GARGANTA CON ARENA (Por culpa de ese viento puto)

Un choclo a cinco pesos es el precio para 2009 cuando en el año anterior el mismo producto, o por mejor decir, un producto similar que forma parte de la misma especie vegetal, costaba tres pesos. Primera conclusión: hubo de año a año un incremento de casi el setenta por ciento en el producto denominado Choclo de Playa. Si el dientudo alimento formara parte de la canasta con que el INDEC elabora su índice, oh Dios, cuánto más onerosa sería la vida del argentino. Otra idea fuerza que me sugiere el choclo de playa a cinco pesos es la comparación con el precio que proponen los supermarkets: tres pesos con ochenta y nueve, pero no la unidad sino el kilogramo. Se me argumentará que la delicia playera involucra el valor agregado (hervor, enmantecado, si lo tuviese, y salario del noble caminante que transpira las arenas de sol a sol.) Prefiero dar finiquito a tan inconducente debate, decir masí y regresar a la lectura de mi libro. En estos días estoy leyendo biografías. Comencé con la de Pepe Arias, un actor cómico ya fallecido y hoy completamente olvidado. Luego seguí con una autobiografía de Elmer Banki, un director técnico de fútbol, mayoritariamente de equipos del ascenso, que vino al país escapado de la miseria de la Hungría de posguerra.
El perfume del choclo cocido asemeja al del pororó y eso no debería llamar la atención. Me distrae la llegada de una bandita de muchachos que golpean tambores que les cuelgan, de variadas medidas, y eso me recordó a un sobrinito que ejerce como baterista en una banda de música especializada en los rubros reguei, jipjop y también rock y roll. El conjunto -así les decíamos a las agrupaciones polifónicas de muchachos con cabello largo cuando yo era un rapaz-, se denomina Jamón de Menta y su nombre podría inducir a la guasa o a la consabida pregunta de cuál es el significado, origen y antecedentes históricos. No saben que ya en la década del sesenta Juan Díaz Cuchuflito en el extraordinario programa televisivo La Tuerca presentaba una variedad de salame de la afamada marca “Grasulín” con sabor a menta, por lo que no debería suponer un esfuerzo de pensamiento imaginar un jamón de menta. Cuando los tambores pasan vuelvo a posar mis embrocantes en el libro del técnico húngaro.
Algunas muchachas en flor se empeñan en practicar deportes justo frente a la posición donde se asienta mi tumbona. Las chiquizuelas agitan sus cuerpecitos con esa torpeza clásica que tienen las damas para todo lo que sea ejercicios físicos, torpeza, eso sí, que sublima sensaciones de muy distinta laya aunque todas ellas de alegre y picarón contenido. Mientras tanto Elmer Banki, que fue campeón cpn Almagro en 1971, alternaba su trabajo de entrenador con el de decorador de interiores y vidrierista, tarea que le reportaba más dinero que la futbolística, en estos clubes argentinos donde rara vez cumplen lo estipulado en los contratos. Leí por allí que el hombre hacía salir a sus jugadores al campo de juego con claveles para arrojar a la tribuna en gesto de hermandad pero en el libro no se menciona.
Cuando llega el carrito de los vendedores de trapos de colores (pareos, pañuelos, moquinis) las mujeres se apelotonan y comienzan a toquetear. Mi señora-esposa no se interesa ni mucho ni poco, embebida en la resolución del milenario sudoku. Yo sudo viendo a las chicas jugando al volibol y corro hacia al mar para refrescarme, eludo a una paletera que invariablemente paletea el viento y silbo una canción de Andy Williams (Música para mirar a las chicas) mientras despego el short de baño del miembro. Cuando retorno a la tierra firme un volantero me entrega una papeleta que anuncia un “tributo” a Arjona en algún pub del balneario. La palabra tributo no me gusta porque es sinónimo de impuesto. Lo que no estaría mal sería establecer un impuesto a Arjona así nos deja un poco de joder.