AVERTENCIA PREVIA A LA JORNADA FUTBOLISTICA
LA CUESTION FISICA EN EL DEPORTISTA AMATEUR PRE-GERONTE
Excelente título para una publicación científica.
Los cincuentones que pretendan jugar al fútbol el fin de semana se enfrentan con varios problemas. En primer lugar, el físico, que al llegar a esa edad se muestra decadente y dubitativo, fláccido e inoperante. El hombre se resiste a reconocerlo y no suele atender a las observaciones de su esposa, que pueden clasificarse en dos grandes líneas de pensamiento: a) las que no quieren que vayamos a jugar porque podríamos arriesgar hasta la propia vida (”ya no estás en edad para andar haciéndote el pibe. Un día de estos el corazón se te va reventar, tarado”), y: b) las que a esas alturas de la vida en común sólo lamentan el tener que lavar la ropa sudada después de la brega. (”te tengo que lavar toda esa podredumbre como si todavía fueras un nene. Me das lástima.”). Para este segundo subgrupo, el riesgo de la salud ya pasaría a ser un problema nuestro.
Un buen calentamiento previo a la competencia es imprescindible, pero hay que saber medir la intensidad puesto que podríamos fundirnos antes de que el referí pite el inicio. Los músculos necesitan estar calientes y para ello nada mejor que una buena elongación, cuidando, eso sí, de no ser nuestros propios verdugos que estrangulemos, de puro brutos, nervios y tendones. Los jugadores que completan el banco de suplentes suelen hacerlo a regañadientes, bajo protesta, con cara de culo. No entienden por qué tienen que quedar afuera cuando ese tronco está dando pequeños saltitos justo en la posición en donde, a su juicio, deberían estar ellos si existiese la justicia. Pero son unos pavotes. No deberían estar tan malhumorados puesto que no es nada extraño que alguno de los titulares, en el primer pique, sienta el temido tirón y pida el cambio con el clásico gesto de antón pirulero. Las tardes de invierno son propicias para las lesiones. En los torneos que disputa el equipo superior del club del barrio Providencia, el fixture los suele pasear por campos de juego suelen emplazarse a la vera del río o en algún descampado junto a la ruta, que fue cedido oportunamente por la autoridad municipal. Allí hace frío de veras. Y no hay abrigos que valgan, salvo aquel jugador de buena posición que se fue de shopping y se compró un camperón igualito al que usan los profesionales. Y no de los truchos, ojo.
El partido del pasado fin de semana terminó con una derrota por cinco a cero. Duele perder así. Alguien en el vestuario hizo el consabido chiste de que el cuarto gol nos mató. Pero no hay lugar para las bromas. Nuestro equipo lleva una serie de seis caídas consecutivas. Es el que más perdió, el que menos goles convirtió, el de la valla más vencida y el que cuenta con mayor cantidad de pelados entre sus filas. Desalentador por donde se lo mire. Con todo, todavía podemos clasificarnos. Se trata de no escuchar a los agoreros que bajo la ducha sostienen que somos horribles, de madera, que no podemos hacer dos pases seguidos, que no jugamos a nada. Y por Dios, no pensemos en el gol que se perdió uno de los que estaba afuera y el técnico lo hizo entrar para empatar cuando íbamos tres goles abajo. No quiero personalizar, le pondré un nombre de fantasía que enmascare su verdadera identidad, para que no se sienta más humillado de lo que ya está por haberse perdido ese gol imposible: el peludo Rodriguez. Y además para que no me rompa la cara. Debo una crónica objetiva y desapasionada de ese gol perdido, más insólito que el que se perdió Cardeñosa jugando para la selección española en el mundial del 78.
LA CUESTION FISICA EN EL DEPORTISTA AMATEUR PRE-GERONTE
Excelente título para una publicación científica.
Los cincuentones que pretendan jugar al fútbol el fin de semana se enfrentan con varios problemas. En primer lugar, el físico, que al llegar a esa edad se muestra decadente y dubitativo, fláccido e inoperante. El hombre se resiste a reconocerlo y no suele atender a las observaciones de su esposa, que pueden clasificarse en dos grandes líneas de pensamiento: a) las que no quieren que vayamos a jugar porque podríamos arriesgar hasta la propia vida (”ya no estás en edad para andar haciéndote el pibe. Un día de estos el corazón se te va reventar, tarado”), y: b) las que a esas alturas de la vida en común sólo lamentan el tener que lavar la ropa sudada después de la brega. (”te tengo que lavar toda esa podredumbre como si todavía fueras un nene. Me das lástima.”). Para este segundo subgrupo, el riesgo de la salud ya pasaría a ser un problema nuestro.
Un buen calentamiento previo a la competencia es imprescindible, pero hay que saber medir la intensidad puesto que podríamos fundirnos antes de que el referí pite el inicio. Los músculos necesitan estar calientes y para ello nada mejor que una buena elongación, cuidando, eso sí, de no ser nuestros propios verdugos que estrangulemos, de puro brutos, nervios y tendones. Los jugadores que completan el banco de suplentes suelen hacerlo a regañadientes, bajo protesta, con cara de culo. No entienden por qué tienen que quedar afuera cuando ese tronco está dando pequeños saltitos justo en la posición en donde, a su juicio, deberían estar ellos si existiese la justicia. Pero son unos pavotes. No deberían estar tan malhumorados puesto que no es nada extraño que alguno de los titulares, en el primer pique, sienta el temido tirón y pida el cambio con el clásico gesto de antón pirulero. Las tardes de invierno son propicias para las lesiones. En los torneos que disputa el equipo superior del club del barrio Providencia, el fixture los suele pasear por campos de juego suelen emplazarse a la vera del río o en algún descampado junto a la ruta, que fue cedido oportunamente por la autoridad municipal. Allí hace frío de veras. Y no hay abrigos que valgan, salvo aquel jugador de buena posición que se fue de shopping y se compró un camperón igualito al que usan los profesionales. Y no de los truchos, ojo.
El partido del pasado fin de semana terminó con una derrota por cinco a cero. Duele perder así. Alguien en el vestuario hizo el consabido chiste de que el cuarto gol nos mató. Pero no hay lugar para las bromas. Nuestro equipo lleva una serie de seis caídas consecutivas. Es el que más perdió, el que menos goles convirtió, el de la valla más vencida y el que cuenta con mayor cantidad de pelados entre sus filas. Desalentador por donde se lo mire. Con todo, todavía podemos clasificarnos. Se trata de no escuchar a los agoreros que bajo la ducha sostienen que somos horribles, de madera, que no podemos hacer dos pases seguidos, que no jugamos a nada. Y por Dios, no pensemos en el gol que se perdió uno de los que estaba afuera y el técnico lo hizo entrar para empatar cuando íbamos tres goles abajo. No quiero personalizar, le pondré un nombre de fantasía que enmascare su verdadera identidad, para que no se sienta más humillado de lo que ya está por haberse perdido ese gol imposible: el peludo Rodriguez. Y además para que no me rompa la cara. Debo una crónica objetiva y desapasionada de ese gol perdido, más insólito que el que se perdió Cardeñosa jugando para la selección española en el mundial del 78.
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