jueves, diciembre 28, 2006

NOCHEBUENA EN PROVIDENCIA

La imagen que ilustra este capítulo pertenece a la revista Caras y Caretas del año 1951. Obsérvese cuán parecido es el hombre del dibujo a Jack Nicholson en la película El Resplandor.

Otro detalle digno de mención: la frugalidad de la mesa: un pan dulce, un pavo, un turroncito y tres sidritas. Bien distinto a nuestras cenas actuales y eso que ambos períodos corresponden a Argentinas Peronistas.

Restituídas las funciones hepáticas básicas, reseño aspectos intrascendentes de la velada de Nochebuena en una casa de La Providencia.

Cada quien fue llegando aquella noche con su aporte calórico envuelto en una o más bolsas de supermercado. La comida en este hemisferio es fría, lo sabe todo el mundo: aves, ensaladas, carne fiambre y la famosa Falsa Langosta de mi cuñada (receta no disponible para el público).

Los regalos de Navidad se envuelven en envases más elegantes. Hoy en día se ha avanzado notablemente en las formas de liar los presentes, con esos papeles brillantes y esas bolsas ecológicas con manijita, quizás en desmedro del contenido, que se ha pauperizado en los últimos años, en parte por culpa de estos gobiernos que padecemos, indiferentes a la justa redistribución del ingreso. Nuestro querido presidente, sin ir más lejos, acumula reservas como lo hacía el tío Patilludo (el de Disney), que para lo único que le servían era para revolcarse un poco cuando se sentía deprimido (digo, el tío Patilludo).
Los invitados fueron ingresando, cada uno con su ofrenda al dios Estómago, y mi esposa los derivaba hacia la cocina. Previamente depositaban al pie del arbolito los regalos del gordo Noel. Mariana, mi esposa, desenvolvía las exquisiteces mientras recibía explicaciones e instrucciones de la autora del platillo:
-Traeme mayonesa que le pongo más en la parte de arriba.
-Uy, se me desbarató el adorno de morrones que le puse arriba, alcanzame un tenedor.
-Me falta ponerle las alcaparras, que conseguí de última.
-Hay que cortar el melón y ponerle el jamón crudo.
-El helado metelo en el freezer.
Estaba la mesa larga dispuesta en la galería que da al jardín, donde los mosquitos nos comían y los petardos ponían nerviosos a los perros, que orinaban en mi colección de enanos, caballos, gansos y otras figuras de yeso.
El primero que llegó fue mi hijo, que venía con la novia. La novia no es otra que la hija del testaferro de la inmobiliaria Arizmendis. Recomiendo leer el informe del día 29 de Setiembre de 2006, que lleva por título, precisamente, El Testaferro. ¡Apasionante! Fue una sorpresa. Creo que la chica no tiene un buen concepto de mí. Y no sólo eso, convencieron al testaferro, su padre, para que no se quedara solo en una noche tan importante para la cristiandad. Segunda sorpresa, casi un chasco, o un chasquibum. Los ojos amargados de esa ruina de hombre me escrutaban todo el tiempo. Lo recibí como un vendedor inmobiliario recibe a un cliente. Mucha palmada, manito en el hombro, sonrisa kolynos, algún chiste estúpido. Martínez Aizpirtúa tenía cara de deprimido y también de haber sido convencido de venir a la reunión luego de mucho ablande. Y la novia de mi hijo tenía los ojos llorosos. Ninguno de los dos traía ni comida ni regalos.
Matías y la hija de M.A. se fueron al cuarto del primero a hacer algo y me dejaron solo con el testaferro, que miraba mis enanos. Buen tema para iniciar una plática.
-Colecciono enanos de jardín -le informé-.
-Ah.
Sonó el timbre. Más gente y la consabida caravana previa hacia la cocina.
-Esperá que se me desarmaron las flores.
La esposa de Zuloaga trajo tomates rellenos con atún, papa, mayonesa y el propio jugo de tomate frío. Y una aceituna negra descarozada formando una flor negra de cuatro pétalos en la parte superior de cada tomate. Verdaderamente artístico. Pero las flores aceitunadas (o aceitunas floradas) me hicieron acordar al tristísimo tango de Julio de Caro (Flores Negras), lo que me puso muy triste y eso no es bueno para un anfitrión.
Zuloaga se sentó al lado del testaferro. Se saludaron con frialdad. Martínez Aizpirtúa odia a la inmobiliaria que lo tiene “contratado” como testaferro. Y por carácter transitivo a todos los que allí trabajan. Siente que su función de hombre de papel es una humillación y además le pagan muy poco, que si le pagasen bien, la humillación se convertiría en un buen trabajo. Zuloaga se fue a ver a los perros y los enanos. Timbre.
Y así se fueron presentando mi madre, mi tío Bancho, que habían llegado el día anterior desde Santa Fé. Ahora llegaban de visitar y saludar a amigos de mi madre en Providencia.
Y llegó mi padre. Estaba solo. No vino la negra. El viejo hombre de armas alegó un pretexto gastrointestinal para la ausencia de su pareja. Se saludó con mi vieja con un beso en la mejilla. Sin mirarse. Apretón de manos de mi tío.
-¿Qué dice, ex cuñado? –introdujo el tío Bancho-.
Los hombres en el jardín. Las mujeres, excepto mi ¿nuera?, en la cocina, ayudando. Había que transvasar una cacerola llena de ensalada de frutas a unas fuentes de plástico multicolor. Afuera, se dispuso junto a la mesa rectangular de caballetes, una mesa redonda donde se colocó toda la oferta gastronómica para que la gente se sirviese a la manera de Rodizio, pero sin cumplidos. Esto es, llenar los platos hasta donde dé. Vuelven mi hijo y la hija del testaferro. ¿Qué fueron a hacer a la habitación? Se los ve felices. Matías está con su pequeña filmadora de video y tiene puesta una camiseta de Estudiantes de La Plata. Eso se prestó para la chanza y para el recuerdo burlesco a los jugadores de Boca y su incalificable actitud durante la final con el pincha, tan timorata y pusilánime. En la cocina, una de las mujeres prepara de apuro crema chantilly. Las bebidas esperan en el piletón del lavadero, cubiertas de hielo picado y, abrazando todo el contenido, una bolsa de arpillera. Comienzo a cubrir la mesa larga de botellas y latas. Matías descorcha los vinos. Llegan mis hermanos, sus esposas y sus chicos. Los perros están felices porque mis sobrinos siempre les tiran huesos. Y los mosquitos están felices por la llegada de sangre joven. Los padres de mi esposa descargan en arbolito y cocina e irrumpen en el jardín. Más saludos, más besos.
Hay algunos que no tienen ningún motivo para celebrar. Zuloaga, sin ir más lejos, que cobró nada más que doscientos pesos de los más de mil que le deben en la inmobiliaria. Y sus chicos preguntan cuánto falta para la medianoche. No recuerdo haber visto que Zuloaga ni su esposa hayan entrado con paquetes de papel brillante.
Yo, a quien Arizmendis tiene en la mayor estima, cobré trescientos, de los más de cinco mil que me debe. Pero el vino ayudará a que me olvide por una noche de esas minucias. Digo, las que cobré.
Mi padre no está cómodo sin la presencia de la negra y con la presencia de su ex esposa. Conversa con unos de sus hijos. En pocos segundos coincidirán en su visión de la política nacional y jugaran un partidito de tírele al Kirchner.
El testaferro, con su jeta depresiva y deprimente, parece mirarme con rencor. Pero no creo que sea el momento ideal para decirle que, de lo que gana Arizmendis por sus compra-ventas, a mi no me corresponde ni la fajita sellada que envuelve los billetes.
Mi tío Bancho está contento. Cuenta que, desde que se libró de su socio español en el negocio de ramos generales que tiene en Santa Fé, no quiere saber nada con los gallegos y que, a modo de símbolo de esa desvinculación, evita el uso de cualquier modismo galaico. Yo no entendía bien lo que quería decir hasta que se le cayó un pedazo de lengua a la vinagreta en el pantalón y dijo que iba a buscar un trapo rejita, y le pidió a mi esposa quitamanchas y un cepito. Cuando terminó de comer fue a buscar la pastita para la presión. Luego pidió un cigarrito. Hablaba todo así. Está un poco loco.
La noche terminó cerca de las dos y pico de la mañana. Nos habíamos comunicado con nuestra hija de España. Mi madre gritó por el teléfono como en la época en que se decía ¿larga distancia?, pero se escuchaba fenómeno. Ya casi no quedaba nadie. Yo tenía sueño pero no sed. Le ofrecí al tío Bancho un platito lleno de garrapiñadas cubiertas con chocolate.
-No, gracias, Julio. A la noche no me gusta cargar mucho el estómago porque después tengo pesaditas.









