MUSICOS EN LA CUADRA
La gorda cantora cantaba a cualquier hora y cuando no cantaba ejercitaba su voz gritándole a sus tres chicos varones que eran unos verdaderos bestias, siempre percudidos, llenos de cardenales en caras y brazos y las bocas pringosas de mermelada reseca. Su madre cantaba tangos mientras ejercía sus labores de ama de casa y de su gola sabía extraer un sollozo en estratégicas frases del tango o del tango-canción, como lo sabían hacer la señora Libertad Lamarque y, más acá en el tiempo, la “malograda” Susy Leiva. Se les llamaba malogrados a los personajes populares que se morían tempranamente a causa de un accidente o una enfermedad. La enfermedad era “penosa” cuando se trataba del cáncer. Susy Leiva se había abierto paso en el mundo de la música por televisión cuando los oídos del pueblo comenzaban a ser colonizados por la fábrica de música de segunda selección llamada El Club del Clan. Mérito entonces para los tangueros como Susy, y como el también malogrado cantor oriental Julio Sosa que con su arte forzaban a los productores a no cerrar el quiosquito tanguero que amenazaba quiebra debido a la proliferación de los Ortega-Jones-Tedesco. La gorda cantora, entonces, procuraba emular los sollozos de Susy Leiva. La voz de Charito, que así se llamaba la gorda, llegaba con potencia a una distancia de cien metros, extremo fácilmente verificable puesto que ella vivía en una esquina de nuestra cuadra y nosotros en la otra y desde allí nos llegaban sus ayes sinceros interpretando acaso Frente al mar que era uno de los números que más le solicitaban a la malograda cantatriz.
Enfrente de mi casa había un niño que todas las tardes se entregaba a la disciplinada práctica del clarinete. Cuando se aprenden las primeras lecciones la ejecución de cualquier instrumento no sale de una repetición quejumbrosa de escalas ascendentes y descendentes que llevan a la exasperación cuando no a la desesperación. El chico, que se llamaba Beto, le daba y le daba al largo artefacto que se sopla y en mi hogar soportábamos con estoicismo al encantador de serpientes, acaso porque, cuando con mi banda de rock (Prokrout) ensayaba en el galpón de mi casa jamás el clarinetista Beto ni su familia presentaron una queja contra el ruido intolerable que producían nuestra batería y guitarras. Todo lo contrario de mi vecino de junto que, cuando tocábamos, se allegaba a mi casa para protestar y exigir la inmediata interrupción de cualquier rasguido, alarido o estampido. Eso si, cuando el intolerante tenía la malhadada suerte de encontrarse con mi tío, defensor inveterado de los derechos de sus sobrinos, el pelado debía retirarse sin poder interrumpir nuestras ejecuciones y con el miedo cierto de ser cagado a trompadas. De aquellas tolerancias y aquestas defensas hoy nuestro clarinetista de enfrente integra la orquesta sinfónica de la ciudad de Buenos Aires en calidad de clarinetista soprano y este que escribe , guitarrista, voz y composición de aquella inolvidable banda de rock de garaje, vende y alquila casas y anda como un violín
Enfrente de mi casa había un niño que todas las tardes se entregaba a la disciplinada práctica del clarinete. Cuando se aprenden las primeras lecciones la ejecución de cualquier instrumento no sale de una repetición quejumbrosa de escalas ascendentes y descendentes que llevan a la exasperación cuando no a la desesperación. El chico, que se llamaba Beto, le daba y le daba al largo artefacto que se sopla y en mi hogar soportábamos con estoicismo al encantador de serpientes, acaso porque, cuando con mi banda de rock (Prokrout) ensayaba en el galpón de mi casa jamás el clarinetista Beto ni su familia presentaron una queja contra el ruido intolerable que producían nuestra batería y guitarras. Todo lo contrario de mi vecino de junto que, cuando tocábamos, se allegaba a mi casa para protestar y exigir la inmediata interrupción de cualquier rasguido, alarido o estampido. Eso si, cuando el intolerante tenía la malhadada suerte de encontrarse con mi tío, defensor inveterado de los derechos de sus sobrinos, el pelado debía retirarse sin poder interrumpir nuestras ejecuciones y con el miedo cierto de ser cagado a trompadas. De aquellas tolerancias y aquestas defensas hoy nuestro clarinetista de enfrente integra la orquesta sinfónica de la ciudad de Buenos Aires en calidad de clarinetista soprano y este que escribe , guitarrista, voz y composición de aquella inolvidable banda de rock de garaje, vende y alquila casas y anda como un violín