CRÓNICAS DE UN VIAJE A NECOCHEA. Segunda parte.
RESUMEN DE LO PUBLICADO: Un grupo de muchachos viaja a Necochea para jugar un partido de fútbol contra un equipo de la ciudad antes nombrada. A uno se le rompe el auto.
¡Hemos perdido a dos! Los hechos: cada propietario de automóvil tenía asignado entre dos y tres personas para transportarlos en su unidad a la ciudad de Necochea. Es pertinente afirmar, entonces, que cada cochero era responsable de quien llevara dentro de su carrindanga. Una vez puesta en claro esta premisa diré que cuando partió el coche que tenía el embrague destrozado (ver primera parte), los demás integrantes de la caravana de la esperanza debieron subir velozmente a las respectivas unidades para retomar el viaje escoltando al averiado. Cuando uno de los choferes arrancó notó que le faltaban dos pasajeros –sólo estaba su compañero de la parte delantera- pero no le asignó a este hecho ni mucha ni poca importancia. Los dos abandonados se encontraban en un comercio de venta de antigüedades observando y curioseando los gramófonos y otros vejestorios igualmente inútiles (me refiero a la mercadería ofrecida). En el local de venta de porquerías polvorientas uno de sus empleados se apiadó de los dos viejos y les sirvió un te mientras esperaban el rescate emocional.
Que se inició más o menos una hora después cuando el conductor del auto averiado, en el que me encontraba, recibió un llamado de uno de los que estaba en el negocio de anticques que le informó que los habían dejado de garpe. Al punto se le transmitió la novedad al presidente de la delegación que llamó al conductor olvidadizo para que urgente regresara en procura de los dos hombres que estaban bajo su custodia, guarda y protección.
El cabeza de chorlito debía desandar unos 50 kilómetros de camino y volverlos a transitar para volver a sumarse a la comitiva. Cuando posteriormente se le preguntó a uno de los extraviados la razón por la cual no llamó inmediatamente para ser rescatado y lo hizo casi sesenta minutos después, alegó que no tenía señal en su dispositivo inalámbrico para comunicaciones interpersonales y que recién la recuperó a los cincuenta y tres minutos contados a partir del instante en que se dio cuenta de que se habían olvidado de él como un papel viejo. Esa circunstancia no sirvió para hacer más benigno el veredicto del grupo cuando olvidados y olvidadores llegaron a la cantina en la ciudad de Necochea para el almuerzo inaugural.
Las razones que el perdedor de gente alegó más tarde, más que razones fueron un traslado improbable, y tomado de los pelos, de su propia responsabilidad hacia todos los integrantes del grupo argumentando una indefinida falta de compañerismo y otros argumentos igualmente inconsistentes. ¿Y el compañero del conductor? ¿Qué papel le cupo en esta historia bizarresca al copiloto del chofer amnésico? Baste decir que nuestro hombre fue testigo del ingreso de los dos hermanitos perdidos al comercio, que se llamaba “Quién diría”, y nunca lo comunicó. Quién diría. Creo que un juez de verdad lo hubiese declarado inimputable sin más. En fin, para él y para el conductor parece difícil encontrar atenuantes. En cualquier caso los fabulosos cuatro hubieron de escuchar el juicio del grupo recibido en asamblea plenaria en el restaurante de Necochea. Dicho dictamen tuvo la forma de una cancioncilla muy popular que todos los argentinos aprendimos a cantar cuando éramos apenas unos purretes y que dice:
Por esa acción
Por esa acción
Se merece(n) una canción
¡¡¡¡QUÉ BOLUDOS, QUÉ BOLUDOS, QUÉ BOLUDOS, QUÉ BOLUDOS, QUÉ BOLUDOS!!!!
Fotos: a)A medida que van llegando al restaurante, más de una hora después de la prevista, los hombres, que parecen rehenes recién liberados de un secuestrador llamado Alzheimer, son recibidos entre risas, burlas, mofas, remoquetes, cargadas, befas y pedorretas.
b) Frente del negocio donde se perdieron nuestros distraídos amigos.