domingo, diciembre 24, 2006


Una casa de Providencia adorna su jardín con el motivo navideño que vemos en la foto. Puede parecer muy enternecedor, pero a mí me transporta a un tiempo infeliz de mi vida que querría olvidar para siempre.





Cuando yo era apenas un pebete, que levantaba una cuarta del suelo, mi padre, el viejo coronel, hoy retiro efectivo, me obligaba a participar del coro de la parroquia, que entonaba villancicos y canciones alusivas cuando llegaban los días previos a la Natividad. Yo odiaba eso, no saben amigos cómo lo odiaba. Y no es que tuviera fea voz, qué va. Cantaba lindo, lindo. Parecía un eunuco. Pero lo que me atormentaba era el uso de ese atuendo, una especie de túnica de monaguillo poco favorecedora para el que recién empieza a forjar una virilidad para la cual deberá empeñar todos los esfuerzos a lo largo de su vida útil.
Ding, dong, dang, ding dong, dang llega Navidad, la alegría de este día hay que festejar, cantábamos con variada afinación mientras recorríamos las calles de Providencia (no así las de La Providencia, pues para ello era necesario cruzar las vías del ferrocarril)
Las gentes a nuestro paso nos aplaudían, nos regalaban caramelos, o simplemente nos puteaban porque obstruíamos el tránsito de la avenida principal (San Martín) y no podían pasar con sus Kaiser carabelas, sus Estancieras o sus Decadoblevés. Yo no podía sufrir esa túnica, precursora del hippismo que en pocos años se impondría inexorablemente en la cultura occidental. Y tampoco me gustaban esas bellas canciones que hablaban de navidades blancas, trineos y renos (lo único que hoy me recuerda la palabra trineo son las pastillas Trineo)
En el año 1964 me le planté al militar (hoy en retiro efectivo) y le dije que no quería.
-¿Qué es lo que no quiere? –me preguntó extrañado, mientras estiraba su cuello como si estuviera bramando carreramarch-.
-Cantar los villancicos y ponerme ese vestido –le contesté, poniendo una cara de pelotudo que inspiraba más lástima que gracia-.
-¿Y por qué no quiere, si se puede saber?
-Porque mis amigos me cargan.
-¿Y qué quiere decir “cargar”. Explíqueme ese léxico moderno.
-Cargar es burlarse.
-Bueno, si sus amigos se burlan, entonces no serán tan amigos.
-¡Sí, sí! ¡Son amigos!
Les aseguro que no le grité. Créaseme. No grité. Si hubiera gritado, posiblemente hoy estaría debajo de la tierra y la historia oficial diría que sufrí una muerte súbita, pobre ángel, tan saludable que parecía. Si coloqué los signos de admiración fue para expresar que mi voz se había elevado un tantito, apenas. Nada del otro mundo. Pero él no lo entendió así. Me pegó un tremendo soplamocos y, lo que es peor, después me obligó a mirar por televisión el Festival del padre Gardella.
Me falta comprar la masa del pío nono. E ir a buscar a mi madre a la terminal. Que viene con su hermano, el tío Bancho, excelente persona aunque un poco loco.
Feliz Navidad.

