totalmente desguazado. Es tarde. En casa deben estar preocupados. Yo también lo estoy. Se enfrían los fideos.


Fotos: 1) señoras conversadoras 2) dama paseandera 3) parejita anhelosa 4) caballos indiferentes 5) auto desguazado 6) bosque achaparrado 7) Pedrito Rico


jueves, mayo 10, 2007

Un jugador de AFAP (Fútbol y Amistad en Providencia) lee frente a sus camaradas la nota de repudio que presentarán al periodista Chuletas, quienquiera que éste sea.

MI SEMANA

Viernes Regreso a Providencia desde la capital donde tuve que concurrir a una escrituración. Me agarra una marcha del orgullo homosexual o algo así y me veo obligado a marchar con el auto cerca de veinte cuadras a paso de gay.


Sábado Una delegación de futbolistas de mi equipo irrumpe en la radio de Providencia portando una nota de repudio por las críticas salvajes del periodista Chuletas. Las palomas del grupo querían repudiarlo, los halcones, en cambio, reputiarlo. La dueña de la radio, señora de Tellería, recibe la cédula, reingresa a la casa y vuelve al cabo de tres minutos para anunciarles que el conductor de Panorama del fútbol en Providencia no los recibirá pero les entrega una papeleta con un mensaje escueto: “mejoren su juego que son más horribles que Silvina Walger cepillándose los dientes”. Indignación general.


Domingo Se suspende el partido por la lluvia. Descuelgo la guitarra del ropero y me pongo a practicar una canción del grupo Procol Harum llamada Un perro salado. Me telefonea mi amigo Dante Rey-gordo Pancaldi para averiguar sobre mis avances en la ejecución de la pieza y me cuenta que anoche, en la cantina donde trabaja, le pidieron canciones de Paul…
-Mc Cartney –aventuro-.
-No, Paulina Rubio.
-Ah.


Lunes Empató Argentinos, el cuadrito de mi amor, pero Caruso Lombardi me tiene podrido con sus veleidades de estrellita mediática. A mí no me engaña; bien llorón, histérico y maleducado que es durante los partidos. En los programas cómicos de T y C Sports (casi todo el canal es cómico) se hace el agradable. Carusín es un mentiroso.

Martes Una ex profesora de francés quiere que le venda la casa. Apenas puedo recordar a la vieja. Hace 35 años que terminé la secundaria. Cuando yo cursé el bachillerato había una materia que se llamaba Educación Democrática. Eran tiempos de dictadura.

Miércoles Mi amigo Carlos Díaz me cuenta que fue uno de los que se apersonaron a la radio para entregar la declaración de protesta e interpelar al periodista Chuletas. Como el hombre no los atendiera y les enviase un papelito de tono burlesco, esperaron una hora y media para agarrarlo a la salida, mientras en el caletre les germinaba la idea de que Chuletas podía ser el señor Tellería, el propietario de la casa donde funciona la emisora, y dueño también de una santería. El hombre, viendo a esos grandulones boludos que esperaban bajo el frío, se apiadó y los hizo pasar. Tellería estaba armando en su taller unos muñequitos muy primorosos de San Cayetano con hermoso hábito de paño que les colocaba su hija solterona. La señorita aprovechó que ese día no salía a ninguna parte y se quedó para vestir santos. La delegación se retiró sin poder ver a Chuletas.

Jueves Qué frío hace. Volví a la camiseta y eso me quita movilidad. Lo único que hago desnudo en estos días es bañarme.

El sol en el invierno muy temprano se irá/Y tú no estarás, y tú no estarás/La noche ya desciende con su maanto frío sobre mí/Ay que frío da, ay qué frío da/Bastarían tus caricias para darme la alegría/Y entonces yo te amaré/Lo que es la vida sin un amor/Es como un árbol que sus hojas no da más/Y llega el viento, un viento frío/Como a las hojas la esperanza se llevó/Qué es la vida sin ti, si tú no estás/Bastarían tus caricias para darme la alegría/Y entonces yo te amaré/Lo que es la vida sin un amorEs como un árbol que sus hojas no da más/Y llega el viento, un viento frío/Como a las hojas la esperanza se llevó/Qué es la vida sin ti, si tú no estás. MA CHE FREDDO FA (Mattone-Migliacci)


