viernes, septiembre 29, 2006

EL TESTAFERRO
Cuando llegué a la oficina estaba esperando el testaferro. Al martillero no le gusta que le digamos el testaferro. Pero no existe inmobiliaria que no tenga el suyo. Ahora bien, ¿qué es un testaferro? Martínez Aizpirtúa, por ejemplo, es un testaferro. Este es el testaferro de la inmobiliaria Arizmendis. El retrato a lápiz que vemos en la parte superior del presente trabajo se debe a mi compañero Zuloaga, que lo dibujó durante el acto de firma de un boleto de compra-venta (Luego sería retado enérgicamente por el martillero por no haber prestado atención al acto en el que estaba presente el vendedor, que a la sazón era su cliente) Este testaferro es un hombre que supo vivir épocas de esplendor y ahora está medio loco por haber perdido todo. En la República Argentina eso se da mucho. Hoy estás allá arriba, mañana le hacés compañía a Julio de Grazia en el fondo del mar. Un día lo fui a buscar a la casa, que tiene varios embargos y se la pueden rematar en cualquier momento. Estaba despatarrado en un sillón viendo un programa conducido por un estúpido de esos que se la pasan haciéndose los graciosos. El mando a distancia en la mano, siempre atento a la primera patinada del cómico para ejercer el derecho al zapping. Su hija estaba preparando la comida en la cocina. Cuando toqué el timbre dijo pase. La puerta no estaba cerrada con llave. Ya no temía a los robos o estaba loco. O ambas asimetrías a la vez.
-Hola Martínez Aizpirtúa –me acuerdo que le dije-
-¿Quién sos?
-De la inmobiliaria Arizmendis.
-Hay que firmar algo.
M.A. se incorporó trabajosamente. Tenía una cara de dolor que daba pena.
-Tengo que comprar una casa –dijo-.
-Si
-¿Cuántas tengo ya? –me preguntó-.
-No sé, eso sólo lo sabe Arizmendis y usted.
-Creo que son tres.
-Ahora van a ser cuatro, entonces.
Yo le veía el rostro vencido y me daba ganas de salir corriendo.
-Es un chalé en la calle G. Perelló.
El testaferro tenía que figurar como comprador de una casa casi derruida en Providencia. La iba a, abro comillas, comprar, cierro comillas, por dos pesos. Después el martillero las hace arreglar superficialmente y las vende por diez mil dólares por sobre el precio pagado originalmente. Pero el precio de venta, en este caso, no era de diez mil dólares con sesenta y seis centavos. Era mucho más.
/Es un chiste aritmético de escaso ingenio, veamos: si compró la casa por dos pesos, que vendrían a ser en dólares el equivalente a sesenta y seis centavos de dólar, conforme a la paridad actual que establece que un peso argentino vale tres dólares estadounidenses, y posteriormente la vendió por diez mil dólares por encima de lo pagado, que fueron sesenta y seis centavos (dos pesos), el precio de venta fue, en consecuencia, de diez mil dólares con sesenta y seis centavos/
Demasiado tonto.
El testaferro me preguntó cuánto le iban a dar por ese trabajito. Le dije que no sabía pero creía que serían algo de doscientos pesos, o doscientos cincuenta si el acto de la firma del boleto se alargaba.
La hija, que había escuchado todo, se asomó a la sala, no me saludó y le preguntó:
-¿Por qué tenés que seguir haciendo eso, papi?
-Porque me tienen agarrado de las pelotas, por eso. Porque no tengo trabajo. Porque, a mi edad no consigo nada. Porque esta casa tiene una hipoteca que hace un año que no pago, porque ya me comí la plata de la indemnización, porque... Mejor no sigo porque se te va a quemar la comida. Parece mentira, soy dueño de tres casas, y ahora voy a comprar una cuarta, y no tenemos ni para comprar un mísero vino.
-¿Por qué no compran los de la inmobiliaria la casa? –mientras se lo preguntaba al padre, la chica, que era bonita, me miraba a mí-.
-Porque se supone que ellos no tienen que figurar –le explicó Martínez Aizpirtúa-. Ellos la compran a través de mí porque si el dueño se entera que la casa la compra la propia inmobiliaria, es una falta de ética, o algo así. Ellos ni figuren en la compra. Además, así lo pueden convencer mejor al tipo de que venda por monedas. Le dicen que el mercado está bajando, que está todo parado, que se viene un quilombo bravo, que a la gente le van a sacar la plata, que se pudre todo, que el gobierno se hunde, que el calentamiento global, qué sé yo. Entonces el tipo le vende su casa a la inmobiliaria pero nunca se entera. Pensar que si yo quisiera...
-Si vos quisieras ¿qué?
-Nada.
Una vez dejado el mensaje, me fui de su casa con dolor de estómago. Martínez Aizpirtúa ahora es una persona desgraciada pero supo conocer buenos tiempos, es decir, que no siempre fue una persona desgraciada. Hay personas que nacen para ser desgraciadas y muy pronto se ponen la camiseta que dice desgraciado. Otros, primero, reciben el dulzor del éxito, dulzor engañoso porque te promete que siempre será así. El testaferro había sido ejecutivo durante más de veinte años en una empresa multinacional con sede en Sudáfrica. Ahora se lo ve siempre caminando con la vista clavada en el suelo, la ropa buena, pero maltrecha. Va con dos perros delgados, uno de ellos está enfermo. Tiene un único traje decente con el que se presenta a firmar los boletos de compra-venta en su carácter de testaferro. Su casa se cae a pedazos. Un día de estos se la va a comprar Arizmendis sin necesidad de conseguir un testaferro. Ahora Martínez está esperando en la oficina. Apenas me saluda. Zuloaga supo captar su desesperación.

















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