miércoles, octubre 16, 2013
martes, agosto 13, 2013
Pepe Arias estaba en el cine viendo el noticiero, apareció un político en la pantalla y el gran actor, caracterizado como Teobaldo Peña, afirmó "Estos políticos son unos asaltantes". Pero un hombre, sentado en la butaca de al lado, le replica enojado: "Eso que ha dicho no se lo voy a permitir" Hay cara de miedo en Pepe, a la sazón Teobaldo Peña, e indignación en la jeta de actor limitado que tenía al lado. Quizás era un señor muy compenetrado con la democracia. Quizás era como los "militantes" de ahora que dicen "con la democracia no se jode" y no tienen la menor idea de cómo funciona una democracia más o menos verdadera.
En la película de 1940 El haragán de la familia, su protagonista, Pepe Arias, quien encarna a Teobaldo Peña, concurre al cine y antes de la película mira el obligatorio noticiario donde se ve a un político
en un acto público. El hombre, indignado, dice lo que se ve en el fotograma. No inventaron nada nuestros actuales habladores-con-respuestas-para-todo, que viven a expensas del trabajo del pueblo. Ah, no. Del "pueblo" no. Ahora es más cul decir "la gente".-
martes, junio 25, 2013
VIAJE A ROSARIO
Fuimos a Rosario en varios coches y camionetas. Llegamos sin novedad después de tres horas. Nos hospedamos en un hotel bueno, pero con algunas manchas de humedad y el agua caliente un poco floja para el esfuerzo. A la noche fuimos a ver el partido de la Argentina a una pizzería. Poquito Messi. Después subimos al piso superior del establecimiento para comer. Era un salón que ofrece comida y show para cumpleañeros, y personas próximas a casarse. El clima entonces era de euforia y pepepepepe. Pero la música está a todo lo que da. Me siento junto a un parlante. El sonido es tunchi tunchi tunchi tunchi. No para nunca. No se puede hablar. Para mí no es tanto problema porque soy de poco hablar. Aparece una señorita con un micrófono en la mano. ¡No es una señorita! ¡Es un señor! Está dentro de una modalidad de ser humano que se conoce como travesti. O trava. O travieso. O travesaño. Hace un monólogo con profusión de palabras como puto y poronga. Comemos lomo con papas fritas. Espectáculo de una señorita desabrigándose. Luego de un joven haciendo lo propio. El joven desnudista queda completamente despojado. Con una mano se cubre las vergüenzas. Con un dedo le alcanzaría. Nuestro grupo es de unos futbolistas argentinos y uruguayos que superaron ya los cuarenta, algunos los cincuenta, otros los sesenta. El travieso nos llama “la mesa del Pami” La mitad de nuestra mesa se ríe. La otra mitad no porque, como son uruguayos, desconocen el sentido de la sigla PAMI o, en todo caso, no saben que ella alude a uno o más viejos chotos. En otra mesa una chica cumple veintipico. Todas sus amigas son de similar edad. Los de la mesa del Pami, a sabiendas que esas bellezas podrían ser sus hijas, las miran con embeleso y nostalgia por el pasado. Uno de los nuestros pretende mostrarse más moderno y cul, se para de su asiento y comienza a bailar a go-go. Parece Enrique, el antiguo. Pero al día siguiente es el encuentro bianual, binacional y vitivinícola, que incluye partido de fútbol y asado. No podemos descuidar el físico. Eso lo hacen los jugadores profesionales que son jóvenes y pueden ir a Cocodrilo la noche anterior al partido. Y después así juegan. Nosotros, los argentinos, jugamos como para que los hermanos uruguayos se vayan contentos a su patria. Como huéspedes somos completos. El asado incluye los discursos de siempre con algunas voces que se quiebran, fuese por la emoción o por la intoxicación etílica. Les entregamos de regalo a los uruguayos camisetas de fútbol blancas, rojas y celestes. Los hinchas de Peñarol se muestran indignados porque esos son los colores del equipo de Nacional, archienemigos del carbonero. Algunos gritan ¡bolso puto, bolso puto! Pero se colocan las casacas por educación. El armenio, peñarolense impenitente, no se la pone aduciendo razones que no se alcanzan a escuchar. Está ofendido. Se guarda la casaquilla en el bolso puto y creemos que no la usará ni para encerar el parquet. La próxima vez, ya sabemos, deberemos regalar camisetas celestes, blancas, rojas, pero también negras, amarillas, y verdes. El verde, junto al rojo son los colores de otro club, el Rampla Juniors y hay un uruguayo que es hincha de ese equipo. Va a surgir una camiseta que sea una porquería pero multicolor. El micro nos lleva de vuelta al hotel. Al llegar a una barrera baja debemos esperar que pase un tren de carga. Inesperada atracción para los orientales que carecen de trenes. Otra vez en el hotel: todos a dormir la siesta. Gran intercambio de uvasal, medicinas para el estómago, para la acidez, para la inflamación de la próstata. En nuestra habitación, que es una suite de dos dormitorios, dos baños y living, convivimos cinco muchachos. Como dirían los uruguayos “una persona y cuatro argentinos”. Buena convivencia, excepto que hay uno que, cuando se destapa los cornetes, emite unos sonidos aterradores. Parece Jack Lemmon en Extraña Pareja. En una habitación masculina las sillas son perchas y las toallas son alfombras de baño. A la noche a comer pizza. Los que tienen algún espacio estomacal luego del atracón del mediodía. Después algunos a pasear, otros a bailar y unos pocos a dormir. El domingo, desayuno y vuelta a casa. Duele todo. Pero todo todo.
