miércoles, enero 23, 2008



VERANO DEL 76

Con mi esposa nos pusimos de novios en Octubre de 1975 y tuvimos nuestras primeras vacaciones juntos en Enero de 1976, el mismo año del golpe de Videla y sus bandas armadas. Pero en enero todavía estábamos en “democracia” con “Isabelita”, aunque ése no es el tema de la presente crónica. Octubre de 1975, enero de 1976. Transcurridos apenas tres meses de novios estos veinteañeros pasan unas vacaciones en Mar del Plata. Éramos un par de ollas humeantes compartiendo mechero en la cocina de un restaurante de mediana categoría, así de calientes, así de vaporosos. No me dieron alojamiento en el departamento de sus padres por razones de espacio, según adujo mi futura suegra, aunque sospecho que el motivo era evitar la peligrosa proximidad de las dos cacerolas como fumarolas, aunque estuviesen separadas por una pared. Renté una habitación en un simpático hotel situado frente al complejo Mirador Cabo Corrientes, donde tenían su apartamento los padres de la novia. El residencial disponía solamente de cuartos para compartir y carecía de baño privado. El baño público tenía la ducha encima del inodoro de tal forma que cuando te llegaba tu turno, luego de esperar en fila con la toalla en el antebrazo, al modo de un camarero de restaurant, te convenía optar por el combo B y C, y si fuese posible simultáneamente. Un solo toilette para veinte habitaciones se diría que es más bien escaso. Mi compañero de pieza era un mozo que roncaba todo el tiempo y eso me impedía dormir cuando llegaba de madrugada cansado y enamorado. Hasta que encontré un método para mudarlo a una posición que desactivara cuanto menos transitoriamente su aparato roncagliolo. Yo en ese tiempo sufría de asma (hoy los de Independiente sufren de Assman, ja ja ja ja ja ja ja ja aghh - está tan macanudo el chiste que terminaría acá el relato). Bueno, pero no quiero seguir hablando al pedro troglio. Yo sufría de asma y llevaba siempre un vaporizador de vidrio al que se le insuflaba aire por medio de una bochita de goma. A la pipeta de cristal había que introducirle un líquido incoloro llamado Asmopul y luego practicarse las vaporizaciones, metiéndose tanta cortisona como fuese necesaria para recuperar la posibilidad de respirar, actividad tan trascendente para la vida en general. Eso sí, el corazón te quedaba galopando como un potrillo al que doparon como para el Pellegrini. La sustancia medicinal estaba contenida en un pequeño frasquito de plástico que había que oprimir como si fuese un pomito. Pues que cuando el mozo empezó a roncar con su serrucho recién enjabonado, con mi pomito de Asmopul lo rocié al voleo, apuntando preferentemente a la cara, para que, con el frío del líquido el tipo se despertara brevemente y se diera vuelta. Digo al voleo porque la luz estaba apagada (La apagaban a las once de la noche, después pasaban cuarto por cuarto, golpeaban la puerta con una patada y gritaban ¡a dormir! de mal modo). A la mañana siguiente el mozo fue a presentar una queja formal ante la consiergerie porque su pijama, su sábana y su colchón estaban completamente manchados de un color marrón oscuro. El único sospechoso era yo. El mesero me acusó de que yo lo había mojado y yo negué como si fuese un imputado a quien asesorase el mismísimo doctor Stinfale. Yo ignoraba que el Asmopul nacía incoloro pero luego adquiría una coloración parduzca, casi negra. Hasta allí esa mutación se había producido solamente en mis pulmones, distrito sobre los que yo no tenía acceso.
-¡Burdas patrañas! –comencé a defenderme utilizando una expresión tempranamente menemista- Usted está faltando a la verdad. Su declaración es mendaz y viciada de nulidad (en esa época yo estudiaba derecho procesal)
Finalmente nos cambiaron de habitación. Me asignaron un nuevo compañero que era un verdadero encanto. Pero esa es otra historia.

jueves, enero 17, 2008

¡ SORPRESA!


Ayer cumplió años mi prima y sus padres le organizaron una fiesta sorpresa. Los invitados debíamos presentarnos al lugar del sarao antes de las veintiuna y dejar nuestros automóviles lejos del alcance visual de la homenajeada para que no descubriera la sorpresa antes de que los que estábamos adentro le gritásemos


¡SORPRESA!


Dentro de la casa los sorprendentes esperábamos conversando y robando alguna que otra papa frita, porque estábamos hambrientos, aunque éramos perfectamente conscientes de nuestra infracción ya que una fiesta sorpresa no se da por oficialmente comenzada hasta que no llegue la homenajeada y le gritan


¡SORPRESA!


