Después de varios días sin verlo se apareció mi viejo, en compañía de su pareja, la negra, para hacerme cierta consulta sobre su propiedad. Faltaba poco para que empezara el partido en la tele así que le pedí que se quedara. Tuve que insistirle pero por fin aceptó. Jugaba Argentinos Juniors, club del cual ambos somos hinchas, él tal vez más que yo. A los tres minutos del partido dos jugadores rivales chocaron sus cabezas y se desmayaron. Momento dramático, los futbolistas no recuperan el conocimiento, preocupación, angustia. Los periodistas que transmiten por tevé se manifiestan sinceramente impresionados por el accidente y dan testimonio de su preocupación, que incluso les dificulta continuar con la transmisión normal. Se nota por las voces graves que tenían, como cuando uno da una mala noticia. La ambulancia ingresa directamente al campo de juego. El choque entre los dos futbolistas ha sido verdaderamente tremendo. Es perfectamente comprensible, y eso los humaniza, si los periodistas deportivos postergan por un momento el profesionalismo y se preocupan por el hombre antes que por el jugador. Es que resulta muy difícil continuar cuando hay alguien que está inconsciente y sangra. En un momento el “periodista en campo de juego” le pregunta al médico que atiende a uno de los jugadores cómo se encuentra (el futbolista). El facultativo manifiesta que el chico ha sufrido un traumatismo de cráneo con pérdida de conocimiento y en este momento está...
-¡Momento, momento! -Exige casi a los gritos el relator- Lleva la pelota Messiano (por decir un apellido), se la pasa a Ornad, peligro, entra al área y....
El relator, de apellido Fantino, había interrumpido el parte médico que informaba sobre un preocupante traumatismo cerebral para relatar una supuesta jugada de peligro.
¿Estaba el periodista Fantino entonces tan preocupado por la salud del jugador?
Yo creería que ahora más lo inquietaba el hecho de que se convirtiese un gol y no quedara grabada la voz del narrador gritando como un marrano.
Los relatores televisivos deben creer que si ellos no gritan un gol el ráting baja, o que el patrón los va a echar, o que el gol, sin alarido, podría ser anulado.
Pero mi viejo compartió una picada en mi casa, mientras su actual pareja, la negra, le rogaba que aflojara con los salamines. Y eso para mí, sumado a los dos penales que atajó el sensacional arquero Pontiroli (en la captura televisiva se ve el momento en que el portero pelado se prepara para atajar uno de los penales), lo que provocó que ambos nos abrazáramos espontáneamente, todo eso, digo, redondeó una noche linda, bonita, preciosa.
Cuando se fue de casa, el viejo militar tenía la presion alta. No sé si por la emoción o por los salamines.
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