jueves, diciembre 21, 2006





Mi mujer ha tomado a su cargo la organización del banquete de Nochebuena, tarea que presenta muchas y variadas ramificaciones. Hoy la he encontrado sentada a la mesa de la sala, con una hoja de papel ante su vista, un lápiz detrás de la oreja y una goma Tres Banderas. Se preparaba para confeccionar la lista de invitados. Yo me ubiqué a discreta distancia, ordenando el pesebre con sus respectivos Reyes Magos, uno de los cuales, Gaspar, es interpretado en la emergencia por el mono Burgos del mundial del 98 (ver foto). El ex arquero de la selección, hoy retirado de la práctica activa, el año pasado me salvó cuando se me cayó el Gaspar de cerámica y se hizo trizas. El golero vino a reemplazar de urgencia y con su sonrisa franca, acaso un poco incongruente con la seriedad del momento (el nacimiento del niño Dios, tan luego), al Rey Mago hecho puré. En ese momento decidí echar mano a mi colección de muñequitos del mundial porque me preocupaba no tergiversar la verdad histórica y dejar dos reyes solamente, lo que hubiera creado confusión o indignación en aquellos que preparan tres montoncitos de pasto y tres cacerolas con agua. Este año podría haber comprado un nuevo Gaspar de terracota pero me dio pena dar de baja a Germán, tan buena onda el loco.
Pero vayamos a los dos primeros de la lista de invitados, lo que dio origen a una conversación asaz interesante que querría compartir con mi público:
-Tu papá, tu mamá…-inicialaba Mariana-.
-¿Cómo? –pregunté-.
Mi padre y mi madre estuvieron casados por más de cuarenta años. Un día, mi padre abandonó a mi madre y se fue a vivir con una mujer quince años más joven, a quien llamamos la negra. ¿Dónde la conoció? En una cena del círculo militar. Era la esposa de un camarada de armas. Mi madre se fue a vivir al interior del país. Un escándalo. Al que se le aplicó la sordina como saben hacer tan bien los hombres de armas. Asunto reservado. Y no se hable más del asunto (reservado).
-¿Vas a invitar a papá y a mamá? –le consulté a mi esposa, que se rascaba la cabeza con el lápiz-.
-Si. Y a la negra también.
-Poné fuentes de plástico. Así, si se las tiran, no se rompen.
-Quedate tranquilo que alguno no se va a animar a venir. Y tu papá no se puede ofender porque tengo todo el derecho de invitar a mi suegra.
-¿Y si vienen todos?
-Pongo fuentes de plástico.
-Quería invitar a Zuloaga y la esposa, y los chicos. No tienen otra familia.
-No hay problema. También va a venir la novia de tu hijo.
-¿Tiene novia Mati?
-Si, pero no le digas que te lo dije. Y también vienen mi viejo, mi vieja, la hermana de mi vieja, tus hermanos...
-¿Qué vas a hacer?
-Unos pollos, huevos rellenos. Lo de siempre. Además, cada uno va a traer algo. Una de tus cuñadas hace muy bien el vittel-thoné y la otra, bueno, la falsa langosta es su especialidad.
La falsa langosta es un platillo verdaderamente exquisito pero no me ha sido autorizado revelar ni los ingredientes ni su preparación. Ruego que no se me insista porque es uno de los secretos mejor guardados de mi cuñada y no querría ser yo el responsable de una indisculpable indiscreción. Falsa Langosta, acuérdense.
Y así fuimos consensuando comidas, bebidas y convidados. En estos días vivimos un estado de asamblea permanente porque van surgiendo dudas de difícil dilucidación tales como: ¿pan dulce con fruta abrillantada o sin ella? ¿Dónde se consiguen las alcaparras? ¿Champagne o anana fizz? ¿Mantecol sí o Mantecol no? ¿regalos a los chicos solamente o a nadie? ¿El chancho lo hago yo o le pido al panadero que me lo ase?
Me dirigí sin demora a la casa situada en la calle L. Aufranc Nº 679 de Providencia, morada del viejo coronel.
-Hola padre.
-Qué milagro.
-Estuve ocupado.
-Me imagino. Llevando pizza.
-No, padre, eso ya fue. Ahora estoy en la inmobiliaria.
-Vení sentate. Tomate un café. ¡Negra! Vino Julio. Hacé dos cafés, querés.
-Usted no puede tomar café…-dice la negra desde la cocina-.
-Quería avisarte que el domingo a la noche te espero en casa con la negra.
-Bueno, gracias hijo. ¿Vienen tus hermanos?
-Si. Y mamá también.
-Mi padre pareció dar un respingo. Tragó saliva y de su boca salió el clásico ¡gulp!
-¿Invitaste a tu madre?
-Todavía no.
Cuando salí de la casa de L. Aufranc 679, me quedé mal, casi siempre que salgo de esa casa me quedo mal. Soy consciente de que le he pegado a mi padre una patada en las zonas bajas cuando le transmití la información de que mi vieja vendría a pasar la Nochebuena en casa. Problema de él, pensé. Y me lo repetí. Problema de él. Problema de él. Problema de él. Pero me quedé mal.
Tengo que pasar por Colombraro a comprar fuentes de plástico.
Llamo por teléfono a Santa Fé.
-¿Hola, mamá?
-¡Nene! ¿Cómo estás mi vida?
-Bien, mamá. El día de Nochebuena te espero en casa. Va a venir papá, también. Y la señora…
-Yo no puedo, nene. No sabés cómo ando del reuma… Apenas puedo caminar.
-Dice Mariana que te espera sí o sí. Quiere pasar la Nochebuena y la Navidad con vos porque te quiere, te extraña y que…
Corté con un ligero remordimiento por haber aplicado métodos que orillan el golpe bajo, la sensiblería y otras técnicas que normalmente no integran el arsenal de una persona como yo, cultor de la economía de gestos, siempre en fuga del sentimentalismo, el beso y abrazo de más y los dingolondangos.
Es Nochebuena y Navidad, de modo que saldrá lo que Dios quiera.