Pasaron las nueve, las nueve y diez, las nueve y veinte, y cada vez que se escuchaba el ring del timbre la concurrencia debía hacer silencio como si estuviese dentro de un refugio antiaéreo y hubiese sonado la sirena de bombardeo. El ring, en este caso, me salvó como el gong al boxeador groggy porque en ese momento uno de los invitados me consultaba sobre qué proyectos tenía para este año y yo no sabía cómo comenzar a moldear una respuesta más o menos digna ante una pregunta existencial de tan difícil digestión.
Finalmente mi prima hizo su arribo a las diez menos veinte y todos pudimos espetarle


¡SORPRESA!


Mi prima se emocionó pero no lloró ni lagrimeó. Adoro a la gente que, cuando se emociona, no llora ni lagrimea. Si el llanto fuese una buena cosa Dios no hubiese permitido que esa acción nos deformase la jeta en una mueca tan desagradable.
Mi prima besaba y abrazaba a cada quien y juraba no haber sospechado nunca la trama oculta del homenaje que comenzó cuando el coro bramó


¡SORPRESA!.


Yo recuerdo claramente el día de su nacimiento, hace cuarenta años, lo cual confiere a mi vejez un carácter ineludible e indisimulable, cuestión que para mi no debería constituir ninguna


¡SORPRESA!


Alrededor de cincuenta personas en apretado corro esperaron su turno para besarla y abrazarla. Remolino de fragancias que revoloteaban y se mixturaban. Los puños llenos de confeti ya habían liberado su carga y el cabello de mi prima lucía teñido por una policromía de colores, como decía el finado Muñoz. Como si fuera una ekeko de la suerte -pero linda- le fueron entregando bolsitas con regalos en su interior que mi prima a duras penas podía asir.


¡SORPRESA!


Me comí diez empanadas y me bebí cuatro latitas de cerveza pero no fui al doblevecé a transformar el lúpulo y la cebada en urea, sales y otras sustancias de desecho debido a mi ancestral pánico, ante el baño sin llave o traba, de que alguien abra la puerta mientras estoy cumpliendo en la vida mi micción y me grite


¡SORPRESA!


miércoles, enero 16, 2008


EL CONSERVADURISMO EN EL ARGENTINO MEDIO (CRE)
Cuando impones a un comensal de que, en el asado al que acaba de llegar, no habrá asado se produce un vacío en la mente muy similar al que se experimenta cuando estamos próximos al nirvana, pero sin nirvana. No hay nirvana posible. Kurt Cobain se murió. No hay vacío, ni tira, ni mollejas.
Llego al salón de la familia en el club de mi barrio, Providencia, con mi bolsita conteniendo el kit básico para asados: vasito, platito, cubiertos y repasador de toalla. Yo ya sé que no habrá asado. A medida que los demás se van enterando reaccionarán conforme al componente calentón que albergan sus genes. Algunos no lo pueden creer, otro directamente propone matar al de la iniciativa. Uno de los muchachos me tomó del brazo. Su rostro era una horrible mueca que lo mostraba al borde del desespero. Enjugándose las lágrimas me dijo:
-¿Qué costaba, Julito, poner un cacho de tira en la parrilla y hacer unas ensaladas? ¡Nada, carajo! ¿Por qué –preguntó el conservador popular- si todos los meses nos reunimos a comer asado, hoy no hay asado? Que alguien me lo diga, por amor de Dios.
Todo comenzó cuando un integrante del grupo propuso comer empanadas en lugar de asado, fundamentado en un acto de elemental misericordia hacia el cristo que tuviera que hacer guardia frente al asador con una temperatura ambiente de casi cuarenta grados acrecentada cuanto menos diez grados por efecto de la proximidad al foco ígneo. Lejos de agradecer la consideración al prójimo que motivó al injustamente vituperado Pilar Baez cuando propuso suprimir el asado por razones de bochorno, comenzaron a aparecer los que declaraban bajo juramento que no hubieran tenido ningún inconveniente en asarse junto al asado en aras de mantener incólume la sagrada tradición del asado mensual.
Pero la decisión de comer empanadas ya había sido decretada por un komitern ad hoc que capeó con personalidad y macrismo las acechanzas y nefandas amenazas de los fundamentalistas del asado. Finalmente las empanadas estuvieron bien, no hubo que esperar demasiado al delivery boy y las elegantes cajas de cartón reciclado se acumularon una tras otra, vacías y grasosas, dentro del gran tacho de desperdicios. Sin embargo, la mente conservadora de la mayoría de los hombres detestaba reconocerlo.
Me adelanté. Antes de ello hubo que despejar otro frente de polémica traído a la mesa de las reflexiones, no sin sorpresa para los asistentes al banquete, porque no es un tema demasiado visitado por el hombre. El nuevo objetor planteó:
-Nosotros ya somos mayores, debemos estar muy atentos a lo que comemos. No podemos morfar cualquier mierda. Las empanadas Te regalo la Tercera Docena (así llamadas porque si compras dos docenas te regalan una tercera) no las conocemos, no sabemos cómo son, ignoramos quiénes son los dueños de la empresa, si tienen cuit. Donde yo compro, además, son más grandes y sustanciosas (la empanadería se llama precisamente La Empanada Grande y Sustanciosa).
Eso es joder por joder, a mí que no me digan. Si no conoce las empanadas por qué prejuzga que son venenosas. Finalmente se zanjó el entuerto pero salió otro ballbreaker (Alberto se llama) que formuló su albertencia cuando le informaron que las empanadas podían ser fritas o al horno. ¡Al horno! -gritó-. Las fritas caen mal al estómago, al horno, al horno. Algún criterioso, de los pocos que quedan, lo puso en autos de que no todos los muchachos sufrían problemas estomacales, o sufrían de colesterol, vamos, que a muchos las empanadas fritas no les afectaba ni tantito. En definitiva, se aprobó mitad y mitad. Las empanadas en el establecimiento elegido, como hemos mencionado, venían con una docena de regalo por cada dos docenas compradas. La docena de cortesía de Te regalo la Tercera Docena podía elegirse entre dos opciones: carne suave o humita.
-¿Qué hacemos con una docena de empanadas de humita? -bramó uno-.
-¿Cómo una docena? –preguntó un aritmético-. Si compramos cuatro docenas, pues entonces nos regalan dos docenas, ergo, pidamos una docena de carne suave y otra de humita.
-Doce empanadas de humita sigue siendo demasiado. No objeto las de carne suave. Mi problema es con las de humita, que no le gustan a nadie.
Tampoco quedó una sola empanada de humita. Estaban rerricas. Y así se fue la noche. El problema es que así también se va la vida.

