jueves, septiembre 25, 2008



NORA Y EL PINTOR

El pintor que una amiga de Devoto presentó a Nora para que trabajara en su casa últimamente había pintado la playa de estacionamiento cubierta del club de aquel bonito barrio del extrarradio y era reconocido por su prolijidad prodigiosa y su máxima confianza. Era limpio, educado y fiel aunque no tan callado como la mayoría de los pintores, que son reservados hasta el voto de silencio, acaso por el carácter esencialmente meditativo que supone el arte de la pintura de paredes, labor sencilla y repetida que, a fuerza de la propia reiteración, a la larga te conduce al nirvana y al Vacío que te vincula con las fuerzas eternas del Universo. Este pintor de la playa de estacionamiento del club de Devoto recomendado a Nora por su amiga no respondía al cartabón de los que conocemos, con sus gorros de diario y sus manos percudidas, en parte porque en la actualidad hay muchas personas en el oficio que no provienen de familia de pintores sino que han sido arrojados al mercado del trabajo informal por las continuas crisis terminales. Nora lo contrató y a los pocos días estaba tan entusiasmada por la calidad de su trabajo y el encanto de su persona que, cuando el pintor terminó la primera mano, deseó que la segunda durase mucho pero mucho. Una mañana, después de que su marido saliera para el trabajo, Nora fue a su cuarto para sacar el fajo de cinco mil dólares que guardaba en el placard, para ser precisos, en el compartimiento de sus sweaters, entre el de banlon y el de plush, que estaban encima del de morley y el de cachemira. Guardaba sus ahorros en ese sitio y ese día necesitó sacar cien verdolagas para realizar un pago. Los extrajo, volvió a guardar el rollo entre el sweater de banlon y el de plush y salió a cumplimentar su pagamento. Cuando Nora regresó de su diligencia, el pintor quitaba con el dedo índice envuelto en un trapo una pequeña mancha de látex blanco que afeaba el zócalo. Ella colgó su abrigo y al punto recordó que también tenía que pagarle a ese apuesto caballero que ahora estaba arrodillado revolviendo la mezcla de pintura y tonalizador amarillo mientras silbaba una canción de Sammy Davies hijo. Nora fue a sacar otros cien dólares del espacio entre el sweater de banlon y el de plush, recordemos: tercero y cuarto de la pila después del de morley y el de cachemira. Pero los billetes no estaban. Nora se desesperó. Buscó de nuevo. Intentó tranquilizarse pero los dólares seguían sin aparecer. Sacó una por una las prendas y se fijó en todos los espacios inter-sweater. Ante la evidencia comenzó a llorar ahogando sus gritos para que el pintor, que estaba en el living, no la escuchara. Le pidió a Dios que la ayudara. Por fin, Nora, convencida de que el hurtador no podía ser otro que su contratado, llamó a la policía desde el teléfono de la cocina. La lloradera le impedía vocalizar con claridad.
-Digame señora quién le robó -le solicitó el funcionario policial-.
-Elsindor -Nora lloraba e impostaba mal la voz-.
-¿Elsindor?
-El pintor.
-¿Qué pintor?
-El que te pintó la raya del culo.
Las palabras deformadas por el llanto convulso dieron lugar a la confusión que se zanjó rápidamente antes de que este relato se tornase guión de película de Porcel.
-¡Quién! -preguntó azorado el polizonte, como si fuera Moe, el de la taberna-.
-El que pintó la playa del club.
-¡Ah!
El policía se hizo presente en la casa de Nora en menos de lo que tarda un delivery de pizza. Una vez adentro convocó al pintor y a la dueña de casa al dormitorio donde se guardaban los cinco mil dólares, pidió permiso y sin aguardar a que éste fuera concedido comenzó a sacar uno por uno los sweaters, desbaratando el prolijo plegado de Nora, y sacudiéndolos con la violencia propia de un allanamiento en busca de estupefacientes. Como por arte de René Lavand un fajo de billetes verdes salió dando una voltereta de entre ese amasijo de finos hilados tratados con Woolite. Cuatro mil novecientos dólares estadounidenses.
Nora miró al pintor y con la mirada ensopada por el llanto intentaba pedir mil perdones pero la dignidad del obrero del rodillo no admitía ni un millón de ellos. El hombre recogió sus avíos más urgentes y se marchó con los ojos anegados por las lágrimas.