sábado, diciembre 16, 2006



TIERRA DE OPORTUNIDADES

Llego a mi hogar, cansado por el calor y por los problemas que plantea la lucha diaria por el sustento. Mi mujer ”chatea” con nuestra hija que vive en una de las Islas Canarias. Me excuso de sumarme a la charla ciberespacial porque nuestra ultima comunicación resultó desastrosa y no me exculpo de la responsabilidad que me cabe por haber causado el enojo de mi pequeña Juliana, que en un rapto de furor, llegó a mandarme a la mierda (a la mierad si nos atenemos a su escritura errática y nerviosa), pero mi mujer desea que con tiempo vayamos imbuyéndonos del espíritu del yingl bel, yingl bel, yingl oldigüin. Cuando mi hija me comunica que acaba de regresar de un viajecito de cinco días a París, un calorcito me sube hasta la cara y me muerdo los dedos, (que no los labios porque estoy escribiendo en el ordenador y no hablando), para no preguntarle:
¿No era que no podías venir a la Argentina para las fiestas porque los pasajes eran muy caros?
¿Y ahora resulta que te fuiste a Paris?
Opto por consultárselo a Mariana, mi señora que, con anterioridad, supo inquirir estas cuestiones con la delicadeza propia de las mujeres. Porque las mujeres serán todo lo que vos quieras, pero que son delicadas, son delicadas.
-No quiero poner algo que la ofenda -le digo a mi esposa a modo de introducción-, pero:
¿No era que no podía venir a la Argentina porque los pasajes son muy caros?
¿Y ahora se fue a París?
Mariana me explica que el pasaje y la estadía a París por cinco días le costó a nuestra Juliana “sólo” trescientos sesenta euros, mientras que el pasaje de España a La Argentina no se consigue por menos de mil ochocientos euros, si se consigue, porque ahora, en época de fiestas, es casi imposible. Y si los conseguís, es en una empresa que no te asegura ni la ida ni la vuelta, ni siquiera que permanezca todo el tiempo en el aire. Y si no leé Clarín.
Juliana esperaba mi respuesta escrita, yo veía su rostro en la pantalla del ordenador y las últimas palabras que había tecleado:
-Acabos de kvolever de paris, no sabes que divuinoi que es lo pase boamba
Le manifiesto a mi esposa, luego de descifrar esta frase escrita en dialecto suajili, que esos trescientos sesenta euros que se gastó bien se los podía haber ahorrado para viajar a la Argentina, no digo ahora, pero sí de acá a unos días.
-No sé. Enero, Febrero...
-Mirá Julio, ahora Juli está mejor económicamente porque está viviendo con una chica en el departamento y se dividen el pago del alquiler. Esa diferencia, que antes pagaba ella sola, le alcanzó para hacer el viaje a Francia.
-¿Está viviendo con una chica?
-Si, es argentina también. Y tiene un buen trabajo.
Mi hija espera y escribe:
HOLA HOLA HOLA HOLA
Le pregunto a mi esposa qué trabajo es el de la compañera de departamento de mi hija.
-Trabaja en el baño de un hotel –me dijo Mariana-.
-¿En el baño de un qué? –le pregunté a Mariana-.
-Hotel –me contestó-.
-¿Y cuánto puede ganar con un trabajo como ése? –le repregunté-.
-La chica gana ciento veinte euros por día, sólo de propinas.
-¿Y en qué consiste su trabajo?
-Le tiene que alcanzar a las mujeres el papel higiénico, la colonia, el jabón, los preservativos, e incluso, las toallitas higiénicas-.
-¿Y por eso le pagan ciento veinte euros por día? –le pregunté azorado-.
-Solamente de propinas. Dale que tu hija está esperando que le escribas.
Es difícil escribirle a mi hija algo coherente. Por una parte uno hace un cálculo sencillo: ciento veinte pesos por 24, suponiendo que trabaje de lunes a sábados, da unos 2880 euros...
-Solamente de propinas –dice mi mujer, que me adivina el pensamiento-.
2880 euros por entregarle a las damas el elemento básico para que puedan conservar el culo reluciente. Contando solamente las propinas.
-Bueno –le dije a Mariana-, espero que Julianita siga progresando y consiga un trabajo tan excelente como el de su compañera.

jueves, diciembre 14, 2006

LA PROFUNDA TRISTEZA DE ZULOAGA

Resumen de lo publicado.
Mi compañero de trabajo Zuloaga exigió a su jefe Roberto Arizmendis, en durísimos términos, el pago de la deuda por una comisión que oportunamente el martillero había cobrado en un cheque que depositó en su cuenta personal.
El vendedor se fue de la oficina echando putas, lo cual técnicamente se asimila a una renuncia. Recomiendo leer el capítulo denominado Don Fierro, que no tiene desperdicio.
Yo, como compañero y amigo de Zuloaga me autoasigné la misión de reconstruir el tejido humano de la inmobiliaria que había quedado severamente dañado. Me dirigí a su casa ubicada en el barrio La Providencia, villorrio que está separado del barrio de nombre similar, Providencia, por las vías del ferrocarril.
Mi compañero, un gran amante de las plantas, regaba en su jardín un bello ejemplar de tupinambo aguaturma (nombre científico: helianthus tuberosus). Cuando atisbó mi cráneo detrás de la ligustrina que delimita su propiedad, cerró la canilla que alimentaba la manguera y me vino a recibir. En su gesto había simpatía pero también huellas de un dolor que se patentizaba en profundas ojeras amoratadas, barba sin rasurar, y pelo despeinado y pringoso.
-¿Qué hacés, Julio? Vení, pasá -me invitó-. Vamos a tomar unos mates.
-Qué linda flor -le dije, cuando vi una hermosa flor amarilla-.
-¿Cuál?
-La que estabas regando.
-Ah, si. Es una tupinambo aguaturma.
-¿Tu mujer y los chicos?
-¿Qué pasa?
-¿Están bien?
-Ah, si. Los pibes están en la escuela. Y mi jermu no sé. Anoche nos peleamos y está todo para el culo. Dice que está cansada de que la heladera esté vacía por dentro y llena por afuera. Lo dice por las facturas que hay en la puerta de la heladera ¿viste? Se acumulan y acumulan.
-Si, claro.
-Si el hijo de puta de Arizmendis me hubiera pagado lo que me debía, hoy no estaría peleado con mi jermu, podría mirar a la cara a los pibes, podría estar pensando en comprarles algún regalito para Navidad, y en poner algo rico en la mesa navideña.
-Claro.

Yo tenía en mi bolsillo dinero que me había entregado Arizmendis cuando le comenté que iría a ver a Zuloaga. Con esa plata el martillero manifestaba inequívocamente su deseo de que uno de sus vendedores no renunciara, y su vez tendía puentes con el fin de que la relación humana no se tronchara. Que estaba pa olvidar viejos agravios porque ya te perdoné, como dice la letra de Milonga Sentimental, popular pieza de Sebastián Piana y Homero Manzi. Y qué mejor puente que el dinero.

