SON SÓLO LOCURAS DE JUVENTUD
En el último año de mi escuela secundaria un grupo de compañeros y compañeras de mi división, terminado el recreo, ingresó al aula que nos albergaba, cerró la puerta y la trabó de forma que nadie pudiese entrar ni salir. Algunos alumnos quedamos afuera, ya fuese por falta de coraje o por casualidad (los que se hicieron la rata o volvieron tarde del patio). La preceptora intentó convencer a los rebeldes de que salieran pero no lo logró. Después llegó la profesora que debía dictar clases en ese segmento horario y, por fin, llegó la máxima autoridad ante quien los adolescentes se rindieron. No recuerdo cuál fue la motivación de tan osado curso de acción por parte de los alumnos de quinto. Creo, recurriendo a la única fuente de mi memoria, que fue un acto de rebeldía juvenil innominado y sin focalización en una reivindicación específica. Un episodio de puro nihilismo como los que ya comenzaban a despuntar en nuestra realidad nacional. Quizás, buscando una justificación prestigiosa, pueda interpretarse como una respuesta a cinco años de claustros en dictadura. En efecto, mi curso vivió todo el bachillerato sometido al autoritarismo que comenzaba allí arriba, en el militar Onganía, y bajaba hasta llegar a la jefa de preceptores Laura. Durante el lustro que duró nuestro secundario apenas si gozamos de unos tres meses de democracia. Eso sí, en el plan de estudios se incluían materias con nombres como Educación Democrática o Instrucción Cívica. La consecuencia de nuestra asonada juvenil fue que todos los participantes en la toma fueron suspendidos y dos de ellos expulsados. Un chico y una chica. A la chica los padres, adicionalmente, le impidieron concurrir a la fiesta de egresados y al viaje a Bariloche. Al joven, en cambio, su padre, acaso alguna vez injustamente sospechado de severidad e intransigencia, le autorizó a concurrir a la fiesta y al viaje. Se ignora si hubo algún castigo corporal o no. Aunque suficiente condena supuso para el muchacho el no poder asistir al acto académico de entrega de diplomas. En el prestigioso colegio Carlos Pellegrini, los alumnos de hoy cerraron la institución, es decir la totalidad de las aulas, e impidieron el ingreso de las autoridades. Los pubescentes actuales, al contrario de nosotros, esgrimen exigencias bien concretas, como ser, el rechazo a la designación de algunos profesores. Mi generación nunca objetó demasiado al cuerpo docente, quizás porque, en general, estaba bien. Si soslayamos piadosamente el hecho de que ninguno enseñaba nada. Inclusive teníamos un profesor que estaba demente. Pero era inofensivo. Gracias a la lucha estudiantil los jóvenes del Pellegrini obtuvieron del vicerrector la promesa de una “agenda de negociaciones”. Además la toma no supuso la suspensión de las clases. En efecto, los profesores del centenario establecimiento, que no tengan objeciones ni tachas por parte del estudiantado, pueden dictar libremente sus cursos. No es una diversión juvenil la medida de fuerza, como se afirma maliciosamente. Incluso los alumnos no vuelven a sus hogares y pernoctan en el establecimiento. Eso sí puede llegar a ser divertido. Nuestros pibes pelicortos y muchachas en flor de antaño, en el rato que estuvieron encerrados, al plan de lucha originario agregaron la quema de los bordes de alguna hojita de repuesto Rivadavia. Pero carecían de ideología, proyecto o agenda. Y no tenían apoyo paterno, a diferencia de los actuales educandos, cuyos padres se sienten parte de su misma lucha y hablan con su misma voz. Si los jóvenes de ayer hubiesen argumentado, cuanto menos, alguna justificación atendible al atrevido acto de indisciplina de la toma temporaria, sus padres, sumada a la sanción institucional, más temprano que tarde se hubiesen arrancado el cinto de un solo manotazo ¡ziiiiip! y los hubieran molido a lonjazos a esos mocosos de mierda, qué libertad ni libertad, carajo, la única libertad que yo conozco es la libertad lamarque. Hoy en día, en los hombres viene más el jogging que el pantalón.
