Mi mujer ha tomado a su cargo la organización del banquete de Nochebuena, tarea que presenta muchas y variadas ramificaciones. Hoy la he encontrado sentada a la mesa de la sala, con una hoja de papel ante su vista, un lápiz detrás de la oreja y una goma Tres Banderas. Se preparaba para confeccionar la lista de invitados. Yo me ubiqué a discreta distancia, ordenando el pesebre con sus respectivos Reyes Magos, uno de los cuales, Gaspar, es interpretado en la emergencia por el mono Burgos del mundial del 98 (ver foto). El ex arquero de la selección, hoy retirado de la práctica activa, el año pasado me salvó cuando se me cayó el Gaspar de cerámica y se hizo trizas. El golero vino a reemplazar de urgencia y con su sonrisa franca, acaso un poco incongruente con la seriedad del momento (el nacimiento del niño Dios, tan luego), al Rey Mago hecho puré. En ese momento decidí echar mano a mi colección de muñequitos del mundial porque me preocupaba no tergiversar la verdad histórica y dejar dos reyes solamente, lo que hubiera creado confusión o indignación en aquellos que preparan tres montoncitos de pasto y tres cacerolas con agua. Este año podría haber comprado un nuevo Gaspar de terracota pero me dio pena dar de baja a Germán, tan buena onda el loco.
Pero vayamos a los dos primeros de la lista de invitados, lo que dio origen a una conversación asaz interesante que querría compartir con mi público:
-Tu papá, tu mamá…-inicialaba Mariana-.
-¿Cómo? –pregunté-.
Mi padre y mi madre estuvieron casados por más de cuarenta años. Un día, mi padre abandonó a mi madre y se fue a vivir con una mujer quince años más joven, a quien llamamos la negra. ¿Dónde la conoció? En una cena del círculo militar. Era la esposa de un camarada de armas. Mi madre se fue a vivir al interior del país. Un escándalo. Al que se le aplicó la sordina como saben hacer tan bien los hombres de armas. Asunto reservado. Y no se hable más del asunto (reservado).
-¿Vas a invitar a papá y a mamá? –le consulté a mi esposa, que se rascaba la cabeza con el lápiz-.
-Si. Y a la negra también.
-Poné fuentes de plástico. Así, si se las tiran, no se rompen.
-Quedate tranquilo que alguno no se va a animar a venir. Y tu papá no se puede ofender porque tengo todo el derecho de invitar a mi suegra.
-¿Y si vienen todos?
-Pongo fuentes de plástico.
-Quería invitar a Zuloaga y la esposa, y los chicos. No tienen otra familia.
-No hay problema. También va a venir la novia de tu hijo.
-¿Tiene novia Mati?
-Si, pero no le digas que te lo dije. Y también vienen mi viejo, mi vieja, la hermana de mi vieja, tus hermanos...
-¿Qué vas a hacer?
-Unos pollos, huevos rellenos. Lo de siempre. Además, cada uno va a traer algo. Una de tus cuñadas hace muy bien el vittel-thoné y la otra, bueno, la falsa langosta es su especialidad.
La falsa langosta es un platillo verdaderamente exquisito pero no me ha sido autorizado revelar ni los ingredientes ni su preparación. Ruego que no se me insista porque es uno de los secretos mejor guardados de mi cuñada y no querría ser yo el responsable de una indisculpable indiscreción. Falsa Langosta, acuérdense.
Y así fuimos consensuando comidas, bebidas y convidados. En estos días vivimos un estado de asamblea permanente porque van surgiendo dudas de difícil dilucidación tales como: ¿pan dulce con fruta abrillantada o sin ella? ¿Dónde se consiguen las alcaparras? ¿Champagne o anana fizz? ¿Mantecol sí o Mantecol no? ¿regalos a los chicos solamente o a nadie? ¿El chancho lo hago yo o le pido al panadero que me lo ase?
Me dirigí sin demora a la casa situada en la calle L. Aufranc Nº 679 de Providencia, morada del viejo coronel.
-Hola padre.
-Qué milagro.
-Estuve ocupado.
-Me imagino. Llevando pizza.
-No, padre, eso ya fue. Ahora estoy en la inmobiliaria.
-Vení sentate. Tomate un café. ¡Negra! Vino Julio. Hacé dos cafés, querés.
-Usted no puede tomar café…-dice la negra desde la cocina-.
-Quería avisarte que el domingo a la noche te espero en casa con la negra.