-No sabés lo que es ver que llega Nochebuena y no tener un mango ni para un pan dulce –se lamentó Zuloaga, y a mí se me ponía la piel de jugador de Boca en final contra Estudiantes de La Plata-. Con esa comisión que el hijo de puta no me quiere pagar, por lo menos pasaríamos unas fiestas normales y tranquilas. Mientras el guacho se quedaba con mis mil trescientos cincuenta mangos, su esposa fue ayer a la oficina llena de paquetes y le pidió más plata para seguir comprando. ¿Qué carajo voy a poner yo en el arbolito?
-¿Mil trescientos cincuenta?
-Mil trescientos cincuenta ¿qué?
-Pesos. Lo que te debe Arizmendis.
-Ah, sí. De la última venta que hice. No hablemos de las otras porque salgo a matar gente.
Yo pensaba “te gané”. A mi me debe más del triple.
-¿Vas a volver? –le pregunté-.
-¿Adónde?
-Adónde va a ser. A la inmobiliaria.
-¡A qué! ¿A seguir laburando y que no te garpe?
-Te traigo unos pesos que me dio el viejo.

Y Zuloaga regresó a la inmobiliaria. Doscientos pesos son doscientos pesos.


martes, diciembre 12, 2006

DON FIERRO

Don Fierro es el nombre de una inolvidable historieta imaginada por el plumín de Dante Quinterno, el genial creador de Patoruzú e Isidoro, entre otras célebres tiras cómicas. El protagonista es un pobre tipo que vive atormentado por su jefe, un enano insoportable que lo tortura cada día en la oficina, mientras que el pobre empleado se tiene que tragar todas las maldades sin chistar.
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Zuloaga es un vendedor de la inmobiliaria Arizmendis. Ha venido conservando dificultosamente la paciencia esperando que se le pague lo que le corresponde por la última venta concretada (y cobrada). Pero el martillero dejó pasar los días y no pagó nada. Todos sabemos que el cheque entregado oportunamente como pago de la comisión ya ha sido acreditado en su cuenta, por lo que lo único que correspondía era extraer el dinero y pagar a quienes debía pagar.
Zuloaga aguardó como pudo, juntando veneno y soportando las presiones de su esposa, pero…
-Me tiene que pagar la comisión ahora.
-Esperá un poco, Zuloaga. No te enloquezcas. No lo cobré todavía al cheque.
-No puedo esperar más.
-Pero yo no tengo la plata, Zuloaga…
Esta escena se desarrollaba en el despacho del martillero Arizmendis. Yo escuchaba sentado a mi escritorio y pulsaba el incremento de la temperatura que allí adentro desafiaba la eficacia del moderno split. En ese momento entró un hombre a la inmobiliaria y lo invité a sentarse. Venía con la intención de entregarnos su casa para que se la alquilásemos debido a que la empresa en donde trabajaba lo había destinado a una sucursal del interior. Por la descripción que el señor hizo de su propiedad, se trataba de un chalet importante en el barrio Providencia. No menos de dos mil pesos por mes de alquiler. Muy interesante. Toda esta información, el atildado caballero me la iba suministrando mientras, sin querer, escuchábamos las voces de Zuloaga y Arizmendis que crecían en intensidad y libre inclusión de malas palabras. Zuloaga estaba fuera de sí. Uno se daba cuenta porque había empezado a tutear al jefe.

-¡VOS ME DAS MI GUITA PORQUE SI NO TE ROMPO LA OFICINA!

El posible cliente, que escuchaba claramente las imprecaciones de Zuloaga, preguntaba acerca de las modalidades de cobro de los alquileres y la forma en que se los entregarían una vez que el inquilino hubiese cumplido con su obligación. El ciudadano acaso haya postergado otras dudas. Ahora consultaba todo lo referente al cobro a medida que iba percibiendo las tensas palabras del vendedor Zuloaga.
-Bueno, una vez que el inquilino paga –le expliqué-, nos comunicamos inmediatamente con el propietario para que venga a retirar su dinero.

-¡ES MI GUITA Y VOS NO TE PODÉS QUEDAR CON LO QUE NO ES TUYO!

Yo, como me hacía el que no escuchaba, no podía explicarle al posible cliente que la conversación detrás de la puerta versaba sobre asuntos distintos a los que constituían el motivo de su visita a Arizmendis Propiedades. Ambos disimulábamos el bochorno y simulábamos que éramos sordos.
-¿Yo podría abrir una cuenta y ustedes me depositan el dinero de los alquileres? –preguntó-.
-Por supuesto. Nosotros cobramos el alquiler e inmediatamente se lo depositamos –le dije y sentí pudor luego de pronunciar el adverbio inmediatamente-.

-¡VOS COBRASTE MI GUITA Y TE LA QUEDASTE!

La acusación de Zuloaga era muy brava. Hacía calor pero ni el posible cliente ni yo transpirábamos exclusivamente por eso.
-Pero, pensándolo mejor, yo voy a viajar a Providencia cada dos o tres meses. Quizás me convendría venir directamente a cobrar la plata.

-¡HACE DOS MESES QUE COBRASTE MI GUITA, ME LA AFANASTE Y TE LA GASTASTE!
-No te permito –le dijo Arizmendis a Zuloaga-.

El no te permito salió sin demasiada convicción lo cual me persuadió de que la afirmación de mi compañero tenía asidero. Con todo, las acusaciones de Zuloaga bordeaban el delito de calumnias que reprime el artículo 109 del Código Penal Argentino.

-Si, no hay ningún problema –le dije al eventual cliente-. Nosotros le guardamos el dinero hasta que usted lo disponga. Un día antes de venir nos avisa y nosotros le tenemos lista la plata.

-¡TE AVISE HACE UN MES QUE YO NECESITABA ESA GUITA! ¡Y TE LA CHOREASTE!

El rostro del cada vez más improbable cliente trasuntaba algo parecido al azoramiento. Le pedí permiso un segundito, me levanté, caminé los pocos pasos que separan a mi escritorio del despacho de Arizmendis, golpeé la puerta con cuatro nudillos de la mano derecha, asomé la cabeza dentro de ese ambiente acalorado, tenso y miasmático y les rogué en voz muy queda que se tranquilizaran porque estaba atendiendo a un cliente.

-¡DECILE QUE EL MARTILLERO ES UN LADRON!

