Un asado entre los muchachos del equipo de veteranos pregerontológicos de AFAP. Uno de ellos, que trabaja en una editorial, distribuyó entre los asistentes revistas con retratos de mujeres desnudas, lo cual para los más jóvenes y entusiastas –quedan pocos- tuvo propiedades de aperitivo (con fernet puro).
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Se trató un tema de la mayor importancia como es el viaje que realizaremos a la República Oriental del Uruguay para jugar un partido contra un equipo uruguayo de la misma categoría (baja). Se proponen medios de transporte pero sobrevuela el conflicto con la compañía trituradora de eucaliptus finlandesa Botnia y la posibilidad cierta de que los “asambleístas” entrerrianos de Gualeguaychú interrumpan el paso por la frontera y no podamos llegar al hermano país. Qué prueba interesante para nuestra conciencia ecológica o, cuanto menos, para manifestar alguna solidaridad con nuestros hermanos mesopotámicos. Ni uno pasó la prueba. El vino está correcto y la ruptura de la rutina semanal agrega un ingrediente de euforia que malogra el tratamiento serio del tema. Finalmente se decidió que el viaje se realizaría en buquebús, micro o automóvil. Pareció una reunión de comisión en alguna de nuestras Honorables Cámaras. Esto es, no se decidió nada.
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Algunos le preguntan a uno de nuestros compañeros, que supo otrora practicar rugby, aspectos de la participación de nuestros Pumas en el mundial de Francia. Pero casi no lo dejan hablar. Opinan quienes apenas vieron una pelota ovalada el día en que su coche accidentalmente pisó la número cinco de su hijo. Pero todos aportan lo suyo. Así somos los argentinos, siempre hablamos de lo que no sabemos. Así nos va.
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Y los chistes. Ah, los chistes. ¿Para qué existen las personas que cuentan chistes? El contar chistes es un arte para pocos. Pero hay gentes con alta autoestima que, sin que nadie se lo solicite, se largan impunemente a contarlos. Uno de ellos, el asador, gusta mucho de contar chistes. Pero es muy malo. Chistes malos y mala manera de contarlos. Pésimo coctel. Landriscina contaba malos chistes pero los contaba bien, entonces te reías durante el transcurso del relato, aunque no tanto con el remate. El último recurso para la risa franca ante un chiste malo mal contado es que algunos achispados se rían con ganas, lo que provocaría el efecto contagio, si es cierto que la risa es contagiosa. Pero no fue éste el caso. Nuestro asador cuenta mal malos chistes* y las risas son escasas y falsas. Uno al final se fatiga de la benevolencia que supone simular una risa ganosa como la de los reidores de la televisión. A ellos al menos les pagan. Tampoco uno va a decir como cierto comensal, de los más viejos:
-Por escuchar estas boludeces me estoy perdiendo Bailando por un sueño.
*Un señor le propone a una señorita el pago de determinada suma en moneda nacional si ésta accede a realizar cierta acción. Como la señorita, en un principio se negara, el ofertante aumenta la promesa dineraria hasta que ella, por fin, acepta. Pero el hombre comienza a realizar acciones distintas a aquella por la cual había prometido remunerarla con justo emolumento. Ante el pertinente reclamo de la señorita él manifiesta: es que eso es muy caro.
4 Comments:
me has hecho sonreir
Abrazos desde Miami
Gracias amiga Mides.
Más pior que un mal contador, es aquél que anuncia anticipadamente: "soy malísimo contando chistes".
Y más pior que un chiste malo es un chiste explicado y pasado por el cedazo de la moral y las buenas costumbres.Juéguese Yulai y mándelo sin filtro!!
Abrazoooooo
No me digas que no lo entendiste. Además no lo pasé por ningún cedazo, quería expresar que si un chiste está mal contado se escucha así, chirle, pavo.
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