miércoles, octubre 04, 2006


VISITAS

Mi mujer golpea a la puerta del escritorio en el momento en que me encuentro ordenando una de mis colecciones y escucho en el equipo de música a los T.N.T. En el toc toc de sus nudillos se adivina el resentimiento que aun le queda por no haber podido ir al teatro el último sábado debido a mis dolores de cintura y sí haber ido el domingo a jugar al fútbol, en apariencia,milagrosamente recuperado.
-Está Ricardo ¿lo podés atender o te duele algo?
¿Vieron? El sarcasmo es mal consejero. Mariana me la sigue y me la sigue.
Me vino a visitar mi amigo Ricardo. Quiere conocer el estado de mi cintura, mi lumbago o lumbalgia, en fin, de mis achaques.
-Acá te traigo algo para tu colección de posavasos –me dice-.
Es un hermoso kit de vaso para cerveza, toallita y juego de posavasos traído de Inglaterra en donde estuvo la semana pasada. Estos regalos me colman de felicidad. Especialmente el posavasos, que pasa a engrosar mi apreciada colección de posavasos. Para mayores precisiones remito al capítulo correspondiente al 25 de Agosto de 2006, llamado "Colección de posavasos (47 carpetas)"
-¿Lo que escucho es lo que creo? –me pregunta queriendo evitar los agradecimientos largos-
-Los T.N.T. Estaba ordenando mi colección de vinilos y puse el disco.
-Qué grandes los T.N.T. “Tienes eso eso, eso, que me tiene preso, preso, tienes todo eso, eso, eso que me gusta a mí”. Rompieron todo con esa canción. ¿Qué será de la vida de esos tres?
-Uno se murió de cáncer hace poco.
-Bueno, entonces cambiemos de tema. No quiero cosas negativas. ¿Y éste?
-El Club del Clan.
-Mirá lo que son las minas con ese pelo lleno de spray. Podías tirarte a dormir sobre esas cabezas.
-Esta es Jolly Land. Esta otra, Cachita Galán.
-No la tengo.
-Cachita Galán, la que cantaba cumbias.
-Ah, sí… temas tropicales.
-Ahí vamos.
-La pollera colorá.
-No, ésa la cantaba Perico Gómez.
-Arquerazo.
-No, ese era Perico Pérez. Cachita Galán cantaba Sóplame un beso. Se murió en el 2004, pobre. De cáncer, también.
-Basta, loco. Basta de pálidas. Vengo a sacarme un poco la mufa y vos me hablás de enfermedades.
-¿La mufa después de un viaje a Inglaterra?
-Si, y también estuve en las Malvinas. No te creas que es tan maravilloso. Todo el tiempo arriba de un avión, del avión al hotel, del hotel al restaurant…
-Qué cagada…
-Estar en las Malvinas me puso triste. Será porque son nuestras. Es como si nuestra casa estuviera tomada y tenemos que tocar el timbre para que nos dejen pasar. Eso me da por las pelotas.
Mi amigo Ricardo, creo que ya lo he mencionado, tiene un trabajo que le permite viajar por todo el mundo, y cuando digo todo el mundo digo todo el mundo. Escribe para una publicación especializada que se dedica a calificar a los restaurantes según diversos criterios. El suertudo recorre el orbe para visitar los mejores comederos, morfar gratis, beber igual, para luego hacer la crítica. Quizás no inmediatamente, porque cuando ya ha recorrido la carta de vinos, supongo que cualquier nota sería aprobatoria si la borrachera atravesara por el período complaciente.
-Yo soy un profesional. Tomo lo que toma un catador, gil –me diría después cuando le hice la observación-.
Pero la panza de comer y chupar la tiene.
-En las Malvinas paré en un hotel en Puerto Stanley que se llama Malvina Hotel pero, aunque parezca extraño, no se llama Malvina por Malvinas. El que lo construyó a fines del siglo diecinueve tuvo una hija y la llamó Malvina pero no por las islas sino porque, según dicen los ingleses, en esa época Malvina era un nombre de pila muy común en el Reino Unido. Deben ser patrañas y pamplinas. Un día, después de comer me fui a un pub que está en la calle Philomel. Se llama Victory bar. Tocaba un grupo musical: The fighting pig bands, que viene a ser La Banda de los Cerdos Luchadores. Los tipos tocan, por ejemplo, We will rock you, la de Queen. Y todos los borrachos la cantan. Yo también. Ya estaba fuera del servicio así que un par de cervecitas me tomé. Fue muy lindo. Me hice medio amigote de los chabones. Pero como soy un cobarde les dije que era uruguayo y no argentino. Había tanta buena onda en el ambiente que me parecía que si les decía que era un argie se iba a romper el clima. Parece mentira que uno sea tan miserable. Traete algo para estrenar los posavasos, dale, que no decaiga. Y sacá a los T.N.T., que ya me tienen podrido.
Serví whisky en los posavasos ingleses, que tienen el escudito del club de fútbol West Ham United, donde juegan Tévez y Mascherano, dos jugadores argentinos. Ricardo no parecía estar muy bien de ánimo. Cómo puede estar mal un tipo que tiene un trabajo tan perfecto. Nunca entendí, tampoco, cómo William Hurt en Un tropiezo llamado amor puede ser tan amargado teniendo un laburo como el que tenía. Se lo comenté a mi hijo Matías, que estudia cine y me dijo que Hurt era un amargo porque se le había muerto el hijo. Además, que su trabajo era el de escritor de guías de turismo, no calificador de restaurants para una guía mundial. Y que la película no se llamaba Un tropiezo llamado amor, sino El turista accidental. De cualquier manera, como ocurre siempre, el que tiene el trabajo no lo disfruta y el que no lo tiene se lo envidia. Ricardo siempre dice que conocés un restaurant y los conocés a todos, que siempre es lo mismo, entrar, morfar, anotar en una libreta y elaborar un informe sobre qué tal es la comida, el lugar, la atención. Y para colmo engorda y eso lo perjudica el fin de semana cuando tiene que jugar al fútbol. La mágica palabra nos llevó al triunfo del domingo en el partido que yo no pude jugar por mi lumbago, neuralgia o reumatismo. Eso le cambió el humor. Mi esposa golpeó a la puerta y lo invitó a cenar. Aceptó.
-¿Seguro que estás bien de tu cintura, Julito, como para que se quede Riqui a comer? –dijo Mariana, que seguía en estado de beligerancia-.

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