Esto Zuloaga lo dijo llorando, quizás por eso no lo maté. Yo también tenía ganas de llorar.
Cuando volví a mi escritorio, el virtual cliente se levantaba y me extendía la mano nerviosamente para que yo se la estrechara, cumplimentando el símbolo universal del saludo y la despedida.
-Bueno, señor Julio, le agradezco. Cualquier cosa yo lo…
-Si usted lo desea, podríamos ir ahora a ver su propiedad –le dije cuando todos los signos vitales de un negocio nonato se habían extinguido-, así le doy la tasación y…
-Si, Julio. Gracias, pero yo cualquier cosa lo llamo…
Se fue de la oficina con paso vivaz y cuando ganó la calle empezó a correr.
Zuloaga salió del escritorio de Arizmendis llorando y gritando:

-¡ME VAS A PAGAR TODO LO QUE ME DEBES PORQUE SINO TE MATO, HIJO DE 1000 PUTAS!

Abrió la puerta de cristal templado y también Salió corriendo. Y llorando. Llanto de rabia.
Arizmendis salió de su despacho y me preguntó qué quería.
-Qué quería quién -le pregunté-.
-El tipo que estaba con vos. Vamos, Julio, no me hagas preguntas tipo Zuloaga.
-Ah, el tipo. Tiene una casa para alquilar.
-¿Cuándo vas a ponerle el cartel de alquila?
-No entró todavía... dijo que…
-Bueno, ponete las pilas que esa casa no la podemos perder.
Me sentí como don Fierro.


viernes, diciembre 08, 2006


COLECCIÓN DE FOTOGRAFIAS DE COMUNION

Hoy es el día de la Inmaculada Concepción de la Virgen. Qué mejor oportunidad para ordenar mi colección de fotos de comunión.
Cuando yo era pebete, la primera comunión se tomaba en la calle, en una ceremonia multitudinaria que se celebraba en la avenida Las Mujeres, sita en el barrio Providencia. La ancha calle estaba amparada por una alameda que le regalaba sombra y frescura a la eucaristía. Después venía lo que, para los chicos era la mejor parte, la fiesta con los sandwichitos y la Refres-cola. Obsérvese en los retratos cuán serios son los gestos de los comulgantes durante la misa y la alegría posterior cuando posan junto a la mesa pletórica de exquisiteces, en la época en que no existían ni la play station ni los chizitos.


jueves, diciembre 07, 2006

EL PELUQUERO JUSTICIERO

Un peluquero de Providencia alquila un local desde hace diez años. Cada vez que se vence el contrato de locación, la dueña pretende aumentar el canon, pero no aumentar un poco, aumentar muchísimo. El peluquero está indignado y así me lo manifiesta:
-Es una vieja hija de mil putas. Nunca tendrá un inquilino mejor que yo. Y ahora pretende que le pague el doble. Está loca. Me parece que la voy a cagar a tiros.
Una reflexión de tal guisa en boca del peluquero no debe ser tomada como una bravata y menos como una baladronada. El hombre es policía retirado y tiene un arma. El que posee un arma la usa. Y el arma del que fue policía tiene el gatillo flojo. Por eso me alarmo cuando dice que cree que la va a cagar a tiros a la señora Ingrid (en adelante La Locadora). De hecho, el peluquero, hace algún tiempo, supo cargarse a un tipo. Es una historia verídica de la cual he sido testigo auditivo. Siéntense en torno al abuelito que les va a contar, pero antes acomódenle la manta.
He denominado al relato

EL PELUQUERO JUSTICIERO

Un ciudadano se corta el pelo en la peluquería de su barrio. Arduo trabajo para el peluquero puesto que el dueño de la cabeza se había dejado estar y su cabellera hoy resulta incompatible con los dictados de la empresa donde cumple funciones como escribiente. El coiffeur debe andar por la mitad de la poda en el momento en que ingresa al salón masculino una persona joven, cabeza encasquetada con una gorra, que apunta al peluquero con un arma de puño y le grita dame toda la plata, boludo, o te quemo, hijo de puta. El peluquero, a quien le había disgustado lo de boludo y lo de hijo de puta, inclusive por la aparente contradicción entre ambos conceptos, extrae de su moderno esterilizador de material una pistola 22 y, con un disparo eficaz, que penetra a la altura del ombligo y viaja internamente hasta el corazón, despena al asaltante en forma instantánea e inapelable. Luego, mientras esperan la llegada de la policía, y el occiso yace sangrante sobre una alfombra pilosa de parroquianos de otrora, el peluquero retoma el trabajo que debe ser finiquitado porque había quedado a la mitad. El ciudadano perplejo y con señales de incontinencia urinaria en su pantalón, se deja terminar el corte aunque la tarea del fígaro se complica por el imparable temblor que le quedó al cliente después del incidente.

Le insistí al peluquero para que me dejara convencer a la señora Ingrid de que no le aumentara tanto. Por el bien de ambos.



martes, diciembre 05, 2006

YENDO A LA MIERAD
Mi mujer “chatea” con nuestra hija que vive en España. En las Islas Canarias. Para ser más preciso, en una de ellas, la Gran Canaria (ver foto). Llego a mi casa y veo a mi muchacha en la pantalla del ordenador. Ella me ve pasar con mi portafolios y le dice a mi esposa que me llame, que me quiere saludar. Como no funciona el micrófono que tenemos para conversar oralmente, nuestro intercambio sólo será posible a través del teclado. Una charla por escrito exige cierta celeridad para que la comunicación no pierda frescura e interés. Pero yo, como partícipe de una generación moldeada en la exigencia, no me resigno a sacrificar pureza en el lenguaje y recurrir a abreviaturas o simbologías que desnaturalizan el idioma de Cervantes y tantos otros que le siguieron después. Quiero decir que nunca diré k, en lugar de que, o qué, y que, cuando escriba mal una palabra por culpa de la velocidad, señalaré inmediatamente la errata y la volveré a escribir correctamente. Además no me gusta “chatear” y hoy no estaba de humor porque el martillero Arizmendis, mi patrón, había tenido uno de esos días.
Sé, y me adelanto a reconocerlo, que no debería haberle preguntado a Juliana si vendría para las fiestas porque eso es un tema harto traumático. Es casi imposible que pueda y mi hija sufre por eso. Así me contestó:
JULIANA DICE:
Sabes k me haces mqal preguntandome eso porque los pasajes para esta eposca del ano cuestan ,muchísimois, y no tengo plata para pagara mil setecientos euros.}

Justifiqué mi pregunta alegando que su madre me había comentado que estaba trabajando bien…

JULIANA DICE:
Si pero todabia no aorre lo suficiente. No voy a poner todo o que ganehasta aohara para pagar un pasaje de avion.

