martes, diciembre 12, 2006

DON FIERRO

Don Fierro es el nombre de una inolvidable historieta imaginada por el plumín de Dante Quinterno, el genial creador de Patoruzú e Isidoro, entre otras célebres tiras cómicas. El protagonista es un pobre tipo que vive atormentado por su jefe, un enano insoportable que lo tortura cada día en la oficina, mientras que el pobre empleado se tiene que tragar todas las maldades sin chistar.
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Zuloaga es un vendedor de la inmobiliaria Arizmendis. Ha venido conservando dificultosamente la paciencia esperando que se le pague lo que le corresponde por la última venta concretada (y cobrada). Pero el martillero dejó pasar los días y no pagó nada. Todos sabemos que el cheque entregado oportunamente como pago de la comisión ya ha sido acreditado en su cuenta, por lo que lo único que correspondía era extraer el dinero y pagar a quienes debía pagar.
Zuloaga aguardó como pudo, juntando veneno y soportando las presiones de su esposa, pero…
-Me tiene que pagar la comisión ahora.
-Esperá un poco, Zuloaga. No te enloquezcas. No lo cobré todavía al cheque.
-No puedo esperar más.
-Pero yo no tengo la plata, Zuloaga…
Esta escena se desarrollaba en el despacho del martillero Arizmendis. Yo escuchaba sentado a mi escritorio y pulsaba el incremento de la temperatura que allí adentro desafiaba la eficacia del moderno split. En ese momento entró un hombre a la inmobiliaria y lo invité a sentarse. Venía con la intención de entregarnos su casa para que se la alquilásemos debido a que la empresa en donde trabajaba lo había destinado a una sucursal del interior. Por la descripción que el señor hizo de su propiedad, se trataba de un chalet importante en el barrio Providencia. No menos de dos mil pesos por mes de alquiler. Muy interesante. Toda esta información, el atildado caballero me la iba suministrando mientras, sin querer, escuchábamos las voces de Zuloaga y Arizmendis que crecían en intensidad y libre inclusión de malas palabras. Zuloaga estaba fuera de sí. Uno se daba cuenta porque había empezado a tutear al jefe.

-¡VOS ME DAS MI GUITA PORQUE SI NO TE ROMPO LA OFICINA!

El posible cliente, que escuchaba claramente las imprecaciones de Zuloaga, preguntaba acerca de las modalidades de cobro de los alquileres y la forma en que se los entregarían una vez que el inquilino hubiese cumplido con su obligación. El ciudadano acaso haya postergado otras dudas. Ahora consultaba todo lo referente al cobro a medida que iba percibiendo las tensas palabras del vendedor Zuloaga.
-Bueno, una vez que el inquilino paga –le expliqué-, nos comunicamos inmediatamente con el propietario para que venga a retirar su dinero.

-¡ES MI GUITA Y VOS NO TE PODÉS QUEDAR CON LO QUE NO ES TUYO!

Yo, como me hacía el que no escuchaba, no podía explicarle al posible cliente que la conversación detrás de la puerta versaba sobre asuntos distintos a los que constituían el motivo de su visita a Arizmendis Propiedades. Ambos disimulábamos el bochorno y simulábamos que éramos sordos.
-¿Yo podría abrir una cuenta y ustedes me depositan el dinero de los alquileres? –preguntó-.
-Por supuesto. Nosotros cobramos el alquiler e inmediatamente se lo depositamos –le dije y sentí pudor luego de pronunciar el adverbio inmediatamente-.

-¡VOS COBRASTE MI GUITA Y TE LA QUEDASTE!

La acusación de Zuloaga era muy brava. Hacía calor pero ni el posible cliente ni yo transpirábamos exclusivamente por eso.
-Pero, pensándolo mejor, yo voy a viajar a Providencia cada dos o tres meses. Quizás me convendría venir directamente a cobrar la plata.

-¡HACE DOS MESES QUE COBRASTE MI GUITA, ME LA AFANASTE Y TE LA GASTASTE!
-No te permito –le dijo Arizmendis a Zuloaga-.

El no te permito salió sin demasiada convicción lo cual me persuadió de que la afirmación de mi compañero tenía asidero. Con todo, las acusaciones de Zuloaga bordeaban el delito de calumnias que reprime el artículo 109 del Código Penal Argentino.

-Si, no hay ningún problema –le dije al eventual cliente-. Nosotros le guardamos el dinero hasta que usted lo disponga. Un día antes de venir nos avisa y nosotros le tenemos lista la plata.

-¡TE AVISE HACE UN MES QUE YO NECESITABA ESA GUITA! ¡Y TE LA CHOREASTE!

El rostro del cada vez más improbable cliente trasuntaba algo parecido al azoramiento. Le pedí permiso un segundito, me levanté, caminé los pocos pasos que separan a mi escritorio del despacho de Arizmendis, golpeé la puerta con cuatro nudillos de la mano derecha, asomé la cabeza dentro de ese ambiente acalorado, tenso y miasmático y les rogué en voz muy queda que se tranquilizaran porque estaba atendiendo a un cliente.

-¡DECILE QUE EL MARTILLERO ES UN LADRON!

Esto Zuloaga lo dijo llorando, quizás por eso no lo maté. Yo también tenía ganas de llorar.
Cuando volví a mi escritorio, el virtual cliente se levantaba y me extendía la mano nerviosamente para que yo se la estrechara, cumplimentando el símbolo universal del saludo y la despedida.
-Bueno, señor Julio, le agradezco. Cualquier cosa yo lo…
-Si usted lo desea, podríamos ir ahora a ver su propiedad –le dije cuando todos los signos vitales de un negocio nonato se habían extinguido-, así le doy la tasación y…
-Si, Julio. Gracias, pero yo cualquier cosa lo llamo…
Se fue de la oficina con paso vivaz y cuando ganó la calle empezó a correr.
Zuloaga salió del escritorio de Arizmendis llorando y gritando:

-¡ME VAS A PAGAR TODO LO QUE ME DEBES PORQUE SINO TE MATO, HIJO DE 1000 PUTAS!

Abrió la puerta de cristal templado y también Salió corriendo. Y llorando. Llanto de rabia.
Arizmendis salió de su despacho y me preguntó qué quería.
-Qué quería quién -le pregunté-.
-El tipo que estaba con vos. Vamos, Julio, no me hagas preguntas tipo Zuloaga.
-Ah, el tipo. Tiene una casa para alquilar.
-¿Cuándo vas a ponerle el cartel de alquila?
-No entró todavía... dijo que…
-Bueno, ponete las pilas que esa casa no la podemos perder.
Me sentí como don Fierro.


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