lunes, septiembre 22, 2008


PRIMAVERA DEL GOL


A veces uno se va a jugar al fútbol con el bolsito repleto de ilusiones y aceite verde, y sin esperar nada de la vida convierte el gol soñado. El que hice ayer (nunca olvidaré la fecha: 21 de setiembre de 2008) supera al gol de Maradona a los búlgaros (uno de penal que hizo en una gira amistosa de 1983). En la siguiente infografía vemos perfectamente la acción y a algunos de los jugadores involucrados.

viernes, septiembre 19, 2008



MI TÍO Y MI TÍA



Mi tío y mi tía llegaron a mi casa portando una gigantesca bolsa de golosinas que, no quiero exagerar, pero era de un tamaño similar a las que usa Santa para regalar en navidad a los chicos ricos que tienen tristeza. Había chocolates de la marca que me pidas, caramelos, chocolatines, bombones, pastillas renomé, creo que picanola también, que en el agujerito del medio tenía como una fibra de vidrio que te anestesiaba la lengua, unos chupetines de circunferencia asombrosa que, si los consumías solamente a fuerza de lengua -sin masticar- podías tranquilamente ingresar en el servicio militar obligatorio y todavía te quedaban chupadas. Había mantecol, no sé si había chicles porque, si te lo tragás, te morís y todavía nuestra infancia pelotudita no sabía mascar chewing gum. Todo era un regalo de mis tíos que llegaron a nuestra casa con aquella bolsa inolvidable y la dejaron sobre la cama de la habitación como al desgaire, del modo que tienen mis tíos de regalar, disimuladamente, sin hacer olas, como diciendo bueno no es para tanto. Había una golosina increíblemente exquisita que se llamaba Rellenita (dos capas de bizcochuelo y una de merengue chicloso en el medio. Dios estaba en el relleno, casi lo podría jurar.) En fin, convivía en esa bolsa milagrosa de los tíos noeles toda la gama de delicatessen infantiles que un niño feliz pueda soñar. Mi mamá supo dosificar la administración de aquellos manjares para que ni yo ni mis hermanos sucumbiéramos prematuramente de un colapso hepático grave. Pero lo que nos venía mejor que un puré de quaker y vitina –tanto al hígado como al alma- era el amor del tío y de la tía.

miércoles, septiembre 17, 2008



J., W., L. y S.