Mi respuesta fue que todavía se escribe con ve corta, todavía. Eso me servía para ganar tiempo en bien del correcto escribir y también como recurso para pensar en réplicas que no la malquistaran. A medida que tecleaba yo la iba semblanteando y su rostro se nublaba. Siempre supe provocar tales fenómenos en su espíritu y su materia.

MARIANA DICE: (yo usaba la casilla de mi esposa, que se llama Mariana, por eso donde dice Mariana dice, debería leerse Julio dice)
Entonces no te va tan bien como dice tu mamá.

Ahora Julianita mostraba una carita descompuesta, me miró como no comprendiendo la razón del disparo de un comentario tan cruel y daba la impresión de que en cualquier momento se largaba a llorar.

JULIANA DICE:
Meva muyy bien y me va ir mejor

MARIANA DICE:
¿Y cuánto estás ganando ahora, chiquita, si se puede saber?

Juliana seguía escrutándome con desesperación, como si tuviese enfrente, bien que a 13.000 kilómetros de distancia, a un monstruo.

JULIANA DICE:
600 euris

MARIANA DICE:
¿Seiscientos euris? ¿Eso es mucho o poco?

JULIANA DICE:
EUROS¡¡¡¡¡

MARIANA DICE:
Ayer estaba leyendo en el diario que el ingreso per cápita promedio en España es de 22.000 euros anuales. Si vos ganás seiscientos euros, entonces tu ingreso anual es de siete mil doscientos euros. Avisale a tu patrón y decile que no sea negrero.

JULIANA DICE:
Vos sioempre minimiosaste todo lo mio, no cambias mas. Andate a la mierad

MARIANA DICE:
El que minimiza (con zeta) lo tuyo es tu patrón, Julianita.

La pantallita que mostraba su rostro lloroso se volvió negra. Si la comunicación hubiese sido telefónica tendría que decir que me cortó. Ha de estar muy enojada Julianita para mandarme a la mierad.
Me fui a cambiar a mi dormitorio y mi esposa me preguntó qué tal todo con nuestra hija.
-Bárbaro –le dije- manda besos para todos.

lunes, diciembre 04, 2006

ESPERANDO A GODOT EN PROVIDENCIA, QUE NO ES PEYTON PLACE.
Samuel Beckett es un escritor irlandés (1906-1989) que en 1969 obtuvo el premio Nobel. Una de sus obras de teatro más célebres es Esperando a Godot. Sé que son datos que no despiertan mayor interés. A los que no les importa la cultura, nada; a los cultos, que conocen sobradamente esta información mínima, menos. Imaginad qué diantres puede interesarme a mí, cuando llego a la noche del trabajo, luego de un día caluroso, en el que se me cayeron dos operaciones como pechos de anciana, qué se me pueden importar, digo, Samuel Beckett ni nadie que no sea el Bichi Borghi y su posibilidad de llevar a Colo Colo a la obtención de la copa sudamericana.
-Julio, tenemos que ir al teatro -me dice Mariana, mi esposa-.
-Yo paso. Llevate la llave –le digo-.
-No, tenemos que ir, sí o sí. Nos invitaron los Pérez Carranza y no le podemos decir que no.
-Yo sí puedo. Hoy es la final.
-Final de qué.
-De la copa sudamericana. Juegan Colo Colo y Pachuca.
-Estás inventando. No hay ningún equipo que se llame Pachuca.
-Te juro que sí. Es mejicano.
-Mentira. Ese es Toluca.
-Hay un Toluca y también un Pachuca.
Fuimos al teatro. El viejo teatro de Providence, que huele a pis de minino, con sus butacas peligrosamente inestables y sus turrones de maní pasados, verdadera invitación al escorbuto, alberga en estos días a una compañía teatral que recorre los barrios presentando Esperando a Godot. La obra pertenece a Samuel Beckett. Yo de teatro no conozco nada. La última vez que tuve una actividad relacionada con el teatro fue en el último partido de nuestro equipo de fútbol. Yo ingresaba al área penal y me dejé caer, simulando que era víctima de una falta, que en el mencionado sector se castiga con la pena máxima. El referí me amonestó y me dijo que no hiciera TEATRO.
Nos acomodamos en la sala casi vacía con el matrimonio Pérez Carranza. Los Pérez Carranza son amigos que comenzaron siendo vecinos, luego es una amistad vecinal, o una vecindad amistosa. En cualquier caso, una amistad leve que abarca apenas un puñado de cosas en común. Por ejemplo a Juan no le gusta el fútbol. Yo sé que no es un pecado. Pero qué duro se hace cuando falla el presupuesto básico de una amistad duradera.
En la fila de adelante estaban Zuloaga y su esposa. Así es nuestro barrio. Pequeño y previsible. Tan pocas cuadras integran su cuadrícula que todos se conocen, se ven casi todos los días y se encuentran en el supermercado, en la iglesia, en la escuela o en el bar. En una época se decía que Providencia era la caldera del diablo, aludiendo a la serie televisiva de los años sesentas La caldera del diablo (foto de arriba), protagonizada por Dorothy Malone como Constance MacKenzie, Ryan O’Neal como Rodney Harrington, Mia Farrow como Allison MacKenzie, Ed Nelson como el doctor Michael Rossi, Christopher Connelly como Norman Harrington y Barbara Parkins como Betty Anderson/Harrington. El título original de la serie es Peyton Place. Siempre se dijo que esta pequeña comunidad tenía algunas semejanzas con la nuestra, cosa de la que descreo porque en Peyton Place se ocultaban historias sórdidas, infidelidades, abusos deshonestos, gentes que tiraban la basura fuera del horario, y todo tipo de porquerías. Algunas mujeres no eran trigo limpio y muchos hombres eran unos auténticos desvergonzados. Por otra parte, los habitantes de esa imaginaria ciudad norteamericana eran 9875 y Providencia, contando Providence, el diminuto barrio privado inserto en ella, alberga a más de 20.000 almas, sin contar las almas en pena que, como se sabe, vagan por el universo sin un cuerpo que las contenga. Estoy disperso. Me fui por las ramas mal, como dicen los purretes de ahora.
Nos saludamos con los Zuloaga. Apretón de manos para él, y beso para ella, la doctora Zuloaga, nacida Alejandra Querejeta.
-¿Qué hacés, Zuloaga? –le pregunté-
-Vine a ver Esperando a Godoy.
-A Godoy Cruz.
-¿Es de fútbol?
-No, te decía en broma. Es Godot, no Godoy. No sabía que te gustaba el teatro.

