jueves, septiembre 07, 2006

OTRA VEZ DESOCUPADO
El negocio de recolección de tejas rotas me venía reportando un beneficio diario de casi doscientos pesos que repartía con mi amigo el oso Ribero, socio en el emprendimiento. Esta mañana me llamó cuando yo estaba negociando con la dueña de una casa el emolumento por el trabajo de remoción. Habíamos llegado con la vieja a un acuerdo interesante: diez pesos (no era un montículo considerable) y me daba un hermoso cisne-maceta de jardín, preciosa incorporación para mi colección de enanos de jardín y anexos. Sonó mi celular en el momento en que cargaba el cisne en el camión.
-Tenemos que cortarla -me dijo el oso-, me llegó una citación de la municipalidad por haber tirado los escombros en la ruta.
-Todos tiran los escombros en la ruta –me defendí- Acordate el día que estábamos corriendo por allá y encontramos un cadáver. ¿Dónde tiran los ladrones los autos una vez que los afanaron y desmantelaron? En la ruta. ¿Y los azulejos y sanitarios viejos de las casas reformadas de Providencia? En la ruta. ¿Y los animales muertos?
-En la ruta.
-Exacto. Así que no me vengan.
-No me importa nada. Acá tengo un acta por diecisiete infracciones. Se acabó el negocio, mandame al pibe con el camión y no te gastés la guita que la mitad de la multa te corresponde. Además, si seguís castigando así el físico el sábado no vas a poder jugar. Chau.
El chico de Ribero, chofer del camión donde juntábamos las tejas, experimentó una sana alegría cuando le dije que su trabajo se había acabado. Me llevó hasta mi casa, me entregó mi cisne-maceta y desapareció haciendo un peligroso derrape con el camión. Quizás era lo mejor –digo el final de la empresa de recolección de tejas rotas por el granizo, no el derrape-, yo padecía de terribles dificultades para moverme a causa de mi dolor de espalda, mis manos estaban espantosamente llagadas y mi cintura endurecida no me permitía desplazarme sino de costado, ladeado, como en falsa escuadra. Estos días sentí como que he envejecido veinte años o tal vez más. Mi señora recibió la noticia con alivio y me preparó una bañadera y un tazón con agua y sopa calientes, respectivamente. Casi ni me riñó al ver el cisne que ella juzgó simplemente como asqueroso.
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