EL DETECTIVE MUGRIENTO
Estoy trabajando en la redacción de un ensayo cuyo título provisorio es Héroes roñosos que podría ser publicado por la editorial Eloísa Cañizares aunque aún no es seguro. Se trata de un estudio sobre los sucios y la suciedad en la literatura. Estos individuos que viven en la ficción de los grandes escritores son más de los que uno podría pensar. Se inscriben en la lista de pringosos los héroes más incorruptos y sin mácula que uno podría concebir. Hablo de sin mácula desde el aspecto moral, puesto que si pensamos en aquellas que se remueven con agua y jabón, estos héroes sí que rebosan de máculas y ¡qué máculas repulsivas!. El escritor sueco Henning Mankell (Estocolmo 1948) imaginó hace unos años a un astuto detective llamado Kurt Wallander. Las novelas de Mankell tuvieron un extraordinario éxito de ventas (lleva más de veinticinco millones de copias vendidas) lo que condenó al autor a continuar la saga policial hasta un total de ocho, y eso lo coronó (quiero decir que ganó una buena cantidad de coronas suecas) y lo hizo millonario. Bien por Henning, pero lo que quiero destacar -que de ello se trata mi obra y este libelo- es la condición harto pringosa del funcionario policial, protagonista de estas interesantes novelas negras alla sueca. Kurt Wallander es un hombre valiente, su esposa lo ha abandonado, tiene problemas con la bebida, y además es un roñoso que si uno lo imagina de cuerpo presente posiblemente lo mantendría a una distancia de no menos de dos metros para no sufrir su olor. El personaje ficcional de Wallander dio origen a una serie de la Bibicí protagonizada por el actor irlandés Kenneth Branagh. ¿No les ocurre, amigos, que, cuando leen un libro, los personajes de la narración parecen tomar cuerpo en vuestros magines con el aspecto de actores y actrices reales como si la trama fuese una película, una serie, una novela de la tarde? A propósito de ese fenómeno, que yo denomino Filmá tu propia película, más que en un Kenneth Branagh, yo hubiese pensado en Luis Luque para el personaje de Kurt Wallander porque me da mejor un sucio.
En la primera novela de la serie de Mankell, cuyo título es Asesinos sin rostro, nuestro policía intenta descubrir al asesino de una pareja de ancianos lo cual lo obliga a un trabajo de tiempo completo. Tengo barruntos de que un detective argentino, en una circunstancia similar, aun acuciado por la urgencia de sus obligaciones investigativas, no dejaría de meterse antes en una bañadera y ducharse a conciencia con un pan de jabón resbaladizo en la mano derecha, previo al cumplimiento de su misión (así es como muchos chorros se escapan, como te digo una cosa te digo la otra). Kurt Wallander un día, abatido por el extremo agotamiento, se quedó dormido y cuando se despertó, abro comillas…
BOSTEZÓ DE NUEVO Y SE OLIÓ LAS AXILAS. APESTABAN.
Cierro comillas. Cualquiera podría adivinar que el texto de Mankell seguiría con una frase como esta “se dio una ducha rápida y regresó a la calle”, o algo similar. Pero no. Kurt cogió su chaqueta y se fue con sus sobacos apestosos para retomar la pesquisa. Eso es asqueroso y ahora mismo reprimo una náusea.
Mi estudio académico tiene la prudencia de saltear los tiempos de guerras, entreguerras y posguerras puesto que en esas tristes épocas de la humanidad la escasez es la norma, los alimentos no abundan, el agua es un lujo y la poca que hay es para beber. En fin, que todo falta y la gente no puede estar ocupándose de la limpieza cuando no tiene resueltas las necesidades básicas. Ignoro si esa terrible carencia deviene con los años en una información genética hereditaria. Podría inferirse que los descendientes de estos pueblos abandonados de la bondad de Dios continuan hoy disponiendo del agua como si todavía fuese un bien escaso. Poco importa saber que los tiempos de penuria han quedado atrás y la actualidad los encuentra disfrutando de toda clase de comodidades y lujos propios de nuevo rico. Esto ocurre con algunos países de Europa aunque todavía no están debidamente estudiados los efectos de la presente crisis global. Se sabe que los pueblos poseen hábitos higiénicos en forma directamente proporcional a la disponibilidad del líquido elemento en sus territorios. Quiero decir que en comarcas donde el agua es escasa no se le puede exigir pulcritud a su comunidad. Pero el detective Wallander no tiene dispensas ni atenuantes para su inmundicia: vive en la Suecia de mil novecientos noventa y pico, considerada una de las naciones con mejor calidad de vida en todo el planeta lo que nos permite deducir que allí el agua no falta ni en cañerías ni en envases ni en cursos de agua, y menos si pensamos en los hielos eternos que, como se sabe, es agua pero dura. Es cierto también que el hache dos O en los países más civilizados se cuida como el bien más preciado, acaso en una forma similar a como cuidaban el fuego los primeros habitantes de nuestro planeta, según la película de Jean Jacques Annaud (La guerra del fuego-La guerre du feu-1981). Muchos europeos no se explican, por ejemplo, como nosotros podemos lavar el auto con agua potable. Pero ello no debería ser óbice, señor Wallander, para conservar un mínimo e indispensable instinto higiénico cuanto menos por respeto al prójimo con el que entablamos intercambios cotidianos de diversa índole. La pregunta que me hago luego de leer Asesinos sin rostro sería: ¿Por qué, Henning Mankell has creado un héroe tan mugriento? ¿No será que esa inclinación por la cochambre es un elemento constitutivo de la cultura escandinava?
