EL CREIBLE JULIO
No soy yo cuando me enojo dice el doctor David Banner. Es una advertencia. Y si lo calientan, el bueno de Bixby poco a poco comienza a ponerse verde, gordo y a romper camisas y pantalones que se desgarran como si fueran de papier maché. Cuando yo me caliento no me convierto en el Increíble Hulk ni dejo de ser el Creíble Julio, que suena parecido. Yo no puedo andar rompiendo ropa porque está recara (los precios de la vestimenta están subiendo más de lo que dice el Indec, casi podría jurarlo). Mi ira se manifestó con una negativa a ejecutar trabajos ordenados por mi superior jerárquico, el hijo de puta del señor Arizmendis. ¿Y por qué mi ira? Porque no me paga lo que me está debiendo desde hace meses. Y no sólo eso, su mujer se aparece en la oficina pavoneándose con el auto cero km que le compró su Roberto. Eso me rebeló. Y mi rebelión modesta fue decirle a mi jefe ahora no puedo cada vez que me mandaba a hacer alguna cosa. El martillero se cansó de mis ahora no puedo y me mandó a la mismísima mierda (leer la entrada anterior que está de fábula) y yo estuve un día sin pisar la oficina. Dentro de poco viajo a San Martín de Los Andes y eso mi jefe todavía no lo ha podido digerir. ¿No es impolítico exigirle ahora el dinero que legítimamente me corresponde?
-¡No! ¡Impolítico las pelotas! -me gritó Mariana, mi mujer-. Vos le exigís ahora el dinero y le avisás que el 20 te vas a San Martín de los Andes. No podés ser tan pusilánime. Yo no me casé con un pusilánime.
Tiene razón, pero para salir del paso le dije que cada vez que pronunciaba el adjetivo pusilánime me acordaba del buen mediocampista Lucas Pusineri.
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