sábado, septiembre 30, 2006


MI ESPOSA LLORÓ DESPUES DE CHATEAR CON SU HIJA

Cuando llegué a mi casa a la noche encontré a mi mujer con signos de haber llorado: ojos enrojecidos, pañuelo estrujándose en su mano, mirada baja, horno y cocina apagados. Al principio no lo quieren reconocer. Hay que sacarles las cosas con tirabuzón. Será de Dios.
-¿Qué pasó?
-Nada.
-Vos estuviste llorando. No me podés engañar.
-...
-Dale, decime qué pasó sino tiendo a pensar lo peor.
-No pasó nada.
-¿Entonces por qué hablás como si estuvieras resfriada?
-Estaré resfriada.
-¿Quién te ofendió?
-¿Quién me va a ofender?
-¿Con quien te peleaste?
-Con nadie. Julio, no sigas.
-¿Quién se murió?
-¡Nene!, la boca se te haga a un lao.
-Estuviste chateando con la nena.
Estuvo chateando con la nena. Su silencio era un sí clavado. Siempre que chatea con Juliana terminan llorando las dos. Se extrañan. Todos la extrañamos. Cómo será que hasta el hermano la extraña. Cuando Juliana estaba acá se llevaban como Silvestre y ese perro bull-dog que no sé cómo se llama. Ese que siempre termina defendiéndolo a Tweety en detrimento del gato. Ahora que mi hija está en España, los hermanos se llevan bien. Se pasan horas conversando a través de la red. Pensar que uno ha luchado tanto para que fuesen unidos porque esa es la ley primera. Se necesitaba un océano en el medio (el Atlántico) para que comenzaran a quererse. Pero estábamos con que mi esposa había llorado después de chatear con su hija.
-¿Qué te dijo Juliana?
-Nada.
Va a ser difícil así. Lo sé. Insistí:
-Dale, Mariana. Te lo pido por favor.
-En serio, no me dijo nada en especial. Se mudó al nuevo departamento. Mandó las fotos.
-Eso es una buena noticia.
-Si, pero es fuerte. Es la primera vez que va a vivir sola.
-Bueno, si se peleó con la amiga que se haga cargo.
-Siempre la hacen sencilla ustedes.
-Ustedes ¿Quiénes?
-Los hombres. La nena está a trece mil kilómetros de su casa. Y sola. Sin su familia. Ni siquiera tiene a la amiga.
-Que yo sepa, nadie la obligó, nadie la mandó al exilio, no está desterrada, no es una refugiada...
-Bah, vos no entendés nada.
Mi hija Juliana hace un año que viajó a las Islas Canarias. Fue a trabajar y a “hacer su vida” Parece que sus padres la oprimían, o algo así. No la dejaban ser. Bah, esas boludeces que dicen los hijos. ¡Si le dimos todo! Como dicen Los Beatles en She’s leaving home (Ella se va de casa), hermosa canción que forma parte del extraordinario long-play llamado Sgt. Pepper’s lonely hearts club band:

LE DIMOS LO MEJOR DE NUESTRAS VIDAS
SACRIFICAMOS LO MEJOR DE NUESTRAS VIDAS
LE DIMOS TODO LO QUE EL DINERO PODIA COMPRAR
¿CÓMO PUDO TRATARNOS TAN DESCONSIDERADAMENTE?

Le dimos la plata para que se pagara el viaje a las Islas Canarias. Le regalé mi valija favorita, una Samsonite que ni Amira, mirá. Desde hace un año vive y trabaja allí. Pero Julianita no es feliz. Pensar que se fue del país porque no era feliz. En la Gran Canaria, que así se llama la isla, parte integrante del archipiélago de las Canarias (un profesor de geografía argentino diría el archipiélago del mismo nombre), mi joven hija de 23 años logró alquilar un departamento con el producido de su trabajo, cosa que aquí, en la República Argentina, no hubiera podido hacer con su modesto conchabo de promotora. En fin. Juli nos mandó por e-mail las fotos de su “piso”. Los argentinos llamamos piso a una unidad de vivienda bastante más grande. De hecho es tan grande que abarca todo el piso de un edificio. Por eso se llama piso. No la complicamos. El piso de Juliana, en cambio, es más bien pequeño.
-Y fijate que no tiene mesa. Acá en casa tenemos mesas hermosas...-le dije a mi mujer, mirando la de la cocina-.
-Bueno, se puede vivir sin mesas después de todo.
-Hay dos copas y una botella de bebida alcohólica. ¡Juliana estaba con un tipo pronta a emborracharse! ¡Seguro que tuvieron una orgia!
Dije orgia sin acento en la i porque a mi mujer le disgusta que hable mal. Pero por suerte trocó de la pena a la indignación. El enojo le quitó la lloradera. Me lo tiene que agradecer.


























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