Un encuentro más con los orientales y la amistad inoxidable. Los partidos no parecen de argentinos contra uruguayos. No hay pica, rivalidad. No hay patadas. Nada. Así da gusto. Ahora nosotros debemos ir a Uruguay. Ya van a ver de lo que somos incapaces.
jueves, diciembre 27, 2012
DIARIO DEL GRAN VIAJE (DIARY OF THE BIG TOUR)
ONCEAVA PARTE
17 de S.
EN LA CARRETERA - DE ROMA A NIZA
A la mañana siguiente, esto es, el 17 de setiembre, vuelta a levantarse tempranito porque debíamos salir de Italia para ir a España. Pero primero debíamos pasar por Niza, distante 704 km de Roma, donde debíamos abandonar el bello, suntuoso y confortable hotel a quien le digo ciao y gracias por tutti. El paisaje al principio no es gran cosa, nos dirigimos por la carretera hacia el mar. No tarda mucho en aparecer otra vez la belleza que me obliga a hacer trabajar a mi vista en tareas más placenteras, para lo cual debo abandonar provisoriamente la pluma-fuente. A la izquierda un pueblecito llamado Orte, como aquel jugador de Banfield y Racing que fue asesinado en un asalto. Estamos en la región de Lazio, provincia de Viterbo, apenas a 80 km desde nuestra salida. Es un pueblo enclavado en una montaña. Eso es un paisaje típico y maravilloso. Sé que será difícil emparejar la magnificencia de Capri, su trencito a cremallera que nos llevó a la parte alta de la isla, donde está la “ciudad” propiamente dicha, sus callejuelas que suben y bajan, se internan, sus casitas y hoteles al estilo mediterráneo, lo que es obvio, porque estamos en el Mediterráneo. Esas casas que veíamos en las propagandas de productos paquetes en la TV. No sé, un suponer, de Campari, de algún cosmético finísimo, de los cigarrillos esos que promocionaban Claudia Sánchez y el Nono Pugliese que, extrañamente no murió de cáncer de pulmón sino que se cayó de un techo y se hizo mierda. Todos lugares que muchas veces vemos en filmes y en la tele y no creemos que sean reales. Y lo son. Ahora me acordé qué fue lo que comimos en el restaurante de Capri, un primer plato de arroz a la marinera y un segundo de rabas con ensalada de lechuga y zanahoria, Y de postre una tortita parecida al brownie que estaba pasable. Y la vuelta por ese caminito donde se atisban las casas con espectaculares vistas al mar que es como si pintaras toda tu casa de un azul cambiante, tornadizo pero cada vez más sublime. Ese camino pone a prueba el estado de los gemelos (digo de las piernas, no de hijos mellizos que se resisten a caminar), entrenamiento que me venía de perlas porque mi ausencia de las canchas de foot-ball me quitaría estado físico y esos esfuerzos de alguna manera compensaban la carencia. Y siempre mirando al mar y a sus barquitos que parecían pintados. Pero ahora, a derecha tenemos los montes Apeninos donde comenzó su odisea el pobrecito Marco Bresssano en la ¿inmortal? obra De los Apeninos a los Andes escrita por Edmondo de Amicis. Debo hacer un necesario break porque el exterior me está proveyendo de más bellezas de las que puedo asimilar si no me abocara plenamente y con todos los sentidos a ellas. Al rato paramos para hacer pis en un lugar desde donde al fondo se ven Los Apeninos y después seguimos pero ahora subiendo por dichos montes, que, al decir de la guía Maricarmen, son la “espinita vertebral” de Italia. Y a izquierda vemos otro pueblito sorprendente enclavado en la montaña que se llama Orvieto, región de Umbría, Provincia de Terni. Ya recorrimos 132 km desde Roma. Me gustaría pasar una temporadita en Orvieto porque se me ocurre que es tranquilo, con poca gente, sin demasiado intercambio social. La vista de Orvieto te aplaca los nervios y te apaga la tensión. Digo, no sé. Todo acompañado con la música de Joe Jackson. No sé cómo pero cayó en mis manos por estos días la música de Joe Jackson y si es así debe ser lo correcto. Bah, cayó en mis manos. Mi hermano pequeño me lo proveyó. Seguimos por la autopista a la búsqueda del mar en esta ruta perfectamente bien puesta.