jueves, mayo 03, 2007


ENCIMA DE TODO, EL PELUDO



Llegué a casa después del primer entrenamiento de la semana, posterior al comienzo del campeonato (dos partidos jugados: uno empatado, uno perdido) Solamente estaba mi perro Estanislao. Serví un whisky con hielo para mí y un whiskas puro para él. Aunque parezca increíble, a mi perro le gusta el alimento de gatos para copetín. El peludo Rodríguez, técnico del equipo, junto a Constancio Marcelletti, nos había dado una charla de tono severo en el vestuario mientras nos cambiábamos para irnos y dijo una frase que alimentó sospechas:
-No le hacemos un gol a nadie, somos un equipo con menos llegada que un avión de Air Madrid...
Todos nos miramos, o casi todos, alguno se secaba y se miraba sus partes. Mis compañeros me codeaban y me susurraban ¡Chuletas es el peludo! Unos pocos me pateaban y formulaban la misma conclusión. En general quedamos algo magullados por las patadas y los codazos. ¿Será que el peludo, bajo la personalidad del famoso Chuletas, utiliza su programa de radio para desmoralizarnos quién sabe con qué secreto designio? No creo, no tienen la misma voz.
Recibo una llamada telefónica. Mi ex compañero Dante Rey, o el gordo Pancaldi, como quieran llamarlo.
-Hola Julio, te mandé por e-mail la canción de Procol Harum para que te la aprendas en la viola. Se llama Un perro salado. Ahora disculpame porque tengo que ensayar un tema que me piden mucho en la cantina y que no conocía. Es de Lu…
-¿Lou Reed? –le pregunté con escasísimas esperanzas-.
-No. Luciano Pereyra.
-Ah.
Colgó. Encendí la radio. Casualmente estaba el programa del inefable Chuletas informando a la población de Providencia, La Providencia y Providence sobre el empate y la derrota de AFAP (Asociación Fútbol y Amistad en Providencia), partidos en los que yo estuve ausente a causa de un dolor de ciático que me impedía ejecutar por lo menos diez acciones sencillas que hacen al diario vivir, como ser dormir, estornudar, etcétera.
-Sobre seis puntos posibles –decía el conductor de Panorama del fútbol en Providencia- los veteranos sacaron apenas uno, con un solo gol, y de penal, convertido en el empate de la primera fecha. El segundo partido se perdió por tres a cero. Gran sequía goleadora, amables radioescuchas. Pareciera que este año el colorado Strugla, otrora gran artillero, tiene menos definición que televisor de geriátrico. Pero todo el team anduvo mal, digámoslo sin retaceos: performance muy mala de la defensa, que tiene a un marcador, Santiago Carlucci, más inseguro que el Carmel. Con Ditro, el supuesto fantasista del equipo, que pasa por una racha pésima que ya lleva año, año y medio, el equipo tiene menos vuelo que un barrilete de zinc. Tampoco el negro Strugla, hermano del colorado, aportó en la tarea de crear. El negro, y discúlpeseme la sinceridad, tiene menos panorama que un monoambiente interno. En consecuencia, los futbolistas abusan del pelotazo y el esférico no circula, yo diría que circula menos que un Lecop. En fin, amigos del fútbol, que estos muchachos tienen menos capacidad que una latita de azafrán. Pero lo peor es que nadie ocupa en el field el lugar que tiene asignado y los players se enciman en el campo de juego como chorizos de cancha.
La arenga del peludo posterior al entrenamiento, y previa a la audición que ahora llenaba el éter, mientras yo bebía mi whisky y Estanislao comía su whiskas, había transitado por carriles similares, lo que hizo que se acrecentaran en mí las sospechas que habían comenzado a germinar en el vaporoso vestuario, desechando, por el momento, la prueba por la contraria que supone la diferencia de voces entre Chuletas y el entrenador:
-Cuando yo digo que ocupen determinada posición ustedes deben obedecer y no cambiarse de lugar –había dicho el peludo-. Vos, Santiago, te encimaste todo el tiempo con los marcadores centrales. Lo peor que hay es perder la ubicación y encimarse con el de al lado. Siempre es malo encimarse. En cualquier orden de la vida. Cada uno tiene asignado su lugar, no es necesario chocarse, la cancha es amplia.
El peludo Rodríguez hizo una pausa y sacó de su espectacular bolso con cierre relámpago una foto. Se la entregó a Constancio para que la hiciera circular:
-Cuando te encimás –continuó- siempre es para quilombo. Dios, en su inmensa sabiduría, le dio a cada ser vivo y a cada cosa un espacio y...
Mientras nos secábamos, nos rociábamos desodorante, nos peinábamos, nos magreábamos la salchichita o guardábamos la ropa sudada en nuestros respectivos bolsos, unos signos de interrogación, que parecían rulitos, se nos fueron posando sobre nuestras respectivas molleras.
-Cuando uno se encima –Rodríguez peroraba y dos pasos más atrás Constancio asentía con los ojos cerrados-, dos no cumplen correctamente su función. El que se encimó no cubre adecuadamente su lugar y el que sí tenía la ubicación correcta, se ve perjudicado en su función por la irrupción del extraño. Pasa con todo, con los políticos, con los albañiles, con las sillas, con las letras... Vean la foto y comprenderán.
Cada uno le dio una mirada rápida a la fotografía color, comprendió poco y la pasó. Constancio Marcelletti, el técnico alterno o algo parecido, asentía a cada incoherencia de Rodríguez, pero yo leía lo que su mirada decía: éste se hunde.
Nos pechamos para egresar del vestuario como si fuera propiamente el Almirante Irizar. Posiblemente al peludo se le han encimado algunas neuronas.


Foto utilizada por el pelado Rodríguez para graficar sus asertos.

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