En la primera novela de la serie de Mankell, cuyo título es Asesinos sin rostro, nuestro policía intenta descubrir al asesino de una pareja de ancianos lo cual lo obliga a un trabajo de tiempo completo. Tengo barruntos de que un detective argentino, en una circunstancia similar, aun acuciado por la urgencia de sus obligaciones investigativas, no dejaría de meterse antes en una bañadera y ducharse a conciencia con un pan de jabón resbaladizo en la mano derecha, previo al cumplimiento de su misión (así es como muchos chorros se escapan, como te digo una cosa te digo la otra). Kurt Wallander un día, abatido por el extremo agotamiento, se quedó dormido y cuando se despertó, abro comillas…
BOSTEZÓ DE NUEVO Y SE OLIÓ LAS AXILAS. APESTABAN.
Cierro comillas. Cualquiera podría adivinar que el texto de Mankell seguiría con una frase como esta “se dio una ducha rápida y regresó a la calle”, o algo similar. Pero no. Kurt cogió su chaqueta y se fue con sus sobacos apestosos para retomar la pesquisa. Eso es asqueroso y ahora mismo reprimo una náusea.
Mi estudio académico tiene la prudencia de saltear los tiempos de guerras, entreguerras y posguerras puesto que en esas tristes épocas de la humanidad la escasez es la norma, los alimentos no abundan, el agua es un lujo y la poca que hay es para beber. En fin, que todo falta y la gente no puede estar ocupándose de la limpieza cuando no tiene resueltas las necesidades básicas. Ignoro si esa terrible carencia deviene con los años en una información genética hereditaria. Podría inferirse que los descendientes de estos pueblos abandonados de la bondad de Dios continuan hoy disponiendo del agua como si todavía fuese un bien escaso. Poco importa saber que los tiempos de penuria han quedado atrás y la actualidad los encuentra disfrutando de toda clase de comodidades y lujos propios de nuevo rico. Esto ocurre con algunos países de Europa aunque todavía no están debidamente estudiados los efectos de la presente crisis global. Se sabe que los pueblos poseen hábitos higiénicos en forma directamente proporcional a la disponibilidad del líquido elemento en sus territorios. Quiero decir que en comarcas donde el agua es escasa no se le puede exigir pulcritud a su comunidad. Pero el detective Wallander no tiene dispensas ni atenuantes para su inmundicia: vive en la Suecia de mil novecientos noventa y pico, considerada una de las naciones con mejor calidad de vida en todo el planeta lo que nos permite deducir que allí el agua no falta ni en cañerías ni en envases ni en cursos de agua, y menos si pensamos en los hielos eternos que, como se sabe, es agua pero dura. Es cierto también que el hache dos O en los países más civilizados se cuida como el bien más preciado, acaso en una forma similar a como cuidaban el fuego los primeros habitantes de nuestro planeta, según la película de Jean Jacques Annaud (La guerra del fuego-La guerre du feu-1981). Muchos europeos no se explican, por ejemplo, como nosotros podemos lavar el auto con agua potable. Pero ello no debería ser óbice, señor Wallander, para conservar un mínimo e indispensable instinto higiénico cuanto menos por respeto al prójimo con el que entablamos intercambios cotidianos de diversa índole. La pregunta que me hago luego de leer Asesinos sin rostro sería: ¿Por qué, Henning Mankell has creado un héroe tan mugriento? ¿No será que esa inclinación por la cochambre es un elemento constitutivo de la cultura escandinava?
Leo unas páginas más adelante:
“…VOLVIÓ LA CARA AL CONTESTAR PUES EN ESE MOMENTO SE DIO CUENTA DE QUE HABÍA OVIDADO LAVARSE LOS DIENTES.”
“…VOLVIÓ LA CARA AL CONTESTAR PUES EN ESE MOMENTO SE DIO CUENTA DE QUE HABÍA OVIDADO LAVARSE LOS DIENTES.”
Discúlpenme, necesito vomitar.
2 Comments:
ES INEXPLICABLE QUE LAVEMOS NUESTROS AUTOS CON AGUA POTABLE.
si
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