Vino mi amigo W. a la oficina donde día a día me gano el plétzele y me contó emocionado que se había encontrado con L., una de las compañeras de la secundaria que supo movilizar nuestras más multitudinarias manifestaciones de testosterona, en especial cuando se ponía esas minifaldas que, un suponer, si decía no me importa moviendo los hombros, dejaba al descubierto sus bombachas para solaz de la juventud argentina y de unos cuantos profesores. Y esas piernas que hasta ahora le vi nada más que a Dolores Barreiro y a otra que prefiero no mencionar acá. Tremenda era L. y todos padecíamos un diverso grado de enamoramiento pero al final uno solo se la llevó porque en el amor no existen los subcampeones. Hoy L. está separada y tan libre como el ave que escapó de su prisión. La belleza setentista reapareció y mi amigo W. intenta entusiasmarme para que nos encontremos con ella el próximo jueves:
-Qué bueno -le miento-. (¿Qué tiene el pasado que venir a hacer acá si yo no lo llamé?)
-El jueves, si querés, te paso a buscar a las ocho de la noche y nos vamos a tomar unos drinks con ella.
-¿Unos drinks? ¡Good! (No pienso ir. No veo nada más ridículo que pasarse todo el tiempo de la velada haciendo una ronda para cotejar nuestros recuerdos ¿Te acordás cuando...? ja, ja, ja, ¿Y te acordás cuando...? Ja, ja, ja)
-No sabés cómo está de divina. Cada dos minutos me abrazaba y me decía ¡qué lindo encontrarte, W.! con voz de ternura. Me la hubiera comido.
-Qué bueno (no se da cuenta el necio que lo que ella abrazaba era su propio pasado porque su presente es una bosta. Yo los conozco a ésos. Además no me imagino abrazado a una señora a menos que sea ascendiente, descendiente o cónyuge)
-Además está igual, boludo, divina, flaca, con ese pelo rubio que... huy...
-¿En serio? (Qué patético cuando una mujer pretende estar “igual” que hace treinta y pico años. Recuerdo cuando este mismo amigo W. le pidió a una ex novia de él, que hacía décadas que no veía, que para el reencuentro se vistiera con minifalda, medias con portaligas y tacones altos, como cuando era un tremendo minón. La noche en que se encontraron en el restaurant W. la vio y pidió lo que salía más rápido para poder huir lo más pronto posible...)
-El jueves a las ocho te paso a buscar -me dijo W.-
-No se debe acordar de mí (me salió el pusilánime).
-Sí que se acuerda, boludo. Cuando le hablé de vos me dijo ¡Juliiiito!, me puso la cabeza en el hombro y me lo frotó.
-¿Qué te frotó?
-El hombro, boludo.
-Ah.

A propósito del tema del no-recuerdo, recuerdo a una compañera de la facultad (S.) de la que también supe estar enamorado y a quien necesité llamar hace pocos días por cierto asunto profesional que habíamos compartido hace cerca de cinco lustros. No se acordaba de mí. Lo más frustrante es que recordaba perfectamente el asunto, punto por punto, pero a mí no. Eso sí, recordaba a otro compañero de facu que no era yo.
-Julio -le dije-, morocho de bigotes, ojos verdes, alto, apuesto...
-La verdad que no me acuerdo, sí me acuerdo de uno rubio de ojos celestes...
-No, no era yo. Yo era morocho de bigotes, ojos verdes, alto. Apuesto a que te acordás.
-No.
Mi autoestima bajó en un segundo como el de Cristina cuando Cobos dijo que su voto no era positivo. En ese momento nuestra bonita presidenta, en un periquete, pasó de creerse Evita a sentirse Isabelita.




lunes, septiembre 15, 2008

NO TE PODÉS IMAGINAR



Uno puede imaginar muchas cosas porque gracias a dios nuestra mente no solamente ha sido concebida para hacer cálculos, ya sea matemáticos, especulativos o renales, sino que también nos ha sido concedida la imaginación, herramienta fundamental con la que podemos pintar el mundo con colores que elijamos nosotros y así hacerlo más llevadero, menos previsible, más vivible, menos desesperanzador -y así podría seguir porque tengo más-. Pero es imposible imaginar cómo alguien puede errar un gol como el que se perdió el animal de J., solo ante el arquero, a un metro de la línea del arco, un verdadero fusilamiento, con el golero haciendo la de Dios, es decir, rezando un padrenuestro. Y el bestia de J. la mandó por arriba, ahuyentando a algunas aves que, posadas sobre las ramas del árbol que está detrás de la meta, pretendían ver algún gol de palomita y terminaron viendo un disparo que se fue a la concha de la lora. Rato después mientras nos jabonábamos las partes en las regaderas le cantamos al burro de J. olé olé olé olé burró burró (pero ojo, por el gol que se perdió, no era ninguna alusión non sancta)


En la foto J. espera que le traigan otro terrón de azúcar porque cuando quiso echarlo dentro de la taza ¡le erró!

miércoles, septiembre 10, 2008

SU PREGUNTA NO MOLESTA
(PERO NO SE META CON MIS RESPUESTAS)

