viernes, agosto 18, 2006

MI JEFE NO ME QUIERE PERDER

Resumen de lo publicado. Yo trabajaba en una inmobiliaria y renuncié. Me empleé como repartidor de pizzas. Mi jefe me llamó porque se resiste a perderme. Detalles de la entrevista.
Tantos llamados me hizo Arizmendis que al final no tuve otra salida que ir a enfrentarlo y cerrar de una vez el capítulo de mi historia en la inmobiliaria. El viejo estaba en su despacho con una persona. Los vendedores estarían en la calle, supongo. Me senté en el sillón que está frente a la puerta de su oficina. Me dolía todo a causa del accidente de motito sufrido en la víspera, cuando, en mi función de delivery boy de pizza llevaba una calabresa y media docena de empanadas a un cliente en la calle Estenógrafo Garcete del barrio Providencia. Todo me dolía, la rodilla, los brazos, el tobillo, el cuello. Seguir con la descripción sería ocioso. Si digo todo debe entenderse todo.
-Pasá, dale, Tito, sentate. Pará que te sirvo un feca –le dijo mi ex jefe al desconocido con ese tono campechanamente falso, o falsamente campechano, que sabe acentuar cuando la situación lo pide. La oficina de bienes raíces de Roberto Arizmendis es una de las más importantes del barrio Providencia. Providencia es un cuadrado de veinte manzanas por veinte donde conviven, como pueden, treinta inmobiliarias. Podría decirse que todas son inmobiliarias familiares. De esos treinta negocios de intermediación, tres son conducidos por padres ancianos, con hijos que resultarán sus herederos una vez que sus ascendientes vayan abandonando este valle de boletos de compra-venta. Una de las inmobiliarias, por ejemplo, es atendida por el martillero y su madre, otra por el martillero y dos de sus hijastros, una por un martillero y su hija, otra por el martillero y su padre, hay una que dirige una martillera y su marido, otra que tiene como titular al hijo del principal vendedor y su amante (la del martillero). Como se ve, son pequeñas oficinas parentales que completan su staff con un par de vendedores, o bien, alguno que otro promotor que trabaja captando propiedades en la calle, como es el caso de éste que ahora fumaba impaciente en el despacho del viejo.
-Bueno, Tito, no tenés tiempo y yo tampoco –le dijo Arizmendis-.
-Y, si... Tengo que volver a la remisería.
-Bueno, te la hago corta. Vos, como remisero, laburás en la calle y la calle es también lo nuestro, o mejor dicho, la información que podemos sacar en la calle. Fundamentalmente lo que nuestra inmobiliaria necesita es saber quién vende su casa para convencerlo de que venda con nuestra inmobiliaria. Pues bien, ahí es donde entrás vos. Hay pasajeros que te cuentan sus cosas, ¿no? Cuántas veces habrás escuchado que un tipo te bate que tiene que vender la casa porque está endeudado hasta las pelotas, o porque se quiere agrandar, o por lo que a vos se te ocurra. Bueno, como antes de que el tipo te contra sus cuitas, vos lo tuviste que pasar a buscar a la casa, ya sabés donde vive. Entonces, con la dirección anotada en un papelito, venís hasta la inmobiliaria y me contás más o menos cómo es la historia del candidato. Por ese trabajito de nada yo te pago diez mangos. Cada información que me traigás, diez pesitos. ¿Cómo la ves?
-Trato hecho.
Todo método de promoción es válido para acopiar ¨mercadería¨ que es como en la jerga se llaman a las casas y los departamentos. Cuando se fue el remisero, el viejo me hizo pasar y me dio un abrazo. Me preguntó por qué me había ido en forma tan imprevista, cuando no había mediado ni una discusión ni nada.
-Qué va a ser, Roberto –le dije en una demostración de mi mediocridad para el argumento-.
-Qué va ser las pelotas, Julito, vos sos mi mano derecha, no te podés ir así. Son muchos años luchando juntos, sos el único que escribe Arizmendis como se debe...
-Primero con zeta y después con ese.
-Exacto. Eso no lo hace nadie.
-Igual a veces lo escribo mal (pensé en estos mismos escritos. Los revisé y alguna vez he fallado con su apellido)
-Cuando te distraés. Pero eso no es óbice. No me podés dejar. Sos como un hijo. A mí no me queda mucha...
-Basta, Roberto.
Intenté incorporarme pero el sufrimiento que me prodigaba mi osamenta maltrecha me lo impidió. ¿Podré jugar el sábado?
-Ya es una decisión madurada, Roberto.
-¿Y qué vas a hacer con tu vida? ¿Vas a repartir pizza? Me llamo Patruccio y me contó que fuiste vos el que le llevó la muzzarella.
-Era una calabresa.
-¿No te da vergüenza? Vos sos un referente en Providencia, carajo, no te podés rebajar así.
-Es un trabajo digno como cualquier otro...
-No empecés con esas boludeces. Si vamos a hablar en serio, entonces no me vengas con frases de fórmula, Julito. Mirá Julito... mejor tomate el fin de semana. Descansá. Tal vez el stress te está jugando una mala pasada y te hace hacer cualquier pelotudez. El lunes te espero. Nueve y media como siempre. Ah, Julito lindo y peludo. Che Julito... estás en las últimas. ¿Te atropelló un tren?
Me fui. Tengo que conseguir una motito. Creo que mi amigo Ricardo tiene una.

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