lunes, diciembre 04, 2006

ESPERANDO A GODOT EN PROVIDENCIA, QUE NO ES PEYTON PLACE.
Samuel Beckett es un escritor irlandés (1906-1989) que en 1969 obtuvo el premio Nobel. Una de sus obras de teatro más célebres es Esperando a Godot. Sé que son datos que no despiertan mayor interés. A los que no les importa la cultura, nada; a los cultos, que conocen sobradamente esta información mínima, menos. Imaginad qué diantres puede interesarme a mí, cuando llego a la noche del trabajo, luego de un día caluroso, en el que se me cayeron dos operaciones como pechos de anciana, qué se me pueden importar, digo, Samuel Beckett ni nadie que no sea el Bichi Borghi y su posibilidad de llevar a Colo Colo a la obtención de la copa sudamericana.
-Julio, tenemos que ir al teatro -me dice Mariana, mi esposa-.
-Yo paso. Llevate la llave –le digo-.
-No, tenemos que ir, sí o sí. Nos invitaron los Pérez Carranza y no le podemos decir que no.
-Yo sí puedo. Hoy es la final.
-Final de qué.
-De la copa sudamericana. Juegan Colo Colo y Pachuca.
-Estás inventando. No hay ningún equipo que se llame Pachuca.
-Te juro que sí. Es mejicano.
-Mentira. Ese es Toluca.
-Hay un Toluca y también un Pachuca.
Fuimos al teatro. El viejo teatro de Providence, que huele a pis de minino, con sus butacas peligrosamente inestables y sus turrones de maní pasados, verdadera invitación al escorbuto, alberga en estos días a una compañía teatral que recorre los barrios presentando Esperando a Godot. La obra pertenece a Samuel Beckett. Yo de teatro no conozco nada. La última vez que tuve una actividad relacionada con el teatro fue en el último partido de nuestro equipo de fútbol. Yo ingresaba al área penal y me dejé caer, simulando que era víctima de una falta, que en el mencionado sector se castiga con la pena máxima. El referí me amonestó y me dijo que no hiciera TEATRO.
Nos acomodamos en la sala casi vacía con el matrimonio Pérez Carranza. Los Pérez Carranza son amigos que comenzaron siendo vecinos, luego es una amistad vecinal, o una vecindad amistosa. En cualquier caso, una amistad leve que abarca apenas un puñado de cosas en común. Por ejemplo a Juan no le gusta el fútbol. Yo sé que no es un pecado. Pero qué duro se hace cuando falla el presupuesto básico de una amistad duradera.
En la fila de adelante estaban Zuloaga y su esposa. Así es nuestro barrio. Pequeño y previsible. Tan pocas cuadras integran su cuadrícula que todos se conocen, se ven casi todos los días y se encuentran en el supermercado, en la iglesia, en la escuela o en el bar. En una época se decía que Providencia era la caldera del diablo, aludiendo a la serie televisiva de los años sesentas La caldera del diablo (foto de arriba), protagonizada por Dorothy Malone como Constance MacKenzie, Ryan O’Neal como Rodney Harrington, Mia Farrow como Allison MacKenzie, Ed Nelson como el doctor Michael Rossi, Christopher Connelly como Norman Harrington y Barbara Parkins como Betty Anderson/Harrington. El título original de la serie es Peyton Place. Siempre se dijo que esta pequeña comunidad tenía algunas semejanzas con la nuestra, cosa de la que descreo porque en Peyton Place se ocultaban historias sórdidas, infidelidades, abusos deshonestos, gentes que tiraban la basura fuera del horario, y todo tipo de porquerías. Algunas mujeres no eran trigo limpio y muchos hombres eran unos auténticos desvergonzados. Por otra parte, los habitantes de esa imaginaria ciudad norteamericana eran 9875 y Providencia, contando Providence, el diminuto barrio privado inserto en ella, alberga a más de 20.000 almas, sin contar las almas en pena que, como se sabe, vagan por el universo sin un cuerpo que las contenga. Estoy disperso. Me fui por las ramas mal, como dicen los purretes de ahora.
Nos saludamos con los Zuloaga. Apretón de manos para él, y beso para ella, la doctora Zuloaga, nacida Alejandra Querejeta.
-¿Qué hacés, Zuloaga? –le pregunté-
-Vine a ver Esperando a Godoy.
-A Godoy Cruz.
-¿Es de fútbol?
-No, te decía en broma. Es Godot, no Godoy. No sabía que te gustaba el teatro.

ACA SE IMPONE UNA SALVEDAD QUE ES TODA UNA CURIOSIDAD. CUANDO TECLEO GODOT EN MI ORDENADOR, EL CORRECTOR AUTOMATICO ME CAMBIA LA TE POR UNA YE Y QUEDA “ESPERANDO A GODOY”, COMO ZULOAGA CREÍA ERRÓNEAMENTE QUE SE LLAMABA. QUÉ BESTIA QUE ES ESTE PROGRAMA. POR LO TANTO, NO MIREMOS A ZULOAGA CON GESTO PERDONAVIDAS Y PENSEMOS QUE ES UN IGNORANTE. SI EL PROPIO BILL GATES SE EQUIVOCA TAN FEO, QUÉ NOS QUEDA A NOSOTROS. Y SI NO ME CREEN, SÍRVANSE ESCRIBIR GODOT Y LA TE, AL SEGUNDO, SE TRANSFORMARÁ EN UNA YE.

