La granizada caída el mes pasado supo averiar automóviles, casas, cabezas de seres humanos, palomas y gorriones, además de, me consta, algunas nalgas de damas. Los hombres se preocuparon más por sus vehículos que por sus casas. Y las mujeres se desesperaron ante la entrada del agua que dañaba sus parquets y sus muebles. Los chalets de estilo californiano, que adornan el bonito barrio de Providencia, donde desempeño la mayoría de mis actividades, han sufrido como pocas comunidades por efecto de estas piedras congeladas que se ensañaron con ellos, como si alguno de sus pecados mereciera un severísimo castigo de arriba.
Hoy caminaba por las calles del barrio y reparé en que, junto a la vereda de, por lo menos, el ochenta por ciento de las casas, había una montaña más o menos considerable de tejas coloniales rotas. Esos restos colorados (ver imágenes exclusivas) documentan la furia del granizo sufrido el último Julio. Al ver este paisaje se me prendió la lamparita, lucidez propia de quien se ha pasado años imaginando (no me gusta tanto el verbo pergeñar) negocios y vendiendo servicios. No en vano he trabajado durante tanto tiempo en la inmobiliaria Arizmendis, que hoy reclama mi vuelta. Para dar forma a mi emprendimiento hacía falta conseguir un camión y luego salir a recorrer las calles de Providencia y La Providencia –este último queda pasando las vías y no tiene cloacas-, para ofrecer al vecindario el servicio de remoción de tejas coloniales molidas, por un estipendio razonable. Fui en busca de mi amigo el oso Ribero, compañero en el equipo de fútbol. El oso tiene un camión destartalado pero que funciona. Nunca lo usa y allí duermen sus perros. Le ofrecí a él formar parte del negocio pero se negó porque las obligaciones en su taller mecánico se lo impedían. Le detallé en pocos trazos la ganancia estimada, calculando que por cada remoción podríamos ganar hasta treinta pesos y terminó por mandarme al vago de su hijo como chofer. Cerramos el trato al cincuenta por ciento para cada parte, él pone vehículo y conductor, yo la idea y la mano de obra. Me encantaría decir el know how pero todavía no sé muy bien qué significa. Empezaremos hoy, a la hora en que las amas de casa ya estén despiertas y lúcidas. En el peor de los casos bastará sólo con que estén despiertas. Y presentaré la renuncia indeclinable en la pizzería porque no puedo seguir tomando frío por tan poco, una tos persistente amenaza con volverse crónica.
Hoy caminaba por las calles del barrio y reparé en que, junto a la vereda de, por lo menos, el ochenta por ciento de las casas, había una montaña más o menos considerable de tejas coloniales rotas. Esos restos colorados (ver imágenes exclusivas) documentan la furia del granizo sufrido el último Julio. Al ver este paisaje se me prendió la lamparita, lucidez propia de quien se ha pasado años imaginando (no me gusta tanto el verbo pergeñar) negocios y vendiendo servicios. No en vano he trabajado durante tanto tiempo en la inmobiliaria Arizmendis, que hoy reclama mi vuelta. Para dar forma a mi emprendimiento hacía falta conseguir un camión y luego salir a recorrer las calles de Providencia y La Providencia –este último queda pasando las vías y no tiene cloacas-, para ofrecer al vecindario el servicio de remoción de tejas coloniales molidas, por un estipendio razonable. Fui en busca de mi amigo el oso Ribero, compañero en el equipo de fútbol. El oso tiene un camión destartalado pero que funciona. Nunca lo usa y allí duermen sus perros. Le ofrecí a él formar parte del negocio pero se negó porque las obligaciones en su taller mecánico se lo impedían. Le detallé en pocos trazos la ganancia estimada, calculando que por cada remoción podríamos ganar hasta treinta pesos y terminó por mandarme al vago de su hijo como chofer. Cerramos el trato al cincuenta por ciento para cada parte, él pone vehículo y conductor, yo la idea y la mano de obra. Me encantaría decir el know how pero todavía no sé muy bien qué significa. Empezaremos hoy, a la hora en que las amas de casa ya estén despiertas y lúcidas. En el peor de los casos bastará sólo con que estén despiertas. Y presentaré la renuncia indeclinable en la pizzería porque no puedo seguir tomando frío por tan poco, una tos persistente amenaza con volverse crónica.
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