jueves, noviembre 09, 2006



EN EL QUINCHO DE DITRO

Nos fuimos de la cena en la pizzería Melabrián (por Melanie y Brian), sucursal La Providencia, propiedad del peludo Rodríguez, ligeramente indignados porque nuestro compañero de equipo nos había hecho creer que era una gentil invitación pero terminó cobrando 22 pesos por cabeza. Ricardo Ditro, antes de que nos desconcentráramos para ir a dormir, nos invitó a su casa para terminar la noche y también para terminar de comer puesto que la pizza había resultado harto escasa y quedaba aún espacio dentro de nuestros estómagos hospitalarios.
Siempre que vamos al quincho de Riqui nos quedamos un rato observando los cuadros con equipos de fútbol que adornan sus paredes. Hay formaciones de todas las épocas y todas las categorías. Allí conviven, por ejemplo, algún equipo que integrara Riqui con, por ejemplo, el Argentinos Juniors campeón de 1985 (“Llora el gordito Muñoz, llora también Tatatá, porque el Nacional queda en Paternal”, era el cantito que los hinchas del bicho colorado desentonábamos orgullosamente durante esa campaña extraordinaria. Yo iba con mi padre y nos abrazábamos cuando el equipo hacía un gol. Eran las únicas oportunidades en que nos abrazábamos. Cuando íbamos a la cancha y el bicho hacía un gol. Ibamos poco a la cancha).
Entre aquellos cuadros hay uno de un equipo que supimos integrar Ricardo, Constancio y yo hace como veinte años. Para Ditro no hay discriminaciones a la hora de colgar las formaciones en las paredes de su quincho. Profesionales y aficionados, cracks y troncos, flacos y gordos, campeones y descendentes (que descendieron), todos conviven armoniosamente sonriendo a la cámara y metiendo panza. En ese team, que salió campeón, puede observarse que los pantaloncitos nos aprietan peligrosamente los huevos, pero así se usaba en los ochentas. Las camisetas también resultaban demasiado entalladas para nuestros incipientes rollos. Angel, Carlos y el oso nos tomaban el pelo comparando a esos treintañeros de mechas al viento con nuestros tristes aspectos actuales, de lo cual, obviamente, ellos no quedan exentos pero se salvaban porque no había foto para comparar. Ricardo Ditro, mientras tanto, sacaba de la heladera de su quincho una sorprendente variedad de quesos y embutidos, que siempre dispone en cantidad, y de los cuales se aprovisiona cada vez que emprende uno de sus viajes de trabajo. Cuando olimos y después vimos la comida, dejamos de mirar los cuadros y nos acomodamos alegremente en torno a la mesa rectangular que se apoya sobre caballetes, la cual ya estaba convenientemente sembrada de botellas de cerveza y vino. Ricardo nos alentó a que comiéramos tranquilos que no nos iba a cobrar nada, lo que dio pie para volver a criticar un poco al peludo.
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