jueves, enero 10, 2008



HISTORIAS DE VACACIONES NO TAN BUENAS



Un "mielero" argentino jugaba al fútbol en una playa de Torres, al sur de Brasil (ver foto). En el instante en que yo, ocasional compañero del inaugurador de hímenes, me relamía pensando en el zambullón al mar que marca la terminación del juego, una jugada lo ungió como protagonista de un proyecto de gol harto avanzado. Pero un rival brasileño se opuso al proyecto y lo trabó desde atrás. Mi conterráneo se desplomó sobre la arena, desesperado de dolor, mientras escrutaba su pie izquierdo. Era una milanesa lógica porque el soccer playero se juega a pie desnudo. De pronto, la arena, que hacía las veces de pan rallado adherido al empeine, se abrió y surgió la sangre a borbollones. Milanesa y rojo, ergo, milanesa a la napolitana. El argentino, adolorido y asustado, se encaminó hacia el opalino océano saltando en una pata pero no contento. Cuando regresó a tierra firme el agua había removido la arena-rebozador de su otrora milanesa y se observaba en dos de sus dedos sendos huesos que sobresalían de la carne trémula (ver retrato hablado*). La sangre manaba que te manaba. Es lo que los médicos traumatólogos denominan fractura expuesta. Y muchas otras personas también. La flamante esposa, cuando desde su tumbona, escuchó a su flamante esposo-hijo gritando-llorando llegó bramando-puteando hacia el corro que rodeaba al infeliz. Estaba histérico-desesperada. La dama vislumbraba con femenina percepción que su honey moon se había ido a la shit.
Cuando junto a mi compañero de viaje fuimos a visitar al malhadado a la clínica de la pequeña ciudad gaúcha -cuya directora era una médica bastante feúcha- donde lo operaron, la esposa-"mielera" nos recibió a las puteadas: ¡Ustedes me cagaron la luna de miel! Si bien yo integraba el mismo equipo donde jugaba el fracturado expuesto, y además había estado lejos de la acción desgraciada, no encontré resquicio para defenderme. Quizás ella culpaba a los Hombres, tomados en su sentido genérico de que le cagasen las lunas de miel a las Mujeres, consideradas en el mismo sentido.
Lo fuimos a visitar también al día siguiente y la mujer volvió a recibirnos a puteada limpia: ¡me cagaron la luna de miel!
El tercer día estaba tan lindo que seguimos de largo con nuestras señoras y reposeras sin ingresar a la clínica. La mujer del desventurado nos vio pasar por la vereda del sol, se asomó y con el puño enhiesto nos gritó: ¡me cagaron la luna de miel!
Ma sí, morite.