-Bueno, gracias hijo. ¿Vienen tus hermanos?
-Si. Y mamá también.
-Mi padre pareció dar un respingo. Tragó saliva y de su boca salió el clásico ¡gulp!
-¿Invitaste a tu madre?
-Todavía no.
Cuando salí de la casa de L. Aufranc 679, me quedé mal, casi siempre que salgo de esa casa me quedo mal. Soy consciente de que le he pegado a mi padre una patada en las zonas bajas cuando le transmití la información de que mi vieja vendría a pasar la Nochebuena en casa. Problema de él, pensé. Y me lo repetí. Problema de él. Problema de él. Problema de él. Pero me quedé mal.
Tengo que pasar por Colombraro a comprar fuentes de plástico.
Llamo por teléfono a Santa Fé.
-¿Hola, mamá?
-¡Nene! ¿Cómo estás mi vida?
-Bien, mamá. El día de Nochebuena te espero en casa. Va a venir papá, también. Y la señora…
-Yo no puedo, nene. No sabés cómo ando del reuma… Apenas puedo caminar.
-Dice Mariana que te espera sí o sí. Quiere pasar la Nochebuena y la Navidad con vos porque te quiere, te extraña y que…
Corté con un ligero remordimiento por haber aplicado métodos que orillan el golpe bajo, la sensiblería y otras técnicas que normalmente no integran el arsenal de una persona como yo, cultor de la economía de gestos, siempre en fuga del sentimentalismo, el beso y abrazo de más y los dingolondangos.
Es Nochebuena y Navidad, de modo que saldrá lo que Dios quiera.
Pero vayamos a los dos primeros de la lista de invitados, lo que dio origen a una conversación asaz interesante que querría compartir con mi público:
-Tu papá, tu mamá…-inicialaba Mariana-.
-¿Cómo? –pregunté-.
Mi padre y mi madre estuvieron casados por más de cuarenta años. Un día, mi padre abandonó a mi madre y se fue a vivir con una mujer quince años más joven, a quien llamamos la negra. ¿Dónde la conoció? En una cena del círculo militar. Era la esposa de un camarada de armas. Mi madre se fue a vivir al interior del país. Un escándalo. Al que se le aplicó la sordina como saben hacer tan bien los hombres de armas. Asunto reservado. Y no se hable más del asunto (reservado).
-¿Vas a invitar a papá y a mamá? –le consulté a mi esposa, que se rascaba la cabeza con el lápiz-.
-Si. Y a la negra también.
-Poné fuentes de plástico. Así, si se las tiran, no se rompen.
-Quedate tranquilo que alguno no se va a animar a venir. Y tu papá no se puede ofender porque tengo todo el derecho de invitar a mi suegra.
-¿Y si vienen todos?
-Pongo fuentes de plástico.
-Quería invitar a Zuloaga y la esposa, y los chicos. No tienen otra familia.
-No hay problema. También va a venir la novia de tu hijo.
-¿Tiene novia Mati?
-Si, pero no le digas que te lo dije. Y también vienen mi viejo, mi vieja, la hermana de mi vieja, tus hermanos...
-¿Qué vas a hacer?
-Unos pollos, huevos rellenos. Lo de siempre. Además, cada uno va a traer algo. Una de tus cuñadas hace muy bien el vittel-thoné y la otra, bueno, la falsa langosta es su especialidad.
La falsa langosta es un platillo verdaderamente exquisito pero no me ha sido autorizado revelar ni los ingredientes ni su preparación. Ruego que no se me insista porque es uno de los secretos mejor guardados de mi cuñada y no querría ser yo el responsable de una indisculpable indiscreción. Falsa Langosta, acuérdense.
Y así fuimos consensuando comidas, bebidas y convidados. En estos días vivimos un estado de asamblea permanente porque van surgiendo dudas de difícil dilucidación tales como: ¿pan dulce con fruta abrillantada o sin ella? ¿Dónde se consiguen las alcaparras? ¿Champagne o anana fizz? ¿Mantecol sí o Mantecol no? ¿regalos a los chicos solamente o a nadie? ¿El chancho lo hago yo o le pido al panadero que me lo ase?
Me dirigí sin demora a la casa situada en la calle L. Aufranc Nº 679 de Providencia, morada del viejo coronel.
-Hola padre.
-Qué milagro.
-Estuve ocupado.
-Me imagino. Llevando pizza.
-No, padre, eso ya fue. Ahora estoy en la inmobiliaria.
