DESAYUNO EN AMERICA (del sur)
Me levanté minutos antes de las ocho con el cuerpo dudoso entre levantarse o seguir adherido a las sábanas luego de una noche de carne asada a la brasa (que sirvió Radrágaz) y vino tinto. La ventaja de dormir sin tu esposa en un hotel es que podés dejar el baño hecho una inmundicia que nadie nunca te lo va a reprochar. Una vez que inundes el toilette y acto seguido alfombres el piso con toallas mojadas vendrán discretamente las señoras de la limpieza y te lo dejarán reluciente como en una reclame de puloil. A veces, sin embargo, dejamos todo en razonable estado de pulcritud porque sentimos la presencia omnisciente de nuestra mujer como si fuera un Gran Hermano (de George Orwell, no de George Rial) que a la distancia nos conduce y nos dice en la oreja: no dejes el baño como un chiquero que no soy tu sirvienta. No fue por esto, de cualquier modo, que, cuando terminé el lavaje de mis partes pudendas, y de las otras, dejé el baño seis puntos. Ocurre que, como compartía la habitación con un compañero (juega de delantero neto), no quería que pensara que soy un roñoso. He tenido room-mates en otros viajes, que eran verdaderas señoritas y hasta viajaban con neceser. Cuando estos pisaverdes de pacotilla terminaban de ducharse el único testigo de que habían estado en el WC eran el vapor y los aromas de las cremas humectantes y los desodorongas. Todo quedaba impoluto como una patena, hasta el lavatorio carecía de esas antipáticas huellas que forman las gotitas sobre la porcelana, especialmente en la comarca en la que se localiza mi última morada donde el hache dos O egresa de los grifos con sarro en abundancia. El compañero que me tocó en esta emergencia, quizás más sincero y franco que aquel melindroso del neceser, parecía completamente independizado de los requerimientos de la comunidad organizada y no escuchaba ninguna vocecilla censora de su cónyuge ni de nadie a estar por cómo dejó nuestro doblevecé, que luego de su duchazo, quedó como el baño del hotel en el que Norman Bates achuró a la pobre Janet Leigh en Psicosis, inolvidable filme de Alfred Hitchcock de 1960. Una vez secado, cepillado, desodorizado, peinado y vestido bajé las escaleras desde el primer piso hasta lo que antes se llamaba vestíbulo y ahora le mentan lobby para pasar al buffet. Los muchachos del plantel ya desayunaban y caminaban ida y vuelta con sus platitos en ristre hacia la mesa de las exquisiteces con el fin de renovar las vituallas. Las autoridades del hotel San Miguel deberían proveer de fuentones para que cada quien pueda colocar de una sola vez todo lo que va a comer y no andar caminando tanto porque, a la larga, te cansás. Cómo hemos comido. amigos. ¿Es que acaso veníamos guardando ayuno? ¡No! ¿No mencioné que la noche anterior habíamos contribuído a reducir en medida considerable la riqueza ganadera de Necochea y aledaños? Que alguien me conteste cuándo, en su perra vida, desayuna tarta de frutilla con crema, sándwiches de jamón y queso, medialunas de grasa equis large, licuados, ¡bananas!. Ni siquiera jugo de naranja tomamos en nuestros humildes hogares, confesemos. Pero la vida de hotel es otra cosa. Hasta que podamos disfrutar nuevamente de un lugar tan debute como aquel tres estrellas de Necochea podrían llegar a transcurrir meses así que pasame un pedazo de pasta frola así hago sopitas en el yogur de maracatuqui.
4 Comments:
Ah, la vida de hotel, lujo persa, cualquiera sea el piringundin..!
(Salvo que tu room mate sea tu prima, tengas 20 años, esteas en Paris mismo, esteas, y ella llore porque extraña al novio, un pisaverde bostero de pacotilla).
Avanza con esta road movie cual Sam Sheppard, estejulio...Te sale muy bien.
p.d.: uno desayuna cafe con leche con criollitas, a lo sumo un Casancrem, a que mentir....
Buena idea lo del fuentón, hubiese evitado alguna mirada esquiva en los cruces hacia la mesa larga, con los malhumores de algunos
que fea la imagen de E.A.
es linda la vida de hotel. Estoy pensando en poner un frigobar en mi dormitorio.
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