miércoles, mayo 28, 2008



LE DECIAN LUZBEL PORQUE TENÍA CARA DE MANDINGA



Pero no era malo, todo lo contrario, era un pan del Diablo (que es más sabroso que el de Dios porque ya viene tostado.) Luzbel, que así le mentaban, siempre estaba detrás del mostrador de su pizzería con cara de enojado y su linda mujer. La pizzería de Luzbel era legendaria. Pizzas sin igual, sabor inalterable a lo largo de los años, perfecta redondez. Eso sí, nada de multisabores, sólo los tres o cuatro tradicionales. No le pidan de kiwi con bondiola porque se enoja. Era un poco conservador don Ele. A fines de los setentas la oferta de sabores se multiplicó y se popularizó el servicio conocido como “delivery” (envío, cesión, entrega, traspaso). Pero el hombre se resistía a ambos avances. Para él, la entrega de la pizza debía efectivizarse en el propio establecimiento, sobre la fórmica gastada del mostrador para que el cliente pudiese verificar in situ que la temperatura era la justa. Una vez entregada la caja de cartón ablandada en la base y proferido el consabido queladisfrute, el consumidor pasaba a ser el único responsable por cualesquiera variación en grados centígrados. En cambio –decía el pizzero- si sus productos los llevaba el delivery boy, el compromiso, bien que moral, de la casa cesaba recién con el arribo de la pizza al dominio efectivo del adquirente, en su domicilio real. Y todos sabemos que esta pitanza, por eventualidades propias del tránsito azaroso de las ciudades, ¡y por la propia humedad de sus ingredientes!, suele enfriarse. Así también se enfriaría, creía el señor Luzbel, su propio renombre. Y si bien sería justo atribuir las menguas de su reputación al repartidor, de ninguna manera es admisible esta alegación ante la clientela para quien el dependiente no es sino una prolongación del negocio. El inicial conservadurismo de don L. se fue suavizando gracias a los oficios de su bonita esposa que lo persuadió de que el progreso dictaba que cada pizzería tuviese una dotación de motoqueros con desvencijados rodados escupiendo aceite. Por fin el pizzero se avino a conchabar a cierto joven, correcto aunque inexpresivo como una porción de fainá. Los problemas surgieron durante el primer envío: un cliente reclamó indignado a la pizzería porque su pizza de ananá le había llegado fría como un helado de ananá. Interrogado que fue el nuevo empleado adjudicó su retraso a un encuentro casual que tuvo con una antigua novia a quien no veía desde hacía una bocha de tiempo (esas fueron sus palabras: bocha igual muchísimo). La honesta confesión del chaval no fue óbice para que el señor L. lo dejara cesante y sin derecho a indemnización. Al día siguiente, la ex novia del muchacho se apersonó ante nuestro pizzero y solicitó una entrevista que el señor L. concedió sólo por la insistencia de su exquisita esposa. La chica le solicitó que reviera la medida y arguyó que su ex prometido necesitaba el empleo porque su padre de él se encontraba medio enfermo.
-Yo no me puedo hacer cargo de eso, señorita –objetó el señor L-, comprenda que mi prestigio se pone en entredicho cada vez que ese pastenaca se demora. Y no me parece razón suficiente que el padre esté medio enfermo, ¿qué es lo que tiene, seré curioso?
-Hemiplejia.
-Entiendo.
Gracias a la mediación de la guapa señora de L, el mozalbete, respetuoso de todo menos de los semáforos, lo que en Providencia no supone desdoro puesto que pocos reparan en ellos, el mozalbete decía, logró ser reincorporado. Hubo que resignarse para siempre a que, por las demoras, los palmitos se fruncieran, las aceitunas se arrugaran, los jamones se acartonaran, las salsas golf se cristalizaran, las medias masas se petrificaran y la fama del señor Luzbel sufriera lamentable detrimento. El fenómeno de la globalización iguala hacia abajo y las pizzerías no son ajenas a ese menoscabo de calidad que al presente manifiesta el mundo junto con sus habitantes y existencias. Hoy nos cuesta imaginar la vida comunitaria sin esas esenciales motitos sin faros (digo esenciales porque son invisibles a los ojos, qué difícil es verlas de noche), que recorren el barrio a puro ruido y entregan la mercadería diezmada en calidad.
EPILOGO: El joven motoquero y la chica se casaron al año y ofrecieron una fiesta que organizó la ex señora de L., ya divorciada de su insoportable marido, y al frente de un novedoso emprendimiento empresarial conocido como “pizza party”.

9 Comments:

Blogger edu, desde el barrio, said...

Ud. no me confunde los tantos? Uno ya fue, y el otro tiene el pizza party. Dónde ha quedado la rigurosidad periodística que lo caracterizó hasta hace un ratito?
Fue a la escuela de Hadad y Longobardi=
Vamos muchacho!! Recapacire.

12:22 a. m.  
Blogger estejulioesuno said...

Edu, me extraña. Esto es literatura.

9:46 a. m.  
Blogger estejulioesuno said...

Ah, y a tu amigo le leí el material que mandó y le envié un e-mail con mis impresiones pero no fue capaz de contestar. Decile que hay que tener más roce en la vida.

9:55 a. m.  
Blogger edu, desde el barrio, said...

Disculpelo, maestro. Su prosa lo anonadó. Esta buscando bibliografía para contestarle. Pero lo hará, se lo juro.

1:35 p. m.  
Blogger estejulioesuno said...

No tiene nada que contestarme, solamente darme las gracias por haberme tomado el trabajo de leer sus escritos.

4:40 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Disculpe la demora,maestro.

En el taller literario "La Tertulia" analizamos sus textos, juntos con otros de menor calibre, como Conrad, Kipling y Borges. Nos gustaria que algun día se acerque a darnos una charla ilustrativa.

2:57 p. m.  
Blogger estejulioesuno said...

Mi calibre es cebita pero gracias igual.

5:07 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

El de pizza party es gerardino, no?
Si logran que saque una sonrisa, te envian una docena de empanadas de calabresa.

1:38 a. m.  
Blogger estejulioesuno said...

No

12:10 a. m.  

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