jueves, octubre 26, 2006

LA CASA ANGOSTA

Pasamos con mi compañero Zuloaga por la casa más angosta de Providencia, donde alguna vez viviese un hombre desgraciado.
-Acá vivió un flaco bastante desgraciado. Tenía que ser flaco porque, de ser gordo, la casa le hubiera tirado de sisa.
-¿Por qué? –preguntó Zuloaga-.
-Era una broma. Digo, como la casa es angostísima... por eso dije que le tiraba de sisa…
-¿De qué?
-De sisa.
-¿Qué es sisa ?
Le expliqué a Zuloaga, en mis palabras, que sisa es un corte curvo hecho en el cuerpo de una prenda de vestir que corresponde a la parte de la axila, pero traté de hacerle comprender que la expresión le tira de sisa se utiliza para expresar que un vestido queda chico.
-Como la casa es angostita –insistí-, por eso decía que le tiraba de sisa.
-…
-Bueno, no importa, el tipo de todas maneras era flaco así que no le tiraba de sisa. Un día, como les pasa a tantos, empezó a irle mal y tuvo que vender la casa. Compró un departamento. Pero siguió yéndole mal y tuvo que hipotecarlo y… ¿Querés que te cuente toda la historia?
-¿Historia de qué?
-Del tipo del que te estoy hablando.
-Si, dale, dale.
Y así fue que en esta mañana tan bonita le conté a Zuloaga, mi compañero de tareas, la historia del hombre delgado que vendió prmero la casa angosta, después se compró un departamento, lo hipotecó y…

UN PROBLEMA QUE NO LO ES TANTO

Un día llegó de la gestoría el gestor con los certificados solicitados al registro de la propiedad, trámite previo y obligatorio para la firma del boleto de compra-venta de un departamento ubicado en la calle Los Barómetros 679 del barrio Providencia. El martillero Arizmendis le pagó al gestor y se llevó los documentos para analizar en su oficina. Una vez sentado a su escritorio observó disgustado que el informe dominial daba cuenta de un embargo que gravaba el inmueble. Problemas. Un embargo es una medida cautelar que se adopta en vía judicial para evitar que un bien inmueble se enajene, lo cual iría en detrimento de los acreedores.
Mientras esto ocurría, entró uno de los vendedores de la inmobiliaria y el martillero le informó sobre la situación legal en que se encontraba el departamento. El vendedor se puso muy mal. Casi se descompuso. Tuvo arcadas y le bajó la presión.
-Qué cagada –dijo-, no podemos firmar, la puta que lo parió, se pudrió todo.
El martillero se puso peor pero por la actitud pusilánime de su vendedor:
-No se ahogue en un vaso de agua, ¡carajo!, no sea flojo. Parece mentira que sea tan cobarde.
El vendedor tomó la agenda para buscar el número telefónico del interesado en la compra y devolverle la plata oportunamente entregada en concepto de como seña. Arizmendis casi sufre un ataque de apoplejía:
-Vos estás en pedo o drogado. Dejás ese teléfono inmediatamente o te corto la mano. Lo primero que hay que hacer es hablar con el flaco Rey ( así se llamaba el dueño del departamento) para ver cómo se resuelve el quilombo, pero la operación se hace. Como sea, pero se hace. Seña cobrada es seña ganada. Nunca lo olvides. Hacete un tatuaje y leelo todos los días. Parece mentira que te ahogues en un vaso de agua. Capaz que el embargo es por poca plata, el hombre paga la deuda y lo levantan. No hay que ser negativo en la vida, caracho. Hay que ir para adelante porque sino te comen los piojos.
-¿Y si no es así? ¿y si la deuda es un toco impagable? –preguntó el vendedor, que casi lloraba-.
-Vamos a trabajar sobre la posibilidad de que sea una deuda de poca guita. Pensar en el otro escenario sería de cobardes. Llamalo al flaco Rey y pasámelo, hacé el favor. Cómo me duele la gastritis.
Arizmendis quería un café. Siempre lo pedimos por teléfono al bar de la esquina. En la actualidad directamente va Zuloaga a buscarlo. Lo hace él personalmente porque así puede quedarse en la barra leyendo la revista deportiva que tienen para los clientes. Bueno, pero me fui de tema. En ese momento llegó un propietario que venía a buscar el dinero que le correspondía por la cobranza del alquiler de una de sus propiedades.
-Decile que no estoy –dijo Arizmendis, ocupado como estaba en el tema del embargo del departamento de Rey..
-Ya te escuchó –dijo el vendedor-.
-Bueno, que espere.
El vendedor, conforme las instrucciones de su jefe, llamó al flaco Rey y le pasó el tubo a Arizmendis.

