HOMENAJE A UNA EMIGRANTE
Se fueron del país llevándose mal, viajaron a la ínsula por aire y llegaron allá sin poder mejorar el estado de sus relaciones, dañadas irreversiblemente desde hacía tiempo. El la menospreciaba a ella y ella lo subestimaba a él. Aunque en ocasiones él sufría de complejo de inferioridad lo que neutralizaba el disvalor que ella le profesaba. No guardaban un mínimo de modales, cuanto menos los necesarios para que la relación no tambaleara en cada discusión. Se insultaban a menudo y levantaban la voz. La hija pequeña de ambos observaba todo con aparente indiferencia mientras no superaran una cantidad de decibeles tolerables. Esos que configuran con buena voluntad el calificativo de pelea normal. Aunque está demostrado que el sedimento queda. Cuando llegaron a la isla europea fueron a vivir en forma temporaria al departamento del hijo de un cliente de la empresa que ella había dejado en la Argentina. La esposa del dueño de casa nunca se halló cómoda hospedando a esos tres compatriotas desconocidos a quienes nada debía, con quienes no deseaba tener el menor rasgo de solidaridad y que venían a alterar la rutina conseguida con los mayores esfuerzos. No tardó la anfitriona en generar una serie ininterrumpida de desprecios, como sólo las mujeres saben, con o sin las palabras, con miradas o con detalles que a veces los hombres son incapaces de detectar pero que a ellas les resultan evidentes. Nuestra emigrante sabía distinguir el desaire cuando, después del trabajo, llegaba al hogar donde tan precariamente moraban y veía la mesa puesta primorosamente pero sin los tres platos que corresponderían a los huéspedes. La “intrusa” toleraba porque estaba en casa ajena, de regalo, aunque no tan de regalo porque, a poco de mudarse al hogar que le dio tan precario cobijo, y por propia decisión, comenzó a aportar para la compra en Carrefour. La arrogancia de la dueña no menguó por eso. La mujer salió a buscar trabajo para conseguir la independencia lo antes posible. Y la liberación llegó bastante rápido, porque, después de todo, para eso habían viajado al primer mundo, para disfrutar prontamente de las ventajas y tomar los frutos, más temprano que tarde, del tan remanido “estado de bienestar”. Madre, padre y niña se fueron de esa casa inhospitalaria y arrendaron un piso, que así los llaman por allí, aunque sean departamentos minúsculos. En ese ambiente, creía la mujer, podría la familia emigrante iniciar una vida más cercana a lo normal, como para hacer el borrón que desde hace meses aspiraban y la consiguiente cuenta nueva. Pero seguían llevándose pésimo, gritándose durante la mayor parte del tiempo en que estaban juntos que, por suerte, no era mucho en esa etapa en que había que trabajar o buscar empleo. El y ella se insultaban y agredían con el arma tóxica de centrarse en los defectos del otro, como referirse a aspectos particulares del físico, la psique, y otras cuestiones que este lugar, por piedad, prefiere dejar entre paréntesis. Ambos consiguieron trabajo, él en un taller mecánico, ella en una inmobiliaria y en los ratos libres vendía teléfonos celulares. Cuando salieron del departamento donde la dueña los trataba mal, ella se sintió liberada de los insultos que aquella lanzaba solapadamente toda vez que se le presentaba la oportunidad, no necesariamente con rencillas abiertas pero sí con pequeños agravios que en las mujeres suponen un mundo porque saben percibir los alcances del mensaje y su virulencia. Ya afincados en su nuevo hábitat la mujer consiguió un tercer conchabo en un chiringo, que era una especie de carrito de la costanera con mesas desplegadas por aquí y por allá, en medio de la montaña insular. Trabajaba los fines de semana en la cocina cortando zanahorias y otras cosas. Ocasionalmente le tocaba hacer de mesera cuando los parroquianos llegaban en exceso. Su marido también trabajaba en la cocina pero como chef. Era muy habilidoso y sabía preparar pizzas además de otros platillos un poco más trabajados. La dueña del chiringo, por su parte, trabajaba en el elegante baño de damas de un hotel muy importante de la isla. En ese toilette podía levantarse unos ciento veinte euros diarios por lo que no dejaba el trabajo aunque fuera bastante asqueroso. Mientras tanto nuestra mujer sobrellevaba su estadía en la isla con resignación porque cada día se llevaba peor con su pareja y además extrañaba hasta el dolor a su familia en la Argentina. Por lo menos ahora vivían en su propio piso rentado y eso les acomodaba más la vida pero también les facilitaba la tarea diaria de insultarse y agredirse. Que encontraba una pausa cuando ella convertía zanahorias en disquitos aptos para el escabeche y cortaba otras verduras para transformarlas en ensalada. Allí, arriba en la montaña donde los vacacionistas alemanes, llamados guiris por los españoles, comían la comida española y bebían la cerveza que los acercaba a su terruño, aunque fuese etílicamente hablando. Los eventos que siguen no dudo apasionarán a un lector exigente. Pero quedan para más adelante.
11 Comments:
Quiero más ya, ¿qué mierda está esperando, julito? ¿Que lo nominen al premio municipal de narrativa, el mismo que ganó el finado Isidoro y con cuyo monto en dinero alcanzó a pagar el taxi de ida y un par de cafés con leches con especiales de jamón y queso?
ya tenía casi lista la segunda parte pero una amiga se creyó aludida en el relato y se calentó mal.
No te pó creer.
Así el arte nunca va a prosperar en este país...
la censura no murió
Roedro:
Fueron 2 cognacs y ensaimadas.(Lo de Blaisten, digo)
esuno: Tan anónima es su amiga?
Un grande Isidoro.
Sí, es verdad, eran 2 cognacs y ensaimadas. Está contado en "Anticonferencias", excelente libro.
Queremos más deschaves, julito.
vendrán, a como dé lugar
Mi querido Julio, jamás se ha ejercido la censura, simplemente aclararle que efectivamente según usted, lo mandaría a la M..... despúes de leerlo, cosa que tampoco hice, simplemnte levantó ampollas en la dermis de quién usted llama su "amiga" la aludida, el tratamiento de algún tema que sin delicadeza alguna exageró, reiteró y se pavonéo en su relato, según usted en el uso de la ficción literaria, no biográfica, que por cierto no suscribo; no solo en éste punto, sino en vario veridos en el mismo.- Y en el uso del derecho a réplica y no en el de la censura benígna que es la posterir y permitida mi colega del derecho, prosiga sin pudor en el afán de motivar con el morbo a su lector más exigente,ya que soy uno de ellos e igualmente lo quiero.....-
ESO, ESO!! MOTIVE ESUNO, MOTIVE!
ARDEMOS EN DESEOS!
Mi pluma arde
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