PROVERBIO CHINO
Paso a recoger a mi amigo Cristóforo para ir a jugar al fútbol a la asociación de fomento. Nada más subir a mi moderna unidad me espeta: No dijiste nada de mi golazo del domingo pasado, puto. Me lo espetó en la nuca puesto que estaba sentado en el asiento de atrás del vehículo ya que como copiloto iba mi hermano Alvaro. Mi hermano, jugador superior, celebra los goles colocando los brazos como si estuviera levantando pesas, pero no grita. Cuando Cristo, que así llamamos a Cristóforo, me espetó en la nuca semejante barbaridad yo le repliqué con voz serena:
-Hay un proverbio chino que reza: “Cuando te jactes del gol que convertiste verifica primero a quién se lo hiciste:”
Como yo atisbara a través del espejo retrovisor la cara de pavo, esa que solemos poner ante la frase incomprendida o abstrusa, le aclaré:
-¿A quién le hiciste el gol el domingo pasado?
-Al viejo Eduardo.
-Te voy a contar una pequeña historia, Cristo querido. Una vez yo lo tenía de compañero al viejo Eduardo. También le tocó jugar de arquero. En un momento le hicieron un gol muy boludo y le dije de todo menos hijo de puta y la concha de tu hermana. El me respondió muy humildemente, y en un hilillo de voz, que el problema que tenía es que casi no veía.
-¿Cómo que no ves? ¿Cuándo no ves?
-Casi nunca…
El hombre era casi ciego e iba al arco… Así que, Cristo, cuando hacés un gol, fijate primero a quién se lo hiciste.
Esta sencilla pero deliciosa anécdota fue el disparador para pensamientos filosóficos de superior profundidad. Cuántas veces, queridos amigos, nos hemos infatuado por triunfos que no son más que regalos de la fortuna que, como todo lo que hace la fortuna, son a la marchanta. Cuántas veces nos hemos impuesto sobre otras personas sin reparar en que había una superioridad manifiesta y evidente pero que nacía de que el competidor perdidoso había perdido o carecía de una de sus armas sustanciales (el sentido de la vista en el ejemplo del viejo Eduardo), lo que convertía a ese supuesto éxito en un triste remedo como la ropa de la salada. ¿Es plausible que un hincha de River celebre el último triunfo en el campeonato (de la B) ante un equipo como el de Desamparados de San Juan integrado por jugadores semiaficionados? ¿Es lógico que la presidente se pavonee de su triunfo electoral cuando le ganó a precandidatos de la estofa de Duhalde, Ricardito Alfonsín o Hermes Winner? Me perdonarán pero yo creo que no. En la vida vamos ganando y avanzando casilleros a costa de casualidades, borratina de competidores, estar ahí en el momento justo, ser tuerto en tierra de ciegos, tener cartas en la manga, hacer goles con la mano, colarnos en la fila, número bajo en la colimba, alfileres en el culo de los delanteros contrarios, etcétera. Por ello le repito a Cristo y a todos los que celebran goles en vallas vacías:
Cuando te jactes del gol que convertiste verifica primero a quién se lo hiciste.
-0-
En el partido de ayer, quiso el destino, ese juguetón, que, nada más comenzar la brega, yo robara una pelota en el medio campo, enfrentara al defensor y lo eludiera con un movimiento de cintura para convertir el gol con tiro rasante al palo más lejano del golero. Pero el gol se lo hice a El Viejo Eduardo. Es obvio que no lo celebré. Me faltó hacer el patético gesto de los que piden perdón cuando hacen un gol. Pero estaba obligado a ser fiel a aquel proverbio chino, que en verdad inventé yo y puse que era chino para nimbarlo de un poquitín de prestigio.
Foto: Retrato de Cristo en un exposición de goleadores de arcos desguarnecidos.
