NO SOMOS NADA
A la inmobiliaria en la que trabajo con enjundia y no poco denuedo, ejerciendo la función de vendedor de seguros (quiero decir, soy vendedor inmobiliario empero, como todos dicen que hoy al cuadrado* el ladrillo es lo más seguro…), concurrió un caballero que es propietario de una funeraria. El funebrero buscaba un local en el barrio para instalar una sala funeraria. Estaba acompañado de su hijo, un hermoso niñito de tres años ataviado de negro como para concurrir a un velorio, que en verdad los pequeños, por su pequeñez siempre zafan de concurrir a los velorios, excepto a los propios pero eso nos aventuraría en un espacio de dolor intolerable. Mientras recorrían el amplio local, el pundonoroso padre justificó la presencia de la criatura cuando informó que su retoño le había pedido ir al crematorio con él. La voz del progenitor se quebró por la emoción.
-Atorio –dijo el chiquillo mientras el padre enjugaba sus lágrimas.-
La propietaria caminaba junto a nosotros durante la recorrida del local y su rostro se iba ensombreciendo a medida que el hombre instalaba imaginariamente su macabro negocio:
-Acá irían los ataúdes, acá los deudos, acá las ofrendas, acá el cajón con el muerto…
Y la jeta de la dama se demacraba más a medida que el hombre profería sinónimos de muerto, como ser óbito, cadáver o fiambre. En un momento el chiquilín encontró una pelotita y comenzó a jugar con ella pero como estaba sucia se malogró su impecable trajecito negro.
-¡Quevin! ¿Podés hacerme el servicio de portarte bien? –dijo el padre mientras le sacudía el chalequito negro-.
-Atorio –dijo el nene-.
-Sí, atorio, atorio… pero si no te portás bien no te llevo al crematorio.
*hoy por hoy
El funebrero y su pequeño funebrerito
3 Comments:
Mortal.
Mandale la idea a Tim Burton, quizás sale algo.
juro que todo es real
Me moiro, me obituo, me fallezco, me voy a vida mejor.
Una anécdota entrañable. Ese chiquer es vanguardia.
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