jueves, abril 30, 2009

ME VOY A NECOCHEA



Mañana me voy a la ciudad de Necochea a jugar al fútbol con mis amigos del club. Viajamos en nuestras modernas unidades para lo cual nos encontraremos a las seis de la mañana en General Paz y Beiró por si alquien desea venir a despedirnos. A la vuelta, un completo informe de la gira en su aspecto deportivo y en otros rubros que podrían poner en serio entredicho nuestra condición de hombres serios. Esta vez prometo contar todo.

martes, abril 28, 2009



EL CAZADOR ENTRE EL CENTENO


Me dispuse a leer mi libro una vez que posé sobre la mesita del living mi taza de café y pegué de puñetazos sobre el cojín de mi sillón favorito a efectos de mejorar su condición muelle. El libro en cuestión es una novela llamada El guardián entre el centeno aunque también se la conoce en castellano como El cazador oculto. El título original en inglés es The catcher in the rye. El autor es un escritor norteamericano llamado Jerome David Salinger. Hasta ahí está todo impecable. Me calzo los embrocantes y comienzo la lectura. Se trata de una traducción del inglés al castellano realizada en España por una señora, o señorita, de nombre Carmen Criado. A poco de comenzar noto, y apunto mentalmente, que hubiese sido muy provechosa una traducción del “español de España” a un español que resulte tolerable en mi querida patria (República Argentina) ¿Qué quiere decir “horterada”, por ejemplo? Corro al diccionario: Acción o cosa vulgar y de mal gusto. Está en el diccionario así que no puedo protestar. A llorar a la iglesia.
Dice en otro tramo de la novela: “Me puse a hacer el indio”. Aquí sí que no hay diccionario que valga aunque me jacto de conocer el significado de “me”, “puse”, “a”, “hacer”, “el” e “indio”. La frase posiblemente busque expresar “me hacía el gracioso”, creo.
Sigo: “…Un vejete que no distingue el culo de las témporas”.
No, no y no. Así no se puede más. Cogí mi chaqueta y salí corriendo a la casa de mi vieja profesora de inglés, Miss Kavannagh, que orilla actualmente los noventa años bien llevados. La dama posee una biblioteca inmensa que ocupa tres de las cuatro paredes de su sala. La saludé y le recordé que había sido su alumno en 1965. No me reconoció pero me pidió: “In english, please”, es decir, que le hablara en inglés. Le pedi The catcher in the rye y me lo señaló en la biblioteca con su dedo tan tembloroso cuan sarmentoso. Volví a mi casa para, munido de la edición en el idioma de Shakespeare, poder determinar qué había puesto el señor Salinger en su obra para que la traductora española escribiera a su vez “Un vejete que ya no distinguía el culo de las témporas”.
Volví a mi sillón favorito, renové la provisión de café puesto que el anterior ya estaba frío como el culo de una zarigüeya, me repantigué y busqué la página del libro británico. El párrafo en cuestión reza: “…that didn´t know his ass from his elbow”. Algo así como “no distingue su culo de su codo”. Debe ser un dicho inglés como el de las témporas sería español. Témpora es un período de ayuno, por lo que cualquiera de las dos expresiones suena sin sentido para un argentino de bien, aunque no quiero ser melindroso; lo que quiso expresar el autor es que la abuelita de Holden Caulfield, que así se llama el protagonista de The catcher in the rye, era una viejecita bastante ida.
Continuemos: Carmencita, la traductora, traduce: “Eso sí que me pone negro” cuando lee en el original de Jeremías Salinger: “That´s something that drives me crazy”. ¡Qué costaba decir “eso me está volviendo loco”, Carmiña guapa?
Otra:
“Me la jugó buena, el tío” por “fue ciertamente un truco sucio” (It certainly was a dirty trick)
La expresión “gilipolleces” navega por todas partes. Jeremías Salinger escribió "that crap" (esa mierda) ¡es que acaso no existe la palabra mierda en el idioma castizo!
Continúo con el carma de la traducción de Carmen: "Estás como una cabra". Es obvio que quiere expresar "estás loco" cuando leyó you´re nuts. Pero ¿para qué meter un pobre animal que de demente no tiene nada?
¿Qué es una chaqueta de pata de gallo? J. D. Salinger, cuando preparó su obra, a mitad del siglo pasado, tecleó en su máquina, y quedó adherido sobre el papel: "hound´s tooth jacket". La señora Criado, cuando tradujo puso "chaqueta de pata de gallo". Ahí sí que no sé qué es ni una cosa ni la otra puesto que nunca tuve un saco de diente de sabueso y menos una chaqueta de pata de gallo.
Esta es horrible, mirá, mirá: Un compañero de colegio le pide a Holden que le preste su saco (chaqueta) pero el joven se niega porque “no quiero que me la des toda de sí”. Desvío la mirada hacia el noble ejemplar in english que me prestara Miss Kavannagh y leo: I don´t want you stretching it. Era tan sencillo. Si la amiga traductora ponía: “no quiero que me lo estires” nos quedábamos todos contentos (hechos unas verbenas).
No quiero fatigar pero
Dice:
"Tenían orejas de soplillo"
por
"Sus orejas estaban pegadas hacia fuera" si traducimos más o menos aproximadamente la frase Their ears stuck out.
"Soplillo", he averiguado, es una pantalla de caña para avivar el fuego.
Cuando la traductora dice "tiene más años que un camello" Salinger escribió she is old as hell (Es vieja como el infierno)
¿Qué tiene que ver el infierno con los camellos, hija de un gran Cervantes?¿por qué te metés con los animales?
Mi esposa pasó frente a mi sillón favorito y reparó en que yo estaba con un libro en cada mano como si fueran propiamente las tablas de Moisés. Me preguntó:
-¿Qué lees?
-El guardián entre el centeno.
-¿Y el libro que tenés en la otra mano?
-El guardián entre el centeno
-No tomes tanto café que te excitas.
-No me dejó terminar la frase, yo quería decirle El guardián entre el centeno pero en inglés.
Dejé ambos volúmenes porque pasaban en la tele Chacarita contra Atlético de Tucumán. Partidazo. Perdió Chaca pero sigue solo en la punta. Atlético busca el ascenso directo a la categoría inmediata superior (Primera “A”) y achicó la diferencia con el funebrero.
El fútbol es algo que me pone la mar de bien.