Hay días en que se nos hace más patente la absurdidad de nuestro trabajo -cuando no de nuestra vida- jornadas en que la insoportable levedad del ser, el vacío existencial, la farragosa neurastenia nos induce a conductas que podrían poner en serio entredicho el futuro cercano. No me ocurre a menudo porque sino ahora estaría viviendo debajo de un puente, pero en ocasiones una suerte de cinismo irónico me compele a contestar de la guisa que veremos en breve a las criteriosas preguntas de mis queridos clientes. Me ocurre cuando entro en zona de hartazgo pero me cuido bien de poner siempre una angelical carita de picarón adorable para que mi respuesta sorpresiva se tome como una simpática manera de derretir el hielo del primer encuentro y eliminar cualquier nube de tensión que pudiese abortar al negocio nonato.
Cliente: ¿El colectivo que pasa cerca de la casa respeta las frecuencias?
Yo: Si, religiosamente.
Cliente: ¿Cada cuánto viene?
Yo: Cada muerte de obispo.
Cliente: ¿Las cañerías son de plomo?
Yo: Nunca las vi.
Cliente: ¿La casa tiene goteras?
Yo: Sólo cuando llueve.
Cliente: ¿Qué hay debajo de la moquette?
Yo: La corteza terrestre.
Cliente: ¿El escribano es de confianza?
Yo: Si, yo le llamo Escri.
Cliente: ¿Cuándo le da el sol al departamento?
Yo: De día.
Cliente: ¿Tiene tierra el dúplex?
Yo: Si, en las macetas.
Cliente: ¿Cómo está la propiedad de papeles?
Yo: Hay una señora que viene todos los días a limpiar.
Cliente: ¿No le entra agua por los techos?
Yo: El techo es a dos aguas.
Cliente: ¿Y con eso qué?
Yo: Es a dos aguas, caen dos gotas y se filtra todo.

Colocar una sonrisa beata después de respuestas tan divertidas es la única manera de evitar que el cliente me rompa la cara por hacerme el pelotudo, en el caso de que hubiesen entendido el chiste. Por ejemplo, el de la corteza terrestre lo probé dos veces y en ninguna lo captaron. Lo más paradójico es que las veces que el martillero Arizmendis me pilló haciéndome el gracioso casi me raja a patadas, pero en las reuniones con clientes importantes no deja de contar lo de la tierra en las macetas, después se ríe y dice ¡Este Julio es uno! Si antes me insultó por el despropósito que ahora no las valore como chacotas ingeniosas y, peor, se luzca con ellas.


lunes, septiembre 08, 2008


NO SE SUSPENDE LA FECHA
A despecho del frío, de la promesa de lluvia que el cielo formulaba mientras oteábamos hacia él en busca del sol, y las nubes asumían caprichosos dibujos de brazos haciéndonos cortes de manga, a despecho de que el piso era un fangal, de la escasa asistencia de jugadores, del pago al club de París, en fin, a despecho de todas las contras que no hicieron mella en nuestra voluntad sin quebrantos, el partido se jugó. Terminado que fue, nos bañamos eufóricos de plenitud espiritual y sanidad mental. Al llegar a casa y trasponer el umbral de nuestras respectivas residencias cada quien se encontró con alguno de estos tres únicos escenarios posibles, a saber:
a) No tires esas cascarrias mugrientas con el resto de la ropa que esto no es un laverap.
b) Ay, Vidita, debés estar cansado, sentate que ya te sirvo una picadita con un aperitivo.
c) Indiferencia.
Cada uno sabrá lo que le tocó en suerte. Si queremos constatar la reacción para que no haya lugar a dudas, bastará con comentar -aunque sea una burda patraña-:
HOY METÍ UN GOLAZO.
Posibles reacciones:
a) ¿Y qué querés que haga? ¿Qué organice un cotel?
b) ¡Ese es mi Batistuta! (O ¡Ese es mi Luisito Artime! Según sea la edad de la señora.)
c) Ah.