VAMOS A VER COMO SE ARREGLA

-Rey, cómo va eso... bueno, bueno. Si, acá andamos, en la lucha. Flaco, nos llegó el informe sobre la casa. Tiene un embargo. Y si... estas cosas pasan. Vamos a tener que postergar la firma del boleto.
Acá me permito reconstruir según las réplicas del jefe y lo que él nos contó que decía el señor Rey.
-Me pego un tiro –juró Rey-.
-Rey, por favor, no es para tanto. Todo tiene solución. Mientras haya abogados y se les pague, habrá esperanza. Dame el teléfono de tu boga que lo voy a llamar para que me cuente un poco de qué se trata...
-Se murió –le dijo Rey-.
-Bueno, entonces vas a tener que designar otro. El problema judicial hay que resolverlo sí o sí.
-Es un juicio que me hicieron por no poder pagar la cuota del departamento.
-¿Y por qué no me lo dijiste, papá? –el martillero sabía cómo disimular su indignación-.
-Pensé que estaba arreglado. Habíamos hecho un plan de pago con mi finado abogado. Me acuerdo bien que pagué un par de cuotas de la refinanciación...
-Si pagás un par de cuotas y no tenés más problemas es porque te lo financiaron a dos cuotas, flaco. Ahora bien, si te lo financiaron a más cuotas, ahí si que estás en problemas –repuso el martillero con una lógica impecable-. ¿Hace cuánto fue?
-Y... hará... no recuerdo. Así que salió el embargo... no lo puedo creer ¡Qué macanazo!. Yo me tiro abajo del tren, te juro, ¿cuándo pasa el rápido?

SEÑA COBRADA ES SEÑA GANADA

Apotegma sagrado que el martillero Arizmendis se repite y nos repite cada vez que un problemilla de esta especie lo despeina apenas. A las dos de la tarde del último día de la semana estaba pactado el acto de firma del boleto de compra-venta. Aquella medida cautelar trabada contra el dominio del departamento suponía un impedimento para su realización. El día anterior, Arizmendis llamó por teléfono al comprador y lo citó para alguna hora de la mañana. Cuando Schneider, que así se llama el presunto adquirente, llegó, el jefe lo invitó a tomar un café al pub adonde siempre lleva a ablandar a los remisos. Hicieron dos vueltas de lágrima charlando de temas diversos, al principio, chistes muy malos del martillero, la marcha del seleccionado, cosas así. El martillero puso en práctica el estilo despreocupado y optimista que tan bien le cabe. Es como cuando nos acarician el culito un segundo antes de clavarnos la jeringa hipodérmica.
-Vamos a tener que pasar la firma para un poco más adelante –dijo por fin el corredor público luego de referirle toda la historia-.
Schneider se desesperó y estuvo a punto de largarse a llorar. Parece que en esta historia tenemos varios llorones. El intermediario lo tranquilizó de todas las formas, por ejemplo, con sus chistes horribles. Cuento uno, por ejemplo, para que se den una idea:
-Hay un embargo, pero podemos arreglarlo, sin embargo, ja, ja, ja. Embargo-sin embargo, ja, ja, ja.
Arizmendis siempre explica sus chistes. Y se ríe solo. Es patético. Ahora no daba para bromas. Visto desde afuera parecía como si se estuviese burlando de su cliente. Por fin logró calmarlo. Pero no mucho.
-Está bien -dijo Schneider, mientras se sonaba la nariz-. Qué se va a hacer. Mala leche. Decí que es una guita que había apartado para hacer una inversión, que si no, mato a alguien, te juro. Bueno, vamos a tu oficina así me devolvés la plata de la seña que así...
-Esperá, esperá. Tengo una idea que te va a interesar –contraatacó Arizmendis-.
-Está bien, está bien... Roberto... dejame decirte algo... Mirá, yo siempre fui de la idea de que cuando las cosas no salen es por algo, que Dios lo decidió así y...
-Escuchame, Schneider, dejalo a Dios que, por ahora, nosotros acá abajo podemos resolver el tema. En serio, la idea te va a interesar. Te lo aseguro. Dejame exponerte y después decidís ¿si?
-Está bien...
-Mirá, yo mandé a mis abogados a que fueran a ver el expediente del juicio hipotecario de Rey y me dijeron que el pobre tipo está hasta las pelotas, que pierde el departamento como que hay un Dios. No te voy a engañar porque nunca engañé a mis clientes. Y menos a vos que, además, sos amigo. El tema es así, al pobre infeliz, esto dicho con todo respeto, me refiero a que es un infeliz porque no es feliz, ¿me seguís?, al pobre infeliz le están por rematar la unidad porque hace mucho tiempo que no paga una mísera cuota del crédito hipotecario, y...
-¿Y yo qué tengo que ver con eso?
-Ahí es donde entrás vos, casualmente, Schneider. Yo tengo relación con la liga...
-¿Qué liga?

