miércoles, agosto 08, 2012

BREVES APUNTES PARA UN TRATADO INTEGRAL DE FILOSOFÍA La gran mancha sombría, la depresión, el bajón, de todas esas formas, y más, designa el gran compositor oriental Leo Masliah a esa dolorosa sensación que podemos llamar el sinsentido de la vida. Sinsentido que deviene del ejercicio de la vida, sin más. Es nuestro trabajo y misión trascendente huir de él y esconderse donde no nos encuentre. El sufrimiento puede presentarse en su grado mínimo que es el aburrimiento, mientras que en su máxima expresión se la conoce como depresión, ese dolor casi físico que provoca el pesar continuado. Las personas buscan múltiples modos de disparar del sufrimiento, puede ser el alcohol, que no sólo nos suspende el sufrimiento sino que además nos insufla euforia. Pero rara vez encontramos la medida justa de su consumo de modo que, cuando nos excedemos, vuelve el sufrimiento pero aumentado. Y el vómito. Y la salud física se resiente. Tinelli puede ser otra vía de escape al abatimiento pero ocurre que cuando se repite ya no lo disfrutamos, es apenas una anestesia que dura hasta que nos damos cuenta de que no nos sirve más, que no tiene sentido la pelea entre Ayelén Paleo y Carmen Barbieri. Que Santiago Bal es un ser humano que se enamoró de la juventud más que de la joven. Algunos tienen la música. Grande es el placer que nos procura y además nos aleja del dolor existencial con medios legítimos. Pero no son tantos los que tienen un oído tan sensible que les permita gozar de ella en una forma que embriague y suspenda la razón. No me refiero a las canciones del guatemalteco Arjona cuyo disfrute es apenas superficial, pasajero, tenue. Hay otras músicas que, además del goce, nos insuflan un sedimento perdurable de crecimiento mental, de elevación en el nivel de la conciencia. No diré que nos cambia la vida, o sí lo diré, como le ocurrió al gran escritor sudafricano y Premio Nobel J.M. Coetzee, cuando escuchó El clave bien temperado de Bach (para clavicémbalo), que tuvo su momento epifánico. Sí puedo afirmar que algo nos pasa. Algo nos cambia. La lectura de libros también es una buena solución pero la atención del hombre moderno desde hace tiempo que se ve obliterada por una multiplicidad de mecanismos que el mismo ha venido inventando. La computadora mata el libro, la play mata la computadora, tijera corta papel. El amor es otro de los genuinos reservorios de dicha que nos sustrae del sinsentido de la vida y nos amplía los horizontes, nos cambia, nos hace mejores. Es quizás el principal motor que mueve nuestra energía en orden al escape de la nada existencial. Se sabe que existen dos clases de amor: el platónico y el sexual. El amor adolescente combina en justas proporciones a ambos. Cuando una pareja veinteañera pasea tomada de la mano por el Rosedal el joven disfruta del amor platónico mientras piensa en el amor sexual que vendrá como consecuencia inevitable del anterior. Las mujeres, en cambio, son capaces de prescindir de esos pensamientos lascivos y disfrutar a tutiplén del momento. En cualquiera de los dos casos notemos que allí no hay lugar para el vacío, el aburrimiento, la nada , en fin, la eterna pregunta sobre para qué estamos en el planeta. Ahora bien…
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