Ahora son las 14 50 del lunes y vamos rumbo a Génova. No puedo escribir mucho porque los túneles se suceden y todo queda a oscuras. Puentes más puentes, ahora dale que volvió la luz. El micro no tiene luz. La carretera se hunde en Los Alpes, horada la tierra y la luz se va. Qué tarea de ingenieria, cuánta carga de dinamita. No leo el teclado, quiero escribir dinamita y escribo sibanura. Ni cerca le pasé. Sol y 25 grados, decía que los túneles no me dejan continuar con el relato que dejé más o menos cuando llegamos a Pistoia a comer a un lugar llamado Autogrill, que los hay en toda Italia. Descanso de túneles. Estamos a 324 Km. de la capital Roma. Pistoia está en la región de Toscana, Provincia de Pistoia. El Autogrill se encuentra en Serravalle Pistoiese. Comemos dos “Insalatona” por las que oblamos un total de once euros con ochenta. Cuatro salsas (?) y dos “Acqua minerale” a uno con treinta cada una, lo que hace un total de 15 euros. Arrivederci e grazie, dice el ticket. La insalatona es una ensalada de considerable abundancia con atún. Platillo adecuado para el mediodía. A las 12 49 supimos pagar la cuenta y nos mandamos a mudar. Lo sé porque es lo que declara el ticket.
Vamos a 50 km de Génova y debo detener la escritura antes de que llegue otro túnel, que penetra en la negrura como si fuese un supositorio el transporte y un orificio rectal el túnel. Pasamos por Génova, sin salir de la carretera. Dice la mujer que habla que es una ciudad con muchos problemas debido a la crisis de Europa, cuestión que no me interesa ni mucho ni poco. Está poblada por algo de poco más de un millón de personas en un paisaje donde Los Alpes caen al mar con poco espacio para construir viviendas, de manera que muchas de ellas balconean al mar porque están enclavadas en su ladera. Eso hace mucho efecto y le da tipicidad al poblado que ya era famoso porque aquí nació Cristobal Colón, el navegante, lo tienes que conocer, querido diario. Ahora vamos hacia Ventimiglia que es el camino que nos llevará a Niza, ya en Francia. 26 grados a las cuatro de la tarde. Tengo un poco de hambre. Saco fotos a granel pero hay unos paneles acústicos que absorben los ruidos al costado de la autopista. Evitan a los pueblos a la vera de la ruta la contaminación sonora pero le provocan a los viajeros una contaminación visual al no permitírseles apreciar en plenitud esos pueblos enclavados en las laderas montañosas. Vamos a pasar por Savona y allí haremos una parada técnica.
En este instante hay 22 grados y sigue soleado.
