Resumen de la parte I
Resulta que viene a la oficina mi amigo Carlos Díaz y me cuenta que quiere vender su casa porque, desde que la compró, todo le sale mal y cree que está mufada. Le digo que conozco una señora que enseguida puede comprobar si la casa lo está o no. Me costó convencerlo pero al final aceptó y…
Fui con mi compañero Zuloaga a buscar a la señora Mabelita que, a la sazón es la persona que podía verificar el estado energético de la finca de Carlos, un hermoso chalet en el exclusivo barrio privado Providence, con canchita de fútbol propia. La encontramos a la obesa mujer en su casa lavando la vereda y la subimos al auto para llevarla a Providence, que se encuentra dentro del barrio Providencia. Aproveché para pedirle un caballito de yeso divino que tiene en su porche, pero se negó a donármelo o vendérmelo. Debería haberme bajado el día que pasé por allí cuando íbamos a la firma de la escritura del café con leche (ver capítulo denominado “El pergamino” del día November 3) Ese día, me consta que Mabelita no estaba porque la vereda estaba húmeda y ella siempre se va a hacer las compras inmediatamente después de baldearla. Hubiese sido ideal solicitarle el equino al marido, que odia por igual al caballito y a su esposa. Yo estaba dispuesto a pagar cincuenta pesos. Por el caballito.
Transitamos con Zuloaga y Mabelita las pocas cuadras que nos distanciaban de la entrada al barrio privado, donde presenté mis credenciales de inmobiliaria Arizmendis al señor encargado de la guardia, que me dejó pasar haciendo la venia. Cuando llegamos a la residencia Díaz debíamos atravesar una inclinación del terreno o talud, que tenía el pasto bien cortadito, con una callejuela en el medio para ingresar en el inmueble. Ni bien Mabelita atisbó los primeros ladrillos del imponente frente, se agarró de Zuloaga y de mí porque se sintió desfallecer. Nos costó evitar que cayera al piso con sus noventa kilos de peso, pero lo logramos. Mientras la cargábamos hacia la entrada para sentarla en un banco de jardín que allí había, nos pidió con voz queda que la llevásemos de vuelta a su casa.
-Tengo ganas de vomitar. –dijo-. Llévenme, por favor, que no me siento bien.
Volvimos a su hogar y se la entregamos a su marido que, de mala gana, colaboró para que la ingresáramos y la depositáramos en su cama. Luego el hombre nos dijo que nos fuéramos que cualquier cosa nos avisaba.
Resulta que viene a la oficina mi amigo Carlos Díaz y me cuenta que quiere vender su casa porque, desde que la compró, todo le sale mal y cree que está mufada. Le digo que conozco una señora que enseguida puede comprobar si la casa lo está o no. Me costó convencerlo pero al final aceptó y…
Fui con mi compañero Zuloaga a buscar a la señora Mabelita que, a la sazón es la persona que podía verificar el estado energético de la finca de Carlos, un hermoso chalet en el exclusivo barrio privado Providence, con canchita de fútbol propia. La encontramos a la obesa mujer en su casa lavando la vereda y la subimos al auto para llevarla a Providence, que se encuentra dentro del barrio Providencia. Aproveché para pedirle un caballito de yeso divino que tiene en su porche, pero se negó a donármelo o vendérmelo. Debería haberme bajado el día que pasé por allí cuando íbamos a la firma de la escritura del café con leche (ver capítulo denominado “El pergamino” del día November 3) Ese día, me consta que Mabelita no estaba porque la vereda estaba húmeda y ella siempre se va a hacer las compras inmediatamente después de baldearla. Hubiese sido ideal solicitarle el equino al marido, que odia por igual al caballito y a su esposa. Yo estaba dispuesto a pagar cincuenta pesos. Por el caballito.
Transitamos con Zuloaga y Mabelita las pocas cuadras que nos distanciaban de la entrada al barrio privado, donde presenté mis credenciales de inmobiliaria Arizmendis al señor encargado de la guardia, que me dejó pasar haciendo la venia. Cuando llegamos a la residencia Díaz debíamos atravesar una inclinación del terreno o talud, que tenía el pasto bien cortadito, con una callejuela en el medio para ingresar en el inmueble. Ni bien Mabelita atisbó los primeros ladrillos del imponente frente, se agarró de Zuloaga y de mí porque se sintió desfallecer. Nos costó evitar que cayera al piso con sus noventa kilos de peso, pero lo logramos. Mientras la cargábamos hacia la entrada para sentarla en un banco de jardín que allí había, nos pidió con voz queda que la llevásemos de vuelta a su casa.
