¿DEBEN LOS HOMBRES BESARSE ENTRE SI?
Cada vez que me encuentro con algún miembro activo del sexo masculino, a quien conozco, mi mente debe desentrañar la razón por la cual casi es una obligación saludarlo con un beso, aunque el individuo en cuestión no sea, por ejemplo, ni pariente cercano, ni amigo, ni mujer. ¿Qué especie de afeminada involución ha sufrido nuestra sociedad que hoy parece que no existe otra forma de saludar que no sea con un beso en la mejilla? Mi amigo Ricardo Ditro, enemigo declarado de la hipocresía, sólo les estampa besos a sus mejores amigos. No establece excepciones a ese principio salvo en el caso de que vayan hacia él y le busquen la mejilla. A los que son conocidos apenas les regala un apretón de manos. Y no me gusta el adverbio apenas. Apenas, no. El apretón de manos conserva un extraordinario prestigio cultural, olvidado en nuestra república, es un formidable saludo viril que sabe transmitir un sentimiento cuando éste es entrañable. Hay excepciones, como cuando la mano se da en forma blandengue, flojita, babosona. Cuando la presión es de moderadamente enérgica a muy enérgica, constituye, no lo dudemos, una perfecta salutación que no necesita de ningún otro aditamento ni contacto. El estrechamiento manual deber ser definitivamente reivindicado como saludo honorable y autónomo. No necesita nada más. El beso sólo debería estar reservado para nuestros padres, abuelos, tíos, primos, amigos y, por supuesto, mujeres, tan deliciosamente perfumadas, tan suavecitas, tan lampiñas. Riqui, mi amigo, cuando nos juntamos los integrantes del equipo de fútbol, discrimina claramente y para que a nadie le queden dudas lo que es amistad de conocimiento, camaradería de mera proximidad por identidad de intereses. De forma tal que, en un encuentro entre los veteranos del club de Providencia, es común observar que, cuando él llega, besa a unos y extiende la mano a otros, gesto que produce algún escozor entre besados y no besados. Esa actitud supone una declaración lisa y llana de a cuáles personas quiere y a cuáles no. A cuáles les tiene afecto y a cuáles indiferencia, en el mejor de los casos. Sin contar con que, a un par de ellos, ni los besa ni les extiende la mano. A esos hombres los ignora porque no los quiere ni un poquito, casi diría que los desprecia. Hagamos un cálculo sencillo, sujeto a verificación por alguien que sepa de aritmética: si yo tengo que besar a catorce compañeros de equipo, eso significa que ellos también me besan a mí, que me devuelven el beso, lo que da 28. Si multiplico 28 por 14, que sería la cantidad de jugadores que integran un plantel, entre titulares, suplentes y técnico, eso me da 392. 392 besos en un encuentro que se supone de hombres, de machos que van a practicar el deporte viril por excelencia, me parece un exceso de ternura incompatible y extemporáneo. Es para pensarlo. Adiós y muchos besos.
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