martes, mayo 15, 2007







DOLOR

Sábado con sol pero sin superacción. No hay Zombies de Moratau, extraordinario film de 1957 que repetían sábado por medio en aquellas tardecitas en blanco y negro de mi juventud providencial. Me voy al club caminando con la dificultad propia del afectado por intensos dolores del ciático. Hay un partido de fútbol de los veinteañeros que no dejan de sorprenderme por cómo se muelen a patadas. Si no se pegan más es porque tienen esa misma torpeza que les hace pifiar la pelota cuando se acuerdan que el juego se trata de llevar un balón con el pie. Quiero decir que, para pegar patadas, también encuentran dificultades. El domingo, impedido de jugar por mis horribles y persistentes dolores, salgo a caminar por el sendero aerobista del barrio de Providencia, tanto como para no perder estado, si es que alguna vez lo tuve. Mis amigos del equipo estarán yendo a jugar a algún inhóspito paraje de la provincia que gobernaría Scioli en poco tiempo. ¿Irá Chuletas? ¿Distinguirán en el campo a alguna persona de las que se suele ver en el club AFAP como para maliciar que podría ser el famoso periodista que los critica hasta la burla? Me inclino a pensar que los programas de Panorama del fútbol en Providencia se preparan en base a los informes que le pasa un ¿infiel? integrante de nuestro grupo, esto es, que el veneno correría por nuestras propias venas. Y sumido en estas tontas cavilaciones, camino por el sendero tortuoso cuya tortuosidad es exclusivamente atribuíble a las espantosas puntadas que siento en la nalga, muslo y gemelo, que me obligan a caminar como el jorobado de Charles Laughton. En el camino me cruzo con damas conversadoras que me miran con lástima, señoras con sus perros que se preguntan, los perros digo, por qué fueron despertados para salir a realizar una actividad que no les interesa ni mucho ni poco, parejitas adolescentes que vuelven de la milonga y necesitan refrescarse un poco para volver a sus hogares con algo de compostura. Me aparto de la callejuela de los aerobistas y me adentro en un sotobosque de pasturas altas y humedecidas por las recientes lluvias lo cual supone un esfuerzo adicional para arrastrarme que debe ser suplido por una modalidad de caminata que consiste en elevar los pies hasta más arriba de las rodillas para esquivar los macachines. ¡Doloroso! Pero, al encontrarme lejos de la humanidad, las miradas condescendientes no hieren mi autoestima. El suelo es irregular y meto un pie en un pozo lleno de agua, cuyo espejo está disimulado por la hojarasca podrida que cubre la superficie, y caigo de bruces. Cómo me cuesta incorporarme. Los caballos que pastan distraídos apenas escuchan a la distancia una puteada del sufrido peregrino que ahora está paralizado por múltiples calambres. La indiferencia equina hiere un poco mi ego de ser superior. Un perro al menos me olisquearía y lambetearía. Me incorporo y quito el barro chirle de mi zapatilla. La curvatura que debo aplicar a mi cuerpo para poder desplazarme casi me permite besar el suelo un vez que logro recuperar la vertical, verticalidad atenuada, más adecuada a una tendencia estudiantil revolucionaria socialista que a un cuerpo sano y erecto. Cada vez me hundo más en el sotobosque pero me importa un soto. A despecho de las intolerables punzadas que laceran mi cuerpo, me acuesto, ahora deliberadamente, para descansar sobre el colchón de verdura y ramas mojadas. Las huellas de la civilización van quedando atrás, casi no se ven las omnipresentes bolsas de plástico. Los mosquitos, ésos que salen tanto en los diarios, intentan un asalto final sobre este Julio inerte, depositado sobre la madre tierra y el padre pasto, pero advierto que esos portadores de enfermedades en latín son flojos de reflejos, se te clavan y, acaso, por una sobrecarga de sangre que han chupado de más, quién te dice que por pura angurria, quedan inhibidos de huir con presteza. Entonces, con un ligero papirotazo mueren y caen. A lo lejos se escuchan los autos que pasan por la autopista; a lo cerca, la música de los pajarillos errantes, los loros y algunas especies canoras que no conozco. Miro al cielo obstruído parcialmente por las copas de los árboles y me quito el receptor que tenía conectado a mis oídos a través de un par de cables cuyas terminales están constituídas por sendos y pequeños auriculares que se encastran en dos de mis seis orificios, con el que venía escuchando el show de Pedrito Rico en FM Providencia. Tomo una respiración profunda. Me propongo meditar. Pero me duele hasta la respiración. Intento incorporarme. No puedo. Después de patalear un buen rato lo consigo. ¿Se puede renguear de ambas piernas? Camino como en cámara lenta azotado por indescriptibles sufrimientos y al cabo de diez minutos comienzo a encontrarme con los signos tranquilizadores de la civilización: un auto que ha sido oportunamente robado y ahora está casi totalmente desguazado. Es tarde. En casa deben estar preocupados. Yo también lo estoy. Se enfrían los fideos.


Fotos: 1) señoras conversadoras 2) dama paseandera 3) parejita anhelosa 4) caballos indiferentes 5) auto desguazado 6) bosque achaparrado 7) Pedrito Rico


2 Comments:

Blogger Roedor said...

Noooooo... con Pedrito Rico no te metás, yulái.

Vos no tenés alma...

11:11 p. m.  
Blogger estejulioesuno said...

¿Qué tiene la zarzamora que a toda hora llora que llora por los rincones?
Ella que siempre reía y presumía de que partía los corazones.

7:49 p. m.  

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