miércoles, septiembre 20, 2006



SUFRO DE ENANISMO

RESUMEN DE LO PUBLICADO: Volví a la inmobiliaria donde he trabajado tantos años que ya casi perdí la cuenta, amalaya.
Me acuerdo que entré de pantalones cortos. Fue un sábado a la tarde. Yo iba a jugar un partido de fútbol, ya estaba cambiado y con los Fulvence puestos. Arizmendis, el corredor inmobiliario a quien conocía porque le había vendido a mi padre la primera casa, me detuvo cuando pasaba frente a su oficina y me hizo entrar para ofrecerme trabajo.
Pero eso es pretérito indefinido. Hoy tenemos en venta los departamentos de un edificio mal llamado a estrenar ubicado en la calle M. Vivot del barrio Providencia. Zuloaga, uno de los vendedores de Arizmendis propiedades me lleva a ver las unidades por orden del martillero.
-Este edificio no es a estrenar –le dije mientras él manejaba su automóvil y parecía como ausente-.
-¿De qué?
-¿De qué qué? –le pregunté-.
-¿Cómo que no es a estrenar si el martillero dijo que era a estrenar?
-Te lo digo yo que hace añares que pateo estas calles. Este edificio es una clínica reciclada. ¿Vos no sabías?
-¿Qué cosa?
-Que antes era una clínica.
-No.
Me parece mentira que un tipo que trabaja en Providencia desde hace no sé cuánto ignore que este edificio no es a estrenar y que antes funcionaba la clínica privada del doctor Doluborsky. Pero en Zuloaga no me extraña tanto como para pasarme más de cinco segundos rascándome la punta de la pera. Siempre parece distraído. Cuando por fin cae del parral uno diría que el hecho de haberse dado cuenta no le interesa ni mucho ni poco. También es muy factible que no sea un problema de distracción sino que hay pocas cosas en la vida que percibe de primera intención, como si hiciese falta un segundo y aun un tercer estímulo de sus meninges para que entre en tema y sepa de qué corno está uno hablando. Y para eso se requiere paciencia. Mucha.
-Esto antes era una clínica.
Le repetí –las repeticiones son bien recibidas por esta clase de personas- mientras entramos por la puerta que todavía es una placa de chapa canaleta. Al ingresar me encontré sobre el marco saliente de la parte superior una especie de nicho donde vigilaba el enano de yeso fumador al que aspiro en breve a dar de alta para mi colección. Ya lo he mencionado anteriormente y por una lamentable errata atribuible a la urgencia de la entrega dije que el muñeco tenía en una pierna una venda “sanguilonenta”, barbarismo indisculpable que debe ser prestamente reemplazado por “sanguinolenta”.
Penetramos en el edificio donde unos obreros trabajaban en la colocación de un revestimiento sobre la pared de lo que será el pallier de entrada. Saludé y los muchachos devolvieron el saludo con distintos grados de cabezazos. Zuloaga comenzó a mostrarme los departamentos y así fue que distinguí el quirófano, donde alguna vez me extrajeran un quiste, y las distintas dependencias del hospital. El quirófano es el departamento más grande. La sala de enfermeras, el más pequeño. El que viene con la cocina más espaciosa es el que, precisamente aprovechó la que había en la antigua clínica. Pero los dormitorios son mínimos, dividieron en dos el cuarto de desechos patológicos. En fin, un reciclaje bastante caótico: una pared derribada por aquí, otra levantada por allá y todo así. El Constructor se las ingenió para inventar unos bonitos tres ambientes que, al decir del martillero Arizmendis, se tienen que vender como bola de fraile rellena de dulce de leche. En cualquier caso, ya me siento parte nuevamente del maravilloso mundo de la intermediación inmobiliaria. ¡A vender! ¡A triunfar! Basta de someter el físico a pruebas imposibles. Conservo una tos persistente a causa del frío que chupé arriba de la motito cuando trabajaba para la pizzería. Y no hablemos de mi cintura que aún no me permite caminar erguido.
Pero para jugar al fútbol nunca estás mal.
Me parece escuchar la voz de mi esposa.
Al salir del edificio le dije a Zuloaga que me diera una mano y me encaramé apoyándome en la pared de ladrillo a la vista para alcanzar al enano fumador, manotearlo y hacerlo mío. En ese momento salió un albañil que, al ver nuestro accionar, que no debe ser tomado como delictuoso puesto que me estaba apoderando de una res nullus (cosa de nadie), empujó a mi sostén lo cual me hizo caer de culo sobre la vereda avainillada.
-¡Al que toca al enano le corto la mano! –dijo el hombre de U.O.C.R.A. con involuntaria rima.
-Discúlpeme –le dije mientras me incorporaba y sacudía el polvo de mi pantalón-. No sabía que…
-Ese enano de acá no sale. Es el amuleto de todos los muchachos. Gracias a él la obra no registra ni un accidente. Lo queremos un montón.
-Se lo compro.
-Cuánto.
-diez pesos.
-Hecho.

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