*Retrato hablado confeccionado por mi compañero de tareas Zuloaga, siguiendo mis instrucciones. Es un pésimo dibujante pero creo que alcanza para darse una idea aproximativa de la horrible lesión sufrida por el "mielero".


martes, enero 08, 2008



PARA LEER EN LA PLAYA






Insoportable y remanido título que revistas y diarios dan a las notas –generalmente pagadas por las editoriales- referidas a los libros que hay que leer en el verano, como si hubiera libros que sólo sirven para leer en determinada estación. ¿Se puede leer Finnegans Wake en el verano? No, ni en el verano ni en las estaciones restantes. Además, en la playa puede leerse una diversidad de superficies escritas, según lo prueba la siguiente lista no taxativa sino meramente enunciativa.


PARA LEER EN LA PLAYA




Diarios.
Revistas.
Información nutricional del paquete de galletitas que abrimos para acompañar al mate (Hay gente que, mientras come, necesita leer algo, lo que fuese)
Sudoku.
Diario íntimo.
Naipes.
La palabra que escribió nuestro contendor de Scrabble.
El diccionario de bolsillo, para el caso de duda sobre la palabra que escribió nuestro contendor de Scrabble (¿Existe la palabra zkgx?)
El reclame que a manera de estela surca el cielo prendido de la cola de la avioneta
Mensajes de texto del celular.
La información en el display sobre la música que egresa del emepetrés.
Tengo un amigo que, por falta de tiempo no puede leer durante el año el suplemento Enfoques del diario La Nación, que sale los domingos, y los junta para hacerlo durante las vacaciones. ¿Es bueno para la salud mental leer de un tirón cuarenta y cuatro Enfoques de La Nación en vacaciones?
¿Libros de texto que el chico llevó para estudiar en la playa las materias que debe para Marzo? No creo.
El frente de los pequeños sachets de crema del cabello (para después del lavaje) que nos entregaron las chicas de las promociones, que podrían ser nuestras hijas.
Las revistas de historietas del pibe.
Las instrucciones que tiene la caja del pato de plástico (soplar, introducir por la cabeza, etc.) que compramos para que el nene se entretenga y no se ahogue en el mar.

Esta enunciación nos da una idea siquiera parcial de lo mortalmente aburrido que se puede tornar un día de playa, transcurrida determinada cantidad de horas (o de minutos), si no procuramos alguna actividad que combata el peso aplastante del embole.

sábado, enero 05, 2008



ESTALLO EL VERANO
Y VARIAS ESQUIRLAS QUEMARON MIS BOLSILLOS

Algunos aspectos que hay que tener en cuenta si querés (y podés) irte de vacaciones.

LAS OJOTAS
La colocación de ojotas supone un acto fundacional de las vacaciones, son el símbolo de su inauguración, el inicio de la vida despreocupada. Entonces, las ojotas son iniciales, no sólo en su acepción como principio u origen de las cosas sino también como característica de las letras (o y jota)
LA MALLA
La malla es el primer escollo, la cortapisa primaria, la primeriza amargura, especialmente para la dama. Para el caballero también pero el ladino sabe guardárselo como se guarda la panza al paso de la belleza embikinada. ¿Me entrará la malla este año? -se pregunta ella, dándole una magnifica vuelta argumentativa al reparto de responsabilidades-. Quiero decir que lo que la gorda debería preguntarse es: ¿Entraré en la malla este año? El traje de baño, admitámoslo, conserva la misma medida del año pasado. Admitámoslo y asumámoslo.
LAS VALIJAS
Las valijas, hoydía, es un tema de conflicto y negociación. Ellas deben ser continente de artículos que otrora no existían, como por ejemplo la planchita para el pelo, el dividí, el televisor y las molestas play station, que es imprescindible llevar porque si no las criaturas se te aburren. Se hace imperioso, en consecuencia, racionalizar el uso del espacio porque, si no entran las maletas en el coche, ya no está Rabbione para cargarlo y tampoco se puede viajar a Mar del Plata sin valijas porque tienda Los Gallegos tiene de todo.
EL LUGAR
Si tienes hijos a partir de trece años ya no te es dado elegir el destino, irás al balneario que él designe, después de todo la bestia sólo se ha llevado seis materias. El lugar deberá tener buenos reductos para bailar y allí lo tendrás que ir a buscar cada madrugada porque, en vacaciones ¡todos los días son sábado!