viernes, diciembre 21, 2012
DIARIO DEL GRAN VIAJE (DIARY OF THE BIG TOUR)
DECIMA PARTE
CAPRI
De las ruinas de Pompeya pasamos a Nápoles para cruzar luego a la isla de Capri, en el golfo de Nápoles. Capri debe ser uno de los lugares más lindos del planeta, aunque bien es cierto que yo no he viajado por muchos lugares del planeta. Es una isla en la provincia de Nápoli que está justo “enfrente” de la ciudad de Nápoli, a una hora y pico de allí viajando en una embarcación muy parecida a nuestro buquebús. La isla se encuentra rodeada de un agua que tiene todas las variedades del azul en cambiante actividad, una capa sobre otra. Te muestra en apenas un rato toda la paleta del azurro. Ese color tan característico y sorprendente se debe, nos explicó la guía, llamada Ima (¿Immacolata?) a una planta que hay en el fondo del mar que lleva el nombre de posidonia. Una vez que tocamos tierra con el buquebús tano (¿Buquebucce?) un barquito nos llevó a pasear alrededor de la isla y ver las grutas, grutitas y rocas salientes, el mar esmeraldino, las chicas que toman sol desde otras embarcaciones, algunas sin Soutine, la vegetación que crece entre las rocas, el cielo azul, la espuma que despide el barquichuelo, diversidad de azules que parecen nunca vistos antes, la isla, en fin, con sus acantilados que caen a pique y se hunden en el mar Tirreno. Vimos la casa impresionante del escritor Curzio Malaparte, autor de La piel (La pele). Se conoce que se gana bien como escritor acá en Italia. O que el tipo era un best seller. Los best sellers ganan bien en cualquier lado aunque no es tan sencillo ser un best seller. Luego del paseo del barquito, desde donde contempláramos lo que antes referí (la hora referí), más las grutas donde en su interior parece cocinarse algo misterioso a estar por ese silencio especial sólo malversado por el glup del agua contra las paredes de roca y el eco que provocan las voces humanas, luego de eso, digo, pisamos tierra firme, la isla de Capri. Al llegar a la ínsula subimos a su parte alta por medio del funicular (fonicolare) que nos ofrece vistas aéreas de indescriptible belleza y sin igual divinura. Al fondo de todo se aprecia, algo difuminada por la bruma, la isla de Ischia y Napoli. Almorzamos en un bonito restaurante arroz con calamares y no recuerdo qué más. Compartimos la mesa con un matrimonio mayor mexicano y un matrimonio joven de chilenos. Charla insustancial. Referencias al Chavo del 8. Incomodidad. Me quiero ir. El precio de la comida está incluído en la excursión. Así que comemos y nos vamos a caminar. Desde acá en lo alto se ve el mar azul, los veleros que dejan una estelita blanca (Estelita, qué linda que estás) E. mira los negocios, yo la filmo en su estilo siempre sensual de caminar. Tiendas con artículos caros. Se compra una casita de Capri para su incipiente colección de casitas. Recorremos las callejuelas llenas de turistas y vemos negocios de marcas muy conocidas en el mundo, generalmente apellidos o nombres y apellidos. Benito Scardaccione, Udalrico Legrotaglie (son nombres de ficción usados como ejemplos) Nunca La Esperanza o El Buen Trato. Hoteles de postín, mujeres con sombrero. Llega la hora de volver. E. baja desde lo alto de la isla al puerto por medio del tren a cremallera (Funicular) y yo por unas callecitas serpenteantes que parecen meterse en los fondos de las casas y que permiten disfrutar la vista, allí abajo, del agua azul y los veleros con sus estelas. Mi bajada es enérgica pero más violenta es para los valientes que suben. Les veo los rostros agotados pero más me interesa chusmear los fondos de las casas, sus juegos de sillones de jardín, sus parques, sus quinchos. La bajada en total dura de diez a quince minutos, dependiendo de la energía que uno le imprima a la caminata. Con todo, yo llego antes que mi mujer al puerto porque el funicular tiene mucha demanda. Es claro, la mayoría de los turistas prefieren este medio de transporte a la caminata pura y dura. Y al llegar abajo me angustio un poco cuando veo que mi esposa, a quien amo, no está. A medida que pasan los minutos mi desesperación irracional crece. Pero si lo pensara un poco, no debería ni despeinarme. ¿Qué le pudo haber pasado? El recuerdo de la película Búsqueda Frenética (Frantic), dirigida por Roman Polanski y protagonizada por Harrison Ford, me ayuda a incrementar el canguelo. En el film, a un tipo, que va de vacaciones, le desaparece la esposa. Y en el film se suceden un sinfín de hechos más que ahora no hacen a la cosa. Pero en la isla de Capri, con una superficie de 10 kilómetros cuadrados, no podía desaparecer. Era ilógico. Con todo, caminé por la rambla hacia nuestro buque, el que nos llevaría de vuelta. Pero todavía no había gente porque faltaba para la hora de partida. Cuando llegué otra vez a la entrada del Funicolare la vi salir junto con un grupo de seres humanos abigarrados y me tranquilicé. Pero no le dije nada. Si le contaba me iba a cargar la vida entera, como dice Mauricio Rosencof en La Margarita cuando el enamorado cuenta que los amigos le llamaban Robert Mitchum y lo cargaban por su parecido con el actor. Pero me fui por las ramas. Cuando pasamos por el arco del amor eterno, allí en el mar de Capri, nos dimos un beso con E. porque la leyenda dice que besarse bajo el arco te asegurará amor eterno. Ya van 37 años. ¿No es eso amor eterno?