viernes, abril 17, 2009


EL SEÑOR MANFRED NO CONCURRE A FIESTAS

El tío Manfred no concurría a fiestas. No insistas, querida no voy ni iré nunca a fiestas, solía repetirle a su esposa cada vez que algún sarao, verbena o cuchipanda requería la presencia del matrimonio en el que formaba dupla junto con Lucy. Esto se lo había advertido él mismo a su futura mujer apenas se pusieron de novios. Pero ella, ilusa como todas las damas, pensó que podría cambiarlo.
Imposible. Lucy se vio obligada, a partir del mero momento en que contrajo nupcias, a concurrir sola a cualquier celebración, incluso a las más trascendentales como casamientos, cumpleaños y bar mitzvahs. Está de más decir que Manfred tampoco hacía acto de presencia en velorios y enterramientos, aunque propiamente no quepa denominárseles celebraciones. En aquellos primeros tiempos ella solía quejarse amargamente con el argumento de que parecía una viuda y que él la forzaba a mentir todo tipo de pretextos para justificar su ausencia.
-Está con una gripa que lo tiene fatal –argumentaba-, una angina puntácea lo tiene a mal traer –pretextaba-, una apoplejía aguda me lo obligó a guardar cama –bolaceaba- y así. Casi siempre en el orden de las dolencias físicas. Los parientes cercanos y amigos sabían perfectamente que él no iba a fiestas porque no se le daba la real gana. Sin ir más lejos, su hija, Morita, cumplió los quince años y papá Manfred no se dignó presentarse en la gran fiesta que se organizó en un salón de postín.
Lucy solía organizar reuniones en la propia casa y Manfred no oponía ningún reparo pero se quedaba en su habitación leyendo un libro y escuchando en el combinado sus discos de Django Reinhardt acompañado de Esteban Grappelli (digo que Reinhardt estaba acompañado de Grappelli, no Manfred, aunque bien puede afirmarse que, gracias al milagro de la música, el misántropo estaba maravillosamente acompañado por ambos) La pobre Lucy le llevaba, con una frecuencia de media hora, sandwichitos y bebida a su marido, que apenas entreabría la puerta de su cuarto para recibir las vituallas y decir gracias. Algunas veces él pensó en cambiar la puerta de la habitación por una con pasaplatos como las de las cárceles de máxima seguridad.
-Está mi mamá, por lo menos podrías venir a saludarla y volver a acovacharte en tu pieza –imploraba ella, a sabiendas de que lo suyo era predicar en el Sahara un día en que hay paro de transportes-.
-No voy a fiestas, Lucy, no insistas. Mandale un beso a la vieja.
Un día, Morita se fue a vivir a Italia contratada para trabajar como voleybolista profesional en un club llamado Stampanato della Bella Cazzorla. Allí consiguió un novio italiano y regresó a la Argentina para casarse. Pero papá Manfred se negó a ir al casamiento.
-Papi, no podés hacerme esto a mí –dijo Morita, haciendo un puchero como para una familia numerosa-.
-Mi amor, desde tu primera comunión que sabés que no voy a fiestas. Arreglá todo y decime cuánta plata necesitás.
-¡Pero esto no es una fiesta ¡Es un casamiento!
-Un casamiento es una fiesta, Morita.
-Por lo menos -dijo la chica, ahora llorando y aguando con lágrimas sus mocos- vas a venir a la ceremonia religiosa.
-Imposible, nena. Es una fiesta.
No es una fiesta! ¡Fiesta es cuando comen y toman!
-Se comen la hostia y el cura bebe el vino. La gente está bien vestida. Se chusmea. Hay música. Si eso no es una fiesta…
Parece cruel lo que hace este buen hombre –o lo que no hace, por mejor decir- pero desde siempre que no va a fiestas. No sé por qué insisten si él lo avisó con tiempo. Hace décadas que lo vine advirtiendo.
Qué paradoja, amigos, cuando Manfred murió, la esposa dispuso un velatorio al que asistieron todos los parientes y amigos de la familia, muchos de los cuales reconocieron que don Manfred, dentro de todo, había sido un buen hombre. Claro está, si dejamos al margen aquella tara incomprensible. Eso sí, por su voluntad expresa este noble caballero hubo de ser velado a cajón cerrado.

