EL CAFE DE LOS VIERNES
Tengo un amigo que se llama Daniel (Sus parientes y amigos le llamamos Dani, que viene a ser Daniel apocopado). Con Dani solemos encontrarnos todos los viernes en un bar muy conocido de nuestro barrio para beber café doble (con dos vasos de soda fría). Allí nos entregamos a la delicia de la charla sin temario, al intercambio sin especulación, a la plática diletante sin afán de lucimiento. Dani es un muchacho preparado y su plafond intelectual no se queda en la instrucción profesional que provee la universidad sino que abreva en la lectura de libros y una buena cantidad de viajes que ha realizado por el orbe del cual va recogiendo un manantial de conocimiento que excede al universo globalizado de los shoppings. Entonces nuestras charlas picotean como el colibrí en el néctar de una multiplicidad de temas que nos enriquece mutuamente y la información que trocamos nos ayuda a acrecentar nuestro acervo cerebral. No hay tema al que no nos animemos; si yo le tiro, a manera de desafío, el ripioso asunto de la máquina aceleradora de partículas, el me espetará, como para que conste que sabe de lo que estoy hablando: colisionador de hadrones; si yo le digo, por mencionar un tema que quema las primeras planas: estatización de las aefejotapés, el me replicará, como al desgaire, Amado Boudou (con la pronunciación correcta, esto es budú), Pero eso no excluye, cuando es pertinente, la chunga amable, el retruécano ingenioso y no sería extraño que si alguien propone platicar sobre la posible incidencia en la actual crisis mundial del grupo de los ocho el otro conteste con ojitos pícaros: el culo te abrocho, y nos riamos de buena gana, escupiendo algo de soda durante unos buenos dos minutos. Ayer propuse un tema en el que estoy especialmente preparado como es el del mundo del espectáculo. Y dentro de aquél el de las llamadas botineras, como así se denomina a las chicas bonitas de la farándula, sean modelos o bisoñas vedettes, que se enganchan a un jugador de fútbol para solucionar sus problemas económicos (de ellas). En el terreno de las artes televisivas, debo admitirlo, me siento cómodo, ninguna de sus temáticas me es ajena. Yo fui de purrete un devoto lector de la revista TV Guía y todas las semanas me la devoraba como un burrero la Palermo verde, como un cura la Biblia, como un onanista la Dinamita. Cuántas veces mi madre me habrá dicho Juli, menos TV Guía y más manual del alumno bonaerense. Yo, hoy-día te puedo decir de memoria los comentarios que acompañaban a cada teleprograma en la famosa publicación, por ejemplo Papá lo sabe todo (“Las divertidas y a veces emotivas peripecias de una típica familia norteamericana en la que el padre propone, la madre dispone y muy frecuentemente los hijos descomponen” ) Estábamos discutiendo con Dani sobre los antecedentes históricos de las botineras en nuestro país, y pretendíamos discernir a cuál se considera la primera botinera de la historia. Yo declaré con toda seguridad que era PataVillanueva, quien fuera pareja del jugador Alberto Tarantini y hurtase en alguna oportunidad una prenda de Harrods, y no precisamente Gath y Chavez. Pero Daniel (Dani) me espetó que yo estaba equivocado, que la primera botinera fue Pochi Grey (foto), quien tuvo amores con Miguel Angel Brindisi allá por la década del sesenta. El método que tiene Dani de beber el café llama la atención porque el hombre nunca busca la taza sino que ella sale en procura de la boca humana, y como generalmente mi amigo está impecablemente trajeado, siempre coloca la mano izquierda a manera de plato mientras sorbe su bebida para que ninguna gota caiga en el pantalón, digamos verde claro, de su ambo, porque la mano hace las veces de cortapisa.