LA LIGA

-¿Qué liga? –preguntó Schneider, que se acordó de aquel inocente juego infantil de El que se agacha la liga.
-La liga de rematadores. Son los que compran las propiedades que se rematan. Bah, no las compran ellos, las compran supuestamente para después transferírselas a un comprador que, previamente, ya se comprometió a comprar esa propiedad que se va a rematar.
-No entiendo nada, Arizmendis –le dijo Schneider, que se estaba poniendo nervioso-.
-A ver... Si vos querés comprar una propiedad en un remate, no podés. Nadie puede comprar un inmueble en un remate si no pasa por la liga.
-¿Y para qué quiero a la liga? Si a mí me interesa comprar una propiedad en un remate, voy y pujo ¿se dice “ pujo...”? Para eso no necesito ninguna liga.
Roberto Arizmendis puso en acción la paciencia que se requiere para explicar algo a quien no tiene noción, y también para clarificarle algo de difícil explicación por lo abstruso del tema.
-La liga es la que trabaja en el remate para que vos puedas comprar la propiedad al precio que vos mismo ofreciste.
-Eso lo puedo hacer yo tranquilamente.
-No podés porque la liga no te deja.
-¿Cómo que no me deja?
-No te deja porque es un trabajo que tienen que hacer ellos. Si no lo hacen ellos, no lo hace nadie.
-Es una locura lo que estás diciendo. Ni que fuera una mafia.
Cuando Schneider dijo mafia, Arizmendis tuvo ganas de decirle ¡Correcto!
-¿Y cuánto hay qué pagarles por ese trabajo, entre comillas, que no puedo hacer yo? –le consultó-.
-Nada.
-¿Cómo nada?
-Vos vas a la liga y le decís que querés comprar una casa equis que se va a rematar. Le decís que podés pagar hasta tres pesos, con todos los gastos incluídos. Entonces ellos la compran por dos pesos con cincuenta, con todos los gastos incluidos y lo que falta para llegar a los tres pesos son los, digamos, honorarios que van para la liga.
El rostro de Schneider pareció acomodarse a una situación de confort, como si algo comenzara a posicionarse dentro de su caletre. El martillero continuó y se puso contento, en la convicción de que había devuelto a su cliente al redil.
-Cuando el departamento de Rey salga a remate –continuó-, los de la liga me van a llamar para avisarme, entonces yo les digo que ya tengo el comprador, que vendrías a ser vos, y ellos lo compran y después te transfieren el boleto. Vos lo único que me tenés que decir es cuánto estas dispuesto a pagar. Te aseguro que de esta forma te va a salir mucho, pero mucho, más barato de lo que lo ibas a pagar ahora.
-No sé qué decirte. ¿Y vos qué ganás con todo esto?
-Lo primero que quiero es resolverte el problema. La inmobiliaria está para resolver los problemas de la gente. Punto uno. Si después vos me querés pagar algo por el gran negocio que te hice hacer, es cosa tuya. Pero sería un crimen que no aprovecharas este negoción. De este supuesto contratiempo del embargo vas a salir ganando, te lo digo en serio.
-Es que...
-Mirá, Schneider, no es necesario que me contestes ahora. Te voy a esperar porque nobleza obliga. Tomate un día para decidir y me contestás, dale. Pero no mucho más porque esa papa la quieren muchos.
Llaman al celular de Arizmendis. Qué casualidad, el propietario que vino a cobrar el dinero de su alquiler, todavía está esperando en la inmobiliaria. Pero volvamos a lo nuestro: seña cobrada es seña ganada. Al menos, Arizmendis ha ganado tiempo como para cumplir este apotegma sagrado que rige la vida de las inmobiliarias. Lo lógico seria que esta seña se convirtiese en pago de honorarios por el servicio de haber hecho el contacto con la famosa liga. Sin contar lo que la propia liga le arroja al martillero cual carnoso hueso por cada negocio que le arrima.