jueves, septiembre 04, 2008



QUE SERÁ DE LA VIDA DE CACHO

Cacho atesoraba una cantidad de figuritas como nunca vi a lo largo de mi taciturna infancia. Era tan grande su colección que todos los bolsillos de su pantalón cortito, bolsita de los recuerdos, no alcanzaban para contener esos cartoncitos redondos con la cara de los futbolistas profesionales (Ejemplo: Tremonti) y se veía obligado a trasladarlos dentro de una caja de hojalata posiblemente de galletitas finas de terrabusi, pero no lo podría jurar. El padre de Cacho era un hombre adinerado, creo que tenía camiones aunque no me encuentro capacitado para remembrarlo con certeza, luego, tampoco lo podría jurar. Hoy he jurado poco y eso no le agradaría a Benedicto sweet sixteen. Cacho obtenía las figus por tres modos: a) la compra, b) el canje y c) su habilidad para el puchero y la tapadita, disciplinas que hubieron de procurar los primeros estreses de nuestras incipientes vidas y que sirvieron para aprender a templar nuestros nervios para los futuros emprendimientos ya como boludones grandes. Cuando surgían discusiones entre los contendores porque uno de ellos sostenía que las figuritas sólo se habían contactado por sus vértices, lo que no constituye técnicamente una tapadita, el pleito se resolvía a las piñas y Cacho siempre ganaba, aun a los multirepetidores, casi adultos, que con sus guardapolvos blancos bien podrían pasar por una autoridad del establecimiento, o cuanto menos por el portero, de no ser por el estado penosamente cochambroso de sus plaviniles. Cacho era valiente. También generoso. Cierta tarde me mostró la figu más difícil de todos los álbumes del mundo (fragata sarmiento) y me supo regalar las repetidas. Años después se fue a vivir al Paraguay. En esa época con mi señora no podíamos concebir el hijo que buscábamos por el método clásico (amor) y él me ofreció conseguirme un paraguayito rubio importado directamente de Asunción sin cobrarme nada. Valiente y generoso este Cacho. Más adelante me lo volví a encontrar. Me contó de cuando una vez caminaba por la avenida Lope de Vega en compañía de su novia y fue interceptado por dos hombres armados que le exigieron toda la guita o te quemo. Aquella vez el bravo Cacho, en un pase digno de René Lavand, extrajo de un bolsillo de su americana una pistola 45 y mató a uno de un certero tiro en la nariz. El otro salió corriendo como Imanol Arias cuando se murió su amigo (Xavier Elorriaga) en Anillos de Oro. Valiente, generoso y expeditivo este Cacho.

martes, septiembre 02, 2008

















TRIUNFO DE LA VOLUNTAD
(Para leer se recomienda poner en el combinado la música de Carrozas de Fuego por Vangelis)


Este muchacho alguna vez acusó en la balanza cerca de los cien kilos. Le costaba correr y se agitaba enseguida, se babeaba, se mareaba, experimentaba vahídos. Cuando intentaba una gambeta, de las que el propio Messi aún no tenía completamente perfeccionadas, y perdía la pelota (el gordo, no Messi), se quedaba parado con los brazos en jarrón mientras el corazón le latía como un caballo desbocado ¡lup-dup lup-dup lup-dup! Yo le hacía notar con dulzura que hay que largarla antes y él apenas murmuraba un resignado y-qué-querés-que-le-haga mientras resollaba como caballo de botellero. Hoy, este joven espigado que vemos en los grabados, corre que te corre durante casi todo el partido y se enoja con los que no equiparan su esfuerzo. Pero no le fue sencillo conseguir esa cintura de Adonis ¡Qué va! Gracias a una dieta furibunda que supuso un giro copernicano* en sus hábitos alimentarios, controlando sus ingestas hasta la obsesión y haciendo de ello una verdadera filosofía de vida, se transformó en este atleta al que hoy vemos chocho (Llop) de la vida. Es cierto, se convirtió en un talibán de los regímenes. No me creerán si os digo que en el gran DT sacó de su equipo a Champagne y a Papa y puso a Peppino y a Villavicencio.

*No sé si la expresión "giro copernicano" viene a propósito del relato pero hace tiempo que la quería aplicar ¿Vieron cuando uno se compra una ropita linda y desea estrenarla aunque sea para ir a la feria?
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