-Vení sentate. Tomate un café. ¡Negra! Vino Julio. Hacé dos cafés, querés.
-Usted no puede tomar café…-dice la negra desde la cocina-.
-Quería avisarte que el domingo a la noche te espero en casa con la negra.
-Bueno, gracias hijo. ¿Vienen tus hermanos?
-Si. Y mamá también.
-Mi padre pareció dar un respingo. Tragó saliva y de su boca salió el clásico ¡gulp!
-¿Invitaste a tu madre?
-Todavía no.
Cuando salí de la casa de L. Aufranc 679, me quedé mal, casi siempre que salgo de esa casa me quedo mal. Soy consciente de que le he pegado a mi padre una patada en las zonas bajas cuando le transmití la información de que mi vieja vendría a pasar la Nochebuena en casa. Problema de él, pensé. Y me lo repetí. Problema de él. Problema de él. Problema de él. Pero me quedé mal.
Tengo que pasar por Colombraro a comprar fuentes de plástico.
Llamo por teléfono a Santa Fé.
-¿Hola, mamá?
-¡Nene! ¿Cómo estás mi vida?
-Bien, mamá. El día de Nochebuena te espero en casa. Va a venir papá, también. Y la señora…
-Yo no puedo, nene. No sabés cómo ando del reuma… Apenas puedo caminar.
-Dice Mariana que te espera sí o sí. Quiere pasar la Nochebuena y la Navidad con vos porque te quiere, te extraña y que…
Corté con un ligero remordimiento por haber aplicado métodos que orillan el golpe bajo, la sensiblería y otras técnicas que normalmente no integran el arsenal de una persona como yo, cultor de la economía de gestos, siempre en fuga del sentimentalismo, el beso y abrazo de más y los dingolondangos.
Es Nochebuena y Navidad, de modo que saldrá lo que Dios quiera.
5 Comments:
(Humildemente) te recomiendo lo siguiente:
Falsa Langosta, nada. Lo mejor es comer verdades. Nada falso, por favor.
Vittel Thoné: si por favor, con anchoítas y alcaparras.
Pollos: a la sal (si lo hacés en tu casa), al spiedo si son comprados. Nada de arrollados de pollo ni ningún invento.
Huevos rellenos: jamás.
Pan dulce: sin abrillantadas, pero con frutas secas y pasas.
Alcaparras: mercado bolita de Liniers.
Champán, "lo otro" ni lo nombres.
Mantecol: no.
Regalos: sólo a quien se lo merezca.
Chancho: al panadero. Y si es Cochinillo, tanto mejor.
Que Zuloaga traiga algún chupito para la sobremesa.
Nada más, Felicidades.
Javier
PS: (me calienta un poco la mujer de tu viejo. Lo trata de usted, qué lindo!).
(Humildemente) te recomiendo lo siguiente:
Falsa Langosta, nada. Lo mejor es comer verdades. Nada falso, por favor.
Vittel Thoné: si por favor, con anchoítas y alcaparras.
Pollos: a la sal (si lo hacés en tu casa), al spiedo si son comprados. Nada de arrollados de pollo ni ningún invento.
Huevos rellenos: jamás.
Pan dulce: sin abrillantadas, pero con frutas secas y pasas.
Alcaparras: mercado bolita de Liniers.
Champán, "lo otro" ni lo nombres.
Mantecol: no.
Regalos: sólo a quien se lo merezca.
Chancho: al panadero. Y si es Cochinillo, tanto mejor.
Que Zuloaga traiga algún chupito para la sobremesa.
Nada más, Felicidades.
Javier
PS: (me calienta un poco la mujer de tu viejo. Lo trata de usted, qué lindo!).
Al viejo milico me lo como crudo. No olvides que la derecha (en general) es ignorante y poco leída.
Igual, yo también puedo hablar muy mal de K.
Y el mantecol me encanta, como el locro, las empanadas de osobuco al vino, el guiso de careta, el fégato veneciano y las gambas al ajillo. Pero, cada cosa tiene su lugar y su tiempo y el mantecol en navidad es tan poco argento como el hallowen (¿se escribe así?), el día de los enamorados y tanto pappo recién llegado del norte.
Lo dicho: Mantecol, no.
Felicidades pra vocé y familia.
Faltan tomates rellenos de atun,papa, jugo del tomate vaciado,mayonesa y aceituna negra (sólo una , descarozada como una flor de cuatro pètalos encima de todo.
Tomate relleno con papa... qué asco!
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