Rebobino:
-Vine a ver Esperando a Godoy –me dice Zuloaga-.
-A Godoy Cruz –le digo yo, haciéndome el gracioso-.
-¿Es de fútbol? –me pregunta Zulo, que no entendió el flojo chiste-.
-No, te decía en broma. Es Godot, no Godoy. No sabía que te gustaba el teatro.
-Más o menos. Las butacas están medio hechas bolsa.
-Digo las obras de teatro.
-Es la primera vez que vengo a ver una obra de teatro.

Me dormí durante casi toda la representación. El escenario estaba “despojado”, como le dicen ahora a lo berreta, lo que no tiene nada, lo que hace notar a la legua que no se gastaron un vintén. El tablado vacío y un árbol de cartón pintado en el medio. Eso era todo. No muy distinto a los escenarios de las obras infantiles de los colegios, con los chicos que siempre la pifian y las maestras que ponen cara de ¡imbécil, lo ensayamos doscientas veces y todavía no te lo aprendiste! Pero me dormí. Desperté en el momento en que dos tipos tiraban de una soga como si jugaran una cinchada, hasta que se rompía. Y un diálogo en el que uno le dice al otro que no sirve para nada. El otro le pregunta ¿dices que mañana hay que volver?
-Si, pues nos traeremos una buena cuerda.
-Eso es, Didi.
-Si.
-No puedo seguir así.
-Eso es un decir.
-¿Y si nos separásemos? Quizás sería mejor.
- Nos ahorcaremos mañana… A menos que venga Godot.

Cuando salíamos del teatro, Juan Ramón Pérez Carranza, a quien yo llamo Juan Pérez, pero no le gusta, nos invitó a comer pizza. Y a Zuloaga y señora los invité a unírsenos.
-¿Adónde? –preguntó Zuloaga-.
-A comer pizza.
Aceptaron. Surgió una duda sobre si convenía ir a La Muzza Inspiradora o a Melabrián, las dos grandes pizzerías de Providencia. Abogué para no ir a la segunda, pero perdí. No quería encontrarme con el peludo Rodríguez, pero la ley de Murphy es inderogable. Justo pasaba por la entrada mi amigo Ricardo Ditro, a quien también invité. Estaba recién llegado de Tanzania, con su bolso y su bronceado importado del monte Kilimanjaro.
-¿A comer? ¿Y en la pizzería del peludo? Gracias, querido. Hoy juegan Colo Colo y Pachuca. Vos debés estar en pedo-.
Se conoce que el tipo es futbolero. Saludó a mi esposa y se fue.
-¿Estás seguro que no se muere nadie si te quedás sin ver Colo Colo y Toluca –me preguntó Mariana, que cultiva como pocos la ironía mordaz-.
Al entrar a la pizzería Melabrián, nos recibió el peludo con su sonrisa de Simón el agradable.
-Qué hacés, peludo –lo saludé-.
-¡Julito! Qué gusto, buenas noches, gente. Pónganse cómodos. Por acá, señora. Hola Marianita, qué guapa estás. Ya les mando una camarera y una copita de jerez para que vayan dándole.
Nos quedamos comentando la obra que habíamos visto después de que las mujeres dijeron que qué amoroso es el peludo. Juan Pérez afirmó lo que seguro leyó en alguna parte y se lo estudió:
-Es una conmovedora metáfora sobre la condición humana.
-Yo no entendí nada –afirmó Zuloaga y yo lo acompañé-.
-Yo tampoco.
-No entendiste porque dormiste toda la obra –denunció mi esposa-.
-A mi me gustan las obras de teatro donde hay un escenario, un buen living con una mesa, sillones, bibliotecas con libros de verdad y donde la gente dice cosas con sentido.
-Quizás –aventuró Pérez- Vladimir y Estragon no dicen cosas con sentido, precisamente, porque la obra habla del sinsentido de la vida.
-Puede ser –dije, absolutamente desinteresado en una conversación que, para mí, no tenía sentido-.
La noche venía así. Zuloaga comenzó a disertar sobre unos zapatos que fabrican en Norteamérica con cuero de reno ruso curtido en el siglo XVIII, recuperado de un buque hundido hace más de doscientos años, que iba de San Petersburgo a Génova, que ese cuero se rescató del fondo del mar en perfecto estado y que los descubridores se lo vendieron a unos zapateros que hoy hacen esos zapatos, que cuestan cuatro mil dólares y que…
Yo veía por la televisión que colgaba de una de las paredes de la pizzería el resultado de Colo Colo y Pachuca. Y a los muñequitos negros y blancos corriendo de un lado al otro. La pizza y la cerveza no tardaron en llegar. Es bueno ser amigo del dueño.
Pero cuando vino la cuenta, el peludo nos había cobrado las copitas de jerez. Dos pesos cada una. No es mucho.

























































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