-Tengo ganas de vomitar. –dijo-. Llévenme, por favor, que no me siento bien.
Volvimos a su hogar y se la entregamos a su marido que, de mala gana, colaboró para que la ingresáramos y la depositáramos en su cama. Luego el hombre nos dijo que nos fuéramos que cualquier cosa nos avisaba.
Al llegar a la oficina llamé por teléfono a Carlos Díaz y le expliqué la situación. Yo estaba preocupado y me sentía responsable en cierto modo. Arizmendis, que ya había llegado a la inmobiliaria, me pidió un parte detallado del incidente. Le conté. Zuloaga se había sentado a su escritorio dejando un espacio entre éste y la silla para poder mirar hacia abajo. Parecía ajeno, distante.
-Así que llevaste a Mabelita a la casa de tu amigo y casi se te muere. Bueno, no cabe duda de que la casa tiene energía negativa, como se dice habitualmente, aunque yo no creo en esas pavadas.
-Bueno, no sé qué fue. Mabelita no alcanzo a decir nada. Capaz que tuvo una descompostura normal.
-Eso a los efectos de la venta no nos interesa, lo que a nosotros nos sirve es que tu amigo se convenza de que la casa está maldita para que la venda urgente y no se fije demasiado en el precio en el caso de recibir una oferta baja. Lo tenés que persuadir de que no puede estar un minuto más en esa casa embrujada. Nosotros estamos para vender, no te olvides. ¿Y vos qué opinás, Zuloaga?
-¿De qué?
-Así que llevaste a Mabelita a la casa de tu amigo y casi se te muere. Bueno, no cabe duda de que la casa tiene energía negativa, como se dice habitualmente, aunque yo no creo en esas pavadas.
-Bueno, no sé qué fue. Mabelita no alcanzo a decir nada. Capaz que tuvo una descompostura normal.
-Eso a los efectos de la venta no nos interesa, lo que a nosotros nos sirve es que tu amigo se convenza de que la casa está maldita para que la venda urgente y no se fije demasiado en el precio en el caso de recibir una oferta baja. Lo tenés que persuadir de que no puede estar un minuto más en esa casa embrujada. Nosotros estamos para vender, no te olvides. ¿Y vos qué opinás, Zuloaga?
-¿De qué?
Zuloaga miraba en dirección al piso, o a algo que allí había.
-¿Qué perdiste Zuloaga?
-¿Dónde?
-Está bien, dejá Zuloaga. Si no tenés puesta las pilas no sirve.
¿Qué le ocurre a Zuloaga que desde la escritura se la pasa mira que te mira el piso y parece como ausente? Se lo pregunté hoy porque ya no podía soportar más.
-¿Qué te pasa, Zuloaga, que desde la escritura del otro día te la pasás mirando al piso?
-¿Qué piso?
-Bueno, lo noté en la escrituración, que mirabas el suelo del banco en donde se escrituró. Digo de la institución bancaria en donde se escrituró. También cuando fuimos a lo de Carlos Díaz mirabas el suelo de mi auto...
-¿Qué Carlos Díaz?
-Zuloaga, ¿te acordás que fuimos a buscar a Mabelita para ir a Providence a tasar la casa de mi amigo, el que juega al fútbol y que se llama Carlos Díaz?
-¿Qué perdiste Zuloaga?
-¿Dónde?
-Está bien, dejá Zuloaga. Si no tenés puesta las pilas no sirve.
¿Qué le ocurre a Zuloaga que desde la escritura se la pasa mira que te mira el piso y parece como ausente? Se lo pregunté hoy porque ya no podía soportar más.
-¿Qué te pasa, Zuloaga, que desde la escritura del otro día te la pasás mirando al piso?
-¿Qué piso?