miércoles, enero 02, 2008




BREVE ENSAYO SOBRE LOS SOBRENOMBRES EN EL AMBITO DEL BALOMPIE

Los sobrenombres de los jugadores de fútbol suelen originarse en el seno de la institución que los alberga. Se me ocurre a un jugador apodado Graciani, que así fue bautizado por su notable parecido, veinte años atrás, con el ex jugador del Boca Juniors, club que recientemente perdiera la final interclubes (luego de haberle ganado a un equipo de Tunez). A otro muchacho le dicen Centurión porque hace una punta de años se parecía al ex jugador del River, Ramón Centurión. Ha pasado el tiempo y lo seguimos llamando Centurión aunque, como se puede apreciar en el grabado, al presente no se le asemeja en nada. Yo diría que nuestro Centurión hoy es casi un sosias del escritor indo-inglés Salman Rushdie, autor del Los versos satánicos. Pero nuestro amigo ya tiene el Centurión grabado a fuego, qué caso tiene empezar a denominarlo Salman, o Rushdie, o Salmanrushdie que, por otra parte es muy difícil de vocalizar. Además casi nadie conoce a Salman. Su parecido es asombroso, como lo testimonia la fotografía que ahora agrego como prueba número uno. Otro muchacho de mi club era conocido como Ortiz en recuerdo del ex jugador de San Lorenzo y River Plate Oscar Ortiz. Incluso en algún documento figura con su nombre de fantasía porque en cierta oportunidad el muchacho tuvo que cumplimentar un trámite y concurrió en compañía de un amigo que creía que Ortiz era apellido real y no apodo. Cuando el funcionario le pidió a mi amigo los datos personales, el otro, de puro comedido, se le adelantó al titular del nombre y dijo “Ortiz”. El cagatintas tomó nota y cuando fue anoticiado del error ya no era posible borrar el documento público. Le quedó Ortiz. Tienen que creerme. El sobrenombre de nuestro amigo, sin embargo, se fue perdiendo con el tiempo y hoy en día apenas un par de amigos, de los pocos que le quedamos, y que lo conocemos desde hace décadas, lo llamamos esporádicamente Ortiz. Por ejemplo le decimos: “¡Ortiz correla, la concha de tu madre!”, y cosas así. Cuando el jugador recién llegado no se parece a nadie el sobrenombre puede originarse recurriendo a alguna inscripción que tuviese en la camiseta, buzo o sudadera. Así es que uno de nuestros coequipers recibe el nombre de BJ porque la primera vez que jugó en el club llevaba precisamente una remera con una foto de Bj Mc Kay y su simpático mono, y debajo la inscripción BJ, que así se llamaba una serie norteamericana de comienzos de los ochentas protagonizada por Greg Evigan. Y le quedó BJ. Por ello desmiento que el negro BJ se llame Benito Juarez. Se aprecia cotejando ambos retratos que mi amigo no se parece mucho al apuesto camionero yanqui. También los nombres de fantasía se colocan tomando en cuenta el color que tiene la camiseta cuando ésta carece de inscripciones. Alguna vez habremos escuchado ¡pasala marrón!, ¡tuya rojo!, ¡celeste siempre celeste!. Si la casaca es de algún club de fútbol profesional, éste será el nombre del futbolista: ¡Largala, Boca! ¡Andá a cabecear, Ajax! ¡Dejala, Godoy Cruz Antonio Tomba!
Gracias a los jugadores educados que tienen roce social y no temen preguntar podemos conocer los nombres reales de los players:
-Flaco, ¿cómo te llamás?.
-Baldomero.
Es sencillo. Nos complicamos de puro cortos.
Los nombres establecidos en base al color del vestido del jugador trocan en cada jornada cuando muda de ropaje de una fecha a otra. Si hoy tienes una remera verde te llamarán verde, mas si la próxima semana te apareces con una fucsia, te mentarán fucsia (algún amigo te podrá decir trolo). Eso trae aparejada una pérdida de identidad con grave desmedro para la autoestima. Por eso es que siempre es mejor procurarse una remera que diga algo. En una oportunidad yo llevaba una remera que tenía la inscripción de una ciudad australiana, que me regalaron, en la época en que todos los argentinos podían viajar sin fijarse adónde. Un día de año nuevo, como mi club estaba cerrado y sufrí una horrible crisis por síndrome de abstinencia de fútbol, tomé desesperado mi convertible y rumbeé para la avenida General Paz en busca de algún partido, picadito o cabeza (palomita vale doble). Dios se apiadó de mí y encontré un desafío por la sidra. Mis ocasionales compañeros me llamaban Adelaida pero a mí no me molestó.


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