lunes, abril 06, 2009

CAMPEONATO DE NERVIOSOS*


Copa Sigmund Freud


Tercera Fecha

Los hechos: una escaramuza dentro del área, la pelota sale rechazada por alguien y antes de que egrese del área grande un defensor la toma con las dos manos. Inmediatamente todos gritan lo obvio: ¡Penal! El que había agarrado el útil con los garfios (LS) se baja una media y muestra una supuesta herida cortante con principio de gangrena (que nadie vio) y alega que el atacante (CM) le había cometido un foul tremendo (que tampoco nadie pudo ver). El supuesto infractor (CM) negó, jurando por todos los santos, que ni lo había tocado al otro. A partir de allí la rutina en estos casos: una escalada de insultos, imprecaciones, juramentos y amenazas. Ninguno epíteto demasiado original -y eso me recuerda a uno que no está más que, a manera de puteada, te gritaba ¡bolsa de pus!-. El supuesto herido en estado terminal, al principio, contestó con los insultos de rigor, pero a medida que acumulaba veneno en su torrente sanguíneo su presión subió como si escuchara a Cristina haciéndose la dulce, aunque no igualó el estado que alcanzó algunos años antes cuando amenazó a un ocasional enemigo con ir a buscarlo al trabajo y cagarlo a tiros. Estamos cambiando para bien. Por ello cada uno de los participantes (CM y LS) se adjudica tres puntos, que es el puntaje que se otorga cuando hay boxeo o amenaza del mismo (art. 2 del reglamento de penas y olvidos), lo cual catapulta a CM a un primer puesto que por ahora no comparte con nadie.


*Torneo que clasifica a los más locos de un grupo de locos entrando en la vejez, que juegan al fútbol todos los domingos, se pelean y se envían a vaginas de edad variable pero, eso sí, que en la "previa" se saludan con abrazos y besitos en la mejilla como verdaderos hermanos.




viernes, abril 03, 2009


EL CONCURSO DE LA RADIO
He participado de un concurso radial de canto (radio La Red am 910) en el que medí talentos con una señora llamada Beatriz, portadora de una voz cristalina y dulzona. El jurado supo elogiar su buen dominio de los tonos y la ternura de su voz cantarina, desafío mayor para el que esto teclea, que se lanzó a la lid munido del humilde arte de una cancioncilla de mi autoría cuyo valor más destacable acaso fuese la presencia de una perfecta rima consonante y su mensaje optimista y valetudinario. Yo sabía, era consciente, de que mi voz no es el punto más alto de mi condición artística, si bien hay que admitir que mi afinación no presenta dificultades y mi dicción, de ordinario ordinaria, bien pulida para esta ocasión, pondría de manifiesto las excelencias de la lírica. El jurado así lo reconoció y triunfé en una votación ajustada (3 a 2), lo cual me dio el acceso a la semifinal. Cuántos nervios, amigos, supone saber que seré escuchado por decenas de miles de personas. Debo admitir, eso sí, que no sé cómo se mide el rating en la radio pero colijo que el programa del periodista Luis Majul, organizador de la justa, es escuchado por una audiencia vasta y basta. Así que me preparé debidamente para la semifinal: en los días previos perfeccioné la letra de mi canción, si acaso eso fuese posible, porque en puridad la obra carecía de defectos y su rima fluía como agua fresca de los manantiales -precisamente el premio del concurso consiste en una estadía en el hotel Manantiales de Mar del Plata con todo pago, incluídos dos pasajes en avión-. El día de la competencia afiné la guitarra con la que propondría un final que les ahorraría cualquier duda a los juzgadores; aclaré varias veces mi garganta que, por causa de una bronquitis crónica, suele producir durante la emisión vocal momentos verdaderamente gallardos. Mi esposa me procuró, cuando se aproximaba mi turno, un vaso de agua potable para que refrescara la gola. Desgraciadamente mi número fue cortado y no pude completar aquel final de guitarra que configuraba quizás el punto más alto, todo por culpa del tiempo, que en televisión es tirano y en radio, por ser un medio mucho más antiguo, es tiranosaurio. A pesar de todo ello, mientras el jurado deliberaba, con mi mujer coincidimos, con un simple cruce de miradas, en que mi performance en esta ocasión había superado a la primera y que mi contendiente, no sólo era inferior en la calidad de su canto sino que había desafinado de una manera inadmisible, lo que no fue óbice para que el jurado lo diera por ganador y yo perdiera por el mismo guarismo con el que había vencido semanas atrás a la señora Beatriz (3-2). Mi canción duraba aproximadamente un minuto y medio por lo que, sumando mi primera actuación a la segunda, puedo afirmar que tuve tres minutos de fama. Me quedan dos.
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