UNOS DÍAS EN PUNTA DEL ESTE
(Relato sobre un grupo de futbolistas argentinos sub-70 que viajan a la vecina orilla para jugar un match contra un equipo uruguayo)
Al arribar al aeropuerto de Montevideo, descendimos del avión y nos encontramos con los integrantes del equipo rival que nos venían a recibir para transportarnos a la ciudad de Punta del Este. Previamente pasamos por la ciudad Maldonado donde hay un restaurante llamado “Simplemente la balanza”, justo en la esquina de 25 de mayo y Santa Teresa. Daniel, nuestro amigo charrúa, que saludaba a todas las chicas de los peajes designándolas por su nombre (hola Jaqueline, buenos días Soledad), estacionó el auto y caminamos hasta un restaurante llamado “Lo de Rubén”, donde ambas delegaciones compartirían un almuerzo consistente en carnes asadas y ensaladas. Previamente, a manera de entremés, nos sirvieron unos chorizos cortados en rueditas y chotos, ambos acompañados con pan. La palabra “choto” dio lugar a todo tipo de chistes que los porteños hacíamos estúpidamente ante la bien disimulada resignación de los orientales. La carne estaba especial y yo tomé Pilsen, que es la única bebida que tomo cuando piso tierra uruguaya. O la Patricia. Incluso me cepillo los dientes con Pilsen. O la Patricia. Terminado que fue el almuerzo abordamos nuevamente los coches uruguayos y nos dirigimos a Punta del Este donde nos alojamos en el hotel “Salto Grande”, ubicado en la avenida Italia, a pasitos del Conrad. Qué hotel el “Salto grande”. Cuartos cómodos y bien calentitos. Un televisor grande como una ventana que conviene dejar cerrada. Una piscina cubierta donde horas después habría de desarrollarse un evento de ribetes harto dramáticos pero que será referido a su debido momento. Ya el viaje en avión , para aquellos clase media que nos aferramos con garras de gato para no caernos a la inmediatamente inferior, supuso un lujo que supimos justipreciar y disfrutar. Desde la ligera colación que ofrece la aerolínea en el breve trayecto Bue-Mon, y que los viajeros frecuentes suelen despreciar sin siquiera mirar a la aeromoza, apenas con un asqueroso signo de “no” practicado con el dedo índice, o recibiendo la bolsita sin dar las gracias. Nosotros, que somos humildes pero bien educados, les agradecíamos a aquellas deliciosas criaturas perfumadas, recibíamos su ofrenda comestible y nos dedicábamos a analizar, primero, las características de esa bolsita plástica, con práctico cierre relámpago, que contenía una barra de cereal y un jugo multifrutal -antes llamado “tutti fruti”-. Las bolsitas nos las guardamos, signo inequívoco de payuquismo explícito. Nunca se sabe cuando podés necesitar una de ésas. Otro síntoma de nuestro provincianismo es la agradable sorpresa que nos llevamos por la categoría del hotel. Yo he pernoctado en hospedajes sin baño privado, a ver si nos entendemos. Tenía que caminar casi media cuadra desde mi pieza hasta un inmundo pozo de detritus que ofendía a la condición humana. Este establecimiento puntaesteño, en cambio, tiene habitaciones con baños completos, lo que incluye bidet, pero no cualquier bidet sino ese bidet de chorro enérgico y autoritario, verdadero géiser que se hunde prepotente en las entrañas del ser. Baño con un secador de pelo fijado junto al botiquín y con cable de tirabuzón. Qué placer ese toilette con frasquitos de champú, jaboncitos redondos, espejo donde unos puede verse reflejadas las partes pudendas en su integralidad. A algunos no les llama la atención el volar, justo es mencionarlo, para ellos da lo mismo que hacerlo en el 252 a San Martín. Y hay otro muchacho, por último, que nunca se había subido a uno de esos artefactos, de no ser en el Ital Park, pero no es lo mismo. En fin, apenas formalizado el “chequín” en el “Salto Grande”, nos fuimos a conocer la ciudad por lo que poco pudimos disfrutar, hasta allí, del fabuloso telo que incluía gimnasio con aparatos y hasta una mesa de ping-pong. Después de un breve reconocimiento caminamos en dirección al mar y recorrimos por la rambla hasta llegar al puerto. Nos sacamos fotos con los lobitos de mar orientales y vimos los barquitos, los cruceritos, las lanchas, los chinchorros, las piraguas, los yates y toda clase de embarcación que usualmente forma parte del parque vehicular portuario. De allí pasamos a la emblemática calle Juan Gorlero, o simplemente “La Gorlero”. Desierta en esta época del año. Comerciantes tristes eran verdaderos huevos de heladera (siempre parados en la puerta) esperando al cliente que cuanto menos los sacara de esa paz sepulcral y les comprara un miserable helado, un miserable piso con vista a “La Brava”. Algo. A propósito de helado, un amigo uruguayo nos invitó con un helado delicioso. Yo aproveché para buscar el hotel donde pasé mi luna de miel hace una punta de años. Quería sacarle una foto y al volver a la Argentina decirle a mi esposa: “¿te acordás vieja?” Pero no me acordaba bien la calle y además supuse que había sido demolido. Volvimos al hotel, nos pusimos los trajes de baño y nos fuimos a la piscina. El establecimiento nos proveyó de unas batas de toalla que nos daba un aire ricardofortiano muy interesante. Nos sentíamos como unos dandys bárbaros, por lo menos aquellos que, pocos años antes, solicitábamos papel higiénico en la conserjería y nos daban unos cuantos metros que arrancaban del rollo padre, pero nunca el rollo entero. Jugábamos con nuestras batas blancas comportándonos como unos boludones, que para eso es el viaje también, vamos. Pero de la piscina he de referirme en próximas entregas porque en ese ámbito se produjo un acontecimiento cuyas derivaciones y ramificaciones aún están por verse. De aquel grupo multiforme de muchachos puede desprenderse un subgrupo que, desde que llega al destino elegido para los tres días de jolgorio bien entendido, hasta que se va, se instala en una mesa y se pone a jugar a los naipes. Sólo interrumpen las partidas para comer y jugar el famoso partido de fútbol que nos convoca bianualmente. En la pileta cubierta estuvieron unos minutos, vestidos con las bonitas batas y volvieron, más temprano que tarde, a las cartas y los retruques propios de este tradicional juego rioplatense donde se ganan porotos sin necesidad de siembra directa ni glifosato.
5 Comments:
Muy interesante la glosa, pero yo quiero saber cómo salió el partido y si Ud. juega de centrojás o de insáider derecho.
La parte del partido va en futura entrega. Yo jugué de gorrión lópez
Avisar cuando su imaginación ahonde en las noches de juergas y personas del sexo femenino animando a los jugadores. Seguro será muy interesante.
No hubo nada de eso. Nuestros cuerpos son templos.
U.U bueno, pasaré en otro momento, tal vez surja algo interesante. Siga dando lo mejor de usted.
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