VIAJAR CON OTROS
¡Cuidado! Si decides emprender un viaje junto con tu esposa y otra pareja al destino que decidas tú o los otros, deberás estudiar, analizar, escrutar, indagar. Y nunca desechar aquellos indicios o sospechas de problemas futuros. No concibo que en las reuniones previas al paseo o expedición, donde se planifican los aspectos instrumentales del viaje, la que resultará a la postre la pareja damnificada, no plantee sus costumbres, sus reservas, sus anhelos, sus fobias. En fin, todo aquello que puede suponer un sufrimiento injusto en el devenir de la inminente excursión. El hombre de nuestra historia verídica, que integraba la pareja que llamaremos de los buenos, tenía un serio problema de vértigo. Pero, quizás por discreción, no lo planteó en su debido momento. Ese momento tiene que ser alguno de esos encuentros sabatinos de pizza y cerveza donde todo es confraternidad y se palpita con excitación la futura salida. Es muy factible que nuestro hombre bueno -a quien en el futuro también llamaremos Goodman para evitar reiteraciones- haya ocultado su trastorno para no quedar como un melindroso al que todo lo molesta.
-Pero que diga que sufre vértigo no significa que sea un melindroso al que todo le molesta. El vértigo es una patología.
-Está bien, será una patología pero es agregar un elemento de negatividad cuando todo es alegría y camaradería.
-Ma si, morite.
Cuando se trata de dos parejas el elemento masculino de una de ellas suele ser el que marca el derrotero, el que fija la agenda y determina toda la actividad supletoria. Para esa persona, que por la fuerza de su personalidad avasalladora, se erige tácitamente en jefe del grupo, lo que le gusta le debe gustar a los otros, lo que odia será odioso para todos. Lo que está fuera de sus costumbres o preferencias integrará la lista negra de los demás. Lo justo es que estos temas, insisto, sean planteados en las reuniones previas. Eso sería curarse en salud, como quien dice. En el caso que nos ocupa hubiera sido mejor que este hombre avasallador, el sábado en que se reunieron a comer una calabresa grande, faltando dos semanas para el viaje, mencionara:
A) Que no le gustaba que otro manejara su auto
B) Que odiaba ir a las confiterías a tomar café o té
C) Que no soportaba las ferias artesanales y por eso prohibía las visitas a los artesanatos
D) Que no toleraba que contradijeran sus designios en general, lo que de alguna manera subsume en D a A, B y C.
Por su parte, si Goodman hubiese tenido la suficiente fuerza moral, objetaría:
-Perdoname pero no estoy de acuerdo. A mi señora le encanta ir a las casas de té a tomar el té con torta tradicional del lugar.
No tengamos miedo si de allí salta el pus y la podredumbre. Mejor que sea en ese momento y no después, en el medio del viaje, donde ya no es posible dar vuelta atrás porque está paga la estadía en el hotel.
Si alguno de estos remilgos hubiese sido adelantado por el hinchapelotas en alguna de las veladas preparatorias, la pareja damnificada hubiese podido cancelar el proyecto o, en caso de cortedad de carácter, prepararse para lo peor. Pero sigamos con esta triste historia:
A poco de llegar a Bariloche, el jefe de facto, “sugirió” ir, previo a cualquier otra actividad, de visita a lo de su hermana que vivía en la ciudad sureña. El hombre bueno dijo que mejor que no, que fueran ellos que, a su vez él y su mujer, irían a recorrer un poco la ciudad.
-Pero tómense el tiempo que necesiten, no hay problema –agregó-.
¡¡¡PARA QUÉ!!!
El hombre que quería visitar a su hermana reprochó al otro su mala predisposición y falta de compañerismo. Y lo castigó con medio día de cara de culo y silencio funesto antes de decirle:
-No te cuesta nada, che, qué pescado antisocial. Apenas llegamos y ya se quieren cortar solos.
Cierta mañana las dos parejas ascendían en el auto por una montaña escarpada a través de un sendero angosto y con la vista del precipicio en primer plano. Nuestro hombre, Goodman, no pudo seguir callando y confesó lo suyo (el vértigo) pero en un tono amable, simpático, intentando ocultar el canguelo que blanqueaba su rostro pálido. Casi en tono jocoso se diría:
-Yo, cuando subimos por estas cuestas siempre me imagino que después de una curva va a aparecer un auto y nos hacemos mierda, ja, ja, ja…
¡¡¡PARA QUÉ!!!
El hombre malo se enardeció y le replicó de esta guisa:
-¡Ah bueno! Ahora resulta que yo soy un tronco manejando. La verdad que tu mala onda me mata. Haber sabido que pensabas eso de mí capacidad conductiva hubiéramos repensado toda la cosa…
Y castigó al bueno mandándolo al asiento de atrás. Estuvo una hora sin hablarle.
No quiero extenderme en los disgustos inenarrables que sufrió la pareja buena durante la gira. Solo vaya esta última anécdota penosa: a dos días del regreso, el jefe propuso que en la última jornada cada pareja tuviese libre para poder hacer lo que quisiera y comprar los regalitos, que siempre cuestan un ojo de la cara aunque sean una hoja seca de algún arbusto autóctono. La mujer de la pareja buena mencionó que aprovecharía para comprar cerezas porque a sus hijos les gustaban mucho. El jefe malo (¿hay jefes buenos?) replicó que ellos también querían comprar cerezas, que mejor que lo dejaran para mañana, el día del regreso, así iban juntos a la cerecería, una vez que salieran del hotel y antes de emprender el camino de vuelta. Los buenos estuvieron de acuerdo. Al otro día, luego de cumplimentar los trámites de egreso del hospedaje, los cuatro se subieron al coche del jefe que puso primera -pisando embrague y acelerador- y buscó la ruta a buena velocidad. Los buenos temían decir algo inconveniente porque a esas alturas los nervios de la bestia estaban muy deteriorados. Bah, que se calentaba por cualquier cosa. Pero pasada una buena cantidad de quilómetros, cuando todas las cerecerías, habían quedado atrás, y sólo el desierto enmarcaba la marcha del automóvil, la mujer buena dijo en un hilillo de voz desesperanzado:
-Acordate que tenemos que comprar las cerezas.
-Ah, no. Con la gorda ya las compramos ayer.
Y recién paró trescientos quilómetros más adelante para cargar nafta.
Dijo el gran escritor norteamericano Mark Twain (1835-1910):
He descubierto que no hay forma más segura de saber si amas u odias a alguien que hacer un viaje con él.