La historia continúa en la casa de Schneider donde la esposa, una vez anoticiada de las alternativas por las que atraviesan sus ahorros, ejerce como corresponde el derecho de veto que les cabe a todas las mujeres cuando se trata de asuntos trascendentales de la vida en pareja, siendo las cuestiones dinerarias las más ultratrascendentales que puede haber, incluso superando en trascendencia a la educación de los hijos, la fidelidad, o la ausencia de ella. La señora de Schneider, en concordancia con el conservadurismo propio de las minas, se opuso redondamente a esa compra, y menos cuando debía se efectivizada a través de una mafia a la que se denomina cariñosamente La Liga.
-No, Leopoldo, ni lo pienses, nosotros no nos vamos a meter en un problema porque te lo diga ese martillero sinvergüenza.
-No es un sinvergüenza, es amigo.
-Es amigo de la plata, como todos los martilleros. Lo que tiene que hacer Arizmendis es devolverte la plata de la seña. Si el departamento no era para nosotros, será cosa de Dios. Tendremos que pensar en otras posibilidades. Eso sí, por la inmobiliaria de Arizmendis, en el futuro, pasaremos a no menos de cinco cuadras a la redonda. Ahora, decime una cosa, ¿Arizmendis no sabía que el departamento estaba embargado?
-Si, bueno, no... Eso sale en un papel que tiene que pedir al registro de la propiedad. Ahí le informan lo que tiene la casa, el departamento, o lo que sea.
-¿Y hace cuánto que estaba en venta la casa?
-No sé. ¿Por qué?
-Por que la casa estaba en venta desde hace un tiempito largo, supongo. No es que apareció a la venta el día que te lo ofrecieron a vos. ¿O sí?
-Y... No.
-Y entonces ¿por qué nos tenemos que enterar de que la casa tiene problemas legales justo un día antes de hacerse el boleto de compra-venta? ¿Por qué no lo averiguaron con anticipación y entonces tenían tiempo de resolverlo? No sé, es una cosa lógica, me parece, Leo. Pero bueno, ya está... Ahora vas a la inmobiliaria y le decís al martillero que te devuelva los cinco mil pesos.
-Pero...
-Nada de peros, si no vas vos, voy yo.
Leopoldo Schneider no pudo argumentar nada consistente. Y menos ante las lágrimas de su esposa, una especie de llanto silencioso muy convincente. Eso conmueve a los hombres. La seña o reserva entregada oportunamente por Schneider a Arizmendis estaba teóricamente en manos del segundo. Y a salvo. Pero siempre es recomendable comprobar las teorías. Sólo restaba devolverle el importe al señor Schneider por haberse frustrado la compra- venta y listo. Si no era para nosotros, dijo la señora de Schneider, sería porque estaba dentro del plan del Señor y sus designios son inescrutables. El señor Schneider juzgaría más tarde que había sido contraproducente hablarle a su cónyuge sobre la conveniencia de comprar un departamento que valía 35.000 dólares en casi diez mil menos. La contrarréplica de la mujer esposa estuvo en consonancia con esa sensibilidad, que bien podría llamarse ética, que las mujeres tienen y de las que a veces quedan exentos los hombres. Escuchemos lo que dijo la dama:
-Y a vos no te da vergüenza comprar regalado el departamento y dejar en la calle a un tipo que capaz que su único pecado fue no poder pagar la cuota porque se quedó sin trabajo o por lo que fuera.
La mujer de Schneider lloraba por el destino incierto de sus ahorros y por el drama humano del dueño del departamento de la calle Los Barómetros, aquel flaco que había sido tan feliz en la casa angosta.
Con tanta gente llorando pucha que da gana e llorar.















































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