ACA SE IMPONE UNA SALVEDAD QUE ES TODA UNA CURIOSIDAD. CUANDO TECLEO GODOT EN MI ORDENADOR, EL CORRECTOR AUTOMATICO ME CAMBIA LA TE POR UNA YE Y QUEDA “ESPERANDO A GODOY”, COMO ZULOAGA CREÍA ERRÓNEAMENTE QUE SE LLAMABA. QUÉ BESTIA QUE ES ESTE PROGRAMA. POR LO TANTO, NO MIREMOS A ZULOAGA CON GESTO PERDONAVIDAS Y PENSEMOS QUE ES UN IGNORANTE. SI EL PROPIO BILL GATES SE EQUIVOCA TAN FEO, QUÉ NOS QUEDA A NOSOTROS. Y SI NO ME CREEN, SÍRVANSE ESCRIBIR GODOT Y LA TE, AL SEGUNDO, SE TRANSFORMARÁ EN UNA YE.

Rebobino:
-Vine a ver Esperando a Godoy –me dice Zuloaga-.
-A Godoy Cruz –le digo yo, haciéndome el gracioso-.
-¿Es de fútbol? –me pregunta Zulo, que no entendió el flojo chiste-.
-No, te decía en broma. Es Godot, no Godoy. No sabía que te gustaba el teatro.
-Más o menos. Las butacas están medio hechas bolsa.
-Digo las obras de teatro.
-Es la primera vez que vengo a ver una obra de teatro.

Me dormí durante casi toda la representación. El escenario estaba “despojado”, como le dicen ahora a lo berreta, lo que no tiene nada, lo que hace notar a la legua que no se gastaron un vintén. El tablado vacío y un árbol de cartón pintado en el medio. Eso era todo. No muy distinto a los escenarios de las obras infantiles de los colegios, con los chicos que siempre la pifian y las maestras que ponen cara de ¡imbécil, lo ensayamos doscientas veces y todavía no te lo aprendiste! Pero me dormí. Desperté en el momento en que dos tipos tiraban de una soga como si jugaran una cinchada, hasta que se rompía. Y un diálogo en el que uno le dice al otro que no sirve para nada. El otro le pregunta ¿dices que mañana hay que volver?
-Si, pues nos traeremos una buena cuerda.
-Eso es, Didi.
-Si.
-No puedo seguir así.
-Eso es un decir.
-¿Y si nos separásemos? Quizás sería mejor.
- Nos ahorcaremos mañana… A menos que venga Godot.

Cuando salíamos del teatro, Juan Ramón Pérez Carranza, a quien yo llamo Juan Pérez, pero no le gusta, nos invitó a comer pizza. Y a Zuloaga y señora los invité a unírsenos.
-¿Adónde? –preguntó Zuloaga-.
-A comer pizza.
Aceptaron. Surgió una duda sobre si convenía ir a La Muzza Inspiradora o a Melabrián, las dos grandes pizzerías de Providencia. Abogué para no ir a la segunda, pero perdí. No quería encontrarme con el peludo Rodríguez, pero la ley de Murphy es inderogable. Justo pasaba por la entrada mi amigo Ricardo Ditro, a quien también invité. Estaba recién llegado de Tanzania, con su bolso y su bronceado importado del monte Kilimanjaro.
-¿A comer? ¿Y en la pizzería del peludo? Gracias, querido. Hoy juegan Colo Colo y Pachuca. Vos debés estar en pedo-.
Se conoce que el tipo es futbolero. Saludó a mi esposa y se fue.
-¿Estás seguro que no se muere nadie si te quedás sin ver Colo Colo y Toluca –me preguntó Mariana, que cultiva como pocos la ironía mordaz-.
Al entrar a la pizzería Melabrián, nos recibió el peludo con su sonrisa de Simón el agradable.
-Qué hacés, peludo –lo saludé-.
-¡Julito! Qué gusto, buenas noches, gente. Pónganse cómodos. Por acá, señora. Hola Marianita, qué guapa estás. Ya les mando una camarera y una copita de jerez para que vayan dándole.
Nos quedamos comentando la obra que habíamos visto después de que las mujeres dijeron que qué amoroso es el peludo. Juan Pérez afirmó lo que seguro leyó en alguna parte y se lo estudió:
-Es una conmovedora metáfora sobre la condición humana.
-Yo no entendí nada –afirmó Zuloaga y yo lo acompañé-.
-Yo tampoco.
-No entendiste porque dormiste toda la obra –denunció mi esposa-.
-A mi me gustan las obras de teatro donde hay un escenario, un buen living con una mesa, sillones, bibliotecas con libros de verdad y donde la gente dice cosas con sentido.
-Quizás –aventuró Pérez- Vladimir y Estragon no dicen cosas con sentido, precisamente, porque la obra habla del sinsentido de la vida.
-Puede ser –dije, absolutamente desinteresado en una conversación que, para mí, no tenía sentido-.
La noche venía así. Zuloaga comenzó a disertar sobre unos zapatos que fabrican en Norteamérica con cuero de reno ruso curtido en el siglo XVIII, recuperado de un buque hundido hace más de doscientos años, que iba de San Petersburgo a Génova, que ese cuero se rescató del fondo del mar en perfecto estado y que los descubridores se lo vendieron a unos zapateros que hoy hacen esos zapatos, que cuestan cuatro mil dólares y que…
Yo veía por la televisión que colgaba de una de las paredes de la pizzería el resultado de Colo Colo y Pachuca. Y a los muñequitos negros y blancos corriendo de un lado al otro. La pizza y la cerveza no tardaron en llegar. Es bueno ser amigo del dueño.
Pero cuando vino la cuenta, el peludo nos había cobrado las copitas de jerez. Dos pesos cada una. No es mucho.

























































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