Paso a recoger a mi amigo Cristóforo para ir a jugar al fútbol a la asociación de fomento. Nada más subir a mi moderna unidad me espeta: No dijiste nada de mi golazo del domingo pasado, puto. Me lo espetó en la nuca puesto que estaba sentado en el asiento de atrás del vehículo ya que como copiloto iba mi hermano Alvaro. Mi hermano, jugador superior, celebra los goles colocando los brazos como si estuviera levantando pesas, pero no grita. Cuando Cristo, que así llamamos a Cristóforo, me espetó en la nuca semejante barbaridad yo le repliqué con voz serena:
-Hay un proverbio chino que reza: “Cuando te jactes del gol que convertiste verifica primero a quién se lo hiciste:”
Como yo atisbara a través del espejo retrovisor la cara de pavo, esa que solemos poner ante la frase incomprendida o abstrusa, le aclaré:
-¿A quién le hiciste el gol el domingo pasado?
-Al viejo Eduardo.
-Te voy a contar una pequeña historia, Cristo querido. Una vez yo lo tenía de compañero al viejo Eduardo. También le tocó jugar de arquero. En un momento le hicieron un gol muy boludo y le dije de todo menos hijo de puta y la concha de tu hermana. El me respondió muy humildemente, y en un hilillo de voz, que el problema que tenía es que casi no veía.
-¿Cómo que no ves? ¿Cuándo no ves?
-Casi nunca…
El hombre era casi ciego e iba al arco… Así que, Cristo, cuando hacés un gol, fijate primero a quién se lo hiciste.
Esta sencilla pero deliciosa anécdota fue el disparador para pensamientos filosóficos de superior profundidad. Cuántas veces, queridos amigos, nos hemos infatuado por triunfos que no son más que regalos de la fortuna que, como todo lo que hace la fortuna, son a la marchanta. Cuántas veces nos hemos impuesto sobre otras personas sin reparar en que había una superioridad manifiesta y evidente pero que nacía de que el competidor perdidoso había perdido o carecía de una de sus armas sustanciales (el sentido de la vista en el ejemplo del viejo Eduardo), lo que convertía a ese supuesto éxito en un triste remedo como la ropa de la salada. ¿Es plausible que un hincha de River celebre el último triunfo en el campeonato (de la B) ante un equipo como el de Desamparados de San Juan integrado por jugadores semiaficionados? ¿Es lógico que la presidente se pavonee de su triunfo electoral cuando le ganó a precandidatos de la estofa de Duhalde, Ricardito Alfonsín o Hermes Winner? Me perdonarán pero yo creo que no. En la vida vamos ganando y avanzando casilleros a costa de casualidades, borratina de competidores, estar ahí en el momento justo, ser tuerto en tierra de ciegos, tener cartas en la manga, hacer goles con la mano, colarnos en la fila, número bajo en la colimba, alfileres en el culo de los delanteros contrarios, etcétera. Por ello le repito a Cristo y a todos los que celebran goles en vallas vacías:
Cuando te jactes del gol que convertiste verifica primero a quién se lo hiciste.
-0-
En el partido de ayer, quiso el destino, ese juguetón, que, nada más comenzar la brega, yo robara una pelota en el medio campo, enfrentara al defensor y lo eludiera con un movimiento de cintura para convertir el gol con tiro rasante al palo más lejano del golero. Pero el gol se lo hice a El Viejo Eduardo. Es obvio que no lo celebré. Me faltó hacer el patético gesto de los que piden perdón cuando hacen un gol. Pero estaba obligado a ser fiel a aquel proverbio chino, que en verdad inventé yo y puse que era chino para nimbarlo de un poquitín de prestigio.
Foto: Retrato de Cristo en un exposición de goleadores de arcos desguarnecidos.
6 Comments:
Pero al menos el viejo Eduardo le pone onda; se imagina si encima se pusiera a un costado del arco gritando "pateen tranquilos que es imposible que ataje nada"!!
(bueh, algo así es lo que dijo Ricardito Alfonsin)
Es muy cierto. El viejo va al arco como si supiera y se pone unos guantes como los que usan los vendedores de leña.
me gustó eso de las pesas.
si, es una celebración al estilo de los cincuentas.
Mis respetos para el viejo Eduardo
por su trabajo de arquero los domingos futboleros.
Un abrazo,emeceache
Como arquero hace lo que puede pero cuando se va a jugar al medio te muele a patadas. Un grande.
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