CONTINUARÁ
jueves, diciembre 20, 2012
DIARIO DEL GRAN VIAJE (DIARY OF THE BIG TOUR)
NOVENA PARTE
POMPEYA
Hay una película llamada Los últimos días de Pompeya (1959) que creo haber visto en Sábados de superacción por Teleonce. Pero parece como que no hubiese ingresado por mis propios medios sino que hubiese retrocedido en el tiempo a través de esa máquina que tan irregularmente funcionaba en la serie El túnel del Tiempo, por el mismo canal. Digo que irregularmente porque, recordemos, sus protagonistas, una vez que fueron chupados por el túnel psicodélico, éste, alegremente los fue paseando de un lugar a otro del tiempo sin que pudieran siquiera cambiarse la ropa. Bueno, acá en Pompeya parecemos recién caídos. Yo con mi ridícula bermuda y un par de alpargatas pero impresionado por ver y tocar los restos de la vida en aquella época. Todo se ha mantenido en tan buenas condiciones que, entre lo que se ha podido saber, es que en Pompeya había un negocio de delivery de comida, por ejemplo, o una especie de taberna que se llamaba Thermopolia, donde se servían bebidas frías y calientes. Aquí es posible ver las casas y apreciar cómo se distribuían las habitaciones, cómo se aprovechaba la luz del sol a través de las ventanas para tener durante la mayor parte del día, ya que aún no se había inventado la luz eléctrica. El día está excelente y caluroso. La guía llamada Ima (¿Immacolata?), que reemplaza para esta parte del tour a la que es muy parecida a la vedette ecuatoriana Paola Miranda, muestra buen acopio de conocimientos y está bastante bien, cerca de los 30 años. Como deduje y prejuzgué en Maricarmen, nuestra guía originaria, da la impresión de que Ima a) está un poco podrida de su trabajo o B) no le agrada trabajar para sudacas. Se adivina por un si es no es de impaciencia que nunca se desborda. En la entrada de una casa hay un mosaico con el dibujo de un perro y la inscripción Cave canem (Cuidado con el perro) Se nos informa lo que ya dije antes, que el volcán permanece activo. ¡uy, qué cuiqui! Caminamos por las calles de Pompeya (llora el tango y la Mireya de Juan Carlos Chiappe) y al fondo se veía el monte Vesubio. La erupción fue en el año 79 de nuestra era. Sepámoslo. Hasta la próxima, un besubio.
CONTINUARÁ
sábado, diciembre 15, 2012
DIARIO DEL GRAN VIAJE (DIARY OF THE BIG TOUR)
OCTAVA PARTE
16 DE S.
EN BONDI A POMPEYA
A la mañana tempranito del domingo 16 de setiembre de 2012 nos despiertan con una llamada telefónica a la habitación indicándonos que es hora de levantarse, que no seamos remolones (remoloni). Hoy es el día del viaje a Pompeya, previo desayuno en el salón respectivo. Bajamos al comedor del subsuelo aún algo estupidizados por el sueño. En el buffet yo como lo que no suelo en mi república, como ser, huevos revueltos con panceta frita. ¡Explosivo! Los huevos con panceta consisten en huevo, como su palabra lo indica, y tiritas exquisitas de tocino que se extraen de una fuente. De otra se obtienen los huevos revueltos. Es una bomba de tiempo, suele decir E., mi mujer, y quizás tenga razón, aunque por ahora sólo se escucha el tic tac tic tac. Además hay facturas de buen tamaño, unas medialunas que tienen insertadas como pepitas de alguna mermelada indeterminada, que podría ser batata; yogur muy ácido, jugos de naranja y manzana, y un arrollado que a E. le encantó de alma y que en vez del dulce de leche tenía chocolate. Le gustó mucho pero no comió más que un pedazo por temor a los reclamos ulteriores de su estómago. A mi, en cambio, cuando algo me gusta mucho como y como. No me importa nada ni nadie y sigo comiendo. Además había lo tradicional: pan, manteca, dulce.
