HOMENAJE A MARIA AMUCHASTEGUI

No podía seguir guardándome la siguiente historia verídica, me estaba haciendo mal retenerla, se me hacía necesario liberarla.
Una pareja viene a la inmobiliaria donde trabajo (Arizmendis propiedades, confianza en operaciones inmobiliarias) para ver una casa que tenemos en venta. El tiene unos setenta años, ella cerca de treinta. La joven mujer no está nada mal pero tampoco del todo bien. La que habla es ella, él permanece callado, como ausente. Mientras les estoy mostrando el living escucho una sonoridad que egresa de alguno de los orificios del hombre mayor. Descarto los orificios mudos, como ser las orejas. El sonido es indisimulable, no se presta al beneficio de la ambigüedad, sentarse, por ejemplo, sobre un sillón cuyo almohadón almacena aire. La mujer me mira y ensaya una sonrisa de disculpa, que siempre va acompañada de encogimiento de hombros y un ladeamiento del cráneo. Luego dice, a modo de explicación:
-Es sordo.
En efecto, observo un pequeño audífono en una de las cavidades auditivas del viejo.
Les muestro la cocina y… Es difícil hablar de esto sin caer en lo grosero y pedestre. Pensemos entonces en la sigla del Partido Renovador:
-!!!Sigla del Partido Renovador!!!
La mujer ahora no dice nada pero repite la sonrisa, el encogimiento de hombros, el ladeamiento craneano y se señala un oído. Yo comprendo que me está reiterando que el hombre no oye. Me lo recordó cuando salimos al parque, cuando le mostré el lavadero, cuando le señalé el toilette -pero allí cabría responsabilizar a un comprensible reflejo condicionado-. En fin, que se vio obligada a indicarme seis veces que el anciano era sordo.
Cuando se lo conté a mi mamá no podía dejar de reír mientras me preguntaba que qué tenía que ver esa extraña conducta con la sordera.
Yo tampoco lo sé, pero ahora que lo conté, ahora que lo pude largar, me siento más liberado.