-Bueno, lo noté en la escrituración, que mirabas el suelo del banco en donde se escrituró. Digo de la institución bancaria en donde se escrituró. También cuando fuimos a lo de Carlos Díaz mirabas el suelo de mi auto...
-¿Qué Carlos Díaz?
-Zuloaga, ¿te acordás que fuimos a buscar a Mabelita para ir a Providence a tasar la casa de mi amigo, el que juega al fútbol y que se llama Carlos Díaz?
Traté de no dejar ningún resquicio por donde entrar. Buscaba evitar que me respondiera con una pregunta, como suele hacer.
-Si, claro que me acuerdo –me respondió Zuloaga y suspiré aliviado-.
-Te pregunté por qué miras tanto al piso.
-¡Ahhh!
Lanzó un largo ¡Ahhh! Y creo que me estoy quedando corto con las haches.
-¡Ahhh! No, lo que pasa es que estoy muy contento con los mocasines de carpincho que me compré. No sé, me encantan. Hace tiempo que no tengo unos zapatos tan lindos. Son caros. Mis buenos pesos me costaron. Si se entera mi esposa lo que gasté, me mata.
Ahí tenemos la explicación a la mirada baja de nuestro querido Zuloaga. Debí suponerlo. Zuloaga es fanático de los zapatos. Tiene alrededor de cincuenta pares, que para un clase media que la pelea, es una enormidad. No tienen nada de malo que un hombre guste del calzado. Es una parte de la vestimenta. Pero este muchacho no es que le gusten los zapatos, tiene adoración por ellos. Usa un par distinto por día. Tiene veinte pares de zapatillas y cinco pares de botines de fútbol. Y nunca jugó al fútbol seriamente. Es verdad que sus mocasines de carpincho son lindos, pero, en cualquier caso, eso es mérito del carpincho. Mérito póstumo, pobre bicho.
Discúlpeseme este aparte en la continuidad del relato pero considero que era muy a propósito conocer la causa de tan extraña conducta de Zuloaga. De esta forma estamos en condiciones de retomar la continuidad de la narración.
Arizmendis continúa hablando, dando clase de ventas, perorando y perorando. Yo aseguro que no nos hemos perdido gran cosa.
-...Esa casa tiene que ser nuestra, Julito. Es un genuino producto de tu condición de socio del club. El club es el medio más eficaz para captar, para hacer promoción de ventas, para conseguir vendedores y compradores. ¿Por qué te crees que te ofrecí pagar yo la cuota social el año pasado y vos no quisiste? Por que, a mi criterio, un club es la extensión natural de una inmobiliaria, cuando ambos se encuentran en el mismo barrio, como es el caso...
A esa altura, el discurso de Arizmendis me parecía absurdo y abstruso. Me fui de la inmobiliaria con el pretexto de que tenía una entrevista con un cliente. Terminé en el bar donde el martillero los lleva para ablandar. Pero yo no estaba para ablandar a nadie. Pedí un café y me puse a meditar en los acontecimientos de esta mañana tan rara. Qué mañana rara. Está claro que cuando le ofrecí a mi compañero Carlos Díaz el “servicio de análisis de energía de casas”, por darle un nombre canchero, lejos estaba mi propósito primigenio de “ganar la propiedad para la venta”. Carlos ya me había manifestado su intención de vender porque se había quedado sin trabajo. Si le propuse la intervención de la señora Mabelita, lo hice pensando en que la dama vería tan magnífica residencia e inmediatamente descartaría cualquier posibilidad de que la misma estuviese afectada por fenómenos Poltergeist*, esto es, que la casa no desaparecería dentro de un agujero negro, por ejemplo, y que tampoco estaría apestada de mala onda, maldición, brujería o energía negativa, y así mi compañero de equipo se quedaría sereno y no culparía de sus desgracias a un montón de ladrillos bien dispuestos. Esto es, no actué conforme al manual del martillero Arizmendis, que me conozco de memoria. Simplemente quise que decidiera con templanza y sin condicionamientos. Se que soy un mal vendedor que hizo lo que el código Arizmendis reprime. El martillero sostiene que a la gente no hay que dejarla pensar...
-Si, claro que me acuerdo –me respondió Zuloaga y suspiré aliviado-.
-Te pregunté por qué miras tanto al piso.
