UNOS DÍAS EN PUNTA DEL ESTE - SEGUNDA PARTE
(Relato sobre un grupo de futbolistas argentinos sub-70 que viajaron a la vecina orilla para jugar un match contra un equipo uruguayo)
La foto de abajo (o foto "b") ilustra el momento en que el pelado Cordera, ex líder de La Bersuit, practica yoga o descabeza un sueñito, quién sabe, mientras espera la departure del vuelo que lo y nos transportará desde el aeropuerto de Carrasco hasta nuestra patria de nacimiento o adopción.
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La noche, que cubrió con su telón estrellado la obra concluída del primer día en el este, nos encontró acicalándonos para salir a comer. Acaso secándonos el cabello, los que lo conserváramos, con ese magnífico secador adosado a la pared pero que se podía extender gracias a un cable tirabuzón de extensión razonable. 50 almas, que velaban sus armas para la lid del día siguiente, se juntaron en un restaurante de Maldonado, pueblo vecino a Punta del Este. La muchachada congeniaba, bromeaba, bebía cerveza o refrescos (En Uruguay se llama “refresco” a la gaseosa, “bizcocho” a la factura, “botija” al niño y no dice “andá a la puta que te parió”, sino “no seas malo”). Además nos prometíamos una lluvia de goles para el día siguiente. Uno sólo elenco cumpliría su promesa… Allí, en el comedero, cuyos dueños eran oriundos de Viareggio, Italia, se comieron unas pastas que estaban deliciosas porque se hicieron desear durante horas. ¿Acaso no amamos más a las mujeres que responden con mora a nuestros anhelantes requiebros? Postre: flan con dulce. Muchos, luego de la comilona, quisieron continuar la velada en un conocido local de citas galantes con derecho a penetración, que lleva el nombre de Naná, llegar hasta allí, verlo de afuera y quizás sacar una foto del establecimiento para después ir a dormir en paz. Aquel que se acostara temprano y en paz tendría más posibilidades de, en el trascendental encuentro del día siguiente, entregar prestaciones más eficaces. Misión complicada si observábamos el estado atlético de los muchachos: alguno tenía la rodilla adolorida y ciertos problemas de visión, otros estaban excedidos de peso, uno padecía de intestino perezoso, otro recién volvía de un problema ligamentario producto de un paquetísimo accidente de esquí, en fin, no estábamos en la plenitud. La plenitud es complicada de alcanzar a esta edad, y la paciencia menos. Llegamos a una etapa etaria en que cada vez más cosas nos molestan entonces es de toda lógica intentar no ser molestos. Está el que se impacienta porque tarda en llegar la comida. Los horarios acá no deberían contar porque estamos vacacionando, sin embargo los criollos están todo el tiempo “que vamos a llegar tarde acá”, “que nos demoramos para llegar allá” “Se van a ir los que nos están esperando acullá” Basta, muchachos. Basta. No molesten más. Este vino no me gusta, la paella estaba seca. Basta. El choto sí me gustó. ¡Guarda a ver si te acostumbrás mal! Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja. Hasta los chistes son viejos y de viejo. Lo mejor es no molestar y así ocultás todas esas miserias. El doctor V. es de esta madera. Ojo no estoy diciendo que es de madera. Nadie sabe las cosas que pasan por su cabecita a la hora de observar el comportamiento de sus congéneres. Pero él no molesta a nadie, no impone su voluntad a nadie, no se queja de la comida, no señala las personas con quienes hubiese preferido no viajar o sugiere los nombres de quienes no deberían jugar el partido. Ni tampoco se ofende por cualquier cuestión baladí (o boludí). Pero qué va a hacer, están viejos y se colocan todas las vestiduras psicológicas propias de un viejo. ¡Pero ojo! Si los viejos no se cuidan de todas estas mezquindades se convertirán en viejos malos, también llamados viejos de mierda. Quizás uno en particular de los que se molestaron tenía motivos valederos. Pero el malhadado episodio de la piscina deberá quedar para otro momento.
3 Comments:
gracias a Kirchner me pude ir a punta.....
Mucho proemio, and the fish remains unsold...
pacencia
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