Ya estamos en la ruta, el bus va a buena velocidad. Pompeya es una ciudad de la antigua Roma que en el 79 después de Cristo fue sepultada por la erupción del volcán Vesubio. Vamos hacia allá para lo cual tomamos la carretera que nos lleva a Nápoles, que queda a 226 km de la capital. En italiano Pompeya se escribe Pompei, como un jugador de fútbol conocido como el Tito Pompei. O un referí no vidente llamado señor Pompei. A los fondos de la carretera se ve la silueta grisácea y difuminada de los Apeninos. Una hora y media dura el viaje hasta Pompeya. La guía ya no es Antonella, es otra chica que tiene una característica en su discurso, de buen castellano con acento itálico, y es que inserta mucho la palabra “señores”, lo que da un tono de advertencia a los que estamos acostumbrados a utilizar en el habla coloquial el “señores” como un aviso o llamada de atención. De modo que cada vez que dice “señores” yo pego un respingo en mi butaca. Finalmente llegamos a Pompei y a la entrada a la ciudad la guía nos platica sobre la Camorra y lo mala que es. Dice que el que quiere hacer algo no puede si no tiene el permiso de la Camorra y nos previene que veremos basura por doquier ya que también la camorra está metida en ese problema. Que si el gobierno no se pone de acuerdo (no dijo no se pone firme) con ella no se podrá hacer nada. La camorra es una organización de delincuentes mafiosos y sinvergüenzas que se mueve en la región de Campania y en especial en Nápoles. La Campania es la región de Italia donde estamos ahora transitando con nuestra moderna unidad colectiva y la capital de la Campania es Nápoles. Pero primero pasaremos, como he dicho, por Pompeya. De manera que si muero en Nápoles nunca será por un homicidio ya que en cualquier caso se simulará que ha sido un accidente. La moderna ciudad de Pompeya la habremos de pasar por el costado nomás. La que visitaremos es la antigua Pompeya, la que fue pasto del malévolo Vesubio. Cuya amenaza subsiste ya que se lo considera un volcán en actividad. En otra época, nos informa la guía, supo funcionar un funicular que subía a la cima pero que ya no funciona. En dicho funicular, o tren a cremallera, el primero que se construyó, se inspiró el compositor italiano para crear la famosa canzonetta napolitana llamada Funiculí funiculá. La guía pregunta a los pasajeros si la sabemos como invitándonos a cantarla. E. y yo comenzamos a entonar tímidamente la parte del estribillo (Funiculí, funiculá, funiculí funiculaaaaaaa) pero hay poca predisposición de los otros. No pasa como en el filme de John Hughes Mejor solo que mal acompañado cuando en el micro los pasajeros cantan la canción de Los Picapiedras. Nos apeamos en el hotel Vittoria donde tomaremos otro desayuno, porque éste forma parte de la excursión que hemos pagado por aparte. Yo encantado. He de comer como si el desayuno en Roma no hubiese existido. La guía se afana en juntarnos a todos los integrantes de la excursión, para distribuir unos auriculares (auricolares) inalámbricos que nos permitirán escuchar a la nueva guía que se vendrá y que nos habrá de explicar todo lo relativo a la historia de Pompeya. La guía que hasta ahora nos acompañó es una morochita bonita muy parecida a la vedette ecuatoriana Paola Miranda aunque no tan exuberante. La colación, o segundo desayuno, de este elegante hotel no es tenedor libre. Acá se aproxima un mozo, te dice bon giorno (buen día) y te sirve la infusión caliente. Sobre la mesa hay dispuestas tazas para el café con leche y el té y unas primorosas botellitas que contienen jugo de durazno. Eso me indica que yo beberé ambos frascos puesto que a mi mujer el durazno le provoca alergia y podría morirse por cierre de glotis. Y lo harían pasar por un accidente porque estamos en la provincia de Nápoles. Pero sólo para el caso de que yo le diera el zumo, bajo engaño, diciéndole que no es jugo de durazno sino de otro fruto de los que no le producen alergia. Un claro caso de homicidio. La etiqueta de la botellita dice “Pèsca” lo cual es otro motivo para que se niegue a beberlo. Jugo de pesca suena asqueroso. ¿Qué es jugo de pesca? ¿Será el agua que queda en el balde donde se depositaron los pescados recién sacados del mar o río? No seas repulsivo. Pesca quiere decir durazno en italiano. Hay además en esta mesa redonda unas fuentes que contienen medialunas a razón de dos por comensal. La mesa es compartida con otros compañeros de tour lo cual es buen motivo como para comenzar a tejer amistades. Pero no seré yo quien me aboque a ese menester, tan bien estoy con mi mujer que no necesito de nadie más. De manera que apenas lanzo un chiste que es bien recibido, me sumo en profundo silencio y bebo mi zumo de pesca.
CONTINUARÁ