lunes, septiembre 11, 2006

Banco de suplentes y pajarillo errante
Campo de juego

UN CAMPO DE JUEGO QUE NO SERA UN BILLAR PERO QUE TAMPOCO ES UN POOL


Tarde propicia para la práctica de los deportes al aire libre
El astro rey se asoció al fútbol, pasión de multitudes

El público ya palpita el comienzo de la brega mientras agita estandartes y gallardetes.
Cuando al maestro José María Muñoz se le agotaban las florituras del comienzo de la transmisión daba paso al comentarista (Ardigó, Zavatarelli, Macaya Márquez, según fuese la época) para que, con verbo no menos rebuscado, pronunciara el “comentario previo”. Pero estas cuestiones sólo las podrían comprender aquellos que han pasado los cincuenta años como este grupo de entusiastas muchachos del club de Providencia que acaban de ganar su primer partido después de varios meses. La tarde, en efecto, era propicia y el astro rey se asoció, no cabe duda. Público, eso sí, no había, si no contamos como público a un pajarillo errante, de esos que beben agua de los estanques mas no de nuestras manos, y que, posado en el alambrado que divide al campo de juego de las vías del ferrocarril (foto), parecía observar a esos fatigados señores, pero que no lo hacía.

El equipo venció por dos a cero a un contrincante que padecía de las mismas dificultades físicas, atléticas, anímicas, prostáticas y cardíacas que el nuestro y algunas más, como por ejemplo, que no habían podido traer suplentes. Obsérvese la foto del banco desierto. Qué tristeza.
Otro hecho destacable fue que nuestro goleador al fin pudo convertir (un gol) después de dieciséis o diecisiete fechas, no recuerdo bien. Cuando le pregunto a él por la cantidad exacta me contesta qué te importa, imbécil. Era tal la algarabía (palabra patentada por el relator Muñoz) que nuestro compañero Ricardo Ditro nos invitó este mismo sábado a la noche a comer un jamón de Jabugo que guardaba para las grandes ocasiones. No pudo concurrir el plantel en su totalidad por compromisos previos (bautismos, casamientos, bar mitzvahs) Algunos tenían compromisos previos incluso al matrimonio (“cuando nos casemos olvidate de querer salir con tus amigotes cuando se te venga en gana”), compromisos que ciertas mujeres se encargan de renovar con increíble persistencia. De tal forma que fuimos solamente siete muchachos a comer ese jamón que, les garanto, estaba tan delicioso que me comí diez (10) sandwichitos. Nos aposentamos no en la residencia propiamente dicha de Ricardo sino en el quincho, adonde normalmente no acceden la mujer ni sus tres hijas, excepto en las reuniones familiares. En este encuentro ellas no tenían cabida, sencillamente por una cuestión de disimilitud de intereses. Este sábado teníamos que disfrutar de la victoria y también ver el partido de Rácing y Argentinos Juniors por la televisión que tenía colgada de un soporte metálico empotrado en la pared, en una ubicación que permitía la visualización tanto desde la parrilla como desde la larga y rectangular mesa de tabla sobre caballetes donde el dueño de casa cortaba las lonchas del chacinado con mano maestra y las distribuía a los seis apóstoles como el Señor Jesucristo hiciera con los suyos (aunque no era jamón de Jabugo sino pan) en ocasión de la Ultima Cena. Por la convocatoria tan de última hora el asador estaba cerrado y comimos solamente ese jamón de Huelva, auténtico jamón de pata andaluz, como lo certificaba la etiqueta o vitola que rodeaba la pezuña del malogrado animal y que Riqui me regaló por si tenía intenciones de iniciar una colección de vitolas de jamón. Mencioné en alguna oportunidad que soy un coleccionista compulsivo y cuando tengo dos objetos de una misma especie, eso supone el puntapié inicial para una nueva colección. Ese exquisito jamón color rojo púrpura nos estimuló la sed así que bebimos para saciarla. Algunos también lograron saciar la tristeza.
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