En el último año de mi escuela secundaria un grupo de compañeros y compañeras de mi división, terminado el recreo, ingresó al aula que nos albergaba, cerró la puerta y la trabó de forma que nadie pudiese entrar ni salir. Algunos alumnos quedamos afuera, ya fuese por falta de coraje o por casualidad (los que se hicieron la rata o volvieron tarde del patio). La preceptora intentó convencer a los rebeldes de que salieran pero no lo logró. Después llegó la profesora que debía dictar clases en ese segmento horario y, por fin, llegó la máxima autoridad ante quien los adolescentes se rindieron. No recuerdo cuál fue la motivación de tan osado curso de acción por parte de los alumnos de quinto. Creo, recurriendo a la única fuente de mi memoria, que fue un acto de rebeldía juvenil innominado y sin focalización en una reivindicación específica. Un episodio de puro nihilismo como los que ya comenzaban a despuntar en nuestra realidad nacional. Quizás, buscando una justificación prestigiosa, pueda interpretarse como una respuesta a cinco años de claustros en dictadura. En efecto, mi curso vivió todo el bachillerato sometido al autoritarismo que comenzaba allí arriba, en el militar Onganía, y bajaba hasta llegar a la jefa de preceptores Laura. Durante el lustro que duró nuestro secundario apenas si gozamos de unos tres meses de democracia. Eso sí, en el plan de estudios se incluían materias con nombres como Educación Democrática o Instrucción Cívica. La consecuencia de nuestra asonada juvenil fue que todos los participantes en la toma fueron suspendidos y dos de ellos expulsados. Un chico y una chica. A la chica los padres, adicionalmente, le impidieron concurrir a la fiesta de egresados y al viaje a Bariloche. Al joven, en cambio, su padre, acaso alguna vez injustamente sospechado de severidad e intransigencia, le autorizó a concurrir a la fiesta y al viaje. Se ignora si hubo algún castigo corporal o no. Aunque suficiente condena supuso para el muchacho el no poder asistir al acto académico de entrega de diplomas. En el prestigioso colegio Carlos Pellegrini, los alumnos de hoy cerraron la institución, es decir la totalidad de las aulas, e impidieron el ingreso de las autoridades. Los pubescentes actuales, al contrario de nosotros, esgrimen exigencias bien concretas, como ser, el rechazo a la designación de algunos profesores. Mi generación nunca objetó demasiado al cuerpo docente, quizás porque, en general, estaba bien. Si soslayamos piadosamente el hecho de que ninguno enseñaba nada. Inclusive teníamos un profesor que estaba demente. Pero era inofensivo. Gracias a la lucha estudiantil los jóvenes del Pellegrini obtuvieron del vicerrector la promesa de una “agenda de negociaciones”. Además la toma no supuso la suspensión de las clases. En efecto, los profesores del centenario establecimiento, que no tengan objeciones ni tachas por parte del estudiantado, pueden dictar libremente sus cursos. No es una diversión juvenil la medida de fuerza, como se afirma maliciosamente. Incluso los alumnos no vuelven a sus hogares y pernoctan en el establecimiento. Eso sí puede llegar a ser divertido. Nuestros pibes pelicortos y muchachas en flor de antaño, en el rato que estuvieron encerrados, al plan de lucha originario agregaron la quema de los bordes de alguna hojita de repuesto Rivadavia. Pero carecían de ideología, proyecto o agenda. Y no tenían apoyo paterno, a diferencia de los actuales educandos, cuyos padres se sienten parte de su misma lucha y hablan con su misma voz. Si los jóvenes de ayer hubiesen argumentado, cuanto menos, alguna justificación atendible al atrevido acto de indisciplina de la toma temporaria, sus padres, sumada a la sanción institucional, más temprano que tarde se hubiesen arrancado el cinto de un solo manotazo ¡ziiiiip! y los hubieran molido a lonjazos a esos mocosos de mierda, qué libertad ni libertad, carajo, la única libertad que yo conozco es la libertad lamarque. Hoy en día, en los hombres viene más el jogging que el pantalón.
6 Comments:
Que jovencito se te ve, ahí a la derecha de la foto, rodeado de compañeritas.
Parece que fue ayer, salvo cuando la comparás con la foto de abajo (tambien a la derecha).
se conoce que hace tiempo que no me ves. Te sorprenderías porque no he cambiado casi nada. Apenas alguna canita por allí.
En todos los tiempos hubo padres que apoyaron a sus hijos de alguna forma, llegando a cometer actos mas allá de la ética, si mal no recuerdo, en uno de tus relatos, en el Leopoldo Lugones hijo, hubo un padre que simulo un yeso con engrudo, para que su hijo aprobara una materia, que supongo era educación física.
Si buceamos en la historia de la humanidad existen incontables actos similares al que mencionas. Solo que hoy lo ves con otros ojos y te sorprende, la única diferencia es que a vos te toco vivir una época de represión, los hijos de esos represores en todo momento fueron apoyados por sus progenitores y cometieron muchos actos fuera de la ética que los beneficiaron, en la actualidad los ciudadanos corrientes hacen lo mismo y los medios lo hacen publico.
Saludos, don Gordo, espero que te encuentres bien. Si, lo del yeso con papel maché estuvo muy bueno. Gran persona el gordo, como le llamábamos cariñosamente.
¿estamos todos? no me veo...esa foto no la tengo, ¡¡¡qué chiquitos e inocentes que éramos!!!!
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