-¡Ahhh!
Lanzó un largo ¡Ahhh! Y creo que me estoy quedando corto con las haches.
-¡Ahhh! No, lo que pasa es que estoy muy contento con los mocasines de carpincho que me compré. No sé, me encantan. Hace tiempo que no tengo unos zapatos tan lindos. Son caros. Mis buenos pesos me costaron. Si se entera mi esposa lo que gasté, me mata.
Ahí tenemos la explicación a la mirada baja de nuestro querido Zuloaga. Debí suponerlo. Zuloaga es fanático de los zapatos. Tiene alrededor de cincuenta pares, que para un clase media que la pelea, es una enormidad. No tienen nada de malo que un hombre guste del calzado. Es una parte de la vestimenta. Pero este muchacho no es que le gusten los zapatos, tiene adoración por ellos. Usa un par distinto por día. Tiene veinte pares de zapatillas y cinco pares de botines de fútbol. Y nunca jugó al fútbol seriamente. Es verdad que sus mocasines de carpincho son lindos, pero, en cualquier caso, eso es mérito del carpincho. Mérito póstumo, pobre bicho.
Discúlpeseme este aparte en la continuidad del relato pero considero que era muy a propósito conocer la causa de tan extraña conducta de Zuloaga. De esta forma estamos en condiciones de retomar la continuidad de la narración.
Arizmendis continúa hablando, dando clase de ventas, perorando y perorando. Yo aseguro que no nos hemos perdido gran cosa.
-...Esa casa tiene que ser nuestra, Julito. Es un genuino producto de tu condición de socio del club. El club es el medio más eficaz para captar, para hacer promoción de ventas, para conseguir vendedores y compradores. ¿Por qué te crees que te ofrecí pagar yo la cuota social el año pasado y vos no quisiste? Por que, a mi criterio, un club es la extensión natural de una inmobiliaria, cuando ambos se encuentran en el mismo barrio, como es el caso...
A esa altura, el discurso de Arizmendis me parecía absurdo y abstruso. Me fui de la inmobiliaria con el pretexto de que tenía una entrevista con un cliente. Terminé en el bar donde el martillero los lleva para ablandar. Pero yo no estaba para ablandar a nadie. Pedí un café y me puse a meditar en los acontecimientos de esta mañana tan rara. Qué mañana rara. Está claro que cuando le ofrecí a mi compañero Carlos Díaz el “servicio de análisis de energía de casas”, por darle un nombre canchero, lejos estaba mi propósito primigenio de “ganar la propiedad para la venta”. Carlos ya me había manifestado su intención de vender porque se había quedado sin trabajo. Si le propuse la intervención de la señora Mabelita, lo hice pensando en que la dama vería tan magnífica residencia e inmediatamente descartaría cualquier posibilidad de que la misma estuviese afectada por fenómenos Poltergeist*, esto es, que la casa no desaparecería dentro de un agujero negro, por ejemplo, y que tampoco estaría apestada de mala onda, maldición, brujería o energía negativa, y así mi compañero de equipo se quedaría sereno y no culparía de sus desgracias a un montón de ladrillos bien dispuestos. Esto es, no actué conforme al manual del martillero Arizmendis, que me conozco de memoria. Simplemente quise que decidiera con templanza y sin condicionamientos. Se que soy un mal vendedor que hizo lo que el código Arizmendis reprime. El martillero sostiene que a la gente no hay que dejarla pensar...
Pero parece que, en efecto, si nos dejamos llevar por el estado en que quedó la buena de Mabelita apenas quiso atravesar el talud, la casa está hasta las manos en cuanto a “positividad”. Qué duda puede caber de que la residencia Díaz entra a la venta sí o sí.
Poltergeist: la pedí a mi muchacho, Matías, que estudia cine, que explicara qué es Poltergeist. Es una película de 1982 dirigida por T. Hooper, con guión de Spielberg, y no me rompas más, viejo, que estoy estudiando.
Poltergeist: la pedí a mi muchacho, Matías, que estudia cine, que explicara qué es Poltergeist. Es una película de 1982 dirigida por T. Hooper, con guión de Spielberg, y no me rompas más, viejo, que estoy estudiando.
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